Henequén (historia)

Henequén (historia)  Mucho se ha escrito sobre el henequén y su relevante significado en la historia de Yucatán, pero de todos sus estudios consideramos pertinente transcribir dos textos publicados en la Enciclopedia Yucatanense, pues son indispensables para la comprensión e investigación de este tema. El primero, Historia de la Industria Henequenera hasta 1919, escrito por Gonzalo Cámara Zavala y el segundo, Actualización de la Historia de la Industria Henequenera desde 1945 hasta nuestros días, que viene a ser la continuación cronológicamente hablando de aquél, formulado por Manuel Pasos Peniche, ambos historiadores analizan el desarrollo de la industria henequenera desde su propia perspectiva social y económica. Historia de la Industria Henequenera hasta 1919. (Gonzalo Cámara Zavala).

 

Usos que el indio maya daba al henequén. Ni Landa ni Cogolludo nos hablan del henequén al enumerar los productos de la tierra yucateca. El último dice que los indios hacían mucha jarcia. Mas como no sabemos que hubiera en la Península otra planta con la que pudieran manufacturarla, debemos suponer que usaban la conocida con el nombre de «ci» (ki), a cuya fibra denominada Zozcí (Soskí) dio Juan Pío Pérez, en su Diccionario de la Lengua Maya, la siguiente acepción: «Cáñamo de la tierra, henequén raspado». Con este fundamento, nuestros modernos historiadores, Ancona y Molina Solís, dicen que el calzado de los mayas era de cuero de venado y cordeles de henequén. No cabe duda que la jarcia que hacían los indios era de esta fibra.

En el Museo de Mérida existe el fragmento de una tela carbonizada extraída del cenote sagrado de Chichén itzá, que tiene toda la apariencia de la fibra de henequén. Si esto pudiera comprobarse, quedaría patente el hecho de que los antiguos mayas, no sólo usaban el henequén en cuerdas, sino hasta en la manufactura de telas. La jarcia de que nos habla Cogolludo y los cordeles los empleaban, seguramente para amarrar el armazón de sus casas de paja, para sus embarcaciones, para usos domésticos y, posiblemente, para hacer cables con los cuales elevaron a grandes alturas esas inmensas piedras con que fabricaban los grandiosos edificios cuyas ruinas contemplamos todavía.

 

Tradición india del descubrimiento de esta planta. Pero si la Historia no ha podido aclarar este asunto, tenemos una bella tradición: Zamná, el ilustre conductor de los itzaes, además de rey y sumo sacerdote fue curandero de fama. Un día salió al campo en busca de yerbas para su colección medicinal y en un movimiento brusco que hizo al acercarse a una planta, se pinchó la mano con la espina de una hoja larga y rígida. Uno de los acompañantes que formaban su séquito cortó con un filoso pedernal la penca cuya espina había causado el daño a su señor y la golpeó repetidas veces con una piedra. La tradición no aclara este punto de la leyenda. No se sabe la intención que se tuvo al golpear la penca, pues mientras unos creen que fue para extraerle el jugo y con él curar la herida producida por la misma, otros suponen, y es la versión más verosímil, que para adular al magnate quiso darle su siervo una prueba de adhesión castigando a la hoja causante del pinchazo. El hecho fue que con los repetidos golpes de la piedra, se desprendió la parte pulposa de la penca quedando convertida en un haz de blancas fibras. Zamná hizo observar a su séquito que la vida nace acompañada de dolor, origen del bien, por lo que en el caso en cuestión debían considerarlo como un don de los dioses, pues al clavársele la espina se le había revelado la existencia de una planta que sería en adelante de gran utilidad, por lo que debería ser cultivada con esmero. Posiblemente estas palabras le fueron inspiradas por su padre, el supremo Hunab-Ku, creador del universo maya, cuyas lágrimas emanadas del dolor, al brotar de sus ojos, dieron la vida a todos los seres de la creación como puede verse en las sagradas piedras de Chichén Itzá, que aún conservan claramente grabado ese hermosísimo mito de los mayas.

 

Clasificación del henequén. El nombre de henequén, con que actualmente conocemos esta planta, fue dado por los españoles, aunque nuestros antepasados la llamaron jenequén. La planta pertenece a la familia de las amarilídeas. Su clasificación botánica ha sido muy discutida y, en realidad, aún no se ha fijado. Su clasificación vulgar (Manual práctico del henequén, su cultivo y explotación, por José A. Bolio A.) es la siguiente: 1° Kitán-ki, 2° Bab-ki, 3° Kahun-ki, 4° Ch’elen-ki, 5° Yax-ki, 6° Sak-ki, 7° Chukún-ki y 8° Xix-ki. Debemos advertir que el nombre de henequén es el que nosotros le damos. Fuera del país, en los mercados compradores, se le distingue con el nombre de Sisal, a causa de que tomó este nombre del antiguo puerto yucateco en que se hacían los embarques de la fibra.

 

El henequén en el siglo XVI. Con posterioridad al año 1936, en que fue publicada por primera vez esta Reseña Histórica, Enrique Manero dio a conocer en el Diario de Yucatán su interesante artículo titulado «Henequén del siglo XVI». Nos parece muy conveniente reproducirlo en parte aquí porque aporta nuevos datos históricos de positivo interés para el lector: «El nombre ilustre del muy magnífico señor don Cristóbal Colón aparece ligado, en las postrimerías del siglo XV, a los antecedentes históricos de la fibra hoy conocida como henequén yucateco. En efecto, siguiendo a fray Bartolomé de las Casas, en su Historia de las Indias, cuando relata el tercer viaje de Colón al Nuevo Mundo, se encuentra que el 16 de agosto de 1498 escribió el Almirante, mientras navegaba, diciendo: ‘que llevó a Sus Altezas grano de cobre de nacimiento, de seis arrobas, azul, lacas, ámbar, algodón, pimienta, canela, brasil infinito, estoraque, sándalos blancos y cetrinos, lino, aloes, jengibre, incienso, etc.’ «Todas éstas son sus palabras», dice el historiador y agrega: ‘Cerca de lo que dice de la canela, y aloes, y jengibre, incienso, unirabolanos, sándalo, nunca los vi en esta isla, al menos no los conocí; lo que dice del lino, debe querer decir la cabuya, que son unas pencas como la cavila, de que se hace hilo y se puede hacer tela o lienzo dello, pero más se asemeja al cáñamo que al lino; hay dos maneras dello cabuya y nequén: la cabuya es más gruesa y áspera y el nequén más suave y delgado; ambos son vocablos desta isla Española’.» Es de advertirse que, entre la fecha en que Colón escribió en 1498 y la época en que Las Casas lo comenta, de 1552 a 1559, media un lapso mayor de medio siglo, y es que fray Bartolomé de Las Casas, amigo y confidente de Cristóbal Colón, era 25 años menor que éste y así aquél vino a escribir sus historias cuando ya pasaba de la edad de 78 años. «Por su parte, otro notable historiador, el capitán Gonzalo Hernández de Oviedo y Valdés, primer cronista del Nuevo Mundo, en su Historia General y Natural de las Indias y Tierra-Firme del Mar Océano, escrita por el año de 1535, incluye, en su muy prolija y dilatada enumeración de la flora tropical americana un capítulo especial: ‘De la cabuya y del henequén, e de algunas particularidades de lo uno e de lo otro, que son dos cosas de hilo o cuerdas muy notables’. Al respecto dice: ‘La cabuya es una manera de hierva que quiere parescer en las hojas a los cardos o lirios, pero más anchas e más gruesas hojas: son muy verdes, e en esto imitan los lirios, y tienen algunas espinas e quieren parescer en ellas a los cardos.

‘El henequén es otra hierba que también es así como cardo; mas las hojas son más angostas y más luengas que las de la cabuya mucho. De lo uno y de lo otro se hace hilado y cuerdas harto recias y de buen parescer puesto quel henequén es mejor y más delgada hebra’. «Informa además Hernández de Oviedo de las hamacas, hechas de algodón y de henequén, las cuales, según su opinión, serían muy útiles para los ejércitos de España. Y cuenta, como curiosidad, de la manera cómo los indios se ingeniaron para cortar el hierro, validos de un cordón de henequén, con el cual lo frotaban, pacientemente, polvoreando el surco con fina arena, hasta lograr trozarlo. Agrega finalmente que la palabra hamaca era propia de los indios de Cuba y de Haití y que los mismos llamaban a la fibra jeniquen. A propósito de esta palabra, ya usada en las líneas anteriores en tres formas distintas: nequen, jeniquen y henequen, y que en otros lugares se ha escrito: jenequén, parece oportuno asentar como versión más verosímil, ya que el vocablo no vino del castellano ni se deriva de la lengua maya, que su origen lo tuvo en el Perú donde se elaboraban cuerdas con una fibra semejante al cáñamo, la cual llegó hasta las Antillas con el nombre de jeniquen, palabra que fonéticamente parece proceder de la lengua quichúa que hablaron los incas. Pero, volviendo a los antecedentes históricos del henequén, se encuentra en el Viaje de Rogerio de Bodeham al Golfo de México, el año de 1564 el siguiente relato: ‘Volví luego al río de Alvarado, de allí a Campeche, que está a la parte sur del Golfo de México. La capital de esta provincia se llama Mérida: tiene obispo y cien españoles. Alrededor de México y en otras partes de la Nueva España, crece cierta planta llamada maguey que produce vino, vinagre, miel, azúcar y de cuyas hojas secas se saca cáñamo, cuerdas y los zapatos que ellos usan. Y en la punta de cada hoja sale una espina como una lesna, con la que ‘acostumbran agujerear todo.’

«En la misma época, 1566, el historiador y obispo fray Diego de Landa en su Relación de las cosas de Yucatán, escribiendo sobre la flora de la Provincia dice: ‘Tienen una yerba silvestre, que también la crían en sus casas, y es mejor, de la cual sacan su manera de cáñamo de que hacen infinitas cosas para su servicio’. «Otro eminente escritor, contemporáneo del obispo Landa, el M. R. P. Fr. Diego López Cogolludo, aunque no se refiere al henequén, botánicamente considerado, sí lo menciona en su Historia de Yucatán, editada en Madrid en el año de 1688, libro cuarto, cap. I, pág. 173, col. 2, cuando dice: ‘Hazefe mucha jarcia de navíos, si bien no tan fuerte, ni durable, como la de cáñamo. En los puertos de Champotón y Campeche se fabrican algunos navíos, estimados por la fortaleza de sus maderas’. Hasta aquí algunas de las observaciones que a fines del siglo XV y en la primera mitad del siglo XVI hicieron acerca del actual henequén yucateco, aquellos hombres que legaron a la historia el recuerdo de las cosas de aquellos tiempos. Y para conocer los juicios que sobre la materia se formularon en épocas posteriores, nada mejor que consultar, en primer término, la Historia del descubrimiento y conquista de Yucatán, del erudito y culto yucateco Juan Francisco Molina Solís, quien, refiriéndose a la situación en que estuvieron los cultivos de los mayas al tiempo del descubrimiento, dice: ‘Acostumbraban igualmente sembrar en los patios de sus casas el henequén (ci) con que fabricaban cuerdas para el servicio doméstico.’ Cuando relata el mismo autor la formación de las haciendas por los conquistadores, a mediados del siglo XVI, agrega: ‘Otro cultivo de las haciendas, aunque en pequeña escala, era el henequén, ya cultivado por los indios antes de la conquista: llamábanles los indios «ci» y los españoles «maguey», su principal aprovechamiento era extraerle la fibra que usaban como cáñamo para hacer cuerdas y cabulla. En la Isla Española o Haytí, era conocido el henequén como un cardo de hojas angostas verdes, de una braza de largo y terminando en una púa muy tiesa’. «Otro autor, Eligio Ancona, en su Historia de Yucatán, refiriéndose a la misma época dice. ‘El henequén estuvo muy lejos de llamar la atención de los conquistadores y sus descendientes más inmediatos. Dejaron en consecuencia que los indios lo siguiesen cultivando y beneficiando según el sistema maya; mas como es un arbusto de naturaleza privilegiada, en el cual no ejerce influencia ni la escasez ni la abundancia de las lluvias, y se reproduce casi sin ningún cuidado del hombre, pudo sobrevivir y propagarse a pesar de esta negligencia».

