Botánica

Botánica  Desde el inicio del poblamiento de la Península, el conocimiento de las plantas desempeñó un papel preponderante tanto para la alimentación como para la medicina.

Los mayas conocían las características de gran número de plantas, pero este conocimiento no llegó hasta nosotros, más que a través de breves referencias en los textos coloniales como Libros del Chilam Balam que enlistan las dolencias y sus remedios.

En el Ritual de los Bacabs, texto maya escrito con letras latinas, se hacen referencias a muchas plantas para su uso medicinal. Los yerbateros mayas siguen hasta el presente, utilizando las plantas en sus actividades curativas.

Desde la llegada de los españoles a territorio yucateco, despertó en ellos el interés por la botánica local. Gonzalo Fernández de Oviedo fue el primer cronista español en dedicar páginas enteras a las plantas regionales y fray Diego de Landa, en su Relación de las cosas de Yucatán, hace una descripción de la flora peninsular. Algunas referencias existen en las Relaciones de los encomenderos escritas entre 1579 y 1581. La pérdida de los archivos coloniales de la península causó la desaparición de muchos otros escritos por los frailes en particular de sus estudios sobre las plantas medicinales. De ellas recordemos el Florilegio medicinal de la provincia de Yucatán, de Luis Vidales (siglo XVII), y el Diccionario botánico y médico conforme a los usos y costumbres de los indios de Yucatán, de Andrés de Avendaño y Loyola (siglo XVIII), hoy perdidos. Berendt hizo una copia del Cuaderno de Teabo y de otros manuscritos relacionados con las plantas, cuyos originales están hoy extraviados.

El más famoso de los textos coloniales relacionados con las plantas medicinales es el llamado Libro del judío de Ricardo Ossado. Existen varias copias y versiones de este texto que fue el más difundido durante el siglo XVIII y gran parte del XIX.

Del siglo XIX, existen varios manuscritos inéditos de importancia para el estudio de las plantas y de la medicina en Yucatán, como las Noticias de varias plantas y sus virtudes, que poseía José Rafael de Regil, Apuntes sobre algunas plantas medicinales de Yucatán, escritos por un fraile franciscano de Campeche (Colección W. Gates) y el Recetario de indios en lengua maya, recopilado por Juan Pío Pérez, de manuscritos mayas hoy desaparecidos, y publicado en Mérida en 1870.

Con el Despotismo Ilustrado que floreció en España durante el siglo XVIII, varias expediciones científicas fueron enviadas al Nuevo Mundo para estudiar y conocer todos los aspectos de la naturaleza americana desde su arqueología hasta su botánica. Aunque ninguna llegó concretamente a Yucatán, el afán por el conocimiento se hizo patente entre los científicos que, a veces por iniciativa personal, llegaban a la Península. El ejemplo dado por A. de Humboldt se repitió posteriormente con mucha frecuencia.

Al parecer, el primer botánico que se dedicó a esta actividad en la Península, especialmente en Campeche, fue William Houston, como se puede constatar de los trabajos de Miller (1768). En 1835, un horticultor belga llamado Jean Jules Linden, recogió unas 25 especies de plantas en Yucatán, de paso para Veracruz. José María Lanz (1846, Registro Yucateco) formula observaciones sobre el henequén, sus utilidades y lo conveniente de su fomento. En 1848, E.P. Johnson recogió unas 65 especies que envió a Torrey, de Inglaterra. La primera gran colección de plantas que se sabe haya sido hecha en Yucatán fue reunida en 1864-1866 por Arthur Schott, quien había sido comisionado por el gobierno mexicano para efectuar un reconocimiento geológico en la Península; coleccionó alrededor de 850 plantas representadas por numerosos especímenes que fueron distribuidos entre varios herbarios de los Estados Unidos de América y Europa. En 1870 el químico y botánico Joaquín Dondé Ibarra descubrió la santonina contenida en el epazote y comenzó a elaborar monografías descriptivas de varias plantas de Yucatán y sus virtudes, que en forma separada comenzaron a publicarse desde 1875 en la revista médico-farmacéutica La Emulación con el título de «Apuntes sobre las plantas de Yucatán». Por enfermedad y muerte del autor se suspendió por tres años la publicación, reanudándose a partir de mayo de 1878, encargándose de la revisión su hijo Juan Dondé Ruiz, quien además, como obra propia, comenzó a publicar el «Calendario botánico de Mérida y sus alrededores», en forma de cuadros con algunas plantas que florecen cada mes, conteniendo el listado, la familia, el nombre botánico y el nombre vulgar en español y en maya. En cada número de la revista se publicaba el cuadro del mes siguiente, a veces de dos.

