Lepra

Lepra  Enfermedad infecto-contagiosa producida por un bacilo, Mycobacterium leprae, descubierto en 1876 por el bacteriólogo noruego Armauer Hansen. Sus nombres sinónimos son: elefantiasis de los griegos, mal de San Lázaro y hanseriasis; en la Biblia se le llama zarath. De los enfermos de la forma lepromatosa, el bacilo sale al exterior en las secreciones de la mucosa respiratoria y por la vía respiratoria penetra a otra persona. Para que se produzca el contagio se necesita un contacto íntimo y prolongado con el enfermo, lo cual sólo ocurre dentro del ambiente familiar, por eso se pensaba antiguamente que la lepra era hereditaria. El bacilo puede causar lesiones en la piel y el sistema nervioso, con síntomas iniciales como una mancha hipoerómica o rojiza en la piel, con insensibilidad, que se observa en niños y adolescentes; ya más anaranjada, la enfermedad puede atacar otros órganos y tejidos, como huesos, intensificarse las lesiones de la piel y nervios o presentar complicaciones infecciosas o tróficas. Con base en los estudios histopatológicos, bacteriológicos e inmunológicos, se han establecido cuatro formas clínicas: 1. La lepromatosa, con abundantes bacilos, negativa a la prueba de la lepromina, positiva a las reacciones luéticas, presencia de nódulos en las biopsias. 2. La tuberculoide, con histología semejante a la tuberculosis, pocos bacilos, positiva a la lepromina, negativa a las luéticas. 3. La indeterminada, con inflamación inespecífica en biopsia, sin bacilos, la prueba de la lepromina puede ser positiva o negativa, lo mismo que las luéticas. 4. La dimorfa, con estructuras ambiguas en biopsia, regular número de bacilos, pruebas de lepromina y luéticas o positivos o negativas. En realidad, las formas indeterminadas y dimorfas son fases iniciales o transicionales, ya que si la prueba de la lepromina es negativa, puede considerarse como forma lepromatosa y si es positiva corresponde a la tuberculoide, lo cual es muy importante para el pronóstico y el tratamiento. Durante siglos se ensayaron muchas sustancias para el tratamiento, pero todas fueron inútiles.

En 1946 se descubrió la acción curativa de la sulfona, luego la de un antibiótico, la rifampicina, y recientemente otra sustancia, la clofazimida, se agregó a la politerapia de esta enfermedad, con lo cual los enfermos lepromatosos pueden dejar de ser contagiantes a los seis meses y quedar curados en un tiempo máximo de dos años. Lo que constituyó un gran obstáculo para las investigaciones fue que no se había logrado cultivar el bacilo ni utilizar ningún animal, pero esto se venció en 1977 al descubrirse que el armadillo es el único animal al que se le puede transmitir la lepra para obtener lepromina. Antes de ello, se obtenía de nódulos de enfermos lepromatosos que no hubiesen tenido tratamiento, los cuales eran cada vez más escasos. Ahora se está trabajando para la obtención de la vacuna. La lepra como enfermedad se originó en África hará unos 7,000 años, por una mutación del Mycobacterium, ya que el que produce la tuberculosis es más antiguo y proviene del ganado vacuno. Se considera que la emigración judía del año 1480 a.C. contribuyó a su transporte al cercano Oriente, de donde se difundió a la India y China por una parte, y a Europa por la otra, donde comenzó a extenderse desde los primeros siglos de la Era, alcanzando fuerza epidémica en los siglos VII y VIII, por lo que en los años siguientes se fundan muchas leproserías. La primera leprosería en España se fundó en el año de 1037 en Palencia, Extremadura; para finales del siglo XV, los Reyes Católicos dispusieron drásticas leyes que imponían la persecución, encarcelamiento y secuestro de los enfermos, por lo que no es de extrañar que muchos de ellos hayan huido al Nuevo Mundo desde principios del siglo XVI.

