Lengua maya

Lengua maya  La razón de ser de los misioneros fue la conquista espiritual de los pueblos avasallados por la fuerza de las armas hispanas. Ésta, sin embargo, no podía lograrse sin la comprensión del idioma indígena que todo fraile debía estudiar y aprender antes de dedicarse a su ministerio. En 1541 llegaron a Campeche, provenientes de Guatemala y de la Ciudad de México, fray Luis de Villalpando, fray Juan de Albalate, fray Ángel Maldonado, fray Lorenzo de Bienvenida, fray Melchor de Benavente y fray Juan Herrera. Cogolludo dice: «El padre comisario (fray Luis de Villalpando) puso sumo cuidado en aprender de memoria muchas voces y su significado, consideró las variaciones de los nombres y verbos; halló a éstos su forma de conjugación… y aquellas sus declinaciones, con que en brevísimo tiempo redujo el idioma de estos indios a reglas ciertísimas y ordenó arte para aprenderle, hablando con gran propiedad y facilitando su inteligencia con él a los otros compañeros a quien se le enseñó y halló apto para predicar el mismo a los indios, traduciéndoles en su idioma las oraciones cristianas». Con esta descripción de Cogolludo, destacan las dos características de las obras en lenguas indígenas producidas durante la Colonia. La primera, destinada al aprendizaje de la lengua por los frailes predicadores y la segunda para la enseñanza a los indígenas.

Mientras Villalpando se dedicaba a su tarea, los demás frailes también aprendían la lengua maya para predicar. «Fray Juan de Herrera… era muy hábil, sabía escribir, cantar canto llano y órgano, y aprendiendo la lengua se ocupaba de enseñar la doctrina cristiana a los indios y en especial a los niños. Para poder mejor lograr su deseo en estos ejercicios, puso forma de escuela donde acudían todos los muchachos, dándoles sus padres con mucho gusto y voluntad, aprendían las oraciones y a muchos enseñó a leer, escribir y cantar; habilidades que tanto más estimaban los indios ver medrados a sus hijos con ellas, cuanto antes las ignoraban pues sólo los de los señores sabían de sus caracteres que servían de escritura». El aprendizaje de la escritura por los niños mayas, tuvo resultados no previstos por los frailes. En efecto, este nuevo instrumento les permitiría conservar por mucho tiempo, una parte importante de sus tradiciones prehispánicas que en la actualidad, constituyen una fuente de inagotable información sobre la cultura y la historia antigua de este pueblo; las conocemos con el nombre de Libros del Chilam Balam o Chilames. Se puede insinuar que el pronto abandono y olvido del antiguo sistema de escritura puede en parte atribuirse a su sustitución por el nuevo sistema gráfico. Cuando se fundó la ciudad de Mérida, Villalpando y Herrera se trasladaron ahí y con el consentimiento de Montejo, empezaron la edificación del convento de San Francisco. Villalpando, para cumplir con su misión, dejó escritas varias obras en lengua maya, de las que se citan un Arte del idioma yucateco, una Doctrina cristiana en idioma yucateco y un Vocabulario de la lengua maya. Algunos autores como Berendt creen que su vocabulario fue impreso en 1571, pero no se conocen ejemplares. Persiste la duda en saber si estas obras, antes de perderse, fueron impresas o no, ya que las opiniones son contradictorias.

Fray Diego de Landa, alumno de Villalpando, prosiguió con el estudio de la lengua maya que llegó a hablar con mucha naturalidad y según Cogolludo “por causa de haber compuesto su maestro el padre Villalpando el arte, sin reglas de dirección precedentes, pareció haber en él algunas no necesarias. Quitólas el padre Landa y aumentó otras, que lo parecían, de suerte que en ninguna se ha hallado defecto”. Poco después, llegaban a Yucatán por el puerto de Dzilam, nueve misioneros con los que Landa estableció la primera cátedra de la lengua maya en el monasterio de San Antonio de Izamal. Se atribuyen a Landa dos manuscritos en lengua maya: Arte perfeccionado de la lengua maya y una Doctrina en lengua maya, atribuida a él por Sánchez de Aguilar. Fray Alonso de Solana fue uno de los más fecundos escritores del siglo XVI, sin que ninguna de sus obras haya llegado con certeza a nosotros. Fue guardián del convento de Tixkokob y dejó, manuscritos, un Vocabulario muy copioso en lengua española e maya de Yucatán, del que una copia del siglo XVII se encuentra en la Hispanic Society of America en Nueva York, Sermones de dominicas y Santos en lengua maya y Sermones varios. Solana dejó también otros manuscritos de carácter histórico como Noticias sagradas y profanas de las antigüedades y conversión de los indios de Yucatán, que posiblemente sea el mismo que el conocido con el nombre de Apuntaciones sobre las antigüedades mayas o yucatecas. También se le atribuyen Estudios históricos sobre los indios y Apuntamientos históricos y sagrados de la promulgación del evangelio en Yucatán (según Alcedo) y que bien puede ser uno de los anteriores. Cogolludo dice que el Padre Lizana sacó su información de los manuscritos de Solana.

