Instituciones de crédito y ahorro La evolución de las operaciones comerciales entre los mayas les permitió concertar tratos de crédito regidos por una estricta ética, basada en la confianza absoluta, como garantía única. Renán Irigoyen Rosado señala en su libro, El comercio en Yucatán, que «no usaban documentos escritos para sus operaciones crediticias hechas a base de sentimientos generalizados de buena fe. Toda la seguridad de la solvencia de los contratantes radicaba en su código moral y en estipulaciones orales». El cronista López de Cogolludo observó que en el proceso de la Conquista, «las ventas y contratos no habían escritos que obligasen, ni cartas de pago que satisficiesen; pero quedaba el contrato válido con que bebiesen públicamente delante de testigos. Esto era particularmente en venta de esclavos u hoyas de cacao…» Nunca el deudor negaba la deuda, aunque no la pudiese pagar tan presto; pero quedaba asegurada para los acreedores confesando, porque la mujer, hijos y parientes del deudo la pagaban después de la muerte». Durante la época colonial, la escasez de moneda en metálico imposibilitó la existencia de instituciones crediticias en Yucatán, y en la primera mitad del siglo XIX, la inestabilidad política del país, y en particular del estado, no favoreció el desarrollo económico del crédito al comercio y a la producción agrícola e industrial. Los únicos créditos disponibles provenían del patrimonio de la Iglesia católica y de las cajas de comunidades indígenas. Los fondos eclesiásticos se nutrieron de la venta de las haciendas de las antiguas cofradías, cuyos réditos se utilizaron para gastos del culto y como apoyo a los pueblos. Operaban con intereses del 5 o 6% anual, como bancos abiertos a la agricultura y al comercio que apoyaban a los ganaderos, comerciantes, artesanos y dueños de fincas henequeneras. Sin embargo, la pobreza de capitales y créditos en el mercado propició el abuso, el agio y la usura. Al aumentar la demanda del henequén, a mediados de siglo, el principal problema fue la ausencia de capital para financiar el largo período de cultivo, entre seis y siete años antes de entrar a la fase de explotación. También se necesitaron mayores superficies de tierra para la siembra del agave y los primeros cultivadores requirieron capitales para el financiamiento de los planteles; tuvieron que conseguirlos en el extranjero. Los comerciantes se vincularon con bancos de Estados Unidos de América, a través de las casas comerciales de ese país con las que tenían negocios, y fue Eusebio Escalante Castillo, en 1852, el primer yucateco que buscó apoyo financiero en la banca neoyorquina. Se relacionó con Eduardo Thebaud, gerente de la Thebaud Brothers, y juntos organizaron un financiamiento para que Eusebio Escalante Castillo quedara como exportador de la fibra de henequén, la Casa Thebaud Brothers de intermediaria y la banca estadounidense fuera financiadora de las operaciones. Así, se proporcionó a los hacendados refacción en efectivo y en avíos, a condición de que entregaran la producción de fibra a la Casa Escalante a medida que la elaboraran. La Casa hacía préstamos comerciales y privados, recibía depósitos irregulares que movía mediante inversiones, anticipaba a los hacendados las cantidades necesarias para fomentar sus haciendas y les firmaba pagarés a la orden de la Thebaud Brothers, la cual los endosaba a los bancos que financiaban las operaciones.
Otras casas comerciales que procedieron igualmente fueron la Manuel Dondé Cámara y Compañía, la Ibarra Ortoll —ambas vinculadas con la Thebaud Brothers—, las de José María Ponce, Pablo González, Carlos Urcelay, Hoffman y Rodríguez, Federico Skinner y Arturo Pierce. Todas prestaban a los hacendados henequeneros, giraban letras sobre las principales plazas del país, Estados Unidos de América y Europa, y cobraban las facturas de las mercancías enviadas a comerciantes yucatecos, y las pólizas de seguros de vida y contra incendios. Transcurrieron 12 años luego del primer contacto de la Casa Escalante y la Thebaud Brothers, para que surgiera oficialmente el primer banco en Yucatán. El 24 de septiembre de 1864, durante el Segundo Imperio, fue creado, por decreto del comisario imperial José Salazar Ilarregui el Banco de Avío de la Península, con un capital de 15,000 pesos, para hacer préstamos de entre 25 y 250 pesos a artesanos, agricultores, industriales y pequeños comerciantes. Funcionó sólo tres años, ya que al restaurarse la República fue disuelto por decreto del 26 de septiembre de 1867. El gobierno del general Manuel Cepeda Peraza dispuso que los fondos fueran destinados a la biblioteca del Instituto Literario del Estado y al Hospital General de Mérida.