 

El henequén al finalizar la Colonia. Policarpo Antonio de Echánove y Arzubia, en un importante documento de 1783 que generalmente se le atribuye, aunque apareció bajo la firma de su amigo el alférez de Fragata José María de Lanz, describe la incipiente situación de la industria henequenera en esa época; predice las grandes posibilidades de la misma y propone medios para intensificar su cultivo. Por considerarlo de interés y por tratarse de un trabajo poco divulgado transcribimos a continuación la parte del mismo relativa al henequén: «…En no habiendo fomento es por demás la buena disposición y la abundancia de toda especie de fruto. Nuestro henequen es de este número: podemos decir que hasta ahora cuanto es se lo debe a la naturaleza, reduciéndose la industria al corto adelantamiento del indio, en quien son las luces tan reducidas para la invención como acomodadas y hábiles para la imitación, hasta el extremo de igualarse con las obras europeas, y acaso los autores mismos de ellas no hicieran otro tanto si los sujetaran a los escasos e inoportunos instrumentos con que el indio ha satisfecho esta identidad. El henequen es una planta de verdes y hermosas pencas que despedidas de su tronco con alguna inclinación horizontal forman una figura circular en su parte superior: cuatro son las calidades que se conocen en la provincia, dos de cultivo que los indios distinguen por los nombres de verde y blanco, y dos silvestres llamados cahum (Kahum) y chelem (Che’lem): los dos primeros los siembran y conservan los indios en las cercas de sus casas, á causa de que el ganado vacuno lo hace ordinariamente pasto suyo. No teniendo semillas, su reproducción la ejecutan por medio de los retoños; comienza á ser de sazón y utilidad la planta de los tres á los cuatro años, durando después muchos sin ningún cuidado de su conservación: como en cada luna produce nuevas pencas, se aprovecha en ella el fruto mensualmente. El cahum y chelem se encuentran en los campos del todo silvestres: este último, aunque de pencas muy cortas pues cuando más alcanzan á tres cuartas de largo y escasas de hebra, la que se le beneficia por ser muy fina y fuerte, merece atención para mezclarla con las de cultivo; pero el cahum si bien tiene penca mayor, es su calidad tan quebrajosa e infame, que no sólo precisa cuidar de no hacer uso ninguno de ella, sino exterminarla si es dable por las consecuencias funestas que puede producir su vicio en el uso de los cables, descansando el navegante sobre el concepto de su seguridad. La más superior calidad es la del que nombran «verde», y debe por lo mismo llevar siempre la primera atención: le daremos como un segundo lugar al que distinguen por la voz «blanco», no tanto por natural bondad, en que no sobresale siendo la hebra aunque gruesa y larga de poca consistencia, sino porque unida á la verde resulta el todo de la mejor estimación.

«El indio, contra cuya ineptitud ó indolencia no hay pluma que no se cebe, más por un torrente de alucinamiento que por una exacta e imparcial observación de sus trabajos, es el depositario de este fruto: hasta ahora no ha reconocido otras manos que las suyas: en ellas logra la simple operación, si bien algo penosa, de rasparse la penca con cierto instrumento de madera, hasta que quede limpia y suave la hebra: no se ocupa en este ejercicio sino la madrugada y las primeras horas de la mañana, á causa de que con el calor del día, exardeciéndose el zumo que despide la penca, les excuece la parte del cuerpo que les pringa ó alcanza: beneficiado así el material, lo reducen á hilo y tiboroneras, mas ó menos gruesas y largas según se les pide. Fabrican la tiboronera con las palmas de ambas manos: entre ellas tuercen dos madejas de hebra de henequen, de suerte que juntas vayan tomando la unión y vuelta necesaria: el hilo aún es más molesto: lo labran poniendo dos cadejitas del propio material sobre el muslo descubierto, que oprimidas de la mano caminan bajo de ella hasta la rodilla, para que cada una, entre el muslo firme y la palma de la mano que corre, adquiera las vueltas oportunas, y que retrocediendo con la misma fuerza, resulten unidos y corchados: en cada vuelta apenas adelantan media cuarta, y como el henequen tiene naturalmente tersura y aspereza, levanta un calor o enardecimiento en el muslo, que les precisa dejar el trabajo ciertas horas. Tan en pañales como todo esto se encuentra en el día la manufactura de un ramo de los más útiles y comparables con pocos: en más de dos siglos no ha habido quien haya echado los ojos sobre él, y donde faltan los medios de adelantar mucho trabajo en corto tiempo ocupando los menos operarios posibles, es preciso se deje de progresar, tropezando con el excesivo valor de la obra, ahogándose en su propia cuna ó nacimiento las fábricas de mayores esperanzas: noto por lo mismo que sólo en las circunstancias de Yucatán, cuyo indio desestima tanto su trabajo y cuyo suelo se empeña a producir la materia de nuestro asunto sin ayuda de los hombres, pudiera haber franqueado provisiones en que se han conciliado la baratez y la buena calidad.

«Aunque produce el henequen en toda la provincia generalmente, su abundancia y consiguiente comercio es en los pueblos de la costa, cuya inmediación le es favorable á la planta: en lo interior tan solo cuidan de conservar algunos pies en las haciendas de ganado vacuno y caballar para las sogas y cordelaje necesario al gasto de las mismas haciendas: los pueblos que cuentan su posesión como un ramo vinculado para la subsistencia y entretenimiento de sus obligaciones, ascenderán de cuarenta a cincuenta; y estos tales, como planta de reproducción lunar, se ocupan en su beneficio indistintamente todo el año. Llevamos hecha una sencilla demostración del henequen, en sus calidades y de su beneficio presente: luego pasaremos á la segunda laboración del corchadero: con que toquemos ahora algo de su fortaleza y de su utilidad. A la verdad, solo una diaria experiencia pudiera convencer de su firmeza: hasta su media vida compite y aun excede al cable de cáñamo de primera suerte de Holanda: testigo es el puerto de La Habana y Veracruz con nuestros navíos de guerra de la valentía del henequen, habiendo sido muchas veces último recurso á que han debido la seguridad en nortes y temporales; punto que en obsequio de la verdad autorizarán abundantemente los recomendables votos de excepción de los Excmos. Sres. Ulloa, Bonet y Solano. A estos generales debemos numerarlos por los primeros protectores de nuestro henequén, y los que abrieron la portada para los conocimientos; pero por un rumbo de los comunes en el adelantamiento de las obras de los hombres, la necesidad, activísimo agente y madre fecunda de los recursos, dirigió sobre Yucatán las miras buscando, por el cómodo valor de sus járcias, conservación de las que los navíos conducían de cáñamo á su venida de Europa: el objeto era fuesen como suplentes en la invernada de puerto; pero hizo abrir los ojos con admiración la experiencia, convenciendo en la ocasión que el cable yucateco, bajo su aspereza, conservaba consistencia y firmeza para competir y para exceder al reservado cáñamo: así vengó en alguno modo el agravio padecido por tantos años de olvido. Despierta de esta suerte la atención, y hallada como por acaso una mina de tan preciosa materia, se comenzó á aprovechar de ella: tanto el departamento de marina de La Habana como el ministerio de hacienda de Veracruz, despacharon comisiones á estos caballeros oficiales reales, quienes tan celosos del servicio del rey como de fomentar á su provincia el importante ramo de járcias, de consecuencias las más ventajosas al estado, obraron de manera que en los años de 780 y 781 remitieron 73 cables de las menas desde 14 á 25 pulgadas de grueso y 120 brazas de largo, 61 calabrotes y 876 piezas menores. Y los años presentes de 783 y pasado de 782, llevan enviados 98 de la clase primera, 40 de la segunda y 304 de la tercera. Antes del año de 780 ya se habían proveído algunos cables para Veracruz á instancia del administrador general, que era entonces D. Pedro Antonio Cossio; pero con mucha mayor precedencia de tiempo no conocían otra seguridad las embarcaciones campechanas. Sin envidiar nada a las provisiones del Báltico, surcaban mares y resistían las furias del inconstante elemento, manteniéndose firmes sobre sus cables patricios; y pasándolos hasta Europa, hallaron también en ella admiradores por su calidad y por su resitencia: hoy no toca buque alguno en Yucatán sin que salga habilitado de sus cables, fijando mejor las esperanzas en ellos que en los de cáñamo; y aun los barcos mercantes que no pasan de La Habana, hacen continuos encargos para su mansión en aquel puerto y regreso a España: desengañémonos, que contra experiencia no pudiendo prevalecer la preocupación, es preciso suceda así.

«El provecho preferible del henequen no se limita a las piezas de cables y calabrotes: es extensivo para escotas y contraescotas, muras y contramuras, escotines, ostagas, guardines de timón, brazas y contrabrazas, palanquines de velas y de cañón, para bragueros de lo mismo, viradores de leva, la de masteleros y sus batículos, guardamancebos de vérgas, amantillos, aparejos de combés, acolladores, y últimamente para toda maniobra; de tal suerte que una embarcación viene á hallarse suficientemente proveída de piezas de cáñamo con 20 o 25 quintales. Es verdad que no se hace uso del henequen para la obencadura de járcias principales, como de mayores, gávias y juanetes, brandales, coronas, estaises y contraestaises, relingas de todas velas, briolas, apagapenoles y cruces etcétera; así por el defecto de que en el sol se extiende y al contrario se encoje con el agua, como porque los cabos de labor rozan las velas, lo cual es tan frecuente en la mayor suavidad del cáñamo; pero á fin de tener siempre que oponerle a este fruto su rival, lleva nuestro henequen la circunstancia ventajosa, y de una utilidad apreciabilísima para las embarcaciones, cual es la de que en medio de su fortaleza pesa una tercia parte menos que el cáñamo: á esto debemos también agregar que ha enseñado la experiencia, con especialidad en las sondas y puertos de América, que el cáñamo se pudre breve por el calor de las aguas, y aun mucho más en las de poco fondo, cuyo detrimento no padece el henequen. Mas como ninguna cosa es tan susceptible á diversidad de impresiones y conceptos como estas materias nuevas de general inspeccion, y la nuestra tiene otros tantos observadores como navegantes, oigo ya á los de la oposición del henequen lamentarse de su mala vejez, que no admite aplicacion provechosa; pero les daremos su satisfacción: puede destinarse para tacos de la artillería de plazas y escuadras, en que no sólo se logra un entretenimiento útil, sino que por este medio se consigue ahorrar la infinita filastica de cáñamo que se emplea en los mismos tacos, y tendrá entonces aplicación mucho más provechosa á su legítima resulta de estopa, meollar, vaiven y otras precisas menudencias del servicio de bajeles. No tiene duda: el henequen por su bondad, por su utilidad, por su baratez, reconoce circunstancias que le harán conservar crédito en medio de la mayor oposición, y sobre todo, ¿hemos de parar en unos fragmentos de aprovechamiento que logra el cáñamo cuando se acaba? ¿hay cosa que pueda competir á la valentía, á la firmeza, á la seguridad, y por último al fondo de esperanza que franquea el henequen en medio de la tempestad, de los grandes riesgos? Nada menos se interesa en ello que la vida preciosísima de los hombres, la vida, esta existencia amada, á favor de cuya conservacion y previencia de riesgos, debe conspirar la humanidad todos sus cuidados, todos sus trabajos, todas sus investigaciones; hagámonos, pues, honor, no prefiriendo lo accesorio á lo formal, ni confundiendo el todo con las partes, y entremos ya en el laboratorio del corchadero. Aquí encontramos otra desnudez que clama por el abrigo y la protección: el valor de manos confieso que logra una bondad bastantemente grande, pues he visto en todas menas piezas hermosísimas; pero desde luego se mejorarían algo proporcionando las comodidades del trabajo: éste lo impenden en el gran espacio que ocupa el necesario largo de los cables, sin otro toldo que el raso cielo, y por lo tanto con la incomodidad que se deja inferir de un clima sumamente caluroso, cuyo sol tuesta y castiga de suerte á los obreros, que huyen cuanto pueden de este ejercicio, y es preciso atraerlos á él por medio de alguna ventaja en los jornales; incidente que va oponiéndose á una de las grandes miras, cual es la baratez. Concluido el cable, queda enroscado a la misma intemperie hasta que se proporciona su embarque, desmejorándose en este abandono cuanto nó es imaginable: es también mucha la escasez de instrumentos ó aparejos para la ayuda y perfección del trabajo: precisa pues habilitarse en Campeche un buen corchadero; proveerlo de los útiles necesarios; formarle una gran galería aunque sea de huano, en que se abrigue el infeliz obrero; y construir no menos las bodegas o almacenes que sean bastantes a recoger los cables y demás piezas concluidas, así como las porciones de tiboronera y hilo de nuestro henequen que bajan de la ciudad de Mérida y partes de la costa. Se quejan los maestros corchaderos de que no se les auxilia de oficiales, especialmente en algunas circunstancias que urgen duplicar las tareas; y como donde faltan las manos no puede adelantarse nada en este punto, es tanto o más esencial que los antecedentes: sin embargo, yo me persuado que la dificultad proviene de no ser constante la ocupación en el corchadero: un plantel cuyo trabajo está sujeto a jornal o diario, y que tiene intermedios de suspensión, no sólo es indispensable carezca en la mejor ocasión de oficiales, sino que no los encuentre: el que cada día ha de trabajar para la subsistencia del mismo día, no puede sujetarse á ganancias precarias: fomentemos, pues, un corchadero de continuo movimiento, y les descubriremos a los maestros el mejor auxilio y la verdadera germinación de operarios.