Esto sumaría 496 nombres, pero muchos se repetían en dos y hasta tres cuadros, por lo que en realidad fueron 185 correspondientes a 64 familias. El autor aclara que dichos cuadros son incompletos y sólo se refieren a las plantas más conocidas; que vio muchas más, pero poco o nada estudiadas y por premura de tiempo no se dedicó a ello, pero sí recogió cierto número que figurarían en listas complementarias. En Londres en 1879, F.D. Goodman y O. Salvin publican su obra Biología Centrali Americana, or Contributions to the Knowledge of the Fauna and Flora of Mexico and Central-America, con referencias sobre la flora yucateca. En el libro de Frederick Ober, editado en Boston en 1884, titulado Travel in Mexico an Life Among the Mexicans, el capítulo cuarto lo dedica íntegro al estudio del henequén. Grisebach, quien está bien informado acerca de la flora de las islas del Golfo de México, simplemente advierte en su obra Veggetation der Erde (1884) que las condiciones de la comarca impiden que la vegetación sea exuberante, y aún Hemsley en su informe acerca de la botánica de México y de la América Central preparado para su Biología indica la escasez de conocimientos referentes a la vida vegetal de la Península en los siguientes términos: «Podemos añadir que poco se sabe de los detalles que conciernen a la botánica yucateca, con excepción de que es pobre, escasa y compuesta principalmente de plantas que sin daño alguno aún pueden soportar sus largas sequías. La pobreza de su flora se atribuye al hecho de que las copiosas lluvias se filtran rápidamente a través de las estratificaciones de piedra calcárea porosa».

En 1885 y 1886, Geo F. Gaumer recogió en las islas de la costa oriental, las flores y hojas del mayor número de plantas que salieron de esa región: 224 especies. Éstas, así como las colecciones anteriores, fueron nuevamente revisadas por Hemsley para su Biología y abarcaban todo lo que se conocía de la flora insular de Yucatán hasta entonces. Gaumer siguió trabajando por 36 años más, puesto que en 1921 publicó todavía estudios, realizando la más amplia colección de plantas obtenida por botánico alguno, ya que en el herbario del Field Museum de Chicago existen más de 5,400 especímenes de sus colecciones; miles más fueron distribuidos entre los herbarios de todo el mundo. Siendo médico se interesó principalmente por las propiedades terapéuticas de las plantas y reunió asiduamente datos de los indígenas y de otras fuentes; él mismo empleaba las plantas en el tratamiento de sus pacientes. El material de Gaumer sirvió posteriormente de base para la obra de Standley sobre la flora de Yucatán.

Otros coleccionadores fueron Porfirio Valdez, en 1887 y Witmer Stone, de la Philadelphia Academy of Sciencies en 1890. A pesar de todas las contribuciones mencionadas, se consideraban escasos los conocimientos sobre la flora yucateca o más bien poco conocidos, ya que Drade, en su libro Handbuchder Pflanzengeographie, nada dice de esta región, no obstante haberse publicado su obra en 1890. Charles F. Millspaugh, del Field Museum, publicó en 1895 su primer trabajo titulado Contribution to the Flora of Yucatan, en el que clasificó y dio nombre a muchas especies que no habían sido estudiadas y a otras pendientes de serlo que sólo tenían nombres en maya; sus estudios y descubrimientos dieron origen a varios trabajos más, publicados en los años siguientes, hasta 1916: Second Contribution to the Coastal and Plain Flora of Yucatan, 1896; Third Contribution to the Coastal and Plain of Yucatan, 1898; Plantae Utawanae, 1900 (contiene plantas recolectadas en Yucatán, Cozumel y Arrecife Los Alacranes); Plantae Yucatanae. Polypodiaceae, Schizaeaceae, Gramineae and Cyperaceae (en colaboración con Agnes Chase 1903); Contributions to North American Euphorbiaceae, 1916, en la que describe varias especies nuevas de Yucatán, y Vegetation of Alacran Reef, 1916. Sus trabajos fueron comentados en 1908 por Juan Martínez Hernández en un artículo aparecido en la revista El Agricultor. En Ticul, Yucatán, vivía en 1894 el naturalista Benjamín Cuevas, que publicó un trabajo titulado Ensayo botánico, compuesto de 125 plantas medicinales de Yucatán, clasificadas por familias naturales e indicaciones para su aplicación en las enfermedades; éste mismo publicó en 1913 otra obra titulada Plantas medicinales de Yucatán y guía práctica doméstica, que se complementó con 37 láminas a colores.

