Lafitte, Juan y Pedro

Lafitte, Juan y Pedro  Es indudable que el famoso pirata Jean Lafitte estuvo en la región del Caribe. Cozumel estaba desierto y los pocos pobladores de la costa, pescadores en su mayoría, vivían en los puertecitos como Dzilam, Yalahau e Isla Mujeres que, por su cercanía a la costa, eran preferidos a Cozumel. El viajero John L. Stephens visitó estos rumbos en 1841 y aporta una vasta información sobre esta región: «No hace muchos años que las costas de la isla de Cuba y del vecino continente estaban infestadas de pandillas de desesperados, enemigos comunes del género humano y condenados a la horca y a ser fusilados sin forma de juicio en dondequiera que fuesen cogidos. Frescos están en la memoria de muchos, cuentos horribles de piratería y asesinatos, que hielan la sangre de pavor. Todavía repite el marinero esos cuentos o los escucha con terror; y en aquellos tiempos de rapiña y de sangre este puerto (Yalahau) era famoso como lugar de reunión de esos salteadores marítimos». Desde él se obtiene una vista de muchas leguas y de todos los buques que pasan entre Cuba y tierra firme: «un prolongado bajo se extiende hasta muchas millas de la costa, de esa manera si se presentaba un buque de fuerza superior con la cual no podían medirse, lanzábanse los piratas en las sinuosidades de la costa y si hasta allí eran perseguidos, ocultábanse en el interior. Las presas que se hacían y se traían a las playas consumíanse en el fuego y en estrepitosas orgías: los doblones, según nos dijo uno de los habitantes, abundaban tanto como los medios (reales) hoy en día. La prodigalidad de los piratas atrajo a ese sitio a muchas gentes, que aprovechándose de aquellas mal adquiridas ganancias, vinieron a identificarse con ellos prevaleciendo allí las leyes piráticas”. En efecto, al ser ocupadas oficialmente las islas del Caribe por las potencias europeas en el siglo XVIII, éstas tuvieron que desalojar a los piratas e imponer la obediencia de las leyes.

El siglo XVIII significó un alivio para la navegación y los puertos, pero la formación de los Estados Unidos de América vino a modificar la geografía política de la región y abrió nuevas oportunidades a los piratas. La venta y concesiones de tierras a esta nación no fueron seguidas de una inmediata implantación de la administración y de las leyes. Las poblaciones heterogéneas de estas regiones requirieron de cierto tiempo para adaptarse a una nueva nacionalidad y encontrar el lugar que les correspondía en las nuevas sociedades. Las antiguas costumbres de los piratas, aunque controladas en sus aspectos más aparentes, seguían vigentes a escala artesanal, disimuladas por otras actividades y diluidas en el contexto social; la piratería formaba parte de la economía de muchas regiones a expensas de la misma víctima: España, Jamaica y La Tortuga ya no eran los centros activos y los puntos de reunión. El surgimiento de la Insurgencia dio nuevas oportunidades al corso al amparo de México, Colombia y Argentina, entre otros. Las islas desiertas de la desembocadura del Mississippi eran un lugar ideal para estas empresas, ya que el producto de los asaltos a los buques españoles podía ser vendido en los nuevos centros de consumo como lo era Nueva Orleáns. Asimismo, la bahía de Galveston, en Texas, fue refugio de estos asaltantes y contrabandistas y la costa del Caribe, entre Yalahau e Isla Mujeres, presentaba muchas ventajas para estas actividades que a su vez proporcionaban oportunidades a los pobladores de las costas, quienes, como los antiguos bucaneros, aportaban provisiones y distribuían parte del botín en las poblaciones más cercanas del interior.

