Guerra de Castas Nombre dado al movimiento social encabezado por los indígenas mayas del sur y oriente de Yucatán, que en julio de 1847 se levantaron en armas contra los grupos de poder que los marginaban y oprimían. Fueron varios los factores que determinaron el alzamiento de los indígenas, entre ellos pueden mencionarse: el despojo de tierras, las leyes de trabajo represivas, el servicio militar obligatorio, los altos impuestos civiles y eclesiásticos y las promesas incumplidas de muchos políticos que los utilizaron en sus continuas contiendas partidistas. En ese entonces, Yucatán se hallaba en plena agitación política, protagonizada por los grupos representados por Santiago Méndez y Miguel Barbachano, cuyas rivalidades contribuyeron al desarrollo de la lucha indígena. La inconformidad del pueblo maya ya se había manifestado en el siglo XVIII con la rebelión de Jacinto Canek, en 1761, pero no en las dimensiones que alcanzó la llamada Guerra de Castas. Este movimiento se inició cuando el 18 de julio de 1847 las autoridades de Yucatán, entonces separado de la República Mexicana, advirtieron que numerosos indígenas provistos de alimentos y armas estaban concentrándose en la hacienda Culumpich, propiedad de Jacinto Pat, situada a 40 kilómetros de Valladolid. Éste, que era el líder principal de Tihosuco, había concertado junto con Cecilio Chi y Manuel Antonio Ay, líderes a su vez de Tepich y Chichimilá, la sublevación general de los mayas. Pero descubierta la conspiración, Ay fue detenido y fusilado el día 26, en Valladolid, y no habiendo podido capturar a los otros líderes, las fuerzas del gobierno incendiaron la población de Tepich, reprimiendo de manera cruel a los habitantes de origen maya. En respuesta a estas represalias, Cecilio Chi, en la madrugada del día 30 de julio de 1847 atacó Tepich, ordenando la muerte de todos los pobladores «blancos», de esa localidad. Así se inició la Guerra de Castas en Yucatán que duró 54 años, aun cuando los problemas de fondo que la originaron, principalmente la falta de tierras, continuarían siendo motivo de inquietud hasta 1937. La primera etapa de la guerra fue de avance, al parecer incontenible, de los indios mayas, que se prolongó hasta junio de 1848. Los rebeldes llegaron a estar a 30 km de Mérida y 18 km de Campeche. El ejército yucateco se vio obligado a retroceder y refugiarse en la capital del estado, mientras que los mayas tenían controladas las dos terceras partes de la Península.
Después de la caída de Peto, Valladolid, Izamal, Bacalar, y de la invasión de la región de los chenes, sólo quedaba en poder del gobierno la ciudad de Mérida, algunas poblaciones de la costa norte y el camino real a Campeche. El gobernador de Yucatán, que en ese entonces era Santiago Méndez, llegó, en su desesperación por contener el avance de los mayas, a ofrecer la soberanía de Yucatán a los Estados Unidos de América, España e Inglaterra a cambio del auxilio militar y económico que lo salvara. Las negociaciones no fructificaron y Méndez tuvo que ceder el gobierno a su rival político, Miguel Barbachano, a quien se suponía en condición de pactar la paz con los indígenas mayas. Sin embargo, Barbachano también solicitó la ayuda del extranjero, comisionando, en abril de 1848, a Joaquín García Rejón y Pedro de Regil Estrada. Se les autorizaba sondear en La Habana la posibilidad de incorporarse a la corona hispana, a condición de que esta potencia ocupara militarmente la Península y sometiera a los mayas. En caso de no aceptar, se solicitaría la ayuda del gobierno federal de México. El gobernador de Cuba, que en ese entonces era el conde de Alcoy, se limitó a atender la solicitud de apoyo para enfrentar la guerra contra los mayas y eludió todo asunto relacionado con la anexión de Yucatán a España. Así pues, los comisionados tuvieron que dirigirse a la Ciudad de México con el fin de solicitar ayuda para combatir a los indígenas, con la voluntad de adherirse de nuevo a la federación. Entraron en arreglos con el presidente José Joaquín Herrera, quien prestó auxilio en armas y dinero, y el gobernador Barbachano decretó, el 17 de agosto de 1848, la reincorporación del estado a la nación mexicana. Con esa ayuda, la de Cuba y la cooperación de blancos, mestizos e indígenas mayas, principalmente del noroeste de la Península que fueron llamados hidalgos, y de mercenarios estadounidenses, se inició la recuperación de parte de las tierras ocupadas por los mayas, hasta Valladolid al Oriente y Peto al Sur.