Fray Francisco de Torralba llegó a Yucatán, en 1573, donde murió en 1624. Como todos, aprendió la lengua maya. Dejó manuscritos, según Cogolludo, unos Sermonarios que Carrillo y Ancona llama Colección de sermones en el idioma yucateco para todo el año; Francisco Pimental, Sermones doctrinales, sin indicarnos la fuente, y Tozzer, Sermones de dominicas y santos para predicar a los indios todos los días, en la lengua maya yucateca, muy clara y elegante, según Pinelo y N. Antonio. Pedro Sánchez de Aguilar fue el primer estudioso de la lengua maya nacido en Yucatán. Además de su famoso Informe contra indolorum cultores…, publicado en Madrid en 1639, dejó manuscritos un Catecismo de doctrina en idioma yucateco y una Memoria de los primeros conquistadores, ambos perdidos. Fray Antonio de Ciudad Real fue el más importante lingüista del siglo XVI y posiblemente el más fecundo de todos aquéllos que se abocaron al estudio de esta lengua. Escribió un diccionario maya-español y otro español-maya y, según Cogolludo, Sermones de santos y de todo el año, con la mayor elegancia que puede en esta lengua desearse. Su obra más conocida, sin embargo, es la que llamó Calepino de la lengua maya o yucateca, en la que tardó años trabajando. Según todos los autores, incluyendo Carrillo y Ancona y Tozzer, todos han desaparecido, sin embargo, resulta posible que el llamado Calepino haya sobrevivido. Cogolludo lo describe así: “Contiene en limpio seis volúmenes de a doscientos pliegos de escritura cada uno”. Este dato lo tomó Cogolludo “a ciegas” de la obra de Lizana publicada en 1633 y plagada de erratas que desde entonces, todos los historiadores repiten. Lizana, en las páginas 99 y 99v., de la edición de 1893, dice textualmente: «hizo Calepino tan grande que son seis volúmenes de a doscientos pliegos cada uno, los dos de su letra sacados en limpio…». Resulta, como señala René Acuña, que el «seis» bien pudo ser una errata por «sus volúmenes» y que por lo tanto eran dos volúmenes los que componían el Calepino y que por razones que señala el propio Acuña y antes Martínez Hernández, bien pueden ser los dos volúmenes conocidos como Diccionario de Motul, conservados en la John Carter Brown Library que Martínez Hernández publicó en 1929 con tantas erratas y omisiones. Sin embargo, Barrera Vásquez, en la introducción al Diccionario Maya Cordemex, aporta argumentos opuestos a la tesis de Acuña. Éstos los encuentra en el Arte, de Pedro Beltrán de Santa Rosa, quien al discutir algunos vocablos usados en el lenguaje teológico, se refiere en múltiples ocasiones al Calepino de esta lengua dando número de folio en que podría hallarse el vocablo que discute, pero no coinciden sus datos con el Diccionario de Motul. En 1984, René Acuña reeditó este Calepino a partir de las fotos tomadas del original por W. Gates y que resultan sumamente difíciles de leer. Una edición adecuada de este Calepino queda por hacer, cotejándo los originales con la versión hecha por el doctor Berendt el siglo pasado.