El pirata encontraba su mejor aliado entre los pobladores de las costas donde practicaban sus actividades ilícitas. Stephens prosigue: «Todos hablaban con bondad y sentimiento de los jefes de los piratas y principalmente de un capitán don Juan, intrépido y generoso compañero de armas, cuya muerte había sido una gran pérdida pública. Nombrábanse individuos que vivían aún en aquel puerto y a la cuenta los principales vecinos del lugar habían sido notoriamente piratas…». Mientras tanto, del otro lado del Golfo de México, muchedumbres de piratas estaban a la espera. «Oportunidad brillante se les presentó con las noticias que llegaban a la Louisiana de los movimientos insurgentes en México contra el dominio español. Quisieron colaborar con el valiente Morelos, pero no podían desarrollar actividades cerca de Nueva Orleáns contra las embarcaciones españolas. Las autoridades de su patria adoptiva llevaban buenas relaciones con el rey de España. (Los Lafitte) abandonaron la ciudad y se dirigieron a la capital de Haití… Haití cerró sus puertas a los corsarios. No quiso admitirlos. Eran demasiado conocidas sus depredaciones para que se les autorizara desembarcar. Ya en este caso pusieron la vista hacia Texas. Retornaron a Nueva Orleáns a prepararse. Escogieron como base de sus actividades futuras la isla que sirve de asiento al puerto de Galveston. Secundados por todos los piratas y contrabandistas de la Barataria armaron algunos buques y se dieron a la vela para Galveston. El lugar estaba desierto. Pudieron desembarcar en sitio apartado y construir allí una población a la que dieron nombre de Campeche, porque tenían presente el recuerdo de la muy noble, muy leal y muy heroica ciudad española de Campeche, en la Península de Yucatán, en donde habían obtenido tantos éxitos y también recibido no menos fracasos cuando manejaban las actividades de la Barataria». «El nuevo Campeche prosperó rápidamente hasta superar las condiciones anteriores de la Barataria. El cenit de la factoría corsaria de ese lugar llegó en el verano de 1818. Los contrabandos para Nueva Orleáns tuvieron un auge asombroso. Las bodegas de Campeche estaban siempre atestadas de mercancías. Los asaltos a los buques españoles a lo largo de todo el litoral del Golfo de México se sucedían uno tras otro. Las costas de la Península de Yucatán sufrían constantemente las depredaciones audaces de los Lafitte. Dominique You superó sus hazañas anteriores». «El gobierno de los Estados Unidos no podía tolerar que a sus puertas prosperara tamaña negociación corsaria que tanto perjudicaba a la nación con sus frecuentes contrabandos. Ordenó la extinción. Los buques de guerra de la marina americana se dirigieron a Galveston para cumplir órdenes. Jean Lafitte lo supo y oportunamente abandonó la isla, no sin antes quemar la población de Campeche que allí había fundado. Esto sucedió en los primeros meses de 1820». «Hasta aquí es donde hasta hoy la historia sabe de los Lafitte. No se sabe con certeza qué fue de ellos después de abandonar el Campeche que fundaron.»

Cuando 20 años después Stephens recorrió la costa del Caribe mexicano fletando el barco de Vicente Albino, todavía perduraba vivo el recuerdo de este último gran pirata: «a las once de la mañana llegamos a Isla Mujeres, muy conocida en aquella región como la guarida del pirata Lafitte. Monsieur Lafitte, como le llamaba el patrón, ostentó en aquella parte un carácter muy bueno; y fue siempre benevolente para con los pobres pescadores a quienes pagaba muy bien cuanto les tomaba. A corta distancia de la punta se halla una bahía en donde tenía la costumbre de guarecerse su escuadrilla; la boca era estrecha y protegida de unos lechos de rocas en que, según daba testimonio el patrón, Lafitte colocaba sus baterías de resguardo constantemente». Monsieur Lafitte, como le decían, dejó un recuerdo romántico: era una época que muchos anhelaban, el fin de una era misteriosa donde entre los destellos rojos del fuego, de sangre y de vino, quedaba el brillo del oro, de la plata y de las joyas, que en los sueños de los pobres pescadores era la puerta de salida de la miseria. Todos los hombres sueñan con los supuestos tesoros y Lafitte les dejó un sueño que cada uno imagina a su manera. «Los pescadores… seguramente daban preferencia a la piratería como negocio más lucrativo y que proporcionaba ganar más onzas que no el de estar apilando carapachos de tortuga… y el pobre prisionero (el anfitrión de Isla Mujeres que había sido ‘prisionero’ de Lafitte) como le llamaba el patrón, decía que todas estas cosas eran pasadas y que era mejor no hablar de ellas. Esto no impidió que dijese unas pocas palabras en honor de Monsieur Lafitte: no sabía si era verdad lo que la gente decía, pero jamás había hecho mal a los pobres pescadores y poco a poco llegó a decirnos que Lafitte murió en sus brazos y que su viuda, que era una señora natural de Móbila, vivía a la sazón en grandes escaseces en Dzilam…». Unos 15 días después de haberse proclamado la Independencia Nacional en Mérida, se presentó ante las autoridades un campechano llamado José Miguel Rodríguez quejándose de un inglés llamado George Schumph. Careciendo de pasaporte, éste fue detenido y empezó la averiguación. George Schumph era canadiense, tenía 28 años, fue capitán de la República de Colombia (corsario), posteriormente comerciante y, habiendo oído decir que México había obtenido su Independencia, venía a Mérida para saber que artículos requería el comercio de la ciudad, porque Lafitte tenía un cargamento de aguardiente y aceite en la Isla del Carmen. En inglés relató que Lafitte había tenido un encuentro con Molas y que a consecuencia de las heridas que recibió, murió en Dzilam. El alcalde solicitó le fueran entregados por el comandante de las armas de la provincia, coronel Benito Aznar y Peón, los informes de las acciones ocurridas en Isla Mujeres rubricados por Miguel Molas, comandante de las tropas del Oriente.