La lepra no existía en América, ya que las corrientes poblacionales de la antigüedad llagaron a este continente antes que la enfermedad saliera de África. Fue traída por los españoles y entre ellos y sus descendientes criollos comenzó a desarrollarse la endemia, que luego se extendió a la población mestiza. Por la gran discriminación social de que era objeto, el grupo indígena no estuvo expuesto al contagio. Desde principios de la época colonial se cometió el error de llamar “sarna o lepra” a cualquier afección de la piel, lo que se reflejó en palabras de las lenguas indígenas, como zahuatl en nahoatl, y hawai en maya, que sólo se referían a afecciones dérmicas, pero no a la lepra. Esto condujo a muchos errores de apreciación. En Yucatán sucedió lo mismo ya relatado; por lo que creyéndose que había muchos enfermos, en 1785 entró en funciones el lazareto de Campeche, donde se internó por la fuerza a los enfermos sin recursos económicos, ya que los que sí los tenían se quedaron en sus casas, donde seguían contagiando a sus familiares. A ese sitio se llevaba también a enfermos de viruela, sífilis, fiebre amarilla y otros; por eso el nombre de «lazarets» se aplicó a los sitios para aislar enfermos. En 1845, el literato Justo Sierra O’Reilly escribió la novela Un año en el Hospital de San Lázaro. En 1894 el doctor Fernando Casares Martínez de Arredondo escribió un trabajo titulado Contribución al estudio de la lepra, en que se mencionan los estudios de Hansen y afirma el carácter infeccioso de la enfermedad, lo cual sostiene también Urbano Góngora en su tesis recepcional Breves apuntes sobre la lepra, y el doctor Juan Miró publica La cuestión de la lepra, consignando datos estadísticos y la mención de cierto alto funcionario español que en 1785 llevó enfermos a Mérida.

En 1896 el gobierno comisionó a Luis F. Urcelay para estudiar el método seroterápico de la lepra, preconizado por el doctor Carrasquilla, de Colombia; a su regreso instaló un dispensario para los leprosos. Al fundarse el nuevo Hospital O’Horán en 1906, se destinó una pequeña sala para hansenianos, que fue ampliada en 1929, según disposiciones del Reglamento Federal de Profilaxis de la Lepra, y se fundó un dispensario en los Servicios Federales de Salubridad, que fue atendido por el doctor Felipe Santos Zetina. En 1949 se fundó la Unidad Dermatológica del Hospital O’Horán bajo la dirección del doctor Edgardo Medina Alonzo, que además impartía la cátedra de dermatología y leprología; en el mismo edificio se instaló el dispensario antileproso del doctor Santos.

En 1961, el doctor Arturo Erosa Barbachano, epidemiólogo del nuevo Programa Nacional para el Control de las Enfermedades Crónicas de la Piel, que tenía a su cargo todo lo relativo a la lepra, reorganizó esta institución (Véase: Centro Dermatológico), otorgó la jefatura al doctor Carlos Reyes Cicero y proporcionó un vehículo para las actividades de campo. Desde 1979 el doctor Álvaro Vivas Arjona dirige el Centro y las actividades de control de la lepra en el estado. En cuanto a la marcha de la endemia sólo pueden apuntarse algunos rasgos generales: que la enfermedad fue traída por los españoles y se diseminó lentamente en el grupo blanco, residentes en Mérida y Campeche con buena posición económica, por lo que los enfermos se quedaron en sus casas, donde contagiaron a sirvientes mestizos que luego llevaron la enfermedad a diferentes localidades, creando focos secundarios. Los indígenas quedaron indemnes debido al poco contacto que tenían con ellos y a su movilidad, sobre todo durante la Guerra de Castas, que ocupó la segunda mitad del siglo XIX.

A principios del siglo actual llegaron algunos enfermos más entre los inmigrantes chinos y sirio libaneses que originaron nuevos casos. Dado que la enfermedad no se diagnosticaba, excepto en sus fases avanzadas, no se conocía la dimensión del problema. Un intento de ello, a nivel nacional, lo hizo el doctor Domingo Orvañanos en 1875, quien envió una encuesta a los médicos de Yucatán y obtuvo algunos datos que publicó. A nivel local, el doctor Juan Miró formuló un estudio; en 1894 elaboró otro el doctor Fernando Casares y en 1927 se realizó el Primer Censo de Lepra, que se repitió cada 10 años; con base en los registros del servicio local, publicaron estadísticas los doctores Felipe Santos (1951); Agustín Flores Rivero (1969), y Álvaro Vivas Arjona (1997). En 1957 el doctor Arturo Erosa Barbachano formuló el Estudio Epidemiológico de la Lepra en la Península de Yucatán, con datos de los registros local y nacional y preveía la posible erradicación de la lepra para poco después del año 2000.