López de Santa Anna, Antonio

López de Santa Anna, Antonio  (1794-1876) Presidente de México en 11 ocasiones y gobernador de Yucatán del 20 de julio de 1824 al 25 de abril de 1825. Nació en Jalapa, Veracruz, y murió en la Ciudad de México. Antonio López de Santa Anna es uno de los personajes más contradictorios de la historia de México. Su actuación política y militar ha sido analizada por numerosos historiadores, pues fue uno de los principales protagonistas de la historia mexicana en la primera mitad del siglo XIX. Este personaje se liga a la historia de Yucatán cuando es enviado por el gobierno federal como comandante general de la Península, ante la resistencia del gobierno yucateco a acatar el decreto relativo a la declaración de guerra a España que conservaba en su poder la fortaleza de San Juan de Ulúa, y por consiguiente las diferencias cada vez más intensas entre las ciudades rivales: Mérida y Campeche. El motivo de discordia entre Mérida y Campeche se debía al hecho de que la primera ciudad estaba en contra de la declaración de guerra a España porque mantenía fuertes relaciones comerciales con La Habana, a la cual le vendía la mayoría de sus productos como henequén, jarcias, costales, suela, ganado, sebo, manteca, carnes, jabón, entre otros, mientras que la segunda ciudad apoyaba la declaración de guerra ya que se veía afectada por la posesión española del castillo de San Juan de Ulúa, que había interrumpido el comercio que tenían con los estados vecinos del Golfo. Santa Anna, según Carlos R. Menéndez en su libro La huella del Gral. don Antonio López de Santa Anna en Yucatán, 1935, llegó a Campeche el 17 de mayo de 1824 y fue recibido con numerosas fiestas en su honor, aparentemente en un primer momento manifestó simpatías por los miembros de la Liga, partidaria de la guerra a San Juan de Ulúa. Posteriormente se trasladó a Mérida donde fue recibido y agasajado con mayor pompa, por lo que demuestra simpatías por los meridanos a los que intenta complacer dictando disposiciones que debilitaron a la ciudad rival, como la de sacar de Campeche a la mayor parte de las tropas que la guarnecían y ordenar la reposición de las autoridades y funcionarios españoles que habían sido depuestos. En compensación para Campeche, pidió al Congreso de Yucatán publicar la declaración de guerra. Ambas ciudades se rebelaron en contra de estas disposiciones. El gobierno de la República presionó y ordenó al estado de Yucatán decretar lo más pronto posible la declaración de guerra a España, pero el Congreso Constituyente argumentó que su negativa no era deslealtad, sino resultado de la necesidad y que aceptaba el sacrificio a cambio de la indemnización por parte del gobierno, de las pérdidas ocasionadas por el cierre de puertos al comercio con Cuba. Para infortunio de los campechanos la declaración de guerra quedó aplazada y se nombró comandante militar de la plaza de Campeche a Sebastián López de Llergo, enemigo de la guerra contra España, en sustitución de Ignacio de la Roca, de igual grado, partidario de aquélla.

El gobernador Antonio Tarrazo empezó a tener diferencias con Santa Anna porque éste comenzó a tomarse atribuciones que no le correspondían, como disponer de los fondos públicos sin autorización del gobernador. Antonio de Tarrazo, ante las desavenencias con Santa Anna, renuncia y como sustituto se nombra a éste, gobernador interino de Yucatán. Ciertos sectores de la prensa no miraban con buenos ojos la figura de Santa Anna, sobre todo en Campeche donde el periódico El Investigador, lo atacó en sus columnas. En Mérida, El Yucateco hizo lo mismo; mientras que El Sol al Oriente de Yucatán lo defendió. Tarrazo que se había trasladado a la Ciudad de México, junto con sus amigos, hostilizaba desde ahí a Santa Anna y a su administración. Lo acusaban de estar en complicidad con los yucatecos de Mérida, haciéndole los más graves cargos. Éste se vio obligado a publicar el decreto de guerra a España, el miércoles 16 de noviembre de 1824, entre una gran alarma pública por los perjuicios que se causaban al comercio mediante la supresión del tráfico de importaciones y exportaciones con el puerto de La Habana, principal consumidor de los productos yucatecos.

