Sínodo Diocesano Asamblea convocada y dirigida por el obispo o arzobispo de una diócesis, a la cual llama a sus clérigos, religiosos y laicos, para que colaboren con él en revisar y precisar la disciplina religiosa en la jurisdicción eclesiástica. El Primer Sínodo Diocesano de Yucatán lo llevó a cabo el obispo Juan Gómez de Parada entre 1721 y 1722, pocos años después de suceder en el cargo a fray Pedro de los Reyes Ríos. Las causas que motivaron la celebración de este Sínodo fueron que su antecesor había tomado la decisión de ceder las parroquias al clero secular, lo que era motivo de conflicto. También había gran descontento debido a los trabajos forzados y contribuciones a los que eran sometidos los indígenas, incluso por curas doctrineros. El rey envió cédula real el 10 de febrero de 1716 al obispo de Yucatán, donde lo convocó a que celebrara un sínodo con todos los curas del lugar, tanto regulares como seculares, y que se elaboraran estatutos para el mejor régimen espiritual y se diera pronto remedio a los abusos que se cometían, de acuerdo con los santos cánones y el Concilio de Trento. Gómez de Parada recorrió en visita pastoral casi toda la diócesis y decidió llamar a un concilio diocesano, presidiendo en sínodo a los capitulares y curas párrocos de su jurisdicción, el cual fue comunicado al Papa Clemente XI, quien lo aprobó el 18 de noviembre de ese año. Las sesiones preliminares y privadas se celebraron en el palacio episcopal desde el 2 de noviembre de 1721, en tanto las públicas y solemnes del 6 de agosto al 1 de octubre de 1722, en la Catedral de Mérida. Estuvieron presentes el cabildo eclesiástico, los curas párrocos, los superiores de órdenes religiosas, el gobernador y capitán general Antonio de Cortaire y los dignatarios del sínodo. Luego de intensos trabajos y discusiones, quedaron formuladas las constituciones diocesanas. Se corrigieron los abusos, arreglaron con equidad los aranceles, establecieron escuelas; se ofreció un método para llevar los libros de los archivos parroquiales, reglamentaron todas las obligaciones y se formuló un plan de educación y cultura que mejorara la condición de los indios. El gran alcance histórico de este sínodo fue la abolición de los trabajos forzados.
El segundo sínodo diocesano se realizó el 25 de abril de 1945, convocado y organizado por el arzobispo Martín Tritschler y Córdova, con el objetivo de terminar el rezago de 28 años que en materia de derecho canónico existía entre la Iglesia Universal y la arquidiócesis de Yucatán. Sin embargo, no lo pudo presidir ya que murió poco antes de su celebración. El edicto de convocatoria del II Sínodo lo firmó el arzobispo sucesor, Fernando Ruiz Solórzano. El evento duró tres días en los cuales se abordaron temas que afectaban directamente al ministerio pastoral de los sacerdotes; sólo en la parte tercera del libro segundo se habla de los seglares católicos, de las asociaciones piadosas y de los gremios. Su misión era poner en práctica las leyes emanadas del Código de Derecho Canónico promulgado por el Papa Benedicto XV, el 27 de mayo de 1917, para toda la Iglesia Universal es decir, la arquidiócesis de Yucatán necesitaba actualizarse. A la reunión acudieron 57 sacerdotes, la inauguración fue presidida, además de Ruiz Solórzano, por el obispo de Campeche, Alberto Mendoza y Bedolla y su vicario general Martín Palmira Lavalle. Se aprobaron 549 artículos, que deberían observarse y cumplirse rectamente en todos los rincones de la arquidiócesis. El segundo sínodo trató de «Normas Generales» (libro primero), «De las personas» (libro segundo), relativo a los clérigos en general, curia diocesana, funciones parroquiales y laicos, entre otros aspectos «De las cosas sagradas» (libro tercero), sobre sacramentos, lugares y tiempos sagrados, culto a las imágenes, Seminario, principalmente y «De procesos y penas» (libro cuatro).
El tercer sínodo diocesano de Yucatán inició sus trabajos el 15 de agosto de 1988, convocado y realizado por el arzobispo Manuel Castro Ruiz, concluyó sus trabajos tres años y medio después. En la convocatoria se estableció que la finalidad era tomar conciencia de las deficiencias y distracciones pastorales de la diócesis; reunir todas las convergencias de iniciativas, experiencias, servicios y objetivos pastorales; esclarecer lo que Dios quiere hoy de la diócesis como unidad y de cada una de sus partes como originalidad y su articulación para asentar bases sólidas y comunitarias hacia una pastoral de conjunto, organizada y planificada. El sínodo se desarrolló en tres etapas, las dos primeras con un año de duración cada una y la última por seis meses. A su tercera asamblea, celebrada el 18 de febrero de 1992, acudieron 92 sinodales que se reunieron en el aula magna del Seminario Conciliar de Yucatán. Las tareas desarrolladas fueron conocer el texto de las opciones fundamentales de la acción pastoral, dar testimonio de que este texto contiene efectivamente las aportaciones de la arquidiócesis y no el pensamiento de particular alguno y comprometerse ante Dios a tener dichas opciones como cimiento para todas las actividades apostólicas y pastorales.