San Cristóbal, barrio de Barrio histórico de Mérida, enclavado al oriente de esta ciudad, puede considerarse como sus límites las calles 65 al Norte, y la 54 al Poniente, el resto lo delimitan las colonias bastante lejanas como la Azcorra y la Miraflores.
El barrio fue fundado por Francisco de Montejo, el Mozo, como pueblo para los indígenas mexicanos que participaron en la conquista de Yucatán y que gozaban de ciertas prerrogativas, como no pagar tributo. Este derecho les fue quitado al poco tiempo por el gobernador Diego Quijada y los indios protestaron al alegar los servicios prestados. Lo único que consiguieron fue una cédula real de 1579 que traspasaba el litigio a la Audiencia de México, que alargó más el proceso.
En 1547, fue cedido uno de los cerros de la antigua T´hó a los franciscanos para que abrieran su convento; este cerro era precisamente el separado por el Mozo para construir un fuerte para la defensa de Mérida, ahí los franciscanos construyeron su convento y varias iglesias para el servicio de la ciudad. El mentado cerro estuvo donde hoy está el mercado grande Lucas de Gálvez. En 1669, las autoridades erigen en este cerro el fuerte de San Benito y encerraron en gruesas murallas el Convento Grande de los franciscanos. En un principio se abrieron tres puertas, una para los militares y dos para los franciscanos, pero al poco tiempo las autoridades pretextaron motivos de seguridad, tapiaron las dos puertas de los franciscanos obligándolos a pasar por la única puerta que se conservó. Lo mismo tuvieron que hacer los indios que pertenecían a la parroquia de San Cristóbal. Tal situación permaneció hasta ya muy entrado el siglo XVIII. En 1754, el clero secular se encargó de la iglesia parroquial situada todavía al interior de la muralla y levantó provisionalmente una iglesia de madera para la parroquia en la plaza del barrio. En 1756, el gobernador Melchor de Navarrete y el obispo fray Ignacio de Padilla y Estrada, deciden erigir un templo de cal y canto cuya construcción concluyó en 1796 y se inauguró en 1797, poniéndose a la Virgen de Guadalupe como la nueva patrona de la parroquia, la cual un año antes había sido proclamada «Patrona de México» por el Papa Benedicto XIV. La iglesia es alta y esbelta, su planta es de cruz latina, tiene una cúpula de buen tamaño, así como dos torres para campanas, pero lo más característico es la enorme concha que adorna su fachada. Las fiestas de la Virgen en los primeros días de diciembre hacen del barrio un sitio muy bullicioso; alrededor de la iglesia y en el parque se instalan diversos puestos así como juegos mecánicos; los antorchistas no paran de llegar y lo mismo se observa por parte de los incontables gremios.
Durante casi toda la época colonial, lo que hoy es la calle 50 llegaba hasta la 65, debido a que hacia el Sur estaba uno de los cerros de la antigua T´hó, conocido como cerro de San Antón, donde los mayas rendían culto al dios H-Chan-Can. El gobernador Benito Pérez de Valdelomar, 1800-1811, decidió abrir el cerro para que de este modo quedaran unidas las plazas de La Mejorada y San Cristóbal. Los habitantes de este último barrio pensaban que aquello era imposible y quedaron sorprendidos cuando en 1801 quedó abierta la calle, por lo que en una placa colocada en una casa de la esquina de las calles 50 y 67 se escribió «Calle del ymposible y se benció». Había otro cerro donde hoy está La Casa del Pueblo y que acabó de demolerse en el último tercio del siglo XIX. Durante esta época se ubicó sobre la calle 69, entre 56 y 54, el Campo de Marte, donde se ajusticiaba a los delincuentes de entonces. A principios del siglo XIX, el barrio era conocido por sus numerosos artesanos peleteros que trabajaban tanto las pieles de res como a veces también las de venado.
