Lara y Argaiz, José Nicolás de (1751-1808) Sacerdote. Nació en Mérida, Yucatán, y falleció en la Ciudad de México. Comenzó sus estudios en el Colegio de Jesuitas y cuando éstos fueron expulsados en 1767, se trasladó al Seminario de San Ildefonso donde estudió teología dirigido por Pedro de Mora y Rocha. Versado en historia sagrada y profana, en clásicos latinos y españoles, jurisprudencia civil y canónica, teología y bellas artes, llegó a ser muy notable en su época.
En 1770 ganó una beca mayor de oposición en el Seminario. En 1773 obtuvo el nombramiento de catedrático de latinidad y dos años después el de catedrático de teología. Sin ser aún presbítero fue presidente de las conferencias públicas y privadas del clero de la diócesis yucateca e hizo oposición en distintos concursos a tres curatos, obteniendo por todos los votos la aprobación en grado máximo. Recibió las órdenes del subdiaconado y diaconado en 1773 por Diego de Peredo. Antonio Caballero y Góngora le confirió el sacerdocio y le nombró maestro de sus familiares, teólogo y consultor, secretario de cámara y gobierno y juez de testamentos y capellanías. Acompañó al obispo en su visita pastoral, como notario de ella. También le nombró visitador general de Tabasco y del Carmen. Fue cura de Sacalum y poco después del Sagrario de la Catedral de Mérida, cuando tenía 27 años. En 1780 tomó posesión del rectorado del Seminario. Ese mismo año llegó a Yucatán Luis de Piña y Mazo, quien también reconoció el alto aprecio del padre Lara. Lo nombró visitador general del Petén y al hacerlo dirigió al rey una extensa carta fechada el 11 de julio de 1782, en la que hacía los más cumplidos elogios. (Registro Yucateco, tomo II pág. 86). Fue catedrático de prima de sagrada teología. En 1783 tomó posesión del Colegio de San Pedro; sobre ello Piña y Mazo dirigió al rey otra carta laudatoria. Este obispo, quien en un principio fue su admirador y protector, se convirtió después en su más encarnizado enemigo. Las resoluciones del obispo eran enérgicas y el modo de hacerlas cumplir ásperas y violentas. Se suscitaron diferencias entre ambos personajes. Consideró el obispo que el padre Lara tomaba atribuciones que no le correspondían. Lo juzgó insubordinado a su jerarquía. Esta situación culminó cuando el obispo procesó al cura párroco de Umán, Luis Antonio de Echazarreta y el rector salió en su defensa lo que provocó la destitución del padre Lara, y su expulsión del Seminario en 1785. Ello originó un motín de protesta en el Seminario por los estudiantes. El obispo se enfureció y ordenó que el padre Lara fuera encerrado en prisión. Pero la orden no llegó a cumplirse, debido a que la madre de la víctima lo ocultó y después realizó gestiones que lo libraron del castigo. El obispo envió varias cartas al rey acusando al rebelde sacerdote yucateco de tener abandonado el Seminario y por este motivo haberlo destituido de la rectoría.
Rubio Mañé en Los Sanjuanistas de Yucatán. Manuel Jiménez Solís, el padre Justis, dice que esas cartas llevaron las siguientes fechas: 28 y 30 de septiembre de 1785, 10 y 14 de enero de 1786, y 2 de junio y 17 de diciembre de 1788. El padre Lara enfermó por esta situación y al recuperarse se fue a la Ciudad de México amparado por Alonso Núñez de Lara y Peralta, dedicándose al púlpito y confesionario. Recibía invitaciones de los colegios para replicar en los actos y funciones literarias. Entabló litigio sobre la cuestión del obispo de Yucatán y por sus defensas se ganó reputación como eminente jurisconsulto. Tuvo una segunda recaída por su enfermedad y prefirió dedicarse a la vida cenobítica cuando se restableció. Tomó el hábito de San Agustín en el noviciado de Chamal el 3 de marzo de 1787 y retiró sus pedimentos. Pero el obispo llevó hasta allí sus influencias y entabló correspondencia con Manuel Filiberto; cuando Lara iba a recibir las órdenes, el padre Filiberto presentó una violenta protesta e invitó al padre Lara a que regresara a Yucatán a dar una satisfacción a Piña y Mazo. Regresó a Yucatán y predicó un sermón en desagravio a Piña y Mazo, quien se dice que no quedó conforme, y después retornó a México para dedicarse a la oratoria sagrada. Fue predicador eventual, secretario de provincia y lector de teología en el Colegio de San Pablo. Molina Solís en su Historia de Yucatán enumera sus obras: Informe de Illmo. Sr. Caballero y Góngora al rey D. Carlos IV; Informe sobre la provincia de Tabasco; Devocionario a San Agustín; Elogio del apóstol San Juan; Devocionario a la preciosa sangre de Jesús; Noticia sobre el Seminario de San Pedro; Las rúbricas del misal romano; Ejercicio patético en obsequio del santísimo nombre de Jesús; Sermón en desagravio de Illmo. Sr. fray Luis de Piña y Mazo. También se le atribuye Manuscritos inéditos anónimos, publicados en El Museo Yucateco, aunque también se cree fueron obra del doctor Monsreal.