Instrumentos musicales

Instrumentos musicales  Diego de Landa, en su Relación de las cosas de Yucatán, describe los instrumentos musicales que los indígenas tocaban en sus ceremonias, al término de la Conquista y en los primeros años de la Colonia, cuando los franciscanos iniciaron su labor evangelizadora. En su obra no menciona los nombres originales de estos instrumentos; pero dice que los indígenas tenían «atabales pequeños que tañen con la mano, y otro atabal de palo hueco, de sonido pesado y triste, que tañen con un palo larguillo con leche de un árbol puesto al cabo, y tienen trompetas largas y delgadas, de palos huecos, y al cabo unas largas y tuertas calabazas, y tienen otro instrumento (que hacen) de la tortuga entera con sus conchas, y sacada la carne táñenlo con la palma de la mano y es su sonido lúgubre y triste. Tienen silbatos (hechos con las) cañas de los huesos de venado y caracoles grandes, y flautas de cañas, y con estos instrumentos hacen son a los valientes. Tienen especialmente dos bailes muy de hombre de ver».

Como resultado de sus observaciones en comunidades indígenas durante las primeras décadas del siglo XX, Santiago Pacheco Cruz, en su libro Usos, costumbres, religión y supersticiones de los mayas, enlista diversos instrumentos musicales que los nativos aún utilizaban, particularmente en la zona de Chan Santa Cruz, ya que tenían gran predilección por la música. En esta lista menciona al hichoch, hub, tunkul, H-chul, zacatan y zoot.

Hichoch: guitarra o violín construida con una tabla o carapacho de tortuga o armadillo, al que se ceñían cuerdas hechas con tripas de cerdo o chivo y que producía un sonido semejante al del arpa o la lira.

Hub: caracol marino. Su uso persistió hasta el último tercio del siglo XIX; aunque entonces sólo se empleaba en las haciendas.

Tunkul: Eligio Ancona, en su Historia de Yucatán, lo describe como un cilindro hueco de madera, de tres pies de largo por uno de diámetro, completamente abierto en la parte inferior y dotado en la superior de dos aberturas longitudinales, paralelas entre sí, y cruzadas por otra horizontal. Se tocaba con dos palos o vaquetas y el sonido, agudo y monótono, se oía a seis u ocho millas de distancia.

H-Chul: especie de flauta construida con caña brava o madero de 15 a 20 centímetros de largo.

Zacatán: madero cilíndrico y ahuecado con ranuras en la parte media de un metro de altura. Se le adaptaba, en un extremo, piel de venado o de chivo y se tocaba con dos vaquetas.

Zoot: de madera o hueso, al que le colocaban una hoja o hierba que producía un sonido semejante al bugle. A partir de la Colonia, la música se desarrolló en dos sitios: los templos y los hogares. En los templos se utilizó, además de la voz llana, el órgano y la tecla. Pedro Sánchez de Aguilar, en su opúsculo Contra Idolorum Cultores, concluido el 18 de diciembre de 1615, cita que en cada pueblo había cantores que cantaban y oficiaban la misa con música de órgano, o de manera llana, con flautas, chirimías, sacabuches, cornetas, ministriles, clarinetes, trompetas y órganos que sabían ejecutar.

Al iniciarse el siglo XVIII, llegaron de España los fandangos (danza andaluza) y con ellos la introducción de instrumentos de cuerda como la guitarra y el guitarrillo. La difusión popular de los fandangos coincidió con el auge económico ganadero y poco a poco estas danzas empezaron a adquirir una fisonomía mestiza que las transformó en la jarana, que se bailaba durante la fiesta de la vaquería con motivo del recuento anual de reses y su herradero. Su popularidad convirtió a la jarana en el baile regional más importante. Al finalizar el siglo XIX, la evolución musical yucateca había crecido considerablemente en relación con la época de la Colonia y a los 78 años posteriores a la Independencia de México. Tras fundarse la Academia de Música, en 1869, e inaugurarse otras instituciones de arte, como el Conservatorio de Mérida, se inició el estudio académico de instrumentos musicales de viento, cuerdas y piano. La fundación de la Banda de Música del Estado, de las sociedades filarmónicas y las orquestas sinfónicas, contribuyó a la formación de músicos profesionales. Jesús C. Romero, en su ensayo «La Historia de la Música», señala que a principios del siglo XX se conoció en el país un nuevo instrumento de cuerda, el mek’-loch, inventado en Yucatán a fines del siglo XIX por Juan Tolvaños, ciego de nacimiento y serafinista de profesión. Este instrumento tenía la forma de guitarra, pero le doblaba en tamaño; al igual que el violonchelo, contaba con una espiga inferior para apoyarlo sobre el piso. Poseía cuatro cuerdas y se ejecutaba sostenido entre las piernas. Los músicos antagónicos a Tolvaños ridiculizaron al instrumento y le pusieron el sobrenombre de toro-loch, que degeneró en tolo-loch, y ya castellanizado pasó a ser el tololoche. Aunque el instrumento entró en desuso, el nombre se generalizó en el país para designar al contrabajo de cuerda. Romero también señala que desde el punto de vista de la música típica, existen en Yucatán dos conjuntos instrumentales: el que toca jaranas y el que acompaña a la canción vernácula. La jarana actualmente se acompaña por dos clarinetes, dos cornetines o trompetas, dos tambores, güiro y timbales.

La orquesta típica cancionera se diferencia totalmente de otras existentes en el país. Consta de dos guitarras requintos, dos guitarras sextas españolas y un guitarrón. El tamaño de la guitarra requinto, otro instrumento musical genuinamente yucateco, corresponde a las dos terceras partes del tamaño de las sextas españolas, tiene por misión ejecutar la melodía en la introducción de las canciones y se toca punteando con la yema de los dedos.