Fray Julián de Cuartas llegó a Yucatán alrededor de 1572 y murió en 1610. Cogolludo refiere: “supo la lengua de los indios con mucha perfección y abrevió el Arte por donde se enseña para facilitar la inteligencia de sus reglas”. Es de suponer que el Arte, al que se refiere Cogolludo, es el de Villalpando perfeccionado por Landa. No se sabe, aunque es poco probable, que haya sido impreso. Este fue el último escritor en lengua maya que citaremos para el siglo XVI. La referencia a un tal Juan Cruz, supuesto autor de una Doctrina, parece ser un error. Entre los documentos de esta época, podemos citar en la Colección Berendt, un Borrador de un Sermón en lengua maya, escrito por el autor del Diccionario de Motul. Existen referencias a un Diccionario o vocabulario de la lengua maya, escrito por Gaspar Antonio Xiu; sin embargo, Juan Martínez niega que este autor haya escrito un diccionario. Cogolludo hace referencia a un Vocabulario Grande Yucatano, que según Carrillo y Ancona «no habiéndose nunca llegado a imprimir, parece que se ha perdido para siempre. Conservábase todavía a mediados del siglo diez y siete, época en que Fr. Diego López de Cogolludo se hallaba en la Península, pues le vio y aun le sirvió para componer su historia…». Este diccionario habría sido redactado por un indígena maya versado en la lengua castellana.

Otro anónimo importante es aquél descubierto por Eulalia Guzmán en la Biblioteca de Viena, conocido con los nombres de Vocabulario de Viena o Vocabulario de Mayathan al que se le atribuye la fecha aproximada de 1690. Tozzer supone que es copia de un manuscrito más antiguo que Barrera Vásquez atribuye a Solana o a Vidales. Dorothy Andrews Heath de Zapata, en la introducción que escribió del Vocabulario, aporta argumentos en favor de su atribución a fray Francisco de la Torre, quien llegó a Yucatán en 1553 y murió en 1572. Según ella, pudo incluir mucho de la obra de Landa. Fue editado en facsímil en 1972 en Austria. Fray Carlos de Mena encabeza nuestra lista de los escritores del siglo XVII. Nació en Valladolid, Yucatán, y murió en 1633, siendo guardián del convento de Mocochá. Según Cogolludo, «escribió muchos otros sermones y otras materias en el idioma de estos indios, con elocuencia estimada de todos los ministros que han sucedido y se aprovechan de ellos». En la misma época, fray Juan de Acevedo, quien llegó a Yucatán en 1592 y murió en 1624, según Cogolludo escribió «un arte de la lengua más breve que el que había para ayudar a los nuevos ministros y escribió muchas cosas así del idioma como morales…». Tanto su Arte como su Miscelánea maya (Instrucciones catequísticas y morales para indios, según Pinelo), permanecen extraviados. Uno de los escritores más importantes de este siglo fue fray Juan Coronel, quien llegó a Yucatán a fines del siglo XVI y aprendió la lengua maya con gran perfección, enseñándola después a otros frailes entre los que pueden citarse a Diego López de Cogolludo. Según éste, escribió en esta lengua Arte de la lengua maya, Catecismo de doctrina cristiana, Pláticas espirituales y Confesionario o instrucción para los nuevos ministros. Sólo se conocen de este autor tres obras impresas todas el año de 1620 en México y son: Arte en lengua maya recopilado y enmendado, Doctrina cristiana en lengua maya y Discursos predicables…. Su Arte es, por lo tanto, el más antiguo impreso que se conoce, aunque posiblemente haya sido impreso antes el de Villalpando, del que ningún ejemplar ha llegado hasta nosotros. Además se conoce un segundo catecismo manuscrito mayor que el impreso, que cita Antonio en su Biblioteca Franciscana. Su Confesionario, así como su Vocabulario Maya, permanecen extraviados. Murió en Mérida en enero de 1651. Se ha conservado la Noticia de fray Luis Vidales, autor de una Sintaxis de la lengua maya y de dos vocabularios: español-maya el uno y maya-español el otro, ambos perdidos. Es autor también de un Florilegio medicinal propio de la provincia de Yucatán, también perdido. Beristain dice que lo escribió entre 1644 y 1648.