En 1889 Emilio Mac Kinney publicó bajo el título de El nuevo judío. Apuntes que se seguirán para la formación de la flora yucateca, una serie de investigaciones sobre las plantas peninsulares. Ya en este siglo, se mencionan trabajos en 1900 de Efraím Gutiérrez Rivas; en 1902-1911, del etnólogo alemán Eduard Seler y su esposa; en 1906 de J.M. Greenman, del Field Museum y de David Casares en 1907. En 1908, el periodista Rafael de Zayas Enríquez, en su libro El estado de Yucatán. Su pasado, su presente, su porvenir, el capítulo VI se denomina «Botánica, caracteres distintivos. Principales clases, familias, géneros y especies de la flora de la Península de Yucatán», reconoce que es corta la relación, añadiendo que son pocos los naturalistas que la han estudiado; complementa con una tabla de la sinonimia vulgar en español y maya, la científica y los usos y propiedades de muchas plantas. En Roma, en 1909, Achille Gerste publica un libro titulado Notes sur la medicine et la botanique des anciens mexicains, con bastantes referencias a las plantas de Yucatán. Blake, de 1915 a 1924 describe nuevas plantas; el henequén es motivo de la tesis de Gustavo C. Correa, en 1916, quien consigna una lista de nombres en maya de los diferentes géneros del agave en Yucatán, los cuales describe. En la revista El Henequén, en 1916, firmados con el seudónimo de Agrófilo, aparecen dos artículos: uno en abril, sobre la vainilla yucateca (sisbic, en maya) y otro en junio sobre la higuerilla yucateca (x’kooch, en maya); en mayo de 1918, con el seudónimo Cincinato, se publica un artículo sobre el cancerillo; en el número de enero de ese año se publicó el estudio de Geo F. Gaumer sobre el ramón; ese año, el mismo Gaumer elabora un magnífico estudio titulado Sinonimia científica y vulgar de las plantas yucatecas, que no se publicó y cuyo manuscrito se encuentra en el Field Museum of Natural History de Tulane.

El estudioso Román Sabas Flores, entre 1918 y 1927, en varias revistas (El Henequén, Boletín de la Universidad Nacional del Sureste y La Revista Médica de Yucatán, principalmente), publica diversos trabajos descriptivos y además, entre 1929 y 1932, envía muchos ejemplares a Paul C. Standley. En la misma revista El Henequén, en 1919, se publican otros tres artículos, sobre el papayo, el chamico y la higuerilla, firmados esta vez con el seudónimo El Viejo Judío. Luego aparecen interesantes trabajos, como los de J. Martínez Flores (1923), el de Maximino Martínez titulado Las plantas más útiles que existen en la República Mexicana, 1928, en que incluye numerosas plantas existentes en Yucatán y los Estudios de flora y fauna (1926-1928) de F.M. Gaige publicados por la Carnegie Institution en 1930, año en que T. Peniche Conde edita sus Estudios sobre agricultura y ganadería, y se publica (1930) en Chicago el trabajo completo de Paul C. Standley titulado Flora of Yucatan, que fue reproducido en la Enciclopedia Yucatanense, tomo primero; este autor publica luego en 1932 y 1935, nuevas aportaciones sobre la flora de la Península. Fue Ralph L. Roys, en 1931, quien abre un nuevo enfoque: el de los aspectos fitogeográficos, es decir, de las relaciones biológicas y geográficas de las plantas de la Península, la sabiduría botánica de las comunidades mayas y las relaciones de esta área con otras regiones del mundo. Su obra, con el título de Ethno-botany of the Maya fue publicada por la Universidad de Tulane, en New Orleans. Este paso fue seguido por Cyrus Longworth Lundell, quien publica primero (1933) The Agriculture of the Maya y en 1934, Preliminary Sketch of the Phytogeography of the Yucatan Peninsula (Carnegie, Washington) y siguió haciendo colecciones y observaciones hasta 1938, publicadas en 1983 (Wrightia, núm. 7).