«El cable más primoroso por todos títulos, es el de 17 cordones, que llaman de cuatro quintales: en la embarcación debe cuidarse mucho el alquitranarlos de seis en seis meses: este beneficio y el de sebo y cualesquiera grasa le favorece tanto cuanto que en la repetición va tomando un nuevo aumento de duración: la experiencia ha acreditado esto, así como el que igual diligencia es tan perjudicial al cáñamo que con ella llega a podrirse: muy conducente sería también que aun aquellas piezas de járcia menuda no se trabajasen con hilo, sino con tiboronera, encargando hiciesen esta para el intento bien delgada y fina: los cabos de mano no perjudicarían entonces a los marineros con la aspereza que resulta del hilo, y podrían acomodarse para mayores usos. Las reformas y amplificaciones por este término, no pueden ser obra de mis informes especulaciones: las ha de ilustrar el tiempo con la práctica: en ella, y una observación atenta, hallaremos al henequen el modo más ventajoso de laborearlo, y de extender su aprovechamiento á servicios para los cuales no lo encontramos propio en el día: no sería principio de los menos seguros á este objeto, el que el oficio de corchador se estableciese con el método que los demás artes mecánicos, sujetando á sus oficiales para la admisión y declaración de tales, á los conocimientos y exámenes necesarios que deben precederles. No lo dudemos: no hay otro camino para llevar a su perfección el todo de una obra, que el rectificar cada parte como si sólo se tratase de mejorar a ella. Concluyamos que nuestro material yucateco debe llamar los cuidados del sabio ministerio que hoy logramos. Todo es provecho y esperanzas, porque si lo hemos reconocido tan acomodado en la marina, excede en utilidad y duración al cáñamo para las maniobras de tierra. Así lo conoció el caballero intendente D. Juan Ignacio de Urriza en las porciones de járcia menuda que durante la guerra pidió a estos oficiales reales, quienes me aseguran que á no haber sido la falta de caudal con que se vieron, y una directa oposición inseparable de las circunstancias de aquella época en la provincia, hubieran dilatado los socorros a mucho más. Hoy ha variado el gobierno de su anterior sistema ó constitucion. Ya no subsiste tampoco la guerra que absorvía los caudales: con que vamos á darle al henequen el aumento que pide con tanta justicia. La obra es grande, grande el interés del estado, y como grande solo propia de la soberanía, y solo posible a su autoridad y recursos. Un hombro real ha de principiar aliviando los embarazos por los auxilios de la libertad. Esta ha de ser extensiva a todo derecho é impuesto en su cultivo, en su beneficio y en su extracción de la provincia. Es despreciable lo que el erario adelanta por este medio, comparado con lo que resultará de los progresos de nuestro ramo. El primero á quien veo suspenso á la novedad, es al extranjero temiendo una próxima e inevitable decadencia de su cáñamo. No hay duda: la sufrirá hasta el término de no podernos introducir porción alguna, porque el que beneficiamos en nuestra España, puede ser suficiente para la fábrica de lonas y para los usos de lo necesario en la marina, llenando todo lo demás el henequen cuya abundancia carecerá de límites como pudieramos protegerlo. Fácil sería llegásemos al caso de surtir á los mismos extranjeros. Si ahora reconocemos como cincuenta pueblos con su cultivo y comercio, nada más en la mano que dilatarlo á mayor número y multiplicar sus plantaciones: las de hoy son á arbitrio del indio, cuyo carácter desprendido de ambición, contento con la desnudez y sin otro empeño que la subsistencia del día, solo extiende sus trabajos á la escasa medida de sus necesidades: ninguna cosa le estimula menos que el amontonar para lo sucesivo; pero ya que corresponde con utilidad bajo la dirección de superiores providencias, fórmese un reglamento que precise en toda la parte de costa la siembra cuando menos de cierto número de matas á cada indio, vecino, etcétera. Trátase también en él con un preferente cuidado sobre las calidades que han de fomentarse, determinando leyes penales para los que llegasen a mezclar en las especies trabajadas el material reprobado: una omisión en esta parte destruiría de raiz todo cuanto nos hemos propuesto: ahora bien, si estando el henequen á lo que quiere dar buenamente, nos ha proveido la marina real de la járcia que llevamos notada, á la mercantil de la que ignoramos por difícil de calcularse, y al mismo tiempo la que se habrá embebido en costales, sacas, sogas y otras aplicaciones que tiene, ¿cómo no hemos de esperar aseguradamente que empeñados en su fomento, será inagotable la abundancia, consiguiente el mejorar la especie, y necesaria la baratez? Dudarlo casi sería negar lo convincente de una demostración matemática. Lo que notaremos por innegable es, que un proyecto de la naturaleza y miras del que tratamos, no se consigue con una una simple comision á oficiales reales hombres demasiado ocupados por sus empleos, ni destinando acaso uno ú otro oficial de marina al intento: es preciso discurrir sobre la asociacion de varios, comenzando desde el primer magistrado para evitar demoras en el progreso según se experimentó en lo pasado: esta podía ser una especie de sociedad económica á cuyo cuidado fuese la grande obra, con caudales a mano para los fomentos, para las habilitaciones, para los crecidos acopios: ¡oh, qué pronto adelantarían, qué breve conseguirían mejorar el ramo, y con qué facilidad unirían esta ventaja á la de su baratez, para que se proporcionase su mayor consumo y exportacion á todas partes! Era dable lograrlo también por otro medio, y es el de establecer en Campeche un ministerio de marina: prescindo ahora de las muchas ventajas que resultarían por varios lados de esta creación, y digo que bajo su inspección había oportunidad de adelantar las járcias, cuidar de provisiones para el departamento de La Habana, y auxiliar generalmente las fábricas; y declaremos que á no prepararse unos cimientos semejantes, será demás aguardar entidades provechosas. A vista, pues, de las notables recomendaciones de nuestro henequen, que creo bastantemente demostradas, esperémoslo todo de la feliz disposición que manifiesta la presente época: no limitemos á estas cortas apuntaciones su mérito, ni graduemos por ellas la última perfección del proyecto: este ascenso de bondad es reservado tan sólo á los fueron del tiempo, cuya edad en repetidos experimentos, descubriendo circunstancias que se ocultan á toda la previencia de la más consumada teórica, conduce las vastas ideas de los hombres á sus últimos delineamientos.»

El propio D. Policarpo Antonio de Echánove, en su Cuadro estadístico de Yucatán en 1814 lamenta todavía el abandono en que se tenía esa «materia preciosa» de cuyo cultivo dice: «Exclusivamente se halla en manos de los indios, cuya indolencia confesamos, y si a pesar de ella notamos tanto producto ¿qué sería en manos laboriosas? Puede decirse que acomoda perfectamente al indio este fruto, porque á la circunferencia de su casa se encuentra con una provisión diaria, o mina que contempla desde el descanso de su hamaca, y luego que le estrecha alguna necesidad, se levanta y la remedia cortando algunas pencas, que labradas en la mañana, le dan un duplo o triple de valor necesario a llenar su urgencia». Las famosas hamacas de Chemax se hacían del yax-ci, pero el partido que más se dedicó a su confección fue el de Tixkokob. En el ramo de costales se calculaba en 1811 una fabricación anual de 200,000. El año de 1813 se exportaron únicamente del puerto de Sisal 88,451, sin contar con los embarcados en Campeche. Y el año de 1845 la exportación de costales fue de 324,264. El total de artículos manufacturados de henequén, ascendió a 64 684 arrobas.

En cuanto a la exportación de henequén en rama se ha calculado que el año de 1811 fueron exportadas 5,000 arrobas y el de 1847 se estimó en 100,000 arrobas. Este aumento tan considerable en el corto espacio de 36 años, confirmó la predicción de Policarpo Antonio Echánove, quien en su mencionado Cuadro estadístico dijo lo siguiente: «Es preciso que las corporaciones que gozan de alguna autoridad, conforme al actual sistema de gobierno, atiendan este artículo exclusivo para que se fomente, para que se multiplique, para que se mejoren los beneficios… No hay mina de oro y plata y piedras preciosas que pueda entretener su labor, y parece que la Providencia, considerando los pocos estímulos ambiciosos del indio para los trabajos asiduos, ha querido proporcionarle en su suelo las facilidades de este fruto preciosísimo por tantas circunstancias, aprovechándose sus manos como únicos operarios de la Providencia.»

 

Primeros plantíos de henequén. Ya desde esa época se trataba de inventar una máquina raspadora de henequén que pudiera satisfacer la necesidad, cada vez más imperiosa, de mejorar la desfibración en cuanto a su rapidez. (Véase: Desfibradoras) Se dice,(…), que un fraile de apellido Cerón adaptó a una rueda de su carruaje, una cuchilla, principio fundamental de la rueda raspadora. Basilio Ramírez inventó un aparato en cuyo buen éxito se tuvo tal fe, que dio motivo a la organización de la primera sociedad henequenera. Fue fundada con un capital de 7,500.00 pesos. Adquirió en propiedad la finca Chaczikín y en ella fueron sembrados los primeros 800 mecates (32 hectáreas) de lo que después fue la gran industria agrícola henequenera. El documento de la sociedad fue firmado el 2 de septiembre de 1830 por los hombres más notables de Mérida entre los cuales figuraban Benito Aznar; Alonso, Luis, José María, José Lorenzo y Simón Peón; Pedro y José Rafael de Regil; Domingo López de Somoza; José Encarnación Cámara; Santiago Méndez; Pedro José Guzmán; Eusebio y José de la Cruz Villamil; José Segundo Carvajal; Mariano y Francisco Jenaro de Cicero; Joaquín García Rejón y algunos más. Se pagó por dicha hacienda el precio de 838.00 pesos 2 1/2 reales. El valor de los trabajos hechos en la hacienda fue como sigue: por cada mecate de «tumba», dos reales; por mecate de chapeo, un real; por corte de hijos de henequén, de 8 a 10 reales el millar; por mecate de albarrada, dos pesos. Estos datos constan en documentos originales que tiene en su archivo José Vales García.