Para fines de la época colonial, ya residían en el barrio varias familias criollas que fueron levantando las primeras casas de cal y canto, una de éstas, la que se ubica en la esquina de las calles 69 y 50, construida por el primer cura secular de la parroquia de San Cristóbal, fue adquirida en 1833 por Joaquín García Rejón y Carbajal, quien la reconstruyó; en su planta baja funcionaba una tienda de abarrotes que era conocida como El Iguano, pues pendía de la casa una figura en madera de ese animal. En esta casa se alojó en 1810, 1822 y durante 1840 y 1841, el político y jurista Manuel Crescencio García Rejón y Alcalá, creador del Juicio de Amparo, que entró en vigor por primera vez en la Constitución Política de Yucatán de 1841. En 1878, la adquirió Anselmo Duarte y Zavalegui, renombrado en el barrio por sus dotes filantrópicas. Se le atribuye haber procurado la entrada de Crescencio Carrillo y Ancona al Seminario. Poco tiempo después, se abrió en la misma casa un liceo de niñas y otro para varones. En 1894 por disposición del Ayuntamiento, se le puso el nombre de Libertad Menéndez al de niñas, en honor a su primera directora, y Santiago Meneses al de varones. En 1919, los colegios cambiaron de sitio. La casa finalmente fue propiedad de Cristina Millet viuda de Vales, bisnieta de Joaquín García Rejón, quien la destinó para casa de indigentes, por lo que la gente del barrio comenzó a llamarla «la casa de los pobres». Actualmente, la casa alberga diversos comercios. Otras casas antiguas son La Casa del Monifato», ubicada sobre la calle 65 y cerca de ella, La Casa del Elefante, que a principios del siglo XIX era una bien surtida tienda. Ambas casas tienen curiosas estatuas en sus azoteas que remiten su nombre al de las esquinas. Al Sur, en la calle 50 x 73, se encontraba la Quinta Barbachano, que en esos tiempos era conocida como un sitio de recreo; la adquirió un extranjero, William Benny, para abrir la primera y única fábrica de tejidos de algodón en Mérida llamada La Constancia; fue inaugurada por la emperatriz Carlota en 1865.
En el barrio se edificaron dos estaciones de ferrocarriles a fines del siglo XIX, la Mérida-Acanceh-Sotuta que ocupaba gran parte de la manzana que formaban las calles 54, 65, 52 A y 67, y la Mérida-Valladolid que partía de los terrenos ubicados sobre la calle 65 entre 50 y 46, donde habría de erigirse en 1928 La Casa del Pueblo, y que fueron las oficinas centrales del Partido Socialista del Sureste. Desde finales del siglo XIX, comenzaron a llegar a vivir a Mérida numerosos sirio-libaneses que se establecieron mayoritariamente en la calle 50, entre San Cristóbal y La Mejorada, y llegaron a tener tanta importancia para el barrio, que en 1902 se gestionó un sacerdote católico árabe, el presbítero Jorge Chadé, para que fuera asignado a la parroquia de San Cristóbal. En una casa ubicada en la esquina de las calles 69 y 52 residió, a principios del siglo XIX, el afamado poeta burlesco Felipe Salazar Ávila «Pichorra».
En 1903, durante la administración estatal de Olegario Molina Solís, se adoquinaron las calles adyacentes a la iglesia y la plaza, se acondicionó el parque con bancas, confidentes, palmeras y trabajos de jardinería, y se inauguró el 5 de mayo de 1910. Aunque ya desde fines del siglo XIX se daban espectáculos con el cinematógrafo de fotos fijas, en una casa ubicada en la esquina que forman los paramentos norte y poniente de la plaza y que se llamaba cine Nordex, no es sino hasta 1916 que se abre un cinematógrafo, El Fraternidad, en la calle 69, núm. 418, entre 44 y 46, y que cerró en 1921. Antes, en 1920, se abrió el cine Salón Esmeralda, en el lado sur de la plaza, el cual proyectaba en sus inicios, dada la época, películas mudas; el grupo musical que armonizaba las películas, también llamado Esmeralda, pronto cobró fama en la ciudad por tocar los últimos ritmos venidos de Estados Unidos. El cine Esmeralda proyectó en sus últimos días películas para adultos y cerró definitivamente a principios de 1990. A fines de los 20, Jorge Rivas Almeida abre el cine Allende en la calle 69 casi esquina con 48, sin embargo, un ciclón le ocasionó grandes daños a principios de los 30 y ya no fue reconstruido.
En los 20, el barrio tenía la fama de contar con los mejores peleadores callejeros de la ciudad, algunos de éstos alcanzaron notoriedad al participar en las funciones de box del Circo Teatro Yucateco, con Antonio «Kink» Álvarez, Roberto «Chispas» Pereira y Ambrosio «El Toro» Vargas.
En la actualidad, el barrio sufre de un severo despoblamiento, como consecuencia de la expansión del área comercial de la ciudad que ha llegado hasta el propio corazón de San Cristóbal, sólo al sur y oriente del barrio se mantiene una regular ocupación habitacional. Las fiestas guadalupanas son las que se encargan de reanimar cada año el ambiente del barrio. A principios de los 80, el parque fue sometido a una transformación que incluyó un foro al aire libre, juegos para niños y un renovado busto del general insurgente Ignacio Allende, nombre que guarda el parque casi desde sus inicios.