Durante el lapso de 1933 a 1936, Luis Marín escribió y fueron publicadas varias monografías sobre cultivo de diversas plantas alimenticias. A partir de 1934 se llevó al cabo una importante expedición a la Península y a Belice, organizada por la Universidad de Michigan y la Carnegie Institution of Washington; de esta expedición se obtuvieron numerosos materiales de la flora; el resultado del análisis y la revisión de estas colectas fue la producción de una recopilación de varios trabajos de tipo taxonómico y florístico denominada Botánica del área maya, publicada por la propia Carnegie en Washington; de ellos cabe mencionar a Bartlett (1935); Hendrick (1935); Taylor (1935); Leonard (1936); Wolf (1938); Seibert (1940); Gleason (1940), etcétera. Independientemente de éstos, Elizabeth Stewart publica en 1935, en Baltimore (Maya Soc., pub. núm. 10), Apuntes sobre algunas plantas medicinales de Yucatán y Emerson (1935) sobre el cultivo del maíz en las milpas del norte de Yucatán.

En 1938, Díaz de Cossío vuelve a ocuparse del henequén. Uno de los más acuciosos investigadores locales fue Narciso Souza Novelo, quien desde 1938 a 1952 publicó una larga serie de monografías (cerca de 20) sobre distintas plantas, y además los siguientes libros: Plantas melíferas y poliníferas que viven en Yucatán (1940); Farmacopea maya (1941); Apuntes relativos a la flora de Yucatán (1945); Géneros y especies de plantas que viven en Yucatán (1946) y Plantas alimenticias y plantas de condimento que viven en Yucatán (1950). El archivo de Narciso Souza contiene 150 dibujos y más de 8,000 fichas con información sobre plantas de la Península. La cuestión de la antigüedad del cultivo del maíz en América es revisada y puntualizada por Pablo Martínez del Río en un interesante trabajo presentado en el XXVII Congreso Internacional de Americanistas efectuado en México en 1939. Un significativo aporte fue el de Morris Steggerda con su trabajo Some Ethnological data Concerning one hundred Yucatan Plants, publicado en el Bulletin N° 136 de 1943, del Smithsonian Institute. A nivel local, Augusto Pérez Toro publica tres folletos: El cultivo de hortaliza en los solares (1942); Plantas forrajeras de Yucatán (1950) y La fruticultura en los suelos pedregosos de Yucatán (1972). Esmirna Martínez Carrillo estudia «El chukum como planta tanífera de Yucatán» (Orbe, núm. 24, marzo 1944) y Ligia Ancona, El elemuy (Fomento, núm. 20, junio 1945). Faustino Miranda reúne la información existente y brinda un panorama más general y actualizado de la situación en su trabajo «La vegetación de la Península yucateca», contenido en el tomo II de Los recursos naturales del Sureste y su aprovechamiento, publicado por el Instituto Mexicano de Recursos Naturales Renovables Aprovechables, en 1959.