Personaje extraordinario debió ser fray Bernardino de Valladolid quien llegó a Yucatán alrededor de 1634. Cogolludo refiere que se celebró en Mérida, por 1641 o 1642, un evento o «Actos literarios que acostumbra nuestra religión» en donde los participantes presentaban sus alocuciones y leían sus ponencias todo, en lengua maya. Fray Bernardino fungió como secretario del Acto y fue encargado de redactar «unas conclusiones de las materias de todos los sacramentos en columnas latinas y por correspondencia, lo mismo en otras en el idioma de los indios… Oró en aquel idioma el actuante al principio de ellas con gran elocuencia pero aún más admiró la perfecta pronunciación en que solemos faltar (los españoles). Demás de las materias, asentó por titular que toda la Sagrada Escritura se podía declarar a la letra en la lengua de estos naturales». Escribió un voluminoso Diccionario de la lengua maya y escribió en esta lengua una traducción y adaptación a Yucatán de la obra de Dioscórides (texto de botánica y de preparación de remedios) que según Cogolludo «iba haciendo un tomo como el está pintándolos, ponía su nombre latino, castellano y el que correspondía en esta lengua de los indios y luego en ella lo que de ellos dice Dioscórides…». Ninguno de sus escritos llegó hasta nosotros. Murió en 1652. Fray Gabriel de San Buenaventura, de «nación francés», llegó a ser guardián del convento principal de su Orden en Mérida. Su Arte de Lengua Maya fue publicada en 1684. Escribió también un voluminoso Diccionario hispano-maya y maya-hispano, médico y botánico regional, de 1 000 páginas contenidas en tres volúmenes y que se conservaba en la Biblioteca del Convento de San Francisco de Mérida. Permanece extraviado.

San Buenaventura murió en La Habana. Cogolludo cita también a «El R.P. Fr. Antonio del Rincón que… fue predicador de españoles y muy gran lengua de los naturales en la cual escribió algunos sermones que han aprovechado a otros ministros». Su obra permanece extraviada. De esta época, dos diccionarios mayas anónimos llegaron hasta nosotros. El primero es conocido con el nombre de Diccionario de San Francisco. El original desapareció, pero una copia hecha por Juan Pío Pérez que fue fotografiada más tarde, permitió su reproducción en 1976, en Austria. Se compone de un vocabulario maya-español y otro español-maya.

Otro diccionario, llamado originalmente Vocabulario de la lengua maya…, hallado en Ticul y que fue redactado por varios autores, fue publicado en 1898 con el nombre de Coordinación alfabética de las voces del idioma maya… El original, acompañado de un corto tratado gramatical, se ha perdido. Pío Pérez, al copiarlos, le hizo varios arreglos. Llevaba la fecha de 1690. El primer autor del siglo XVIII que citaremos es Andrés de Avendaño y Loyola. Carrillo y Ancona lo considera entre los del siglo XVII, pero su llegada tardía a esta provincia no le permitió aprender la lengua y escribir sus libros más que entrado el siglo XVIII. Sólo uno de sus manuscritos llegó hasta nosotros, su Relación de las dos entradas que hice a Petén Itzá, fechado en 1696, reproducido por Gates y publicado por Means en 1917. Los demás, Arte para aprender la lengua de Yucatán, Diccionario de la lengua de Yucatán, Diccionario abreviado de los adverbos de tiempo y lugar de la lengua de Yucatán, Diccionario botánico y médico conforme a los usos y costumbres de los indios de Yucatán, Explicación de varios vaticinios de los antiguos indios de Yucatán y Diccionario de nombres de personas, ídolos, danzas y otras antigüedades de los indios de Yucatán, denotan que Avendaño no sólo conocía bien la lengua maya, sino también sus usos y costumbres. Es de lamentar que todos hayan desaparecido.

El más conocido de los estudiosos de la lengua maya es Pedro Beltrán de Santa Rosa, nativo de Yucatán, por que su Arte, impreso, ha llegado hasta nosotros y ha sido reeditado. Escribió una Declaración de la doctrina cristiana en el idioma yucateco, impresa en México en 1740, reeditada en 1757, luego en 1816 en Mérida con el Acta de constricción en verso y en 1860, 1866, 1895 y 1912, una Novena de Cristo crucificado con otras oraciones en lengua maya, impresa en México en 1740, y su famoso Arte de el idioma maya reducido a sucintas reglas y semilexicón yucateco, México 1746, reeditado por Espinosa en Mérida, en 1859. Este mismo impresor tenía preparada otra edición con un prefacio y notas. Esta gramática es considerada por algunos como la mejor de todas las escritas durante la Colonia, mientras que otros se inclinan en favor de las de San Buenaventura. Algunos de sus vocabularios han sido incluidos por Pío Pérez en su Coordinación alfabética. El último autor del siglo XVIII que citaremos es Francisco E. Domínguez y Argaiz quien escribió Pláticas de los principales misterios de nuestra Santa Fe…, publicado en México, en 1758. El autor era renombrado por hablar la lengua maya con perfección. Entre los anónimos del siglo XVIII, citaremos una hoja suelta de un Diccionario en posesión de Gates, una Doctrina en lengua maya, también propiedad de Gates y dos colecciones de Sermones, una perteneciente a Gates y otra reproducida en la Colección Berendt. Un largo silencio separa las últimas obras producidas durante el siglo XVIII y las primeras del siglo XIX. A partir de la introducción de la imprenta en Yucatán, en 1813, algunos impresos empiezan a producirse en la Península. El más antiguo conocido, de 1814, es un decreto de Artazo y Torredemer. Dos años después, se reimprime la Doctrina, de Beltrán. Sin embargo, el primer escritor yucateco en lengua maya es José Joaquín Francisco Carrillo de Ruz, conocido como fray Joaquín Ruz. En 1822 publica su primera obra, Catecismo histórico o compendio de la istoria (sic) sagrada y de la Doctrina Cristiana…. Su estilo ha sido criticado; sin embargo, el valor lingüístico de sus textos resulta muy importante. Publicó también El devoto instruido en el santo sacrificio de la misa…, 1835; Grámatica yucateca, 1844; Cartilla o silabario de lengua maya, 1845; Manual Romano Toledano, 1846; Colección de sermones…, en cuatro volúmenes, 1846-1850; Catecismo…, 1847; Explicación de una parte de la doctrina cristiana… 1847, Vía sacra…, 1849, y Análisis del idioma yucateco al castellano, 1851. Ruz dejó numerosos manuscritos que no han sido encontrados hasta ahora. Algunas de sus obras fueron reeditadas en Francia y en Inglaterra, ninguna en México.

