Droguerías Nombre con que se designa al establecimiento que vende productos medicinales, siendo sinónimo de botica y de farmacia. La misma función tienen los expendios de hierbas llamadas medicinales, ya sean fijos o ambulantes, que fueron populares entre todos los grupos indígenas desde la época prehispánica y que aún subsisten. A raíz de la fundación de Mérida en 1542, los franciscanos instalaron en lo alto del cerro mayor un convento, una enfermería y una botica; varios años después esa botica se instaló en una casa ubicada en la esquina de las calle 69 con 56. Cuando comenzó a funcionar en 1562 el hospital de Nuestra Señora del Rosario, contó con botica; a partir de 1625 la institución siguió dando servicio en manos de los juaninos. Después de un gran ciclón que arrasó Yucatán en octubre de 1692 el obispo Juan Cano fundó otra botica en la esquina del obispado, calles 60 con 63, atendida por el médico fraile Gaspar de Molina. Todavía se menciona otra botica más, situada en la esquina de las calles 50 con 61, anexa al hospital fundado en 1694 por los franciscanos, al sur de su convento de Mejorada.
No se reporta ninguna nueva botica en el siglo XVIII, pero siguieron funcionando las de los hospitales. La primera botica privada en Mérida la fundó en 1805 José Vargas Machuca, seguida en 1813 por la de Laureano José Bates, que fue la primera en anunciarse al público por medio de la prensa diaria, El Misceláneo. En 1833, Domingo Espejo decía que era dueño de la botica más grande. En 1840 se anunciaba «La Botica de Ortega», situada en los bajos de la casa de Vado, esquina de las calles 62 y 61, frente a la Plaza Grande. En 1853, el farmacéutico José Font Gutiérrez fundó una botica que alcanzó mucho prestigio; 40 años después la heredó su hijo Bernardo y posteriormente, con el nombre de «Botica Nueva de Font», quedó en manos de J. Alzina. En 1858 se anunciaba la botica del hospital de San Juan de Dios (61 con 58) ya mencionada, manejada por Genaro Torre; en 1861 el hospital y su botica se pasaron al ex convento de Mejorada; al año siguiente, 1862, Torre funda una botica llamada «Alameda», que en 1864 se anuncia con el nombre de «Nuestra Señora del Refugio». En 1862 se fundó en la esquina de las calles 60 y 63, bajos de la casa de Galera, la botica «El Gallito», que años después fue la más importante de la ciudad. En 1864 se dividió la sociedad Font y Dondé; la botica quedó a cargo de José Font y el laboratorio en manos de Joaquín Dondé. En 1870, en la esquina de «El Degollado», calles 60 con 67, funcionaba una botica con ese nombre, propiedad de Dondé y Troncoso, misma que a partir de 1872 se anuncia como de Pedro Troncoso solamente.
En 1871 abre sus puertas la botica de Juan Dondé Ruiz, hijo de Joaquín. En 1872 se inaugura la «Botica de la Catedral», de José Calero, que se hizo famosa por sus tertulias nocturnas. Ese mismo año inicia actividades la «Botica del Parque Central», de Carlos Pérez, quien al año siguiente, 1873, anuncia como nueva la «Botica y Almacén de Farmacia». Esta es la primera vez que se emplea el nombre de Farmacia para un depósito de medicamentos preparados en forma industrial, llamados también de patente. En 1883 se reporta la «Botica del Moro», posiblemente en la esquina del Moro Musa (54 con 65). En 1887 se anuncia que la «Botica de San Juan» pasó a propiedad de Gerardo Castillo Vales y en 1896 a Pedro Peniche López. También en 1887 el farmacéutico José Ávila funda su farmacia. En 1890 abre sus puertas la «Botica del Bazar», de Francisco López García, que en 1896 pasa a manos de Pedro Capetillo A. Fuera del centro de la ciudad, en 1890 se establece la «Botica del Chenbech» y en 1892 la de Mejorada, de Pablo Pinto Pérez. Frente al Instituto Literario (57 con 60) funciona en 1892 la botica de V. Montalvo. En 1893, José Díaz y Díaz funda la «Botica El Fénix», que en 1896 era un verdadero centro comercial con droguerías, fuente de sodas y miscelánea, pues ofrecía instrumentos, licores, perfumería, material de fotografía, de oficina, comestibles, etcétera; probablemente esto dio origen a la frase popular «hay de todo, como en botica». Fue la primera al estilo moderno estadounidense e inclusive tuvo una sucursal en la ciudad de Nueva York. En 1897 llegó el químico Alberto Urcelay, graduado en París, y fundó su droguería y farmacia. En 1901 se estableció en Santiago (70 con 59) la botica de Urzaiz y Colomé. En ese año se publicó una relación donde figuran ya 23 establecimientos y en 1940 eran 55, por lo que es imposible seguir reseñando en forma institucional. En términos generales, el nombre de botica quedó para las ya establecidas y las nuevas se llamaron farmacias. Durante la primera mitad de este siglo siguió entre el cuerpo médico la costumbre de formular recetas que se preparaban en las oficinas para ello, con sales y tinturas, presentándose en forma de jarabes, papeles, cápsulas, obleas, pomadas, etcétera. Desde 1920 aumentó considerablemente la oferta de medicamentos de patente y surgieron los mayoristas, tales como Autrey, Casa Duch, Drogas S.A., Puerto, Canto, Yza, etcétera. Estos dos últimos establecieron cadenas de farmacias.