El año de 1969 V.G. Lavadores publicó Las 119 plantas medicinales más conocidas en Yucatán. En el lapso de 1976 a 1980, el Instituto de Investigaciones sobre Recursos Bióticos (Inireb), con sede en Jalapa, Veracruz, fundado por el botánico Arturo Gómez Pompa, publicó una serie de monografías sobre recursos bióticos del país, elaboradas por diversos autores, habiendo algunas sobre plantas que se encuentran en Yucatán. En 1980 estableció un Centro de Recursos Bióticos en Mérida para iniciar estudios florísticos, etnobotánicos y utilización de los recursos bióticos; este programa, denominado Flora Yucatanense abarcaba toda la Península; la oficina quedó a cargo del biólogo Alfredo Barrera Marín y posteriormente estableció un herbario que llegó a contar con unas 14,000 plantas herborizadas. El Instituto desapareció en 1988 y dejó de funcionar la oficina de Mérida, pero el herbario quedó en el Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY). En su revista Biótica fueron publicados varios trabajos relativos a Yucatán con fuerte componente florístico, etnobotánico y ecológico que se publicaba en una colección llamada Etnoflora. Este programa fue retomado por la Universidad Autónoma de Yucatán y así desde 1990, se desarrolla y está constituido por un herbario llamado «Alfredo Barrera Marín» y un jardín botánico que se bautizó con el nombre de «Alfredo Barrera Vásquez» en honor a este eminente mayista yucateco. Además, cuenta con dos Bancos Computarizados de Datos Etnobotánicos de la Península de Yucatán (BADEPY) y el de Datos Florísticos de la Península de Yucatán (BAFLOPY), además de la publicación llamada Fascícula de Etnoflora. El mencionado Barrera Marín, y su padre Alfredo Barrera Vásquez, elaboraron la magnífica obra Nomenclatura etnobotánica maya: una interpretación taxonómica (INAH, 1976); con A. Gómez Pompa, El manejo de las selvas por los mayas: sus implicaciones silvícolas y agrícolas (Biótica, Inireb, 1977) y otra vez con Barrera Vásquez, El Libro del judío: su ubicación en la tradición botánica y en la medicina tradicional yucatanense (Inireb, 1983). A propósito de Barrera Vásquez, éste publicó en 1962 una Breve nota etnobotánica sobre el achiote y en 1981 Las plantas tintóreas de los mayas, así como diversos artículos y notas breves de plantas en su columna periodística «¿Lo ignoraba usted?»

Un trabajo curioso e interesante es el de Charles Gunn, J.M. Andrews y P.J. Parradine, Semillas y frutos recogidos en la Península de Yucatán (An. Inst. Biol., UNAM. 1977) en el que identificaron 150 especies cuyas semillas o frutos fueron recogidos en los puntos costeros; unos eran de especies ya establecidas pero otros no, procediendo de las Antillas y de Centro y Sudamérica, lo que podría explicar su presencia en la Península y constituye un valioso aporte a la fitogeografía. De esta época hay otros trabajos; Hugo Ariel Calvera escribe «Principales vegetales cultivables en Yucatán» (Revista UADY, 1977) y C.M. Medina sobre «Flora alergénica del Estado de Yucatán» (Alergia núm. 27 México, 1980), de valiosa importancia médica. En 1980 se abrió en Mérida el Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY), que pertenece al sistema SEP-Conacyt. Está dedicado a la investigación multidisciplinaria tanto básica como aplicada en los campos de la biología vegetal, biotecnología, química orgánica y procesamiento de polímeros. Cuenta con un Jardín Botánico Regional que alberga una de las colecciones más grandes de ejemplares de la flora peninsular. En 1981, el gobierno del estado editó un folleto en el que se reproduce el trabajo de Souza Novelo sobre Plantas melíferas y poliníferas que viven en Yucatán, un trabajo inédito de Víctor M. Suárez Molina titulado Flora melífera y polinífera de la Península yucateca o de fácil propagación en la región y unas Notas sobre el tema por Alfredo Barrera Vásquez. De este mismo año es Plantas medicinales de Yucatán, de R.M. Mendieta y Silvia del Amo.

Una buena recopilación histórica es presentada por Alicia Bárcena en su trabajo «La investigación botánica en la Península de Yucatán», publicado en Yucatán: historia y economía, núm. 29, UADY, enero-febrero 1982. Ese año hay también un estudio de Thlen sobre vegetación maderable de Dzibilchaltún (MARI, núm. 5 Tulane, 1982). Dice Bárcena (op. cit.): «El estudio de la flora regional puede llevarse al cabo en relación con la historia cultural del área; en la actualidad el elemento maya predomina especialmente en el medio campesino y el conocimiento biológico (botánico, zoológico y ecológico) tradicional es extraordinariamente rico; conocerlo, rescatarlo, valorarlo y utilizarlo desarrollándolo adecuadamente, puede ser aún factible. Barrera (1976) logró demostrar que existe en la actualidad un complicado sistema de clasificación botánica que recuerda quizá a uno más complejo que tenían los antiguos mayas; este sistema es un reflejo del fino y profundo conocimiento que tienen sobre las plantas y que constantemente ponen en práctica para el manejo y uso de sus ambientes tropicales». Es precisamente sobre este punto que José Salvador Flores Guido escribe, con la colaboración de E. Ucán Ek, el magnífico estudio titulado Nombres usados por los mayas para designar a la vegetación (Inireb núm. 10, Jalapa, 1983), con muchas ilustraciones referentes a las nomenclaturas, tanto general para el reino vegetal como las específicas, tales como partes de una planta, grupos de ellas, vegetación secundaria, grupos terrestres y acuáticos y lo relacionado con el cultivo, en especial la milpa. De este mismo autor son: Vegetación insular de la Península de Yucatán (Bol. Soc. Bot. México 1984); «Yucatán: tierra de las leguminosas» (Revista UADY, núm. 163, oct-dic. 1987) y Dominancia de las leguminosas en la vegetación secundaria de Yucatán (UADY, 1988). Pardo Tejeda escribe sobre el ramón (Inireb, Jalapa, 1983); Reina Dzul produce un trabajo bilingüe, Uchben dzak tu kajil sh-alau, medicina tradicional, en el que presenta recetas para varias enfermedades y las plantas que se usan para ello, con 12 dibujos (SEP, Mérida, 1984). Ileana Espejel, perteneciente a la oficina del Inireb en Mérida, publica los estudios: «Análisis florístico del Estado de Yucatán» (Biótica, núm. 9 México, 1984) y «La reserva natural de Sian-Kaan, Q. Roo» (Biótica,núm. 11, México, 1986).