 

La falta de carreteras limita la producción. La falta de carreteras, dificultó el transporte de los artículos destinados a la exportación, y éste fue el motivo de que las cordelerías o corchaderías, como entonces las llamaban, se establecieran en Mérida que tenía carretera directa al puerto de Sisal y estaba situada a corta distancia de las haciendas productoras de henequén. Fuera de esta manufactura, la mayor parte del consumo de henequén era no solamente interior, sino exclusivo de los centros productores. Como el trabajo se hacía a mano, únicamente se producía lo que podía consumirse en la región. Al principio fue doméstica la manufactura del henequén y su cultivo, pues como hemos visto se sembraba esta planta en los solares de las casas de los indios. Las estancias fueron ganaderas y luego productoras de maíz. El poco henequén que utilizaban en sus faenas para lazos de los vaqueros, sogas de las norias y cordelillos para otros usos, era lo único que se producía en la finca, y hasta es posible que esos artefactos los compraran en los pueblos comarcanos, como seguramente hacían con las hamacas, de uso tan generalizado en todo Yucatán. En Mérida y en las otras poblaciones de importancia, se usaban en las casas de amplios corredores las inolvidables cortinas de henequén, que se ponían en los arcos para defenderse del sol. Pero todos estos artículos se manufacturaban en los mismos centros de consumo. Después fue creciendo poco a poco la necesidad del mayor empleo de estos artículos.

 

Estadísticas aduanales en la época colonial y en los primeros años de la Independencia. Ya D. Pedro Manuel de Regil en su Memoria Instructiva de 1811, al hablar del henequén, dice: «…después de abastecer el consumo interior, sobre 5,000 arrobas, además del hilo y sacos, de cuyo último artículo se hacen anualmente más de 2,000,000, clama por fomento y extensión de siembra, por libertad e industria en su beneficio y beneficiadores, causa una exportación muy considerable y provechosa, cuyo valor puede graduarse, sin temor de errar, en 60,000 pesos anuales». También D. Policarpo A. Echánove en su mencionado célebre Cuadro Estadístico de Yucatán en 1814, dijo: «En sólo la clase de costales se extrajeron por Sisal, en el año pasado, 88,451 que en el día valen al subido precio de cuatro reales cada uno. Si computamos ahora los consumidos en la Provincia, sin lo que saliera de Campeche, y agregamos el hilo de todas clases que se refinan hasta donde se quiera, con los cables, calabrotes y piezas de labor de las embarcaciones de nuestro giro, y lo que extraen por negociación de esas mismas especies para otros puertos, sacaremos que aun en el abandono actual es de mucho valor para Yucatán». La primera estadística sobre las aduanas de Yucatán, es del año de 1845, publicada por los Regil y Peón, según la cual se pagaban por derechos aduanales sobre los artículos manufacturados con henequén a razón del 5% de su valor comercial y habiéndose estimado éste en 67,891.00 pesos, resultó pagado ese año por tal concepto 3,394.55 pesos.

 

Paralización de la industria henequenera durante la Guerra de Castas. En la Estadística de Yucatán escrita el año de 1850, José María Regil consignó lo siguiente: «Desgraciadamente la exterminadora Guerra de Castas, que nos aqueja todavía, vino a dar un golpe que paralizó la producción y elaboración de este precioso fruto, porque abandonada como casi estaba en manos de los indígenas, la sublevación de unos y la ocupación en la guerra o dispersión de otros han menguado de tal modo la producción y la elaboración, como lo demuestra la duplicación y aun triplicación de su valor, que a la vez revela la insistencia de la demanda y la escasez del ofrecimiento». Para formarse idea de la situación que en aquellos momentos reinaba en Yucatán, veamos el informe que la Legislatura del Estado dirigió al gobierno de la Federación el año de 1851. Decía: «Cuatro quintas partes de nuestro territorio fueron devastadas y ocupadas por los rebeldes de la raza indígena. Al recuperarse las poblaciones y haciendas, se encontraron desiertas y reducidas a escombros y cenizas, lo mismo que los establecimientos agrícolas e industriales de la parte más fértil del territorio. La propiedad raíz de Yucatán, graduada antes en 6,000,000.00 pesos redujo su valor estimativo a unos dos millones. De 600,000 habitantes, la población quedó reducida a la mitad”. Pero como el ave fénix de la leyenda, Yucatán comenzó a renacer de sus cenizas, dando desde entonces la muestra de la energía de sus habitantes, quienes, a pesar de vivir en un medio aflictivo y deprimente, supieron sacar fuerzas de su flaqueza y trabajar con ahínco hasta conseguir que el estado de Yucatán ocupara en la República el primer puesto como productor agrícola. Largo fue el camino que hubo de seguir y escabroso el terreno en que tuvo que luchar. Mas para darse cuenta de la evolución de las fincas henequeneras es preciso remontarnos al origen de su formación.

 

Origen de la propiedad rústica en Yucatán. Las tierras de dominio privado en las que se formaron las estancias fueron adquiridas en diversas formas: por concesiones a los conquistadores bajo el título de Real Merced; por composiciones, o sea, revalidaciones a los poseedores sin título; por medio de compras hechas a las repúblicas de indígenas o a los bienes de cofradías; y por reconocimiento de las propiedades de los antiguos mayas, anteriores a la Conquista. Citaremos un ejemplo de este último caso, por ser el más raro, y por ser una prueba de que la justicia de la Colonia supo respetar los derechos del indio. Es un expediente original que poseemos, como título primordial de la hacienda Xukú, del Municipio de Seyé. Comienza con el año de 1679 en el que Juan Bautista de la Cámara ocurrió al gobernador y capitán general de esta provincia de Yucatán, pidiéndole que previas diligencias que se practicaran en Hocabá, se le declarara legítimo propietario de las tierras de Xukú, que le fueron donadas por su tío materno Hernando Yah, quien las heredó de su padre Francisco Yah y éste de su abuelo materno Andrés May que, también por herencia, las adquirió de sus antepasados. Examinados detenidamente los títulos y practicadas las diligencias respectivas, en las que declararon los indios principales de Hocabá de entero acuerdo con la solicitud, el capitán general, Antonio de la Iseca Alvarado, aprobó los títulos de propiedad, reconociendo la legitimidad de ella. Cumplido este requisito el mismo propietario pidió autorización para poblar de ganado mayor, vacuno y caballar, su referido paraje Xukú. Para recibir la prueba de que el ganado no habría de causar daño a los pueblos comarcanos, hubo necesidad de practicar las diligencias del caso, en las que no se opusieron los indios; pero sí los encomenderos de Cuzamá, de Seyé y de Hocabá. Con este motivo se entabló un pleito entre los dichos encomenderos y el propietario de Xukú que duró 22 años, al cabo de los cuales, en 1701, el capitán general, Martín de Urzúa y Arismendi, falló en los siguientes términos: «que concedía y concedió licencia al dicho Juan Bautista de la Cámara, como sobrino y heredero legítimo del dicho Hernando Yah, para que como dueño del dicho sitio y tierras nombradas Xukú, lo pueble y haga estancia de ganado vacuno y caballar y lo demás que le pareciere en buena o poca cantidad y para que haga corrales y pilas, estanques, norias, y los demás que necesitare. Y goce de los montes, pastos y abrevaderos que heredó de los indios sus antepasados para avasto de esta república sin que en ello se le ponga inconveniente ni embargo alguno…».

 

Personal de las fincas. Esta estancia, como las demás que se establecieron en Yucatán, fueron al principio exclusivamente ganaderas y no requerían gran personal de servicio. Le bastaban los vaqueros y, como jefe, el mayoral. Más adelante se introdujo en las estancias el cultivo del maíz, y como el trabajo de las milpas se hace en tiempo interrumpido para que oportunamente se tumbe, se queme, se siembre, se deshierbe y se coseche, no era indispensable que los milperos vivieran en las estancias, en las que únicamente pasaban las temporadas requeridas para sus trabajos. Más adelante, por conveniencia propia, establecieron su residencia en ellas. Fue cuando el servicio de las fincas se dividió en dos clases: la de los asalariados y la de los luneros. Formaban la primera, el mayoral y los vaqueros, a cuyo cargo estaba el ganado y alguno que otro pequeño servicio permanente de las fincas. La segunda, la componían los labradores que cultivaban el maíz. Aquellos ganaban un salario mensual que se les pagaba, una parte en efectivo y otra en raciones de maíz; éstos no eran remunerados con dinero. El dueño de la finca les proporcionaba: casa para vivir, solares para sus pequeñas siembras y cría de animales, agua, leña y todo el terreno que quisieran para sus labranzas propias, sin que pagaran por estos servicios cantidad alguna en metálico, porque estaba convenido que, en cambio, dieran su trabajo personal un día de cada semana: el lunes, de donde se derivó el nombre de lunero. Los servicios personales los prestaban a beneficio del propietario de la hacienda en que vivían, y gozaban exclusivamente de los frutos de sus propias milpas. Además, el lunero hacía de balde, todos los domingos, la fajina consistente, en lo general, en la limpieza de calles y plazas, arreglo de casas y otros trabajos en favor de la comunidad. Esta labor dominical duraba dos horas. Desgraciadamente para los labradores, se abusó de este servicio convirtiéndose después en una carga injusta para ellos.

 

El henequén no era sembrado en las fincas sino para llenar sus propias necesidades. Ya hemos visto anteriormente que en las fincas de campo no era sembrado el henequén como negocio. El corto número de matas existentes en ellas, escasamente producían el sosquil necesario para lazos de los vaqueros, cordeles para las norias, sogas, etcétera. En el remate de la hacienda Xukú, que hizo Pedro Escudero para su esposa Vicenta Echánove, el año de 1828, aparece en el inventario una partida que textualmente dice: «Cuarenta mecates de jenequenal útil y por su pie sembrado, el cual se halla fuera de la manga». No obstante haberse hecho figurar en el inventario esta pequeñísima plantación (1 hectárea, 60 áreas), no se le dio ningún valor comercial, como se hizo al avaluar las tierras, la planta de la hacienda, las milpas sembradas por cuenta del propietario, el ganado, los muebles, los útiles de trabajo y los corchos del colmenar. El valor de las fincas de campo se lo daba la extensión de sus tierras, el número de cabezas de ganado vacuno y caballar, accidentalmente las milpas y hasta las deudas de los sirvientes.

 

Deudas contraídas por los sirvientes. Respecto de estas deudas, diremos que se formaron con motivo de las necesidades extraordinarias en la vida del sirviente de campo; como celebración de sus bodas, velorios y otros gastos semejantes. En estos casos, era costumbre que el sirviente pidiera al dueño de la finca que le proporcionara la cantidad necesaria para estos gastos, cuyo importe se le cargaba en cuenta, anotando las partidas en una libreta especial que al efecto se llevaba para constancia. Estas deudas no devengaban interés, ni se pagaban, mientras el deudor permaneciera viviendo en la misma finca; pero cuando trasladaba su residencia a otro sitio, era requisito el previo pago de la deuda, que desde luego era cubierta por el dueño de la hacienda a donde el deudor pasaba a trabajar. Para el cumplimiento de esta obligación había positiva exigencia y se impedía por la fuerza que el sirviente abandonara la finca en que vivía, a menos que pagara su deuda. Esta costumbre dio motivo para suponer que existía la verdadera esclavitud; pero en realidad no era así, pues aunque se coartaba la libertad del sirviente en la forma antes dicha, no existía el dominio que caracteriza ese estado. Es absolutamente falso que las deudas pasaran de padres a hijos, pues con la muerte del deudor quedaban extinguidas.

