Negros

Negros  La introducción de negros al Nuevo Mundo fue originada por la falta de mano de obra indígena, que con la Conquista y colonización había quedado diezmada, principalmente en las islas del Caribe; la Corona española y los conquistadores consideraron entonces la posibilidad de importar esclavos negros, dado que por sus cualidades físicas se les catalogaba como más fuertes, aptos para ejecutar trabajos pesados y hechos para vivir en climas tropicales. Los religiosos jerónimos, establecidos en Santo Domingo, entre ellos Bartolomé de las Casas, iniciaron la defensa de los indios logrando que se prohibiera hacerlos esclavos y apoyaron la importación de negros de Cabo Verde o Guinea. El 18 de agosto de 1518, Carlos V concedió a Lorenzo de Garrevod el primer privilegio para introducir cuatro mil esclavos a América, con el compromiso de que una vez llegados a las Indias se les convertiría en cristianos. El concesionario vendió el asiento a un grupo de comerciantes genoveses y éstos a los alemanes Heinrich Ehinger y Hieronymus Seiler. En 1528, los primeros negros llegaron a Nueva España. En 1533, los conquistadores recibieron licencias para la trata, y se encontraba entre ellos Francisco de Montejo, el Mozo. En 1540, Hernán Cortés era propietario de 60 negros en su ingenio de Cuernavaca y más tarde llegó a poseer 150. En 1560, el arzobispo Alonso de Montúfar protestó ante el rey, en nombre de todos los obispos, por las barcadas de esclavos que constantemente llegaban. Después de 10 años, según Gonzalo Aguirre Beltrán, había en México 20,569 africanos y 2,437 mulatos. Mientras tanto, Carlos V y luego Felipe II continuaron otorgando permisos. Los puertos habilitados para este tráfico fueron Veracruz, en un primer momento, y después el Pánuco y Campeche. Cuando el valor de los esclavos aumentó, empezaron a efectuarse las introducciones clandestinas, que en vano procuraron evitar las instrucciones oficiales, hasta 1580, en que Felipe II fue también rey de Portugal y pudo controlar a los navegantes de esa nacionalidad que se habían apoderado de las costas de África. En 1582, el arzobispo Pedro Moya de Contreras protestó contra el comercio de negros. Sin embargo, en 1601, un nuevo estímulo a la trata fue la supresión del empleo de indios voluntarios en los ingenios cañeros. Así, hacia 1649 había en la Nueva España 35,089 negros y 116,529 mulatos. Cuando en 1640, Portugal recobró su independencia, España concedió nuevos asientos a genoveses y españoles.

Para el siglo XVIII, con los Tratados de Utrecht, 1713-1714, Inglaterra monopolizó el comercio de esclavos destinados a las posesiones españolas por un período de 30 años, durante los cuales se comprometió a transportar «144,000 piezas, no viejas, ni defectuosas». Los ingleses llevaron a un gran número de negros a Belice. En 1742 había en Nueva España, 20,131 negros y 266,196 mulatos; en 1793, 6,100 de los primeros y 369,790 de los segundos y en 1810, 10,000 y 642,461, respectivamente. La práctica de herrar en el rostro o en la espalda a los esclavos, una vez que desembarcaban, fue suspendida por orden del 4 de noviembre de 1785, que comenzó a observarse en julio del año siguiente. El 23 de septiembre de 1817, el tráfico terminó por acuerdo entre los reyes de España e Inglaterra.

