San Sebastián, barrio de Barrio histórico de Mérida, localizado al suroeste de ésta, sus delimitaciones tradicionales han sido el barrio de Santiago y el de San Juan al Norte, el barrio de San Cristóbal al Oriente, la avenida Itzaes al Poniente, y los rumbos del cementerio general al Sur. San Sebastián, junto con La Mejorada y Santa Ana, pertenecen de facto a la segunda generación de barrios de Mérida. Su aparición puede explicarse por el crecimiento del núcleo urbano español que desplazó o alejó los barrios indígenas. En 1692, se habían erigido dos arcos en el costado sur de la plaza de San Juan, cuya función, según varios autores era diferenciar el núcleo español de los barrios indígenas, confirmándose así la existencia del barrio de San Sebastián en la segunda mitad del siglo XVII. Por mucho tiempo, el barrio careció de una iglesia de la categoría de la de Santiago o de Santa Ana. La que poseía era, al parecer, una ermita algo rústica y sin comodidades para los curas que iban a oficiar a ella. En la última década del siglo XVIII, Juan Esteban Quijano y otros vecinos de la ciudad, contribuyeron de su peculio para edificar una de mampostería. Esta labor se concluyó en 1796. Para 1873, el cura Irineo Muñoz la reconstruyó dándole gran parte del aspecto que hoy posee. En 1889, se le otorgó la categoría de parroquia. Crescencio Carrillo y Ancona, obispo yucateco en ese entonces, registra una leyenda con respecto de la erección de la iglesia y la publica en 1892 con el nombre de El rayo de sol. En síntesis, la leyenda refiere que el propio Juan Esteban Quijano era un filántropo acostumbrado a la caridad. Cierto día lo visitó una joven señora, menesterosa y de gran belleza, que le pidió si podía reconstruirle su ruinosa casa que tenía en San Sebastián; Juan Esteban accedió y como promesa le dio una moneda, entonces ella le dijo que la reconocería cuando fuera, por medio de un rayo de sol. Quijano fue, y al no encontrarla se dirigió a la pequeña ermita para rezar. Ahí descubrió que la imagen de la virgen iluminada por un rayo de sol se parecía mucho a la menesterosa antes mencionada y que la moneda otorgada yacía a sus pies. De este modo, Quijano, alentado por el milagro, se encargó de la reedificación del templo. Fue Carrillo y Ancona quien propuso la advocación de Nuestra Señora de La Asunción, a celebrarse en agosto; sin embargo, las fiestas de San Sebastián se venían celebrando en mayo, cosa que sucedió hasta principios del siglo XX. En la primera década del siglo XX, a iniciativa del presbítero parroquial José María Piñón, se enriqueció el interior de la iglesia modificándose las columnas, cornisas y pilastras al estilo jónico, el presbiterio fue adaptado al estilo dórico. En 1941, el cura parroquial, Anastasio Zapata, mandó erigir la torre sur, una década después se construyó el pretil del atrio. La iglesia presenta hoy un aspecto robusto y achaparrado, merced a las sucesivas modificaciones que ha sufrido. La torre sur comparte las mismas características y distingue a la iglesia de algún modo. Cuando las fiestas religiosas se celebraban en mayo, era costumbre cerrar las calles de la plaza para efectuar las corridas y abarcaban casi todo el mes. La disposición obispal de trasladar a agosto las fiestas, no hizo disminuir el entusiasmo y el bullicio. Aún hoy, la fiesta de San Sebastián se conserva bastante viva, tiene gremios religiosos muy animados y sus festividades profanas se desarrollan con éxito. Desde 1952, la iglesia está a cargo de la Congregación de Maryknoll.
El barrio ha recibido beneficios materiales desde fines del siglo XVIII, como la construcción del camino real a Campeche, el cementerio general, una estación de ferrocarril, sendos colegios públicos y mejoras a su plaza. En 1790, el gobernador Lucas de Gálvez ordenó la apertura del camino real a Campeche, que iniciaba en San Juan y cruzaba todo el barrio de San Sebastián. Este camino pasaba frente a la puerta de la ermita de Santa Isabel, que se conoció como la iglesia de Nuestra Señora del Buen Viaje. Esta ermita, dotada de una amplia plaza, se convirtió prácticamente en un sub-barrio de San Sebastián en el siglo XX. Cerca de este sitio, en el cruce de las calles 64 y 75, se forma una manzana conocida como punta de diamante, enfrente, en la casa núm. 615, hay una placa de 1888 dedicada al general Manuel Cepeda Peraza por haber hecho de «esta humilde morada la cuna de la revolución republicana de 1867. A principios del siglo XX, se conocía esta pequeña plaza como Plazuela Manuel Cepeda». En 1983, se remodeló y se le llamó Parque de la Historia, en homenaje al mayista Alfredo Barrera Vásquez.
En 1821, se abrió el cementerio general en el extremo sur del suburbio. A partir de entonces, el barrio se volvió tránsito obligado para todos los funerales. Los cortejos salían del arco de San Juan, llegaban a la ermita de Santa Isabel, luego daban vuelta para tomar la calle numerada hoy como 81 hasta alcanzar el cementerio. El 1 y 2 de noviembre, durante la celebración de los muertos, era tal la cantidad de gente que pasaba con sus flores y viandas para los difuntos, que los habitantes del barrio se ponían a la vera del camino a gozar del desfile que tenía más aspecto festivo que fúnebre. En la manzana que forman las calles 66, 68, 69 y 71 se encontraba, desde fines del siglo XIX, la estación de ferrocarriles Mérida-Campeche. Fue reubicada antes de 1920 en La Mejorada.