Antes, el 19 de abril de 1848, representantes del gobernador Barbachano y de Jacinto Pat habían firmado los llamados tratados de Tzucacab, en los cuales quedaba abolida la contribución personal, se reducía a tres reales el derecho de bautismo y a 10 el de casamiento, se autorizaba a los indios a rozar los montes para establecer en ellos sus sementeras, o formar sus ranchos en los ejidos de los pueblos, en las tierras de comunidad y en las baldías, sin pagar arrendamiento, y se les devolvería todos los fusiles que se les habían quitado, se declaraba a Barbachano gobernador vitalicio de Yucatán y a Pat, gobernador vitalicio de los indios; por último, se abolirían los derechos de destilación de aguardiente. Este tratado no prosperó debido a que Cecilio Chi, que jefaturaba a los indios mayas del oriente, se opuso a pactar con el gobierno yucateco. Ese mismo día de la firma del tratado, Venancio Pec ocupó la plaza de Bacalar. Allí los ingleses establecieron al amparo de su bandera, un depósito de armas y pertrechos de la más moderna factura y lo que con anterioridad había sido un tráfico más o menos oculto con los mayas, fue a partir de entonces evidente y formal. El magistrado a cargo de este comercio pidió al superintendente de Belice que protegiera a los indígenas yucatecos, y este funcionario los reconoció como beligerantes, asegurándoles «que tendrían de su parte todas las garantías correspondientes a las naciones amigas de la Gran Bretaña». El apoyo proporcionado por los ingleses a los indígenas tenía el objetivo de consolidar su actividad comercial en el Caribe y presionar a México para la firma de un tratado de límites con Belice, lo que consiguieron en 1893, a cambio de no seguir proporcionando armas a los sublevados. La segunda etapa de la guerra, a partir de julio de 1848, se caracterizó por la reorganización de las tropas del estado y por la toma de la iniciativa militar de parte de éstas en todos los frentes. Barbachano confió el mando de las fuerzas al general Sebastián López de Llergo y con los recursos que le proporcionó el presidente Herrera, reclutó nuevas divisiones que jefaturaron los coroneles José Dolores Cetina y Juan N. Méndez. Éstos avanzaron hasta Dzitás, por el Oriente, Yaxkabá, por el centro, y Tekax, por el Sur, aprovechando que los sublevados se habían parcialmente dispersado, para atender sus cultivos en regiones más apartadas. Sucesivamente fueron reconquistándose otras plazas importantes: Peto, Valladolid, Tihosuco, donde se libraron enconadas batallas, hasta que el ejército penetró a la región de los Chenes y Bacalar. Se inició entonces, como medida de guerra, la captura de mayas y su envío a Cuba, lo que dio paso a la trata de indios, que eran apresados, hasta sin justificación y vendidos a los hacendados de la isla, operación que después de varias suspensiones temporales fue definitivamente prohibida en 1861 por el entonces presidente de la República Benito Juárez.
Para 1849 ya habían muerto Cecilio Chi, asesinado por su secretario Anastasio Flores, y Jacinto Pat, asesinado por Venancio Pec, el 9 de septiembre. Pec y Florentino Chan asumieron el mando, y cuando en octubre las autoridades civiles y eclesiásticas quisieron pactar la paz con ellos, les respondieron que ésta sólo sería posible si las tropas del gobierno dejaban de «salir a hacer el mal a los indios», que en ningún caso volverían a sujetarse al gobierno de Mérida, que tenían voluntad de obedecer a los ingleses porque era muchos los servicios que de ellos habían recibido, y que formarían un gobierno conforme a sus antiguas costumbres. El 5 de febrero de 1850 el general Manuel Micheltorena sustituyó en el mando militar a López de Llergo. Desde esta fecha se puede hablar del inicio de la tercera etapa de la guerra, caracterizada por la estabilización de las áreas dominadas por uno y otro bando, graves crisis políticas en el gobierno local y la organización ocasional de expediciones contra los indígenas. Los mayas crearon una nueva población en la selva, a la que denominaron Chan Santa Cruz (Véase: Chan Santa Cruz). En este lugar se desarrolló el culto a la Cruz Parlante (Véase: Cruces Parlantes) que alimentó por muchos años la lucha del pueblo maya en pro de su libertad y autonomía. En marzo de 1851, las tropas del gobierno la asaltaron y de ahí derivaron varios encuentros. Desesperado Micheltorena, por lo precario de sus resultados en el frente de combate, entregó el mando al general Rómulo Díaz de la Vega, quien organizó en 1852 una batida general contra los rebeldes. Mientras tanto, ocurría el movimiento federalista encabezado por Sebastián Molas y Cepeda Peraza, que distrajo la atención y las fuerzas oficiales tenían problemas internos.