A Santa Anna le tocó jurar la Constitución Federal de 1824 en el Congreso y también la primera Constitución Política de Yucatán, el sábado 23 de abril de 1825. Sin embargo, las actitudes despóticas y la prepotencia de Santa Anna acabaron por hundirlo. Fue acusado de ser cómplice de los políticos de Mérida, por haber retardado la declaración de guerra a España, cargo formulado por sus adversarios de Campeche. El gobierno de México envió al coronel Pedro de Landero para observar sus acciones. Los enemigos de Santa Anna en Campeche y en especial los partidarios de la Liga y los redactores del periódico de oposición El Investigador, convencieron a Landero de la mala actuación y conducta reprobable de Santa Anna como gobernador y comandante general de Yucatán. Esta labor hizo que el gobierno federal desaprobara sus actos en la Península y que el Ministerio de Guerra lo acusara de malversación de los fondos públicos, con el mantenimiento en Yucatán de fuerzas innecesarias para la guarnición y por no haber acatado el decreto relativo a la declaración de guerra a España en el momento indicado. Se pensó que Santa Anna había estado complicado en el supuesto movimiento tendiente a segregar a Yucatán de la federación, en virtud de que este estado era obligado a declararle la guerra a España, acto considerado como funesto para sus intereses económicos. Santa Anna envió presos a Veracruz a Landero y otras personas enemigas.

En diciembre de 1824 salió para Campeche donde permaneció hasta fines de marzo de 1825. Sus más firmes adversarios en el Congreso fueron los diputados Perfecto Baranda y Tiburcio López Constante, que no desaprovecharon ninguna ocasión para advertirle que con sus actos violaba las leyes y la soberanía del estado. El 25 de abril, Santa Anna envió al Congreso una nota en la que avisaba que se presentaría para despedirse. Ahí fue recibido con el protocolo acostumbrado y leyó un discurso en el que reseñó los beneficios que según él aportó al estado. Argumentó que motivos de salud y la necesidad de resolver otros compromisos, dieron lugar a que el gobierno federal lo relevara de la comandancia militar. En realidad, los motivos fueron los cargos que sus enemigos le hicieron en México ante el presidente Guadalupe Victoria, por violaciones a la Constitución General; la acusación presentada en su contra ante el Congreso de la Unión, por el ministro de Guerra, al haber demorado la declaración de guerra a España, malversando fondos públicos; y por el proyecto que cuatro meses antes de su partida puso en práctica para liberar a la isla de Cuba del dominio español desde Yucatán. Ese mismo día, se aceptó su renuncia y fue designado sustituto, Tiburcio López Constante.

El 30 de abril de 1825 se embarcó en Campeche rumbo a Veracruz. En 1833, cuando Santa Anna ya era presidente de México, los políticos oportunistas de Yucatán lo declararon Ciudadano Yucateco y Benemérito del Estado, mandaron inscribir su nombre, con letras de oro, en el salón de sesiones. Además, se le asignó una pensión de 2,000 pesos anuales. Él aceptó y destinó este ingreso al sostenimiento de dos escuelas lancasterianas, una en Mérida y otra en Campeche. Cabe destacar que ocho años antes, el Congreso Constituyente se había negado a decretar un auxilio para «gastos del camino» del general, que los solicitaba «por los buenos servicios que había prestado al país con motivo de su viaje a Campeche para restablecer la paz pública». En 1867, a bordo del barco «Virginia» que arribó a las costas de Sisal, Yucatán, fue apresado y estuvo a punto de ser fusilado por órdenes del republicano Manuel Cepeda Peraza, al creérsele confabulado con los monarquistas. Estuvo en la cárcel de Campeche de donde fue trasladado a Veracruz, para su mejor resguardo. En octubre se le enjuició, fue defendido por Joaquín M. Alcalde, que lo salvó de la pena de muerte, mas no del destierro, que salió a cumplir rumbo a La Habana, el 1 de noviembre de 1867. En 1874 regresó a México, donde a pesar de sus actos, fue recibido generosamente.