 

Se comienza a explotar como negocio en las fincas de campo el henequén. El cultivo del henequén, como negocio, comenzó a mediados del siglo XIX. El creciente consumo que tuvo la fibra de nuestro agave, incitó el deseo de sembrarlo en grandes cantidades. La guerra social privó a la industria y a la agricultura de los brazos a ellas dedicados, y por lo pronto, paralizó todas las actividades productoras del Estado; pero aún no había terminado la guerra cuando una circunstancia vino a modificar el estado económico. Sucedió que al hacerse cargo de La Jefatura de la campaña el general Rómulo Díaz de la Vega se dio cuenta en seguida del estado de las tropas en servicio activo. Los términos del informe del coronel Novelo no dejan ninguna duda a este respecto. Condolido de la situación decía: “…sólo el honor, señor comandante en jefe, nada más que el honor puede hacer que nuestros compatriotas sostengan estos lugares, en una estación como la presente, en que abundan los fríos y las calenturas, sin un poco de aguardiente para calentar al soldado, sin alpargatas porque se han agotado las que tenía, sin ropa, sin más rancho que ciertas mazorcas verdes que se proporcionan, y sobre todo, sin relevo, porque bien sabe V.S., en este cuartel, que es de donde debe mandárseles, igualmente aumentan cada día los enfermos, y se han remitido a bandadas a Tihozuco”. Este miserable estado de las tropas en campaña justificó plenamente la medida que tomó el general Díaz de la Vega en dividir las fuerzas en móviles y sedentarias. Con este motivo fueron retiradas de la campaña algunos millares de hombres que deberían relevar de tiempo en tiempo a las tropas que permanecieron en los cantones. El retiro de esta gente favoreció a la agricultura, al devolverle parte de los brazos que se le habían sustraído y de que tanto había menester. La mayor parte de estos hombres se fueron a vivir a las haciendas. Allí encontraron desde luego trabajo y, además, un refugio en el que creían estar libres de volver a sufrir las penalidades de la campaña. El residente en los pueblos estaba más al alcance de los agentes del gobierno, encargados de proveer los cupos del servicio militar, motivo que los decidió a establecerse en el campo. Allí se les recibió con los brazos abiertos. Era el momento en que las haciendas iniciaban sus siembras de henequén.

La finca Yaxcopoil, que llegó a ser una de las más grandes, por haberse sembrado en ella más de 50,000 mecates de henequén, nos proporciona en su historia los siguientes datos tomados de sus propios títulos de propiedad: el año de 1846 fue rematada por el doctor Ignacio Vado, sin que tuviera ni una sola plantación de henequén. Muerto el doctor Vado fueron sacados a remate sus bienes el año de 1864. Compró la finca Donaciano García Rejón, y en el inventario practicado para esta venta aparecen sembrados 2,435 mecates avaluados en 4,868.75 pesos. Por la edad de este henequén se sacó la deducción de que la primera siembra en esta hacienda fue el año de 1852 y que hacía algunos años que se estaba explotando, a juzgar por el estado de dos ruedas raspadoras Solís que fueron inventariadas. En una carta dirigida por Antonio García Rejón a Tomás Aznar Barbachano, publicada en Las Mejoras Materiales, de Campeche, el año de 1858, se describe el estado de la industria henequenera en la siguiente forma: «De once años a esta parte, que es la fecha de la sublevación de los indios, el jenequén de este Partido (Mérida), que es el que ha llevado la carga más pesada en la Guerra de Castas, ha sido la tabla de salvación del naufragio general. No sólo ha servido en rama para la exportación, recompensando ventajosamente a los agricultores e impeliéndoles a duplicar su cultivo, sino que como primera materia ha mantenido en constante actividad los corchaderos en los ramos de cabuyerías, sogas e hilo, y ha servido para la elaboración de sacos y otras varias manufacturas, que proporcionan la subsistencia a más de media población de este partido y del de Motul. Los corchaderos, de que tenemos datos, aunque no muy exactos, han estado elaborando en cada uno de los últimos años sobre 70,000 arrobas en cables, sogas e hilo, repartiendo entre los trabajadores anualmente de veinte a veinticinco mil pesos, cantidad con que esta industria hace subir el valor de la exportación y mantiene a más de 300 familias».

No cabe duda de que una fuerza incontrastable, como es la del interés personal, fue la que impulsó la transformación del cultivo del henequén. El aprovechamiento que su industria comenzó a ofrecer a todo el que le dedicaba sus energías, produjo en primer término la extensión de las plantaciones. La siembra de los solares de los indios, y el escaso número de mecates que se cultivaba en las haciendas, llegó a ser insuficiente para corresponder a la demanda del mercado. Y no pudiendo extenderse en los solares por su extremada pequeñez, lógicamente tuvo que desarrollarse en las haciendas. Además, recordemos la observación de Policarpo Antonio Echánove referente a los indios, cuya indolencia los incapacitaba para la prosperidad del cultivo, y a este respecto excitó a las corporaciones, que gozaban de alguna autoridad, para que atendieran este producto, para que lo fomentaran, para que los multiplicaran, para mejorar sus beneficios.

 

Refacción a los hacendados para las atenciones de la explotación. Pero no sólo se necesitaban grandes extensiones de terreno para las siembras y capacidad en los que las fomentaran; también era indispensable el capital. La dilatada espera impuesta por la naturaleza al cultivador de henequén, para comenzar a recoger el fruto de su empresa, no permitía la entrada a todo el que quisiera dedicarse a este negocio en la forma conveniente. La inversión de un capital que permanece improductivo durante más de siete años, no es muy alentadora. Y fueron pocos los que se dedicaron desde luego al fomento de la industria henequenera. Naturalmente el indio quedó fuera de este género de actividades. Había una gran diferencia entre la atención de unas cuantas matas en un solar y la de algunos millares de mecates en un plantel. Un hábil comerciante tuvo la intuición del porvenir de la fibra y concibió el proyecto de refaccionar a los hacendados. Eusebio Escalante Castillo, que es al que nos referimos, no tenía el capital suficiente para esta empresa; pero su honorabilidad y buen crédito le facilitaron la realización del negocio. La casa de comercio de Eusebio Escalante en Mérida tenía como corresponsales en Nueva York, a los señores Thebaud Bros., bien relacionados con los bancos de aquella capital. Escalante hizo viaje para proponer a sus corresponsales el negocio, que fue aceptado sin vacilación. Los banqueros, invitados para tomar parte en él, enviaron una comisión para que estudiara aquí en Mérida la posibilidad de llevarlo a cabo. Los informes que recibieron los banqueros debieron ser favorables, puesto que en muy breve término comenzaron las refacciones en la siguiente forma: los hacendados recibían en cuenta corriente las cantidades que necesitaban para atender el fomento de sus fincas. Eusebio Escalante entregaba el dinero a los hacendados y firmaba pagarés a la orden de los señores Thebaud Bros., de quienes lo recibía y finalmente éstos endosaban los documentos a los banqueros capitalistas. Los hacendados pagaban el interés del 9% anual, y la diferencia entre este tipo y el cobrado por los bancos, resultaba la utilidad de los intermediarios. Así fue como dio principio la organización de la que después llegó a ser la gran industria henequenera.

 

Perfeccionamiento de la maquinaria e intensificación de la industria. El mayor obstáculo que se ofrecía al desarrollo de la industria era la falta de la máquina raspadora. Y esto llegó a ser para los yucatecos una obsesión. (…) Las primeras ruedas Solís fueron movidas por el brazo del hombre, dándose vueltas a un manubrio conectado con el eje de las mismas. Luego fue aplicado a la rueda raspadora, el malacate movido por bestias y, por último, cuando comenzaron a construirse las ruedas de hierro, se adaptaron a los bancos las poleas que, por medio de bandas, transmitían la fuerza del vapor. La antes mencionada casa comercial de Escalante importó la primera motora de vapor, el año de 1861, para instalar en la hacienda Itzincab del mismo señor. A estas máquinas estaban acopladas las calderas que generaban el vapor, cuya fuerza apenas bastaba para mover una o dos ruedas raspadoras. El mismo Escalante también fue el que importó a Yucatán la primera prensa para empacar el henequén en su propia hacienda. No obstante que las décadas de los cincuenta y de los sesenta constituyeron para Yucatán un período ininterrumpido de revoluciones, en él se inició su prosperidad económica.

El gobierno imperial envió al ingeniero M. Detroyat el año de 1865 para hacer el estudio económico de la Península. Tomó sus datos de la Aduana de Sisal correspondientes al año de 1856 y dijo: «Digamos de antemano que en ese tiempo, no se ha visto aumentar la exportación, de un año a otro, en una quinta parte, y que en dos años se ha visto aumentar el cultivo del henequén (que proporciona casi la mitad del producto de la exportación total), en un 30%… El movimiento marítimo de Sisal en 1856 fue de 31,000 toneladas que representaban un valor aproximado de 1,400,000.00 pesos sobre los cuales la Aduana ha apercibido derechos que ascienden a 150,000.00 pesos en números redondos». En otras fuentes hemos visto que el año de 1860 había sembrados en Yucatán 65,000 mecates de henequén, y en el de 1869 aumentaron las siembras hasta 400,000 mecates. Calculando a cuatro arrobas de fibra por cada mecate (los probables 300,000 en explotación), dan una producción anual de 1,200,000 arrobas. Respecto de las vías de comunicación, que ya se hacían indispensables en virtud del movimiento que ya tenía el comercio de nuestra fibra, no habían mejorado hasta entonces gran cosa. El mismo ingeniero Detroyat en su citado informe dijo: «Las carreteras se encuentran en un estado tan rudimentario en Yucatán, como en el resto de México. La totalidad de los caminos llamados carreteros, con excepción de algunos kilómetros en las cercanías de los pueblos, está construida sobre el suelo pelado».

En cuanto a las vías marítimas, copiamos lo que dijo Aznar Barbachano en su periódico Las Mejoras Materiales correspondiente, al año de 1859: “Cien veces hemos clamado, con nosotros otros muchos, contra el aislamiento y abandono en que el centro de la República tenía a sus estados distantes. Más de una vez nuestra prensa ha elevado sus quejas, en varias épocas, pidiendo se remediase el mal de la falta de comunicaciones regulares y frecuentes, que condenaba a la península yucateca a no tener noticias de Veracruz y México, en muchas ocasiones, sino de 40 en 40 días. Sin duda estos clamores y estas quejas morían en el Golfo y no pasaban de Veracruz, o si llegaban a la capital de la República serían como un eco remoto e incomprensible… hoy que pasamos la gran crisis, confiamos en que se remediará aquel grave mal”. De las líneas extranjeras, que hacían su carrera por los puertos del Golfo, la única que tocaba el de Sisal era la española, que hacía un viaje mensual de ida y vuelta y que comunicaba nuestro puerto directamente con La Habana y Veracruz. Este período de veinte años, del 50 al 70, es quizá el más interesante de la historia de la industria henequenera, por haber sido en esta época en la que nació y principió su desarrollo en las haciendas. En efecto, fue cuando comenzó a cultivarse comercialmente la planta; cuando empezaron a poblarse las fincas de jornaleros permanentes; cuando José Esteban Solís inventó su máquina, que vino a satisfacer la más perentoria de todas las necesidades; cuando se abrió crédito a los hacendados para refaccionar sus fincas; cuando se inició el maquinismo de la industria henequenera y, por último, cuando ésta fue siendo conocida del mundo entero. Y todo este desarrollo en medio de las mayores dificultades: guerras, pronunciamientos, revoluciones, luchas políticas, cólera morbo, falta de garantías, etcétera.