El 16 de septiembre de 1853 se firmó en Belice un tratado con el objeto de poner fin a la guerra, pero de los mayas rebeldes solamente un grupo aceptó el convenio que a partir de entonces fue conocido como de «indios pacíficos del Sur», que se establecieron en la región de Chichanhá, en la parte sur de lo que es hoy el territorio de Quintana Roo, y que quedaron sujetos a la obediencia de los gobiernos estatal y federal. Fueron gobernadores en ese entonces Rómulo Díaz de la Vega, Pedro Ampudia, Santiago Méndez y Pantaleón Barrera. En 1857 se sublevaron los campechanos y al año siguiente se separaron de Yucatán. Mientras tanto, los indios atacaron Tekax, Valladolid y Bacalar. La inestabilidad política volvió a predominar a partir de entonces, protagonizando las contiendas políticas Agustín Acereto y Liborio Irigoyen, por lo que la lucha indígena pudo tomar nuevos bríos. El 2 de enero de 1860, el gobernador Agustín Acereto organizó una nueva expedición contra Chan Santa Cruz, centro político y religioso de los mayas rebeldes, la cual fue ocupada el 12. Sin embargo, posteriormente, las tropas fueron diezmadas por las guerrillas indígenas y de 2,850 hombres, sólo sobrevivieron 600. La guerra se iba atenuando poco a poco, la última acción importante en ese período fue el sitio que pusieron los mayas rebeldes a Tihosuco, en 1866. Ya para entonces los conservadores habían traído para emperador de México a Maximiliano de Habsburgo. Yucatán y Campeche habían vuelto a unirse, y un año antes, en 1865, la emperatriz Carlota había visitado Yucatán. En 1867 cae el Imperio y Cepeda Peraza, después de sitiar a Mérida y salir victorioso, es nombrado gobernador de Yucatán, nuevamente dividido. En 1870 muere Cepeda Peraza y funge como gobernador interino su hermano José Apolinar, al que sucede Manuel Cirerol. En 1871, el coronel Daniel Traconis realiza una expedición contra Tulum y la zona septentrional de los cruzob, seguidores del culto a la Cruz Parlante. En 1872, el coronel Francisco Cantón se subleva y se apodera de Mérida. Llega de México un ejército federal encabezado por el general Vicente Mariscal, quien después de negociaciones pacíficas asume la gubernatura y deja a Cantón el mando de las fuerzas orientales.
En 1873, Mariscal es reemplazado por el general Ignacio R. Alatorre, que preside una reñida elección en la que sale triunfante Miguel Castellanos. Cantón, ese mismo año, desencadena otra revuelta. Para 1874, Eligio Ancona es nombrado gobernador. Más adelante, en 1876, al triunfo del plan de Tuxtepec, comienza el período porfirista en la Península, que iba a dar fin a la Guerra de Castas. En enero de 1877, llega a Mérida Protasio Guerra como comisionado especial del nuevo gobierno de la nación. En 1893 se firma el tratado Spencer-Mariscal entre México y la Gran Bretaña por el cual se definieron los límites entre Yucatán y Belice, comprometiéndose los ingleses a suspender la venta de armas y provisiones a los rebeldes mayas, quienes vieron reducida su capacidad de combate. El 1 de febrero de 1898, siendo gobernador Francisco Cantón Rosado, se reanuda la campaña contra los indios, que ya para entonces solo ocasionalmente seguían haciendo incursiones. La rendición definitiva de los mayas fue conseguida por Ignacio A. Bravo, que llegó a Yucatán en 1899 como jefe de la zona militar. Emprendió un avance sistemático, que le permitió ir poco a poco consolidando sus posiciones, por Dzonotchel, Sacalaca, Calotmul, Cepeda e Ichmul; Balché, Sabán, Okop, Aguada y Chuhcab; Santa María Tabi, Nohpop, Sabacché y Chunkik, hasta conseguir ocupar Chan Santa Cruz el 5 de mayo de 1901. Por el lado del mar las fuerzas de José María de la Vega tomaron Payo Obispo y Bacalar el 10 y 31 de mayo, respectivamente. Con estos hechos se dio por terminada la llamada Guerra de Castas. Esta guerra tuvo para Yucatán repercusiones trascendentales en lo económico, lo político y lo social. Una de las últimas consecuencias fue el desmembramiento del estado al crearse el territorio de Quintana Roo en 1902, región que se había mantenido, desde 1847, independiente de las autoridades yucatecas. El tema de la Guerra de Castas ha sido motivo de estudio e investigación para muchos historiadores, destacando las obras de Serapio Baqueiro: Ensayo histórico sobre las revoluciones de Yucatán, desde el año de 1840 hasta 1864, dos tomos, 1879-79; Justo Sierra O’Reilly: Diario de nuestro viaje a los Estados Unidos; Eligio Ancona: Historia de Yucatán desde la época más remota hasta nuestros días; Juan Francisco Molina Solís: Historia de Yucatán desde la independencia de España hasta la época actual, dos tomos, 1921-27; Carlos R. Menéndez: Historia del infame y vergonzoso comercio de indios vendidos a los esclavistas de Cuba por los políticos yucatecos desde 1848 hasta 1861. Justificación de la revolución indígena de 1847. Documentos irrefutables que lo comprueban, 1923, y las obras de historiadores más contemporáneos, como La guerra social en Yucatán, Ramón Berzunza Pinto; Nelson Reed: The Caste War of Yucatan; 1964; Raza y tierra. La Guerra de Castas y el henequén, Moisés González Navarro, 1970; Leopoldo Peniche Vallado, La rebelión maya de 1847 en Yucatán, 1980; Un trágico paréntesis en la historia yucateca (1847-1901), Luis Ramírez Aznar, 1990.