Rubio Mañé encontró el expediente de este asunto en los archivos protocolares de Yucatán y dio un resumen de los mismos que a continuación reproducimos: «En la primera (comunicación) hacía saber a su superior que estando en Nueva-Málaga, población recientemente fundada en la indígena de Yalahau, en el Cabo Catoche, le habían llegado informes de que unos piratas se reunían en el cercano rancho de Cancum, donde esperaban tener más gente y asaltar la nueva población para saquearla. Que tan pronto tuvo tales noticias salió con 12 hombres bien armados y a las 10 de la noche del 30 de octubre de 1821 llegaron a un rancho de pescadores. Cuando menos lo esperaban y en el silencio de aquella noche, gente armada salió a su encuentro, disparando violento fuego sobre ellos. Que un trabucazo lo alcanzó, a pesar de haber segado el cuerpo, entrándole cuatro balas en la espalda y brazo izquierdo. Que así herido hizo fuego con su trabuco y alentó a su gente para acometer al enemigo. Al fin se ganó la acción, quedando también herido un sobrino suyo, que después fue uno de los más destacados héroes de la Guerra de Castas, treinta años más tarde. Que el enemigo huyó, parte al monte y parte embarcándose precipitadamente, quedando cinco prisioneros, entre ellos el famoso Musin Pedro Lafitte. Que tres se hallaban mal heridos y hubo algunos muertos. De las declaraciones de los prisioneros supo que el buque corsario se hallaba anclado en Isla Mujeres y allí acudió el informante para exterminar completamente al enemigo. Embarcados, salió el corsario a su encuentro. Arrimó sus buquecitos a la playa desembarcando Molas con su gente y tomando posición, la más ventajosa para toda resistencia. El buque enemigo se acercó. Resultó un despreciable místico, es decir un barco muy pequeño, que apenas llevaba 17 hombres. Sin embargo, cinco tiros de metralla de su cañón hicieron temblar la playa. Los atacados se hallaban bien refugiados en un médano de arena, pero el fuego incesante del enemigo diezmaba a la gente de Molas. Cuando menos lo esperaba se quedó sólo con dos hombres. Imposibilitado para tomar arma de fuego tuvo que internarse en el monte, quedando sus prisioneros, entre ellos Lafitte, en poder de los corsarios. Uno de los prisioneros no pudo escapar, o no quiso, quien declaró ser español, aprehendido por los piratas en la costa de La Habana, declarando también cómo éstos comerciaban ampliamente con los pescadores de estas costas y el numeroso caudal que tienen encerrado en aquella isla, en un rancho de don Clemente Cámara, vecino del pueblo de Telchac, con quien tenían tratos los referidos piratas por efectos que importaban seis mil quinientos pesos, cuyos artículos había llevado Cámara a vender en Campeche y aguardaba su retorno para liquidar cuentas». «El otro informe de Molas dice que el rancho donde acaecieron los sucesos es el de Cancum, propiedad del pescador Don Clemente Cámara. Que el prisionero español declaraba que la principal parte del cargamento que en aquella isla tenían los piratas era botín de un asalto a una goleta española que hacía el viaje de Cádiz a Veracruz, consistente en mil doscientos barriles de aguardiente de España, novecientas botijas de aceite y otros efectos como plata en vajillas, todo lo cual importaba de cincuenta a sesenta mil pesos. Que la mitad de este cargamento fue el que llevó Cámara a Campeche, contratando en 6 500 pesos la venta, compuesto de sesenta barriles de aguardiente, un cofre de cajones de cintas de seda y doscientos pañuelos». «Que el despreciable místico tenía un cañón de a ocho que fue de la propiedad del comerciante don Vicente Millet, armado en Sisal, cogido en altamar cuando lo navegaba don Pedro Cupull, haciendo la travesía de Tampico a Campeche y con bandera española. Que apenas tenía 22 a 24 hombres, todos piratas legítimos, no corsarios con patente, la mayor parte de ellos italianos carcamanes, y un español de práctico, Manuel Hurtado, que es casado en Campeche». «Termina este informe pidiendo Molas gente para poder salir al mar y aprehender al buque pirata. Ambos informes están fechados en Nueva-Málaga, el 4 y 13 de noviembre de 1821. Y conocidos por el alcalde