 

Una amenaza. El auge que iba tomando la industria excitó la ambición de algunos extranjeros, iniciándose uno de los mayores peligros que después nos han amenazado.

El año de 1856, un francés apellidado Lavasseur pidió por conducto de José Limantour, otro francés radicado en México, privilegio exclusivo en toda la República «por el término de 30 años, para cultivar, beneficiar y exportar las plantas textiles y filamentosas del país». Esta pretensión produjo en Yucatán gran alarma, levantó una protesta general, tanto de parte del gobierno como de todos los elementos de la vida económica del estado. Varias exposiciones dirigieron al gobierno federal los comerciantes, los industriales y los hacendados, manifestando que, en el caso de concederse el privilegio solicitado, se causaría la ruina de Yucatán, por lo que se oponían a la concesión. El Agente del Ministerio de Fomento en Mérida elevó a su superior un informe manifestando: los males que había sufrido el estado; la importancia del henequén como parte de la riqueza del estado; de su exportación en rama y en manufacturas, por valor de más de 300,000.00 pesos anuales (que estimaba eran las dos terceras partes de la exportación total); de los esfuerzos del gobierno del estado para levantar la industria henequenera y, por último, del desagrado con que todas las clases sociales habían recibido la pretensión de Lavasseur. «Un pueblo angustiado es el que habla por mi órgano, y su voz debe ser escuchada (decía el Agente, Regil y Peón), mucho más cuando sus pretensiones están revestidas de un carácter notorio de justicia y conveniencia, y cuando sus razonamientos sólo tienen a ilustrar al Supremo Gobierno en una cuestión en que está envuelta la prosperidad, el engrandecimiento y la existencia misma de uno de los estados más importantes de la República Mexicana». El Consejo de Gobierno, presidido por Pantaleón Barrera, dictaminó sobre el asunto y al terminar dijo: «Y consentir el Estado de Yucatán en esa concesión, sería sacrificar el más eficaz, si no el único elemento de prosperidad interior con que cuenta». El gobernador, Santiago Méndez, hizo suya la exposición del Consejo y elevó un razonado memorial al Ministerio de Fomento concitándolo a desechar la solicitud, en nombre de toda la Península de Yucatán, agobiada desde 1847 por tantas y tan intensas calamidades. En virtud de esta unánime oposición, el gobierno federal negó la concesión del privilegio. Noble gesto del pueblo yucateco que supo defender sus derechos. La generación actual no puede menos que estar profundamente reconocida a estos hombres que con toda virilidad supieron defender los intereses de su estado.

 

Producción henequenera de 1873 a 1880 y exposiciones en 1871 y 1879. El aumento de la producción fue rapidísimo en los últimos 30 años del siglo pasado. En un estudio de Rodolfo Menéndez publicado en el Diario de Yucatán, hemos visto que la exportación del henequén en rama llegó el año de 1873 a 31,000 pacas aproximadamente. Subió a 35,000 en 1874 y a 41,000 en 1875. A los cinco años, o sea en 1880, fueron exportadas 113,000 pacas. Además, se embarcaron grandes cantidades de costales, de sacos, de toda clase de hilos, de jarcias y cables, así como otros artículos diversos. Aparte del henequén exportado se elaboraba en esa época, para el consumo interior del estado, gran número de manufacturas. En las Exposiciones de 1871 y 1879 fueron expuestos muchos artefactos de la fibra yucateca de uso raro, como alfombras, sombreros, tapetes, telas más o menos finas, cepillos, etcétera. Pero había otros muchos artículos de henequén de uso común y corriente, como alitrancas, cabestros, cinchas, chicotes, enjalmas, falsarriendas, lazos, sabucanes, saquillos, sogas y hamacas.

 

Cordelerías. Anteriormente hemos hablado de las cordelerías establecidas en Mérida. La más importante de todas fue la de Ramón Juanes Patrulló. Una de las máquinas de vapor llegadas, después de la primera, fue para la cordelería Miraflores del señor Juanes, instalada con todos los adelantos de la época, a saber: dotación completa de peinadoras, cardadoras, hiladoras para cordeles, sogas y jarcias; y, por último, telares para costales. Esta cordelería tuvo que suspender sus trabajos el año de 1883, porque la competencia de las cordelerías estadounidenses no le permitían tener utilidad alguna. Toda la maquinaria la compró un industrial de La Habana, a donde fue trasladada. Las otras cordelerías existentes en esa época fueron: La Constancia, de Leonido Kuyoc; La Mejorada y La Yucateca, de Celestino Ruiz del Hoyo, y El Chivo, de Eduardo Bolio. También estas fábricas tuvieron que cerrarse. La competencia angloamericana hizo decaer el entusiasmo por la manufactura del hilo en Yucatán, subsistiendo únicamente la elaboración a mano de los artículos de consumo en el estado. Toda la atención se dedicó a la explotación del henequén en rama, cuyo precio llegó a ser el mayor estímulo para su fomento. Desde el año de 1871 fue cotizada en los Estados Unidos nuestra fibra a nueve centavos de dólar la libra americana. El precio siguió subiendo hasta enero del 72, que obtuvo el de once y tres cuartos centavos la libra. En abril comenzó el descenso hasta llegar a nueve centavos, que con poca fluctuación se mantuvo todo el año de 73.

 

El monopolio. En estos momentos comenzó el monopolio de las ventas de henequén en el mercado consumidor, y a este fenómeno se atribuyó la precipitación de la baja que llegó a ser alarmante. En efecto, en todo el año de 74 bajó de ocho y cuarto a cinco y medio; en 75, de cinco y medio a cuatro y medio, y al año siguiente siguió el descenso hasta cuatro y tres octavos la libra. Esta estadística la hemos tomado del folleto titulado: El henequén de Yucatán y el monopolio, publicado por Juan Miguel Castro. Este ilustre patriota y Benemérito de Yucatán, fundador de la ciudad y puerto de Progreso, dedicó la mayor parte de sus actividades a la defensa de la industria henequenera; ya cultivando el agave en su hacienda Chimay; ya tomando parte en la sociedad que se formó para explotar una máquina raspadora; ya, en fin ayudando en todo lo que a su juicio pudiera mejorar la industria. Emprendió viajes a los Estados Unidos y Europa para dar a conocer la fibra yucateca y para abrir nuevos mercados, presentó proyectos para clasificar las calidades del henequén y tomó parte activa en mejorar las condiciones del puerto para facilitar el embarque de nuestra fibra y abaratarla por este medio. Mas en lo que Castro demostró su perseverancia y su amor al terruño, fue en su incansable campaña contra el monopolio. En artículos de periódicos y en folletos insistió sobre este asunto. Castro atribuyó como origen del monopolio el hecho de que los agentes, en Mérida, de las casas estadounidenses compradoras de henequén vendían a los hacendados máquinas de vapor, ruedas raspadoras y otros instrumentos de trabajo en las fincas, con la precisa condición de que se les pagara con los productos de las mismas. Así, aseguraban los agentes el doble negocio de la venta de máquinas y de la compra del henequén, que pagaban a los productores adecuados con un descuento del precio corriente en plaza. Las casas compradoras en aquella época fueron dos: la de E. Escalante e Hijo y la de M. Dondé y Cía. Ambas trabajaban en combinación con la casa de Thebaud Brothers de Nueva York, que manejaba el henequén en los Estados Unidos de América.

 

Medidas del gobierno local para evitar el monopolio. La insistencia de Castro llamó la atención del gobierno del estado y, con este motivo, la 6ª Legislatura expidió un decreto, el 22 de septiembre de 1876, concediendo, por el término de dos años, una prima de cinco centavos por cada arroba de henequén en rama que fuera exportado para Europa. Esto desagradó a los consumidores estadounidenses (según refiere Antonio Ancona Pérez en su Historia del sisal mexicano), quienes lograron influenciar al gabinete de Washington, el que se dirigió en dura nota diplomática al de México, presidido entonces por el gran liberal, Sebastián Lerdo de Tejada. Éste, respetuoso de la soberanía de los estados, envió íntegra la nota al gobernador Eligio Ancona, diciéndole la contestara personalmente, lo que hizo el gobernador con toda gallardía, haciendo ver las razones expuestas por Castro y otros patriotas, y demostrando el propósito de ayudar al desenvolvimiento de Yucatán apoyando la justicia de su causa. A las anteriores palabras de Ancona Pérez, agrega el mismo que la nota produjo buena impresión en los gobiernos de México y Estados Unidos de América, dando el resultado inmediato del alza del precio. Si fueron acreedoras las dos casas antes mencionadas a las severas críticas que se les hizo como monopolizadores del henequén, no debe olvidarse que a ellas se debió, en gran parte, el fomento de la industria henequenera, pues ejercieron las funciones de banqueros de los hacendados, proporcionando a éstos dinero para ampliar sus plantaciones, para su maquinaria, vías portátiles y demás implementos de trabajo. Cierto es, como dice Juan Miguel Castro en su opúsculo citado, que el hacendado se obligaba a pagar con su propio henequén a sus prestamistas, con lo que en esta forma obtenían éstos doble ganancia; pero aparte de que no hay inmoralidad en reunir en una sola persona los dos caracteres comerciales de banquero e importador de máquinas, ¿no fue un positivo servicio para Yucatán el amplio fomento de su industria?

 

Datos estadísticos de la industria henequenera dados a conocer por el vicegobernador Iturralde. El vicegobernador, José María Iturralde, en el «Expediente de la Visita Oficial», expuso lo siguiente: «No obstante el desaliento que originó la baja en el precio del filamento, baja que se inició en 1872 y continuó hasta llegar a un grado alarmante, hubo en este último año (1878), respecto de 1869 un aumento de 399,256 mecates de cultivo y 227,722 de corte. El henequén continuaba siendo la base de la riqueza pública». En el mismo 78 se cultivaba el henequén en todos los partidos del estado, siendo los más importantes los de Mérida, Acanceh, Izamal, Hunucmá, Maxcanú, Tixkokob, Ticul y Motul. En todo Yucatán habían sembrados algo más de 781,000 mecates.