En 1875, el gobierno y los grandes comerciantes y hacendados intentaron, infructuosamente, fundar un banco emisor de títulos de crédito al portador, semejante al Banco de Londres, México y Sudamérica, Ltd. Los hacendados, ante la carencia de papel moneda circulante, solicitaron capital estadounidense para el establecimiento del banco, pero los capitalistas extranjeros impusieron como condición que se reuniera en el país un efectivo igual, de lo que ellos emitieran. La necesidad de instituciones bancarias en el país fue notoria desde los inicios de la República restaurada, sobre todo en el ramo hipotecario, pero una de las principales dificultades reconocida por el propio ministro de Hacienda era «la complicación e inconvenientes de las leyes sobre hipotecas, que fácilmente volvían ilusorias las que parecían más seguras». A los proyectos de bancos hipotecarios se agregaron los bancos nacionales, regionales y privados; bancos de emisión, depósito y descuento; bancos agrícolas, industriales, artesanales, mineros y ferroviarios. El nacimiento de las instituciones bancarias se realizó en Mérida, cuando todavía privaba un clima de inseguridad social y política en el estado y no había ninguna experiencia para promover y encauzar a los bancos mediante una reglamentación adecuada. Como no existían leyes sobre bancos, se regían por las concesiones que al efecto otorgaba el gobierno federal, por su escritura constitutiva y sus estudios. Únicamente tres instituciones bancarias funcionaban entonces en el país: Banco de Londres y México (1864), primer banco comercial privado, establecido en la Ciudad de México; Banco de Santa Eulalia (1875), en el estado de Chihuahua, y Banco Mexicano (1878).
En Yucatán, tanto el cultivo y desfibrado del henequén como la construcción del ferrocarril requerían del papel moneda, para facilitar las operaciones de financiamiento y las transacciones comerciales. Se pensó fundar un banco que tuviera entre sus objetivos la emisión del papel moneda, para el desarrollo económico de la entidad. Uno de los proyectos bancarios que no fructificó fue el Banco Hipotecario Mercantil y Agrícola. En 1879, Emilio MacKinney fundó la Caja de Ahorros con el objeto de proteger al obrero; al año siguiente se estableció la Casa de Empeños en General, propiedad de Santiago Mestas, y el 29 de marzo de 1882, el Congreso del Estado autorizó al gobernador contratar sucursales en Mérida del Banco Mercantil Mexicano y del Banco Nacional Mexicano. Los contratos para ambos bancos eran semejantes: tenían autorización para emitir y poner en circulación billetes que serían recibidos como moneda corriente en pagos a oficinas de rentas del estado y municipales por su valor representativo, con obligación del banco emisor de pagarlos en efectivo, a su presentación, en las oficinas de la sucursal. Para formular los proyectos de contrato con las dos instituciones bancarias, fueron designados Joaquín Ancona, Bernardo Ponce Font y Agustín Vadillo. El 21 de agosto de 1882, en la Ciudad de México, Francisco Ogarrio, representante del gobierno estatal, y José V. Collado, representante del Banco Mercantil Mexicano, firmaron el convenio correspondiente. El 30 de septiembre de ese año, el Congreso del Estado aprobó el contrato, que caducaría dos años después. El 17 de octubre, con el apoyo de Pedro de Regil y Peón, también firmaron convenio para establecer el Banco Nacional Mexicano, Octavio Rosado, gobernador del estado, J. Mammensdorff y Santiago Rulp, administrador-director y subdirector, respectivamente, de la institución bancaria. Esta sucursal inició operaciones el 13 de noviembre con un capital de 300,000 pesos. Sus oficinas estaban en la casa número 2 de la segunda calle de Regil y Estrada (hoy calle 63). El primer gerente-director fue Carlos Varona. El 5 de noviembre de 1906, la sucursal se trasladó a otro local en las calles 56 con 59. En 1884, al caducar la concesión del Banco Mercantil Mexicano, éste se fusionó, en la Ciudad de México, con el Banco Nacional Mexicano, para fundar el Banco Nacional de México.