Muchos otros eruditos yucatecos se han interesado por la lengua maya, tanto religiosos interesados en las necesidades del culto, como civiles atentos a la lengua y cultura maya. Personas como Estanislao Carrillo, Justo Sierra O. y otros, participaron activamente en rescatar, preservar y difundir el interés por esta antigua cultura. El que probablemente fue el más activo es Juan Pío Pérez. Entre sus obras de mayor importancia, debemos citar el llamado Códice Pérez, que agrupa varios textos antiguos de índole histórico, calendárico, de profecías y otros temas que han sido publicados en Mérida, en 1949; aunque varios fragmentos de esta obra magistral habían sido dados a la prensa con anterioridad. Su Cronología antigua yucateca, publicada en el Registro Yucateco, ha sido agregada a la edición del Códice Pérez. Se ha traducido al inglés, francés y alemán. Junto con el anterior, entregó otro escrito a Stephens, llamado Principales épocas de la historia antigua de Yucatán, publicados ambos en la obra de este célebre viajero. De sus numerosos manuscritos, citemos Recetario de indios en lengua maya. Índices de plantas medicinales y de enfermedades coordinados, sus copias y traducciones de Chilames, sus Apuntes para una gramática maya y sus numerosos borradores y apuntes de vocabularios conservados en The New York Historical Society y en la Berendt Linguistic Collection. Sin embargo, su obra más famosa sigue siendo su Diccionario de la Lengua Maya, que muy cerca estuvo de perderse y que se imprimió en Mérida, 1866-1877, en la que Pío Pérez trata de reunir el contenido de las obras antiguas y actualizarlas. Entre los lingüistas que dejaron escritos durante el siglo XIX, citemos también a José Canuto Vela, famoso por su Pastoral del ilustrísimo señor obispo dirigida a los indígenas de esta Diócesis, publicada en Mérida, en 1848. También José Pilar Vales tradujo una carta pastoral del obispo de la Gala a los diocesanos indígenas, impresa en Mérida, en 1870. José Antonio Acosta publicó en 1851 Oraciones devotas…, y dejó varios Sermones manuscritos que desaparecieron. Otros autores, como Francisco Carvajal, J. V. Solís y Rosales, L. Manzano, F. Rejón, J.J. Villanueva, Secundino Baeza, Leocadio Andrade, Nolasco de los Reyes y otros, dejaron manuscritos y pequeños impresos. El obispo Carrillo y Ancona contribuyó mucho al conocimiento de la historia y cultura mayas y publicó varios estudios etimológicos y filológicos. Poseyó una magnífica biblioteca con numerosos manuscritos antiguos en lengua maya, que por desgracia, se desintegró. Al finalizar el siglo, M. Zavala publicó una pequeña Gramática Maya, en 1896, y dos años después, con A. Medina, un Vocabulario Español-Maya. Para uso religioso, se publicaron o reeditaron durante el siglo XIX varios manuales y pequeños catecismos y se escribieron un gran número de pequeñas obra de menor importancia que en su mayoría quedaron inéditas.