 

McCormik y su máquina cosechadora de trigo. Un muchacho campesino de las montañas de Virginia (Estados Unidos de América), llamado Cyrus Hall MacCormick, pensó un día que estaba cortando y apilando haces de trigo, que podría simplificar su trabajo inventando una máquina que supliera al esfuerzo humano y que abaratara el precio de este cereal aumentando su producción. Tanto empeño puso en realizar su deseo, que el año de 1834 obtuvo la patente de la máquina cosechadora de trigo que lo convirtió en millonario. Al mismo tiempo proporcionó a la humanidad un grandísimo beneficio, centuplicando la producción del elemento que constituye la base de la alimentación de la mayor parte de los países civilizados. La máquina fue después perfeccionada hasta conseguir que al hacerse el corte del trigo, se hiciera al mismo tiempo el amarre de los haces automáticamente. Surgió por lo pronto una dificultad: los campesinos se negaban a comprar la máquina perfeccionada, porque en ella se empleaba el alambre, como material de amarre, y los residuos de éste mezclados con la paja causaban la muerte de los animales, que se alimentaban con este pasto seco. Se trató desde luego de buscar un hilo que pudiera sustituir al alambre, y el hilo fue encontrado, eligiéndose nuestra preciosa fibra del henequén, que, desde entonces hasta hoy, unió su suerte con las cosechas del trigo. Esto ocurrió el año de 1878, produciendo el hecho la transformación completa de la vida en Yucatán. Antes de este suceso, el precio de nuestra fibra había continuado bajando durante la crisis. De cuatro centavos que se pagaron en 76, descendió a dos centavos veinte y dos centésimos oro americano la libra; pero desde el año de 1880 comenzó a mejorar la situación, y aunque hubo un ligero descenso en los años de 84 y 85 y algunas pequeñas fluctuaciones durante el resto del siglo, al finalizar éste se pagaba la fibra a seis centavos diez y seis centésimos moneda americana. La exportación del henequén en rama, en la década de los ochenta, fue de 2,081,863 pacas, y la de los noventa fue de 3,767,613 pacas. No cabe la menor duda de que la cosechadora de McCormick influyó directamente en el notable aumento de la producción del henequén, cuyo empleo en jarcias, costales, etcétera, fue sustituido casi por completo con el famoso binder twine estadounidense que ha hermanado tan estrechamente a la fibra yucateca con la máquina engavilladora, alimentándose ésta de aquélla copiosamente, puesto que se ha tragado alrededor de treinta millones de pacas. Menalio Marín, en un artículo que publicó en el Diario de Yucatán el año de 1930, dijo: «Tres cuartos de siglo hace que la fibra de Yucatán comenzó a ser de utilidad a los pueblos del mundo colaborando para proporcionarles, en cantidades abundantes y a bajo precio, la harina para el pan de cada día, y eso es justo que se consigne, para conocimiento de los de afuera y de los de la casa, que han coadyuvado con sus energías y esfuerzos al desarrollo de la industria henequenera en Yucatán. Época hubo, durante la guerra europea, y así lo escribí y expliqué en otra ocasión, cuando sin el concurso de nuestro estado el mundo no hubiera podido comer pan».

 

Falta de armonía entre los productores y los consumidores de la fibra. No obstante ese lazo de unión entre nuestros intereses y los de los consumidores angloamericanos, que ha debido ser causa para una leal y franca inteligencia, no siempre se ha conseguido ésta, y es posible que la falta de armonía se deba al espíritu medularmente comercial de los estadounidenses y a la inconformidad de los henequeneros. Un periódico estadounidense de aquella época decía: «Prácticamente todo el henequén que produce Yucatán se consume en Estados Unidos de América, y es de suma importancia para los agricultores americanos encontrar un abasto completo a precios razonables. Los experimentos preliminares indican que el henequén no puede ser cultivado con éxito, dentro de los límites de los Estados Unidos, pero se debe hacer todo lo posible para fomentar su cultivo en nuestras islas tropicales o en otras tierras para su producción». Esta idea nunca la abandonaron. Sabemos que siempre han tratado de llevarla a cabo, y aunque hasta hoy no lo hayan conseguido, en la medida que deseaban, ya hemos palpado la situación producida por las siembras de Java y África. Obrando de conformidad ambas partes interesadas, se hubiera librado Yucatán de algunas crisis y los manufactureros estadounidenses de muy serios disgustos.

 

Continúan el auge de la industria y el perfeccionamiento de las máquinas. En los buenos tiempos en que Yucatán era el único productor de henequén, se esforzaba cada vez más en aumentar su producción, para atender a la creciente demanda. Rodolfo S. Pérez describió el estado de la industria en su Reseña histórica de la administración del C. Corl. Daniel Traconis, en los años de 90 a 92. Tomamos de ella los siguientes datos: Existían en las haciendas 1,300 máquinas movidas a vapor y 256 km de vías ferrocarrileras. Había en cultivo 2,478,000 mecates con una producción de tres y medio millones de arrobas al año. El portentoso incremento en la producción henequenera originó el mismo fenómeno observado en los años de la década sesenta. Si en esos tiempos fue insuficiente el pakché para llenar las necesidades de la época, y la rueda Solís vino a sustituirlo con notoria ventaja, en la década ochenta se hizo también insuficiente la rueda para alimentar la insaciable engavilladora McCormick. En esta ocasión salieron como inventores los hijos de Manuel Cecilio Villamor: Florentino y Timoteo, el último de los cuales inventó una máquina con cadenas conductoras de pencas, que evitaba el peligro de destrozar la mano del obrero encargado de la ali mentación de la máquina. Mas como otro inventor, Manuel Prieto, presentó también otra raspadora con el nombre de La Vencedora, cuya conducción de pencas se hacía igualmente por medio de cadenas, se entabló otro litigio para resolver esta vez sobre el derecho al medio conductor. Ambos litigantes posiblemente llegaron a un acuerdo, a juzgar por el hecho de que las cadenas permanecieron en las dos máquinas. En esta competencia salió triunfante Prieto con su Vencedora que resultó la mejor y preferida de los hacendados, por sus condiciones de solidez y capacidad, pues podía raspar hasta 20,000 pencas por hora. Recordemos que la máquina ofrecida por el alemán Koch no podría raspar más de 16,000 pencas al día, lo que entonces se creyó que sería el desiderátum. La máquina Prieto fue generalmente adoptada por las más grandes haciendas, y en las que el trabajo era menor se emplearon otras buenas raspadoras: la Torroella, la Pascal, la Loría y otras menos importantes.

En los últimos treinta años del siglo pasado, además de las casas compradoras de henequén, de que ya hemos hablado, se establecieron las de Felipe Ibarra, José María Ponce, Pablo González, Carlos Urcelay, Federico Skiner, Arturo Pierce (estos dos como agentes de casas estadounidenses); y, por último, O. Molina y Cía. Esta firma comenzó trabajando en conexión con G. Amsinck & Co. de Nueva York, quienes les abrieron un amplio crédito, circunstancia que permitió a Molina trabajar en la misma forma que Escalante y Dondé, es decir, como compradores de henequén y como banqueros de los hacendados. La casa de O. Molina y Cía. llegó a desempeñar un importante papel en la industria henequenera, tanto por su habilidad como por el crédito de que gozaba en los Estados Unidos de América. Más adelante volveremos a tratar de ellos. La industria henequenera no sólo ocupó en sus diversas actividades a los hacendados y a todas las gentes que de ellos dependían directamente, como a las casas compradoras de la fibra con todo su numeroso personal, sino a otros muchos elementos, cuya vida dependía más o menos directamente del henequén. En este caso estaban los comisionistas de Progreso y los numerosos obreros encargados del manejo y embarque de las pacas; los talleres de fundición y mecánica, de donde han salido las máquinas raspadoras, las calderas, las prensas, etcétera, y en donde se hacen todas las reparaciones respectivas. Las raspadoras Torroella, Pascal, Molas y otras, han sido construidas totalmente en estos talleres. En el ramo de carpintería también son muchos los artesanos que se han ocupado en la construcción de cajas para las prensas, de plataformas, de bagaceras y de otros implementos de trabajo en las haciendas.

El creciente aumento de la producción del henequén demostró la escasez de brazos dedicados a su cultivo, y se pensó en traer a Yucatán colonos que pudieran desempeñar el trabajo del campo. Primero fueron traídos inmigrantes italianos, con tan mala suerte, que la fiebre amarilla diezmó a gran número de ellos en tan alta proporción, que hubo que reembarcar a los que no habían sido atacados para poderlos salvar. Luego fueron traídos de las islas Canarias, trabajadores para el campo, aunque no todos resultaron para este servicio, pues se quedaron muchos en Mérida desempeñando varios oficios.

 

Progreso general del estado. El desarrollo de la industria en las postrimerías del siglo XIX influyó notoriamente en el progreso del estado. Las vías férreas no solamente se establecieron en gran número dentro de las haciendas del estado, sino basta echar una ojeada a la Colección de Leyes de aquella época, para convencerse del increíble entusiasmo que se desarrolló por la construcción de tranvías, con el propósito de unir las haciendas con las estaciones de ferrocarril y con los pueblos comarcanos. Esto contribuyó a establecer una red ferrocarrilera completa. No hay una sola cabecera de departamento que no esté unida a la capital del estado por medio de ferrocarril, y muchas son las poblaciones y haciendas de importancia que están conectadas con la línea ferrocarrilera, cuando menos con vías de cincuenta centímetros.

 

Primera asociación de henequeneros para la defensa de sus intereses. Anteriormente hemos visto que en 1830 organizaron una sociedad varios distinguidos yucatecos, con el propósito de sembrar henequén en la finca Chaczinkín y explotar la máquina raspadora de Basilio Ramírez. Esta empresa fracasó completamente en todos sentidos. Sesenta años después volvió a despertar el espíritu de asociación. El año de 1890 se formó en Mérida la primera agrupación para la defensa del gremio de henequeneros. El caso fue como sigue: al comenzar el año acabado de citar, Mr. Waterbury, presidente de la National Cordage Co., pretendió comprar toda la producción o su mayor parte, al precio de tres y medio centavos americanos la libra en el puerto de Progreso. Su proposición fue rechazada porque el precio que en esos momentos se pagaba en Nueva York, era el de cinco y cuarto a cinco y medio centavos. El gerente de la Ward Line, Mr. Hughes, vino a Mérida y propuso la compra de 30,000 pacas, a seis centavos la libra, puestas en Nueva York. La empresa de vapores se proponía establecer, desde luego, el servicio semanal, y para la compra del henequén impuso como condición que se embarcaran en cada semana 1,000 pacas, pagándose el flete de un cuarto de centavo oro americano la libra. Aceptada con agrado la propuesta, se hizo necesario que el contrato fuera hecho con una agrupación que tuviera personalidad jurídica. Así surgió el Sindicato de Hacendados Henequeneros de Yucatán, Sociedad Cooperativa. Por unanimidad de votos fue elegido gerente director de la misma Camilo Cámara. Funcionó la sociedad 10 meses, al cabo de los cuales se hizo la liquidación final en la que obtuvieron los socios once y tres cuartos reales por arroba, siendo el precio corriente en ese tiempo el de diez reales. No obstante la diferencia obtenida en beneficio de los socios sobre el precio corriente que se pagó a los que no pertenecieron a la sociedad, no pudo conseguirse la renovación del contrato social.

 

Consideraciones sobre la solidaridad de los hacendados. Esta falta de solidaridad entre los hacendados es algo digno de la mayor atención y estudio, pues es posible que para ello exista alguna causa corregible. No cabe la menor duda de que no falta el espíritu de asociación. Cuantas veces ha sido necesario reunirse, para la mutua defensa, se ha conseguido hacerla tomando parte en ella los productores en una proporción bastante elevada. Los directores de las asociaciones han trabajado siempre con entusiasmo, decisión y habilidad; pero al cesar la causa que dio origen inmediato a la agrupación, comienza el enfriamiento espiritual de los asociados, y olvidando que la unión permanente puede serles de mayor utilidad que la pasajera, se produce la disgregación. Parece que en el yucateco hay falta de perseverancia en el esfuerzo colectivo. En cambio, no hay quien le iguale en la firmeza y constancia en su labor individual. Prueba de ello la encontramos en la época a que se refieren estas líneas: economías, esfuerzos y sacrificios para fomentar y engrandecer las haciendas, hasta convertirlas en grandes centros productores de henequén.

No les arredraban las deudas, a pesar de que cargaban con ellas muchas veces para el resto de su vida, porque sabían que estaban plenamente garantizadas con sus propias fincas que, como el tonel sin fondo de las Danaides, nunca se colmaban sus necesidades. Y no se comprende que el hacendado haya podido invertir tan grandes cantidades en el mejoramiento de sus fincas, sino teniendo una fe absoluta en el triunfo definitivo; una tenacidad inquebrantable en su dura labor, ante las constantes contrariedades que se le presentaban y las frecuentes crisis que le obligaban a sujetarse a forzadas economías en su vida ordinaria. Estos bruscos cambios forjaron su carácter de acero, que le preparó a sufrir más adelante daños que nunca se imaginó soportar.