Durante el gobierno de Porfirio Díaz aumentó el número de bancos, principalmente los de capital extranjero, debido a las concesiones otorgadas a empresas extranjeras para construcción de obras y transacciones comerciales y financieras. Para 1883, el sistema bancario mexicano aún no se encontraba orgánicamente integrado. Modificaciones hechas a la Constitución permitieron que el Congreso de la Unión sancionara el Código de Comercio, el cual contenía ya las instituciones de crédito. El nuevo Código, expedido en 1884, marcó el inicio de la legislación bancaria en México y otorgó al gobierno federal la exclusividad para autorizar el establecimiento de bancos, prohibió a los extranjeros establecer sucursales o agencias bancarias con facultad de emitir billetes y limitó la emisión fiduciaria al monto del capital en efectivo con títulos de la deuda pública. A instancias de Olegario Molina Solís empezó a funcionar en Mérida, el 1 de febrero de 1890, el Banco Yucateco, con capital inicial de 700,000 pesos. Su primer director fue Manuel Pinelo Montero. El consejo de administración lo integraron Nicanor Ancona, presidente; Fernando Cervera, secretario; Eloy Haro, comisario; Olegario Molina Solís, Alonso de Regil y Peón y Florencio Laviada, vocales. Sus principales accionistas fueron Pedro Peón Contreras, Rodulfo G. Cantón, Remigio Nicoli, José Domínguez Peón, Olegario G. Cantón, Sixto García, José Millet Hübbe, Juan Urcelay Martínez, Juan Hoffman, Leandro León Ayala, Rogelio Suárez, Anselmo Duarte, Avelino Montes y Enrique Muñoz Aristegui. Otro grupo de hacendados, dirigido por la familia Escalante, inauguró el 4 de marzo de 1890, el Banco Mercantil de Yucatán, que tuvo como capital inicial 500,000 pesos. Su apoderado general-administrador fue Benito Aznar Santa-María. Integraron el consejo de administración: Eulogio Duarte Troncoso, director; Eusebio Escalante Bates, secretario; Augusto L. Peón, comisario; Rafael Otero Dondé, Raimundo Cámara Luján y Joaquín Peón, vocales. Sus principales accionistas fueron Eusebio Escalante Peón, Enrique Espinosa, Manuel Zapata Martínez, Manuel Preciat Dondé, José María Ponce, Eduardo Pinkus Troncoso, José Juanes, Emilio Peón y Leandro León Ayala.
Esta institución bancaria llegó a tener un capital de 8,000,000 de pesos. Más tarde, en 1898, se constituyó la sociedad cooperativa Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Yucatán, para estimular y fomentar el ahorro y facilitar pequeños préstamos sobre prendas a bajo interés.