La Revista UADY publicó en el núm. 55 oct.-dic. 1985, unos comentarios de Antonio Cabrera sobre «Los árboles olvidados de la floresta yucatanense» y de Diego Monsreal Boldo dos trabajos: en el núm. 153, abril-junio 1985, «El papayo» y en el núm. 158, jul.-sep. 1986, «El ramón». El botánico V. Sosa, con la colaboración de J.S. Flores Guido, Rico Gray, Lira y Ortiz, del Inireb de Jalapa, producen un excelente estudio titulado Etnoflora yucatanense. Lista florística y sinonimia maya, publicado primero en Inireb, Jalapa, 1985 y reproducido como fascículo I en la obra Etnoflora yucatanense, Mérida, 1985. El mismo Sosa, pero con la colaboración de Gómez Pompa y Flores Guido, elaboró «La flora de Yucatán» que se publicó en la revista Ciencia y Desarrollo, núm. 60 México, 1985. Rafael Lira Saade, del Inireb de Mérida, publicó «Nuevos reportes de cucurbitáceas para la flora de Yucatán» (Biótica, núm. 10 México 1985) y Olga L. Sanabria, en su trabajo Etnoflora yucatanense. El uso y manejo forestal en la comunidad de Xul, en el Sur de Yucatán (Inireb, Jalapa, 1986) analizó los procesos de uso y manejo tradicional y proporcionó información etnobotánica de 250 especies pertenecientes a 80 familias. Comentario especial se hace del completísimo estudio que Ileana Espejel y Rafael Lira realizan en el trabajo «Vida y obra botánica del Dr. Narciso Souza Novelo» (Revista UADY, marzo 1986). J. Rzedowski y L. Huerta, en su obra Vegetación de México (Edit. Limusa, México, 1986) mencionan muchas plantas que viven en Yucatán. En 1987 J. S. Flores Guido publica Uso de los recursos vegetales en la Península de Yucatán; pasado, presente y futuro (Inireb, Xalapa, Ver). J. Andrews y S. Gutiérrez elaboran «Un listado preliminar y notas sobre la historia natural de las orquídeas de la Península de Yucatán» (Orquídeas, núm. 11 México, 1988) en que compilan las informaciones de varios autores y consignan 72 especies repartidas en 36 géneros. Un aporte más sobre los conocimientos de los mayas es el trabajo de Silvia Terán titulado «Los conucos y el desarrollo prehispánico del Puuc: un ejemplo de tecnología botánica en el sur de Yucatán» publicado en la Revista UADY, núm. 169, abril-junio de 1989. J.S Flores Guido, H. Narave y A.P. Vovides, publican en 1992 Gymnospermae. Taxonomía y etnobotánica. Las publicaciones más recientes (1993) son las de María Consuelo Sánchez González, titulada Uso y manejo de la leña en X-Uilub, Yucatán, El huerto tradicional, con información científica de J.S. Flores Guido y Natividad Delfina Herrera y La flora ornamental de Mérida de Victoria Sosa y J.S. Flores Guido.

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