En Belice, administrado por los ingleses, tres pastores protestantes destacaron por su participación en la impresión de textos mayas. J. Kingdon publicó, con una traducción del español al inglés, la gramática de Joaquín Ruz y fragmentos de evangelios tomándolos probablemente de textos yucatecos. Posiblemente dejó el manuscrito de un diccionario. A. Henderson dejó un diccionario del hablar de la región de Bacalar conservado en el Bureau of Ethnology, en Washington, y publicó un Evangelio según San Lucas, traducido por J. Ruz. Dejó otros manuscritos. R. Fletcher publicó varios textos entre 1865 y 1900, ninguno relativo a la gramática o vocabularios. Entre los extranjeros que destacaron por su interés por la lengua maya durante el siglo XIX, debemos citar a Brasseur de Bourbourg y a C. H. Berendt. El primero publicó, entre otras cosas, como parte de su Manuscrito Troano, un vocabulario general, maya-francés y español en 1870 y un Dictiomaire, grammaire et Chrestomathie de la langue maya…, en 1872. Berendt dejó muchas obras entre las cuales figuran sus Notas gramaticales…, de 1864; sus Canciones en lengua maya de 1868; sus Misceláneas en lengua maya y otros trabajos. Casi todos, sin embargo, consisten en copias de documentos más antiguos. Lo mismo hicieron W. Gates, D. G. Brinton y Charencey.

El siglo XX se inició con la publicación en 1901 de Los Mayas, por E. Palma y Palma, sigue Etimologías Mayas, de Manuel Rejón García y el pequeño manual de L. C. Romero Fuentes, La Lengua Maya al alcance de todos. En 1914, D. López Otero publica su Gramática Maya. En 1912, S. Pacheco Cruz inició sus publicaciones con el Compendio del Idioma Yucateco, que alcanza siete ediciones, traduce al maya textos como el Decreto expedido a favor de los jornaleros del campo…, 1914, y del Artículo 123 constitucional, 1937, así como su Léxico de la fauna yucateca, 1919, reeditado con modificaciones en 1939, Estudio etnográfico de los mayas del ex territorio de Quintana Roo, 1934, así como numerosas obras más pequeñas en que la lengua maya hablada es utilizada en su forma popular. Destaca su Diccionario Maya. Juan Martínez Hernández publica trabajos sobre los textos mayas coloniales y edita el Diccionario de Motul en 1930. A. M. Tozzer publica su primer trabajo sobre Yucatán en 1901, Modern Maya Texts with Spanish translation and grammatical notes…, al que siguieron numerosos más, en particular A Maya Grammar, en 1921. R. R. Roys publica en 1931, The Ethnobotany of the Maya; en 1933 The Books of Chilam Balam of Chumayel, y en 1939, The Titles of Ebtun. El interés por el aprendizaje de la lengua maya es evidente. Se editan métodos y cartillas como los de A. Mediz Bolio, quien publicó también su versión del Chilam Balam de Chumayel. L. Pérez Arceo es autor del Cuaderno que enseña la lengua maya. Revistas como Yikal Maya Than publican numerosos artículos en esta lengua, práctica que prosigue hasta nuestros días en periódicos como el Diario de Yucatán y el Diario del Sureste. Innumerables son los textos y los autores dedicados a conservar viva esta lengua y a estudiar su riqueza. Entre los estudios formales debemos mencionar a M. Swadesh, M. Cristina Álvarez y J. R. Bastarrachea, autores del Diccionario de Elementos del Maya Yucateco Colonial, UNAM, México, 1970; Ermilo Solís Alcalá, autor del Diccionario español-maya, publicado en 1949; a Cristina Álvarez, autora del Diccionario etnolingüístico del idioma maya yucateco colonial, en dos tomos publicados por la UNAM, 1980-1984, y al erudito A. Barrera Vásquez, quien termina una larga serie de publicaciones coordinando el Diccionario Maya Cordemex, en colaboración con Juan Ramón Bastarrachea Manzano, Willian Brito Sansores, Refugio Vermont Salas y Domingo Dzul Poot. La Academia de la Lengua Maya tiene lista para su publicación un diccionario del maya popular; por la televisión se transmiten cursos de lengua maya, y existe también un noticiero semanal en su idioma. Todos estos esfuerzos vienen a demostrar que la lengua maya sigue viva y seguirá atrayendo por muchos años más el interés, tanto del público como de los lingüistas especializados en la misma.