que veía esta causa, hizo comparecer a don Tomás Pino, quien declaró que el mencionado extranjero, George Schumph, era el maestre de armas del buque corsario que lo aprehendió frente a Campeche el 17 de junio último, cuando Pedro Lafitte asaltó dicho puerto». «Se hace comparecer de nuevo a Schumph y ratifica sus declaraciones anteriores de no haber participado en las actividades de Pedro Lafitte, pero añadiendo que sí estuvo presente en las de su hermano Juan en la plaza de Galveston y con patente de corso expedida por los insurgentes de Buenos Aires, con la bandera de dos fajas azules y una blanca. Que Juan Lafitte lo había nombrado capitán y fue cuando estuvo en Campeche y aprehendió a Pino. Y que el botín lo llevaban a vender a Nueva Providencia, en la Nueva Inglaterra». Mientras el alcalde de Mérida hacía estas investigaciones, llegó a Sisal el despreciable místico. Desembarca la tripulación lanzando gritos de «Viva la Independencia Mexicana». Se presentan a las autoridades del puerto y devuelven todo el cargamento que habían estado capturando en las costas de Yucatán durante las postrimerías del gobierno español.

Schumph queda puesto en libertad, sobreseyéndose el proceso por falta de méritos. Entre los papeles hallados a Schumph están los siguientes documentos que dan fe de la muerte y sepultura de Pedro Lafitte y no de Juan como hasta ahora se había venido creyendo, que fue quien murió en las costas de Yucatán. «Dzilam y noviembre 10 de 1821.- Como alcalde constitucional de este pueblo se me presentó la persona de don George Schumph con el cadáver de don Pedro Lafitte, que fue sepultado el día de esta fecha. Suplico a los señores alcaldes constitucionales le faciliten su transporte, hasta ponerse en la capital a las órdenes del señor capitán general, Cristóbal Carrillo, firmado». «Yo, el presbítero don José Gregorio Cervera, cura coadjutor de esta santa parroquia de Santa Clara de Dzidzantún, Provincia y Obispado de Yucatán. Certifico en toda forma, doy fe y verdadero testimonio que: a los 10 días del mes de noviembre apareció en el pueblo de Dzilam, procedente de su puerto, el cadáver yerto de don Pedro Lafitte, conducido por un inglés americano, a quien di sepultura eclesiástica después de haber tomado conocimiento el ilustre Ayuntamiento de este pueblo de dicho cadáver, y a petición del inglés conductor y los fines que le convengan, doy este hoy día de su fecha. José Gregorio Cervera. Firmado». «Dzemul, 16 de noviembre de 1821.- Yo, don José Trinidad Lizama, alcalde constitucional de este pueblo, se me ha presentado la persona de don George Donell Borhd (sic) Schumph, con una inglesa americana, quienes me han hecho presente van a ponerse a las órdenes del señor capitán general, y sólo pasa por la capital el referido don George, quedando en este pueblo la inglesa enferma. Suplico a los señores alcaldes del tránsito le den los auxilios necesarios para su transporte al citado don George. Fecho ut supra. José Trinidad Lizama». «¿Que habrá sido del famoso Juan Lafitte? No se sabe. Permanecen ignorados sus últimos días a la historia». «Pedro Lafitte, su hermano, fue el que murió en el puerto de Dzilam, Yucatán, el 8 ó 9 de noviembre de 1821, porque el 10 era enterrado en la iglesia parroquial del pueblo de Dzilam, que dista unas cuatro leguas al sur del puerto del mismo nombre». El surgimiento de la Independencia de México y de las ex colonias españolas cambió otra vez la situación de la región. Ya no había ningún tipo de derecho de corso, después del reconocimiento de las independencias nacionales y el comercio sustituyó en todas partes a la piratería. El contrabando vino a sustituir los asaltos y poco a poco se restableció la seguridad en los mares y puertos de las costas. Refiriéndose a las costas del actual Quintana Roo, Stephens comenta con alguna nostalgia «También es conveniente que se sepa que el carácter y condición de aquel sitio ha mejorado: habiendo dejado de ser la guarida de los piratas, se convirtió en residencia de contrabandistas, y con (como) este negocio presenta hoy pocas utilidades, los vecinos se ocupan de embarcar y conducir azúcar y otros productos de aquella costa».