La crisis económica mundial de 1906 afectó severamente el mercado del henequén. En Yucatán se presentaron quiebras y los negocios se paralizaron; fueron afectadas las operaciones bancarias. Ante tal panorama, en 1907 entró en liquidación la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Yucatán y el Banco Nacional de México intervino al Banco Mercantil de Yucatán y al Banco Yucateco, lo que forzó la fusión de ambas instituciones bancarias y el 31 de marzo de 1908 se creó el Banco Peninsular Mexicano, la tercera institución crediticia comercial establecida en Mérida, con un capital de 16,500,000 de pesos. Sus actividades se tornaron irregulares a partir de 1911 y en 1916 se complicaron aún más cuando los bienes bancarios del país fueron incautados por el gobierno de Venustiano Carranza. La situación precaria del Banco y la cancelación de la concesión provocaron su liquidación en 1921. En 1907, la Cámara Agrícola de Yucatán promovió el Banco Hipotecario de Yucatán y Campeche, creado ese año con un capital inicial de 1,000,000 de pesos. Esta institución ofreció préstamos por un lapso de 10 a 40 años, con un interés del 7% anual. El 26 de marzo de 1918 inició operaciones, con 1,000,000 de pesos, el Banco Refaccionario de Yucatán. Fue la primera institución bancaria establecida en el país, luego de concluido el movimiento revolucionario de 1910-1917. Integraron el consejo de administración, el general Salvador Alvarado, presidente; Manuel Zapata Casares, vicepresidente; Álvaro Medina Ayora, Antonio Ancona Pérez, Pastor Campos, Emilio Carpizo y Andrés Solís Cámara, vocales propietarios; Armando G. Cantón, Fernando Palomeque, Miguel Seguí H., Marcial Echánove Delgado y Rafael E. Correa, vocales suplentes; Alfonso M. Alonzo, secretario; Felipe G. Solís y Arturo Cosgaya C., comisarios; Manuel Padrés, gerente, y Guillermo Blanco, contador. En noviembre de 1920 se estableció en Mérida la sucursal del Banque Francaise du Mexique. Sus oficinas se localizaban en un predio de las calles 56 por 63. Compraba y vendía giros sobre Estados Unidos de América, Cuba y otras plazas; manejaba cuentas de cheques en oro nacional y dólares; aceptaba depósitos a plazo fijo; compraba y vendía todo tipo de valores; hacía cobranzas y facilitaba, con créditos comerciales, la importación de productos. El Banco de México abrió sus puertas el 31 de agosto de 1925, durante el gobierno de Plutarco Elías Calles. La sucursal Mérida empezó a operar casi simultáneamente.
El 2 de mayo de 1934 empezó a trabajar, con un capital de 500,000 pesos, el Banco de Yucatán, dirigido por Arturo López Alonzo. El Banco de Londres y México se estableció en Mérida en junio de 1936. Diversas circunstancias motivaron la suspensión de sus operaciones financieras, pero el 19 de febrero de 1970 reinició sus actividades bajo la gerencia de Ernesto Solís Ancona.
En abril de 1941 se inauguró el Banco Peninsular de Comercio, con un capital de 500,000 pesos, dirigido por Rafael Salazar Trejo y Álvaro Domínguez Peón; el 27 de marzo de 1943 inició actividades el Banco Capitalizador de América, a cargo de Modesto Nemer Carrillo y el 1 de febrero de 1944 se abrió el Banco del Sureste, con un capital inicial de 1,000,000 de pesos; su primer gerente fue Vicente Erosa Cámara. Años después se fusionaría con el Banco de Yucatán y la Financiera Peninsular, para formar el grupo Banco del Atlántico. El 12 de abril de 1945 se estableció el Banco Familiar de Ahorros del Sureste. Con el tiempo fueron surgiendo otras instituciones bancarias y crediticias, como: Banco Agrario de Yucatán, Banco Comercial Peninsular, Banco de Comercio de Yucatán, Banco Hipotecario de Mérida, Banco Internacional Peninsular, Banco Nacional de Crédito Agrícola, Financiera Peninsular, Financiera del Sureste, y Fondo de Garantía para el Fomento de la Ganadería, Agricultura y Avicultura. En septiembre de 1983 entró en operaciones en la región sureste el Banco Nacional de Comercio Exterior (Bancomext), al fusionarse por decreto presidencial con el Fondo de las Exportaciones de Productos Manufacturados (Fomex), que venía funcionando en Mérida desde el 10 de octubre de 1980 y el Banco Nacional del Ejército, Fuerza Aérea y Armada (Banjército) se inauguró en octubre de 1989. Actualmente también funcionan en Yucatán sucursales de Banca Serfín, Banpaís, Banco Mexicano, Bancomer, Banca Confía, Bancrecer, Nacional Financiera, Banco de Crédito Rural Peninsular (Banrural), entre otras. La modernidad bancaria ha propiciado también las Casas de Bolsa y en Mérida operan algunas como Probursa e Inverlat.