Por otra parte, en el caso específico de Yucatán, la población negra, según estudios realizados por Genny Negroe Sierra, formó parte de los habitantes de la Mérida colonial y aparece como uno de los actores sociales que intervienen en la conformación de su espacio sociocultural. Como capital provincial, Mérida se convirtió en una ciudad, centro de importantes actividades económicas, políticas y sociales, que promovió la concentración de los tres grupos étnicos primarios: negros, nativos y blancos, y en consecuencia las variantes que resultaron del mestizaje entre éstos. La autora citada dice que la sociedad colonial yucateca estuvo estrictamente estratificada, se crearon espacios de residencia separados para cada uno de los grupos etnosociales; la ciudad se dividió según el color de la piel en barrios de indígenas, de negros y de españoles. Cada cual quedaba ubicado en una parroquia, correspondiéndole a los negros y sus mezclas la del Dulce Nombre de Jesús. Durante el período colonial, la provincia de Yucatán recibió negros de diversas partes de África y de algunas regiones del Continente Americano, que por lo general llegaban a través del puerto de Campeche. La procedencia de los negros dio lugar a una nomenclatura general para la América española, que haciendo referencia a su punto de partida, identificó a éstos como bozales y criollos. El primer término era utilizado para designar a los que llegaron directamente del África, y criollos a los que llegaron a los principales puertos de entrada en el Caribe, que permanecían el tiempo necesario para aclimatarse tanto física como socialmente. Las actas matrimoniales y de bautizo del Archivo General del Arzobispado de Mérida, registran como naciones los lugares de procedencia de la población negra, entre los cuales se encuentran: Angola, Kong, Mandinga, Cabo Verde, Guinea, Mina, Carabalí, Loango, Arara, Ibo y Puna, mientras que los provenientes del Caribe eran catalogados como criollos de Panamá, de La Habana y de Jamaica, entre otros. También se registran negros procedentes de Santo Domingo, Panamá, Cabo de Escuadra, Guatemala, Belice, Cartagena y Barbados. Otros fueron traídos de ciudades de la propia Nueva España, como México, Oaxaca y Puebla. En la parroquia del Dulce Nombre de Jesús fueron registrados los matrimonios, bautizos y defunciones de la población negra y sus mezclas, de las cuales se puede observar que la mayoría de los negros, al llegar a la provincia de Yucatán, tuvieron la calidad de esclavos. En las actas matrimoniales de 1563 a 1610, se registraron 51 matrimonios de hombres negros, de los cuales 43 tuvieron la condición de esclavos; parecen 11 mujeres negras, de las cuales 10 son esclavas. Para Yucatán, a diferencia de otros lugares de la Nueva España, la mezcla de raza o sangre quedó dividida en las categorías: morenos, mulatos, pardos y chinos. De los primeros no se sabe a ciencia cierta de qué mezcla fueron producto, los mulatos fueron hijos de negra y blanco; los pardos, de india y negro y los chinos de pardo e india. Los negros por lo general contraían matrimonio con indígenas, primero por no existir población femenina negra en igual proporción que la masculina y porque la esclavitud se heredaba si las madres eran esclavas. Al casarse con una india sus hijos nacían libres y de ahí la gran cantidad de pardos libertos que se encuentran en los registros parroquiales. Por otra parte, las negras buscaban casarse con gente blanca, con el fin de que éstos ayudaran a sus hijos a adquirir su libertad, ya que los padres generalmente les concedían a sus hijos, producto de estas uniones, cartas de libertad. Este tipo de relaciones no fueron legitimadas por la Iglesia; sin embargo, los libros parroquiales hablan mucho de ellas al momento de registrar mulatos que están contrayendo matrimonio. Los esclavos podían obtener su libertad pagando al amo el valor con que fueron comprados siempre y cuando éste estuviera de acuerdo. Podían alcanzar el status de libertos a través de la concesión de su libertad por los buenos servicios prestados o como parte de la herencia de su propietario, es decir, que al morir éste constara en su testamento que se le otorgaba la libertad. La resistencia a la esclavitud mediante levantamientos rebeldes fue una vía para lograr la libertad.

Durante todo el período colonial se registran levantamientos de negros y para el caso de Yucatán, Juan Francisco Molina Solís, en su obra Historia de Yucatán durante la dominación española, hace referencia de algunos. Sin embargo, las fuentes arrojan muchos casos de negros que obtuvieron su libertad con sólo salir de una provincia y entrar a otra con diferente sujeción colonial. Tal fue el caso de esclavos que pasaban de Belice en poder de los ingleses, a las colonias españolas. Como mercancía, los negros en la provincia de Yucatán tuvieron un valor apreciable, con precios altos comparados con el costo de bienes raíces, de ganado vacuno y caballar. Éstos variaban de acuerdo con la salud, la proximidad o lejanía de los puertos de entrada, la edad y el sexo del esclavo, lo que consta en las cartas de venta. Entre la gente que compraba esclavos se encontraban los curas, capitanes, sargentos, gobernadores y obispos. El gobernador y capitán general Alonso Meneses Bravo y Saravia adquirió en 1713 y 1715, 12 esclavos negros y tres esclavas negras. La gran mayoría poseía pocos esclavos, porque no había una actividad económica que requiriera fundamentalmente mano de obra esclava, como eran las plantaciones y, además, en Yucatán existía un elevado número de población indígena, que era aprovechada mediante el servicio personal obligatorio, para mantener con su trabajo a la sociedad colonial yucateca. Por eso, al parecer, los negros fueron considerados principalmente como un bien suntuario y destinados generalmente a trabajos domésticos, como mayordomos o sirvientes. Los esclavos, la mayor parte de las veces, recibieron el apellido de sus dueños, aunque también pudieron recibir como apellido el nombre del lugar de su procedencia, como los casos de Juan Angola e Isabel Congo, entre muchos otros. La población negra en Yucatán no fue numéricamente grande y socialmente significativa en comparación con otros sectores de la población; ero las mezclas mulatos y pardos sí lo fueron, sobre todo esta última. Entre 1657 y 1661 se encontró que de 74 matrimonios, 52 fueron protagonizados por pardos, 16 por morenos, dos por mulatos y ninguno por negros, más cuatro casos en los que no se especifica la casta. Entre los oficios que mayormente desempeñaba la población negra se encontraban aquéllos relacionados con los trabajos manuales, como zapatería, carpintería y otros; los puestos de mando en los trabajos del campo, como mayordomos, mayorales y capataces; como parte de las tripulaciones en barcos de carga y pasajeros, pero sobre todo en los ejércitos coloniales, donde integraban compañías de pardos y morenos. Negroe Sierra deduce de sus investigaciones, que la población esclava negra y sus mezclas no fue ocupada en los renglones prioritarios para el sostenimiento de la economía colonial yucateca, lo que permitió, no sin reservas, cierta movilidad social ascendente por parte de estos grupos etnosociales. Calzadilla, en sus Apuntaciones para la estadística de la provincia de Yucatán, escritas en 1814, calculaba la población total de Yucatán en 500,000 habitantes de los que 375,000 eran indios, 70,000 blancos y 5,000 negros (y mulatos).