Ópera en Yucatán La ópera en México inició su evolución en el siglo XIX con la existencia de cinco escuelas de ópera perfectamente tipificadas: la italiana, la francesa, la austríaca, la alemana y la rusa. Jesús C. Romero señala en su libro La ópera en Yucatán, que en los primeros 50 años de la vida independiente de Yucatán «no pudo florecer la música, tanto en su aspecto pedagógico como en el artístico, porque las condiciones políticas que privaron en ese lapso, no fueron propicias para semejante actividad». Sin embargo, en abril de 1849, en plena Guerra de Castas, una asociación compuesta por 24 hombres ilustres del país se reunió en Mérida, bajo la protección del gobierno, para fundar la Academia de Ciencias y Literatura, cuyos objetivos fueron procurar el adelanto de sus miembros, estimular la dedicación a los conocimientos útiles y propagar la instrucción. Entre las tareas de los asociados estuvo el fundar un periódico científico y literario y el de presentar anualmente a la Academia una composición inédita en prosa o verso. El gobierno proporcionó a la Academia el antiguo Colegio de San Pedro y abrió sus puertas el 6 de mayo de ese año. Estuvo presidida por el literato Gerónimo Castillo y fungieron como secretario, García Morales bibliotecario, Fabián Carrillo Suaste, y el catedrático de música, José Jacinto Cuevas Barrero. Desafortunadamente, la Academia pronto cerró sus puertas por la inconsistencia de los alumnos, quienes de manera paulatina fueron desertando, y con ello fracasó el primer esfuerzo importante para implantar la enseñanza metódica de la música.
El triunfo de la República sobre el Imperio, en 1867, trajo consigo el resurgimiento de la enseñanza de la música en Yucatán. El músico Cuevas Barrero hizo importantes gestiones para que el Instituto Literario del Estado albergara, desde esa fecha, la Academia de Música que él mismo dirigió. Por razones de índole escolar, se determinó que ni niños ni señoritas pudieran matricularse en la Academia, por lo que el músico decidió abrir una Academia Infantil de Música. Asimismo, logró que el 22 de diciembre de 1872 se inaugurara la Sociedad Filarmónica de Mérida, que en enero de 1873 la Filarmónica de Mérida fundara su Academia de Música para Señoritas y que el 16 de septiembre de 1873 se abriera el Conservatorio Yucateco, todo bajo la dirección de José Jacinto Cuevas. Con la muerte del músico, sucedida en mayo de 1878, el Conservatorio, cuyo subdirector fue el maestro José I. Heredia, decayó progresivamente hasta desaparecer en 1880. El primer yucateco que escribió ópera fue Domingo María Ricalde Moguel. Aun cuando no estudió composición en la institución, sino que fue autodidacto, recibió la influencia artística del ambiente del plantel, del que fue catedrático, y se vio obligado a capacitarse para su cometido pedagógico.
La mayor dificultad por la que tropezaron los primeros operistas mexicanos fue la carencia de libretos, ya que no había en el país escritores que cultivaran ese género literario, y menos aún en Yucatán. Rafael Palacio, operista de la Ciudad de México, fue quien aprovechó los libretos escritos para otros compositores y su ejemplo fue seguido inmediatamente por la mayoría de sus contemporáneos. Desde 1828, en la Ciudad de México, se habían comenzado a imprimir los libretos de las óperas que se representaban en los teatros, en ediciones bilingües, para ilustración del público asistente. Ricalde Moguel hizo lo propio en Yucatán escogió para iniciarse como operista el libreto escrito por Camarano y con música de Donizetti, publicado en la imprenta de Antonio Díaz en edición bilingüe italiano-español. Así nació la ópera Lucía, de Lamermoor, en tres actos, en 1894. Quiso llevar a escena su ópera, reunió fondos y en 1899 marchó a Italia, en donde la casa Ricordi, editora de la Lucía de Donizetti, se opuso a su representación y por sentencia judicial le decomisó la partitura. Pero no todo fue tragedia, ya que allí amplió su horizonte musical, mejoró su concepto operístico y aprendió la necesidad de buscar sus propios libretos. Adquirió dos libretos para sus óperas La Vergine del Lago, en cuatro actos, con libreto escrito por G. Castellani, e Il Fratello d’Armi. Retornó a Mérida y estableció su Academia de Música. Con el tiempo, fue creciendo en él la convicción de desechar los libretos italianos y sustituirlos por otros de origen nacional, aunque tuvo que afiliarse a la escuela belliniana de la ópera, imperante en esa época, sin dejar de manifestar sus tendencias nacionalistas. Para ello, utilizó los dramas de José Peón Contreras El conde de Uconor, Un amor de Hernán Cortés y Gil González de Ávila. Sobre ellos compuso sus óperas. También escribió El juicio final, drama religioso, y Anita y Lilia o los secretos de un padre, ópera bufa. Su ópera El conde de Uconor fue premiada con la medalla de oro en la Exposición Internacional de San Luis Misuri, en 1904.