Antes de 1907, ya existía en el costado poniente de la plaza barrial un colegio de varones conocido como Escuela de San Sebastián. El gobierno de Olegario Molina construyó en ese sitio dos casas-escuelas municipales, una para niñas y otra para varones. Fueron inauguradas el 5 de mayo de 1907, denominándoseles María Antonia Ancona al de niñas, y Manuel Cepeda Peraza al de varones. Durante el gobierno de Salvador Alvarado, estos colegios se volvieron mixtos. En 1907 se abrió el colegio particular de niñas Pestalozzi, en una casa del cruce de las calles 66 y 73.
El parque de San Sebastián fue trazado originalmente en 1902; se reacondicionó para 1907 en virtud de la inauguración de los colegios públicos. En el extremo sur de la plaza, se comenzó a jugar beisbol en las primeras décadas del siglo XX. Desde 1960, este campo cuenta con graderíos, bardas e iluminación.
Entre los servicios que ha tenido el barrio y que consignan bastantes anécdotas e historias está un lazareto, el rastro municipal y los cines, por supuesto. Por su ubicación, San Sebastián estuvo siempre propenso a ser el primer lugar en Mérida, donde se manifestaran las epidemias. En 1853, al aparecer el cólera morbus, el barrio sufrió una fuerte baja de población. Entre noviembre de 1874 y principios de 1875, la viruela negra asoló Mérida; los dos primeros casos que la junta de sanidad reportó fueron precisamente de San Sebastián. Para entonces ya se había edificado un lazareto en el costado norte de la iglesia del barrio; ahí fueron recluidos los enfermos. Este edificio se usó como comisaría de policía y hasta como escuela. En 1905 fue remodelado por completo para ser convertido en cuartel, agrandándosele las almenas que a la fecha conserva. Actualmente está ocupado por unas oficinas públicas. El rastro municipal fue ubicado al comienzo del siglo XX, en el extremo poniente del barrio; alrededor se construyeron numerosos corrales privados como los de los españoles Rogelio Suárez y José Vinadé. Algunas personas acostumbraban practicar toreo en aquellos corrales; se cuenta que el célebre torero español Rafael Gómez «El Gallo», en su paso por Mérida, fue uno de los que se sumaron a esa diversión. En el predio núm. 551 de la calle 75, en el lado norte de la plaza, el 25 de mayo de 1900, los hermanos Vales dieron a conocer el cinematógrafo Lumiere. Para 1919, en el costado poniente de la plaza, estaba el Salón Cine Félix, propiedad de Desiderio Caamal.
Existe una anécdota sobre el origen de una célebre canción yucateca que fue referida por su autor a Francisco D. Montejo Baqueiro: en la noche del 19 de febrero de 1923, Filiberto Romero, director del Conservatorio de Música de Mérida, al término de una velada cultural ofrecida por la Liga Central del Partido Socialista, invitó a sus amigos el gobernador Felipe Carrillo Puerto y al poeta Luis Rosado Vega a cenar chocolomo en su casa de San Sebastián, ubicada en la calle 66 núm. 586 entre 73 y 75, también convidó a la periodista estadounidense Alma Reed. Abordaron luego un coche y al entrar al barrio pasaron cerca de un terreno lleno de flores que la lluvia de la tarde había hecho más olorosas, entonces Reed exclamó: —que bien huele— Rosado Vega le agregó: —son las flores que a tu paso te acarician—. Impresionado, Carrillo Puerto le dijo a Rosado Vega: —eso se lo va a decir en un verso y aún más, que se haga canción—. Al día siguiente, Rosado Vega le entregaba al trovador y arreglista Ricardo Palmerín los versos de la que habría de ser una de las canciones más famosas y representativas de Yucatán: Peregrina.
Uno de los sitios más emblemáticos del barrio es La Flor de Mayo. Fue abierto en 1906 como una tienda de abarrotes por José de los Santos Mendoza y estaba ubicada en ángulo suroeste del cruce de las calles 75 y 68. Debido a su fallecimiento en 1911, la tienda cerró y su viuda, María de la Cruz Basto, tuvo que dedicarse a la venta de panuchos para poder sostenerse. Primero lo hizo a la puerta de un cine, luego en las fiestas de los barrios, y por último reabrió La Flor de Mayo en 1914 para la venta de sus productos. Conocida por la calidad culinaria de sus panuchos, doña Cruz, como le llamaban, rápidamente alcanzó gran popularidad y comenzó a llegar gente de todos los rumbos de Mérida para cenar en su fonda. El general Salvador Alvarado frecuentaba el sitio y gustaba de platicar con doña Cruz, quien vestía siempre de huipil. Gran parte de los gobernadores yucatecos visitaron también la fonda, desde Felipe Carrillo Puerto hasta Agustín Franco Aguilar. Llegó además Arturo de Córdoba, cuando aún era locutor de radio, acompañado de su amigo Manuel Bolio. Doña Cruz falleció el 17 de julio de 1965, a los 92 años. Continuaron con el negocio su hija María de la Luz y su antigua ayudante, Catalina Pérez Collí.
En la actualidad, San Sebastián es el único suburbio antiguo de Mérida que, como se puede afirmar, está todavía vivo, no padece tan gravemente del despoblamiento que sufren los otros barrios; conserva sus características populares y sus fiestas se continúan celebrando. La población del barrio tampoco padece de envejecimiento; por el contrario, han aparecido varios fraccionamientos habitacionales pequeños, conocidos como privadas, además de que la mayoría de la gente joven opta aún por quedarse a vivir en el barrio.