Dirigentes más importantes de la Guerra de Castas. Primeros conspiradores: Manuel Antonio Ay, ejecutado en Valladolid, el 26 de julio de 1847; Cecilio Chi, jefe del Norte, vencedor en Valladolid e Izamal, que fue asesinado por su secretario en mayo de 1849, y Jacinto Pat, jefe del Sur, vencedor en la contiendas contra los «blancos» en Peto, Tekax y Ticul y que murió asesinado por sus rivales en septiembre de 1849. A la muerte de estos tres líderes principales, surgieron otros que vinieron a sustituirlos, como Venancio Pec, que se hizo jefe del Norte y que murió en combate a fines de 1852 y Florentino Chan, jefe del Sur, que murió también ese año. Entre los cruzob sobresalen José María Barrera, mestizo creador del culto a la Cruz Parlante, que murió en 1852; Manuel Na-huat, ventrílocuo de la Cruz, que murió en combate el 23 de marzo de 1851; Agustín Barrera, hijo de José María, llegó a ser Tatich o jefe cruzob, fue asesinado en 1863, según Nelson Reed, probablemente por Venancio Puc; Leandro Santos y Dionisio Zapata, generales mestizos, miembros del partido de la paz, asesinados en 1863, junto con Barrera, probablemente por Puc; Venancio Puc, general que tomó Bacalar, derribado y muerto por Crescencio Poot en 1864; Crescencio Poot, general que tomó Tekax, derribado y muerto por Aniceto Dzul en 1886; Juan de la Cruz Puc, secretario de la Cruz, fue Tatich, estuvo en actividad desde 1851 hasta más o menos 1887; Bonifacio Novelo, uno de los primeros conspiradores y combatientes, llegó a ser Tatich en 1867; Aniceto Dzul, general, jefe militar desde 1886 hasta más o menos 1890; Román Pec, general y sucesor de Dzul, fue asesinado en 1895 o 1896; Felipe Yama, general, sucesor de Pec, muerto en enero de 1899; Felipe May, general y sucesor de Yama, asesinado en abril de 1901. Entre los cruzob que sobresalen después del ataque del coronel Ignacio A. Bravo, se encuentran: Francisco May, general en Dzonot Guardia y Chan Santa Cruz, murió en 1969; Juan Vega, general en Chumpom, vivía todavía en 1959; Sóstenes Méndez, general en Chancah, murió allá por 1935; Román Cruz, subdelegado en Chancah, vivía aún en 1959; Norberto Yeh, patrón de Chancah, vivía aún en 1959; Pedro Pascual Barrera, nieto de José María y Tatich; Eulalio Can, comandante en X-Cacal; Concepción Cituk, capitán en X-Cacal; Paulino Yama, comandante, jefe en X-Cacal en 1959; Lorenzo Be, Tatich en X-Cacal en 1959. Entre los que fueron llamados los pacíficos de Chichanhá, sobresalen José María Tzuc, jefe en 1852-1864; Marcos Canul, general, jefe en 1864-1872, se trasladó a Icaiché en 1866; Rafael Chan, general, jefe en 1872-1879; Santiago Pech, general y sucesor de Chan y Gabriel Tamay, general, jefe en 1894.
Entre los pacíficos de Ixcanhá y Mesapich destacan el general Arana, que fue eliminado por las fuerzas yucatecas en 1869, y el general Eugenio Arana, hermano del primero, que mandaba todavía en 1894. De la subtribu de Lochá destacó Pedro Encalada, combatiente en la Guerra de Castas, jefe, por lo menos hasta 1861.