Naboríos Los naboríos formaban una clase indefinida dentro de la sociedad colonial que, aunque tenían la identidad legal de casta indígena y algunas de sus obligaciones ordinarias, se componían tanto de indígenas como de mestizos, mulatos y a veces de españoles pobres. Originalmente eran criados indígenas y sus descendientes que, habiendo dejado su residencia en la ciudad, formaban barrios extramuros donde se les unían indios venidos de los pueblos que nunca habían sido criados. Nancy M. Farriss dice que, en teoría, constituían una reserva de jornaleros para los españoles que vivían en las ciudades, a cambio de lo cual eran eximidos, en forma colectiva, del servicio personal y de los repartimientos. A diferencia de los criados, tenían que ocuparse de pagar personalmente sus tributos y otras imposiciones personales, aunque éstos estaban fijados a menos de la mitad de la tarifa ordinaria de los pueblos, y esta ventaja fiscal estaba probablemente concebida como aliciente complementario.
La economía urbana no estaba suficientemente desarrollada como para absorber completamente a los naboríos. Sólo unos cuantos de ellos lograban ser comerciantes o artesanos y la mayoría se dedicaba a la agricultura, como sus parientes de los pueblos. Se empleaban como jornaleros en las haciendas cercanas, cultivaban huertas y criaban animales de corrales. A pesar de su ubicación extramuros, los barrios eran estructuralmente idénticos a cualquier pueblo rural indígena. Tenían sus propios ejidos, gobierno municipal e identidad colectiva. Por otra parte, Juan de Dios Pérez Galaz, en su Diccionario geográfico, histórico y biográfico de Campeche, 1979, dice que con este nombre fueron llamados los indígenas aztecas que Francisco de Montejo y León trajo de México, para ayudar a la conquista de Yucatán. Al quedar fundada la villa de Campeche, Montejo los estableció al poniente de la misma, en el barrio de San Román, siendo aquéllos los ascendientes directos de los primeros vecinos sanromaneros. Por otra parte, en un artículo periodístico publicado en el Diario de Yucatán, del 6 de septiembre de 1994, relativo al Cristo Negro de San Román, se dice: «En 1540, al fundarse la villa de Campeche, estaba bajo la protección de Nuestra Señora de la Purísima Concepción. En ese entonces los españoles se instalaron en lo que actualmente es el centro de la ciudad y dejaron a los indios conquistados lo que fue el poblado de Ah Kin Pech, denominado posteriormente San Francisco, mientras que en el extremo poniente se establecían los indios naboríos que acompañaron a los españoles en la Conquista, sitio que se denominó San Román.» Esta misma fuente habla de cómo surge el culto al Cristo Negro de San Román, ligado a los indígenas naboríos. Relata que cuando éstos se vieron afectados en 1560 por la plaga de langosta que acabó con sus cultivos, provocando hambre, enfermedad y muerte en su población, sintieron la necesidad de encomendarse a un santo patrono para venerarlo y evitar, según su creencia, futuras calamidades. Así, escogieron como santo de su devoción a San Román Mártir que comenzó a ser venerado en la ermita de Nuestra Señora del Buen Viaje. Más adelante, en 1565, el mercader Juan Cano de Coca y Gaytán recibió la encomienda de los naboríos, de adquirir en uno de sus viajes un gran crucifijo para instalar en su nuevo templo, erigido a San Román Mártir. Poco tiempo después, Cano de Coca y Gaytán encontró en el puerto de Alvarado, Veracruz, una bella imagen de un Cristo recién llegado de Italia y tallado en el puerto de Civitavechia, a unos 60 km de Roma, que decidió transportar a Campeche. Cuenta la leyenda que una vez adquirido el Cristo Negro, llamado así por el color de la madera en la que se labró, Cano de Coca y Gaytán volvió al puerto de Veracruz con la preocupación de encontrar una nave que lo transportara. Buscando embarcaciones se enteró que dos veleros zarparían con destino a Campeche por lo que de inmediato contactó con los capitanes. La primera nave era capitaneada por un inglés protestante, quien al percatarse de que el cargamento era un crucifijo se negó a transportarlo. Cano de Coca y Gaytán recurrió entonces a la segunda opción, un velero que estaba al mando de un capitán catalán, quien a pesar de que su navío tenía exceso de carga, al ser notificado que se trataba de un Cristo, decidió bajar parte de su cargamento y transportarlo. Según la leyenda, el inglés que se negó a llevar el Cristo Negro murió en circunstancias trágicas y la embarcación que lo aceptó se salvó milagrosamente de un temporal que estuvo a punto de hacerla naufragar. Se cuenta que cuando todo parecía perdido apareció entre los marineros un tripulante desconocido que se hizo cargo del timón y capeó el temporal. Los marineros, víctimas del cansancio provocado en la lucha por sobrevivir, cayeron en un sopor. Después de varias horas, cuando despertaron, no hallaron al desconocido timonel y observaron que el timón se encontraba sujeto a un mástil que enfilaba la nave en dirección a Campeche. Sin notificación aparente, los naboríos, bajo un fuerte aguacero, acudieron al muelle a recibir al navío que estuvo a punto de naufragar. Por su parte, Guillermo G. González, en Historia y leyenda del Cristo de San Román, 1976, conjetura en relación a los naboríos y sus cultos religiosos que: «…pertenecían a un grupo étnico segregado de los españoles y los mayas o bien, por alguna razón no eran admitidos o no lo eran con facilidad, en el culto que se rendía a la titular de la parroquia (la Virgen de la Concepción, patrona de Campeche). Que posiblemente no eran de filiación ibérica ni maya, se desprende de la conseja que afirma que cuando Montejo el Mozo llegó a Ah Kin-Pech lo hizo acompañado de guerreros mexicanos, conocidos como aztecas, que trajo como refuerzos entre su contingente militar, y esos guerreros, de lealtad probada hacia los conquistadores, son los que, para que don Francisco pudiera proseguir la pacificación de la Península, se quedaron en Campeche con una reducida guarnición de españoles, en previsión de sublevaciones de los naturales radicados en la recién creada villa. Y lo más seguro es que aquellos aztecas recibieran, en calidad de aliados de los europeos, tierras en las afueras de la comunidad, en parte para que su lealtad no flaqueara, y en parte, también, para mantenerlos separados de sus señores los blancos. Los naboríos, que con tal denominación se aludía a los indios mexicanos, se consideraban, pues, y eran considerados por los españoles e igualmente por los mayas —cuyo patrono era San Francisco de Asís—, ajenos a los campechanos de la parroquia central y la sanfrancisqueña y, por consiguiente, pensaban que debían tener su propio patrono. Y fue así como, por accidente, adoptaron a San Román Mártir… «