Luna y Arellano, Carlos de

Luna y Arellano, Carlos de  (1547-1630) Gobernador de Yucatán. Nació y murió en la Ciudad de México. Su padre, Tristán de Luna y Arellano, vino a México por vez primera en 1530 junto con Hernán Cortés. Regresó a España y volvió al nuevo continente con el virrey Antonio de Mendoza. Cuando emprendió la conquista de la Florida, entre 1558 y 1561, dejó a su hijo Carlos al cuidado del virrey. El vástago heredó de su tío Pedro, hermano de su padre, los títulos de mariscal de Castilla y señor de las villas de Siria y Borovia. Contrajo nupcias con la sobrina del virrey de Mendoza, Leonor de Ircio, pero al quedar viudo se casó con María Colón y de la Cueva, descendiente del almirante Cristóbal Colón; más tarde se unió a Catalina de Orduña, hija del alcalde mayor de Puebla. Fue nombrado gobernador de Yucatán el 21 de junio de 1602 y tomó posesión el 11 de agosto de 1604. Llegó a Mérida acompañado de su esposa y aquí nacieron varios de sus hijos. Durante su gobierno terminó de abrir y rectificar los caminos que iban a Valladolid, Campeche y Salamanca; construyó mesones públicos en los pueblos; mandó limpiar las aguadas construidas por los mayas para que se recogiera el agua de lluvia; se preocupó por la restauración de los edificios públicos y templos y puso empeño en las gestiones para fortificar Campeche. Incorporó las salinas del litoral, que eran consideradas bienes comunales, a la Real Corona para mejorar los ingresos del erario. Durante su gestión tuvo como tenientes asesores a Esteban de Contreras, Higueras de la Cerda, León de Salazar, Gutiérrez de Salas y Juan de Argüello; como tesorero real a Francisco Chamizo y como secretario de gobierno a Fernando Castro Polanco. En 1605, Felipe III, con motivo del nacimiento de su primogénito, le dio a Mérida el título de «Muy noble y muy leal ciudad», lo que originó grandes festejos entre los vecinos. El Ayuntamiento inició las gestiones para confirmar el título, lo que se logró el 13 de julio de 1618. Algunos cronistas de la época refieren que el mariscal Luna y Arellano fue un hombre arbitrario, intolerante y voluble, lo que le ocasionó conflictos con el Cabildo de Mérida, los frailes franciscanos y el obispo de Yucatán.

Desde los primeros días de su administración, conforme a la ley, ordenó al Ayuntamiento sesionar en la sala capitular, debido a que las juntas se celebraban en casas de particulares, lo que generaba suspicacias entre la población. También exigió que se le citara para cada sesión, con el objeto de presidirla cuando lo creyera conveniente. Entró en contradicción con el Ayuntamiento cuando pretendió intervenir directamente en la elección de los alcaldes ordinarios que deberían entrar en funciones en 1606. Ante la negativa de los regidores, hizo apresar a quienes no votaron por sus candidatos y celebró la sesión con tres incondicionales. Los presos se quejaron ante la Real Audiencia de México, la cual envió al oidor Pedro de Otalora para examinar el asunto. El enviado los puso en libertad y anuló las elecciones.

Luna y Arellano también tuvo desavenencias con Antonio de Ciudad Real, provincial de los franciscanos, al cuestionar la autoridad de los religiosos para imponer castigos físicos a los indígenas. Las contradicciones llegaron a tal punto que se le acusó de que su soberbia era inspirada por el mismo Satanás. Ante tal acusación, el gobernador exigió la intervención del Santo Oficio. El conflicto llegó hasta el obispo Diego Vázquez del Mercado, un hombre prestigiado con más de 40 años de servicio en las Indias, quien arribó a Yucatán el 1 de septiembre de 1604. Se desconocen los resultados de la querella, pero el 3 de mayo de 1607 el obispo le negó la entrada al gobernador a la Catedral, como se acostumbraba hacer con los excomulgados. Al conocerse las desavenencias en la Corte de España, los ministros de Felipe III despacharon cédulas reales en las que reprendieron tanto al gobernador como a los frailes y los conminaron a guardar la armonía. Asimismo, el mariscal se opuso a la cristianización de los itzaes asentados en el Petén, ya que su hijo, Tristán de Luna, había pedido a la Corte la facultad de sujetar por medio de las armas esa región, con el título de Adelantado, misma que fue rechazada por el Consejo de Indias. Carlos de Luna y Arellano fue sustituido en el gobierno el 29 de agosto de 1612 por Antonio de Figueroa.