Al cerrar el primer Conservatorio Yucateco fueron inauguradas algunas cátedras musicales en el Instituto Literario, pero no se impartió composición hasta que se abrió el Instituto Musical del maestro José Cuevas Pachón en 1905, que subsistió hasta 1910. El investigador Jesús C. Romero también menciona que este instituto fue uno de los factores que contribuyeron a la formación de los operistas yucatecos. El segundo Conservatorio Yucateco fue inaugurado en 1911 y de ahí surgieron varios operistas, algunos de ellos posteriormente se perfeccionaron fuera de Yucatán. Arturo Cosgaya Ceballos, influenciado por el francesismo, también fue autodidacto y utilizó las obras de grandes maestros para escribir sus óperas. La primera fue en 1919, Xunán Tunich, que significa mujer de piedra, inspirada en una leyenda maya, cuyo libreto encomendó a su amigo, el escritor Álvaro Brito Rosado. Aunque dejó inconclusa su ópera Tabaré, debido a su fallecimiento, a Cosgaya Ceballos le corresponde el mérito de haber encauzado la tendencia nacional hacia Yucatán, aunque no llegó a estrenar sus obras. Gustavo Río Escalante, con un estilo musical perteneciente a la escuela francesa, el 17 de septiembre de 1924 estrenó su ópera Kinchí, en tres actos y cuatro cuadros, en el Teatro José Peón Contreras, y el 27 de noviembre presentó su segunda ópera, Xtabay, en el mismo escenario. En ambas representaciones conquistó el aplauso del público y los elogios de la crítica. Cornelio Cárdenas Samada escribió las siguientes óperas nacionalistas: Escenas itzalanas, en un acto Chichén Itzá, en cuatro actos, y Ya Yaax Can, en tres actos, todas inéditas y con libretos del propio compositor. Efraín Pérez Cámara está considerado como el operista yucateco que tuvo la mejor preparación técnica. En 1940 escribió Tzentzontli, ópera mexicana con libreto de Francisco Guedea. Jesús C. Romero dice que «este compositor es entre los yucatecos el primero que utiliza en una ópera, los tres géneros de música subordinada, de programa y pura, dando con ella gran elevación técnica a su obra (…) Ricalde Moguel, a causa de la época en que escribió sus composiciones, sólo produjo música subordinada Cosgaya Ceballos, Ríos Escalante y Cárdenas Samada, emplearon en sus óperas música subordinada y de programa, aunque este último lo haga en menor escala Pérez Cámara, en cambio, por obra de mayores conocimientos de técnica musical, logra conjugar los tres elementos, utilizando frecuentemente los procedimientos sinfónicos.
«Hay todavía una circunstancia más en su favor es el primero en Yucatán que utiliza los elementos de la música indígena en una ópera nacionalista con efecto; sus antecesores todos, al desarrollar un tema indígena, lo han hecho utilizando las escalas europeas de 7 sonidos y los modos europeos mayor y menor, cuyo procedimiento equivale a expresar los sentimientos indígenas con lenguaje europeo. Pérez Cámara no incurre en semejante error, sino que emplea escalas pentatónicas y ritmos indígenas, en los trozos de interpretación autóctona».
Fausto Pinelo Río, en 1929, presentó su ópera Payambé, en un acto, con libreto de Luis Rosado Vega, en el Teatro Arbeu en la Ciudad de México. Después de Pinelo Río no ha surgido ningún otro compositor de ópera en Yucatán. Al respecto, Jesús C. Romero establece que todos los compositores yucatecos de ópera prefirieron el libreto en castellano, todos eligieron asuntos nacionalistas y muchos utilizaron la técnica indígena para expresar los motivos musicales indígenas. También señala que todos los operistas yucatecos se formaron musicalmente en Yucatán, «único estado del país cuyos operistas son todos nacionalistas. (…) Yucatán ha contribuido por conducto de sus compositores de ópera, a que se acredite entre nuestros músicos, el libreto en castellano, después el libreto nacionalista y, por último, la técnica indígena y las formas musicales superiores dentro de la ópera mexicana, etapas todas ellas de valor positivo en la gestación de la ópera nacional.»
Otros que contribuyeron al desarrollo de la ópera yucateca fueron Halfdan Jebe, compositor noruego que vivió en Mérida, compuso la ópera Dignidad maya, con tema regional y cuyo libreto lo escribieron Sara Molina y el propio compositor, y Guiseppe Michelli, director de orquesta italiano, quien llegó a Mérida procedente de La Habana y, tras radicar algunos años en Yucatán, se marchó a la Ciudad de México e hizo la óperaLa flecha del sol, poema escénico sobre la Conquista, con libreto de Antonio Mediz Bolio, estrenada en 1919 en el Teatro Iris de la Ciudad de México y, Alma latina, en dos actos y tres cuadros, con libreto de Mediz Bolio, estrenada en 1921 también en la Ciudad de México. Entre los cantantes de ópera yucatecos figuran: Adda Navarrete Tappan de Carrasco, Soledad Rendón de Goff, Gustavo Río Escalante, Anselmo Castillo Ojeda, Alfredo Tamayo Marín, Conchita Antuñano, Mimí Bolio, Alicia Cascante, Beatriz Aznar, Froylán Ramírez y Eduardo Rosado Guillermo.