 

La industria durante los primeros 15 años del presente siglo. Durante los primeros 15 años del presente siglo, la exportación del henequén por el puerto de Progreso fue de 9,626,872 pacas con un valor de 431,480,902.60 pesos. Desde el año de 1900 fue ascendiendo gradualmente de 500,000 a cerca de 1,000,000 que alcanzó en 1914. Todas estas pacas se vendieron con un promedio de 0.27,28 pesos el kilo. A falta de estadística, el año de 1909, Manuel de Arrigunaga publicó un estudio en El Agricultor, que se estimó muy aproximado, calculando que se sembraba anualmente en Yucatán una extensión de 210,000 mecates. Y como son siete los años que tarda la plantación para empezar a producir, resulta que se cultivaban en crecimiento 1,470,500 mecates y se explotaban 2,190,000 haciendo un total de 3,660,500 mecates los sembrados en Yucatán, equivalentes a 146,420 hectáreas. En 1912 aumentó a 375,034 hectáreas. Este incremento se debió a la mejoría general de los instrumentos de trabajo. La máquina Prieto Vencedora, con ligeras modificaciones, continuó ocupando entre todas el primer lugar con sus raspas de veinte mil pencas por hora. También prestaron muy valiosos servicios las máquinas Villamor, Pascal, Mola, Torroella y otras de menor importancia. En ese período de la historia, ya no hubo hacienda de las 600 que entonces existían que no hubiera cambiado sus ruedas Solís por alguna de las raspadoras acabadas de mencionar. También puede asegurarse que todas tenían sus vías portátiles de sistema Decauville, de las cuales, calculando un promedio de cinco kilómetros por hacienda para el servicio de acarreo de pencas y de pacas, da un total de 3,000 kilómetros las vías portátiles existentes en el estado. Como material rodante se han empleado plataformas de carga y carros para pasajeros con tracción animal, en la gran mayoría de casos, por ser pocos los que usan tractores de gasolina. La fuerza motriz empleada en la mayor parte de las máquinas raspadoras es la de vapor con combustible de leña. Son relativamente pocas las que usan el gas pobre y el petróleo. La primera motora de petróleo Koerting-Diesel instalada en las haciendas yucatecas, se inauguró en 1913 en la hacienda Xukú, la misma en que en el año de 1701 el capitán general Martín de Urzúa y Arismendi concedió a su dueño el permiso de «hacer corrales y pilas, estanques, norias, y lo demás que necesitare».

 

Colonización de coreanos y braceros de varias partes de la República. No obstante que el hacendado yucateco procuró siempre adoptar los medios para aumentar su producción, era ésta todavía muy inferior a la demanda y se impuso la necesidad de promover la inmigración de mayor número de braceros. En 1905 celebróse un contrato para traer una expedición de coreanos. Prestaron a la agricultura muy útiles servicios, y aunque al concluir sus contratos de cuatro años se salieron de la fincas de campo en busca de ocupación en la ciudad, la costumbre los hizo volver a sus trabajos del henequén. Para esto se organizaron en grupos volantes de trabajadores, bajo la dirección de capataces, paisanos suyos, y así siguieron prestando por temporadas sus servicios en las fincas henequeneras. Volvió a intentarse otra segunda inmigración coreana en 1909; pero fracasó, lo mismo que una expedición de javaneses y otra de súbditos del Celeste Imperio. En años anteriores, el gobierno federal había enviado a Yucatán prisioneros de la campaña contra los yaquis, que resultaron muy buenos trabajadores en las fincas henequeneras. También tuvieron buen éxito en sus labores del campo varias expediciones de campesinos huastecos y de otras regiones del interior del país.

 

Salarios. A pesar del buen contingente humano, continuaba la escasez de brazos; la cual vino a confirmar la expresión gráfica de Cobden de que “los salarios suben siempre que dos patrones corren detrás de un obrero”, y caso digno de notarse fue que, mientras que en Europa se duplicó el salario agrícola, durante la segunda mitad del siglo XIX, en Yucatán se quintuplicó, pues el año de 1850 ganaba el jornalero de campo 15 centavos diarios, como promedio, en tanto que en 1900 cobró el salario de 80 centavos al día. No contribuyó solamente a esta alza la ley de la oferta y la demanda, sino también fue factor muy principal la productividad del trabajo. Las facilidades que, para producirlo mejor y en mayor escala, se ofrecieron desde entonces con la maquinaria, vías de comunicación y demás elementos de trabajo; aumentaron naturalmente las utilidades, fenómeno que repercutió en los salarios, que siempre han bajado o subido en Yucatán en la misma proporción de las entradas que ha tenido el hacendado. Un observador extraño a nuestro estado, como lo fue el escritor veracruzano Rafael de Zayas Enríquez, manifestó en su obra Yucatán, respecto del campesino, los siguientes conceptos: “El trabajador del campo está en Yucatán, mejor retribuido, mejor tratado, mejor considerado, que el de cualquiera otra parte de la República. Dejemos a un lado las consideraciones de altruismo y de filantropía, para tomar en cuenta tan solo el egoísmo, la conveniencia bien entendida, y se comprenderá que vista la capital importancia que tiene para el hacendado cada peón está obligado, por ese egoísmo a cuidarlo, a mantenerlo sano y satisfecho, para que no emigre, ni se enferme, ni perezca”. Si para una parte de los hacendados, quizá fuera esta la única razón para atender a sus peones, no debía serlo para todos desde el momento en que no sólo se ha pretendido mejorar sus condiciones materiales, sino que llegaron a establecer en sus haciendas escuelas, a iniciativa de la Liga de Acción Social, desde el año de 1910, antes de la Revolución.

 

Industrialización de la fibra. Yucatán sólo se había ocupado en industrializar la fibra del henequén cuando el precio era bajo y resultaba mal negocio su exportación en rama. Olegario Molina organizó el año de 1897 una sociedad para establecer una cordelería con todos los mejores elementos de que en aquella época se podía disponer. La Industrial fue montada a todo lujo y se creyó que sería un gran negocio, porque no se esperaba en mucho tiempo un buen precio para el henequén. Un acontecimiento inesperado hizo subir rápidamente el valor de la fibra: el año de 1898 estalló la guerra entre España y los Estados Unidos, y de dos centavos sesenta y cuatro centésimos oro americano, la libra llegó a cotizarse a seis centavos veinte y tres centésimos. Automáticamente cerró su fábrica La Industrial. El año de 1908 descendió sensiblemente otra vez el precio, y se trató de volver a poner en movimiento esta cordelería, que hacía diez años estaba paralizada. La Cámara Agrícola de Yucatán tomó empeñosamente a su cargo la tarea de rehabilitar la industria, procurando encontrar nuevas aplicaciones a la fibra y de volver al mercado la venta de sacos, que ya en lejana época contribuyó mucho para que fuera conocida nuestra materia prima, tanto en el interior de la República como en el extranjero. Se organizó una nueva compañía, que adquirió la propiedad de la fábrica citada en muy bajo precio, y comenzó a explotarla. Varias experiencias fueron hechas para extraer alcohol del bagazo del henequén. Las más importantes fueron las de Olegario Molina que estableció en su hacienda Chochoh una destilería de experimentación comercial, a cuyo frente estuvo uno de los más notables químicos industriales de Francia, M. Félix H. D’Herelle; y la de la Cámara Agrícola de Yucatán, que también instaló su destilería en la finca Kanán y allí hizo sus experimentos el químico industrial francés, M. Paul Baud, profesor de la Sorbona de París. Ambos químicos fracasaron en sus experimentos, no obstante el buen éxito que se creyó haber obtenido en los trabajos de gabinete. La Cámara Agrícola insistió en sus experimentos trayendo esta vez al químico M. Charles Lassus, quien falleció víctima de la fiebre amarilla durante sus trabajos. Todavía se confió la investigación al ayudante de Lassus y tampoco se obtuvo ningún resultado favorable.

Otro intento industrial, derivado del henequén, fue también emprendido: la fabricación del papel. Menalio Marín y José Rosado se empeñaron en convertir en papel el bagazo y los troncos del henequén. Encargaron el trabajo al químico industrial Georges Taylor, quien logró una buena calidad de papel en sus ensayos de laboratorio. Mas de aquí no pasó, quedando en simples experiencias de gabinete. No cabe duda que del henequén se puede hacer papel. José de la Macorra, gerente de la fábrica de papel San Rafael, quiso hacer un contrato con los hacendados y les ofreció comprarles el bagazo y troncos de sus plantaciones; pero no pudieron ponerse de acuerdo en los términos del convenio.

 

Disposición del gobierno del estado para impedir la exportación de hijos de henequén. El gobernador del estado, Enrique Muñoz Arístegui, a iniciativa de la Cámara Agrícola de Yucatán, hizo expedir a la Legislatura el año de 1908, un decreto imponiendo la contribución de cinco pesos por cada kilo de los hijos de henequén destinados a la exportación. Este derecho prohibitivo evitó que se siguieran enviando vástagos para sembrar en África y en Java; pero el mal ya estaba hecho porque la semilla enviada de Yucatán había germinado, y como en esos países el salario es muy bajo y el gobierno protege su industria, resulta que en la competencia que nos hacen no podemos vencer. Pero este daño con todo y ser trascendental en la vida de la industria henequenera, porque nos ha quitado el primer puesto de productores, que tan trabajosamente habíamos logrado, no caracteriza la época más dura de nuestra historia, en que se desarrolló la lucha por el precio de la fibra iniciada el año de 1900.

 

La International Harvester Co. Con motivo de la terrible competencia que se hacían entre sí los cordeleros angloamericanos, Pierrepont Morgan consiguió unir a los más encarnizados enemigos que lo eran McCormick, Deering, Glessner y Jones. Debido a este entendimiento quedó formada la muy poderosa International Harvester Co. con un capital de 120,000,000 de dólares. En los primeros cinco años corridos de 1903 a 1907, este grandioso trust obtuvo utilidades de 37,854,165 dólares. El Agricultor, de agosto de 1908, al dar cuenta de estos datos dice: «Estas opulentas ganancias de la International han sido proporcionadas, naturalmente en buena parte, por los hacendados yucatecos que no han tenido a bien ofrecer la resistencia que era del caso, no para anular las ganancias de la International, porque es justo que toda empresa, hábil y diestramente manejada, gane y prospere; pero para impedir sí, que determinara un desequilibrio en nuestras finanzas y nos trajera a la dura situación en que ahora se encuentra el estado». Este criterio de la Cámara Agrícola de Yucatán expuesto por su citado órgano explica el motivo de su vigorosa campaña en defensa del precio del henequén, emprendida con toda perseverancia desde que se fundó la Cámara el año de 1906. Razón había para alarmarse. El año de 1902 se cotizaba la fibra en los Estados Unidos a 9.84 centavos oro americano la libra, precio que la demanda natural había subido sin violencia alguna. Al comenzar el funcionamiento del trust le pareció conveniente abatir el precio, y en el curso de un año lo hizo declinar a 8 centavos, y de año en año bajó a 7, a 6, a 5, a 4, hasta que el de 1911 llegó a pagarse a 3 centavos la libra.

 

La Casa O. Molina y Cía. Si alguna duda hubiera de que la International no seguía deliberadamente su política bajista, quedaría completamente desvanecida con la publicación del contrato celebrado entre la International Harvester Co. y la casa de O. Molina y Cía. Este contrato fue publicado en La Revista de Yucatán por Luis G. Molina, quien como antiguo empleado de confianza de la Casa Molina, en la época en que se hizo el contrato, había motivo para suponer que este empleado hubiera conservado una copia, que fue la publicada. Además, después de 20 años de haberse estipulado el pacto, no fue negado éste por ninguno de los interesados, lo que robusteció la creencia de que el documento era auténtico. En él se estipuló que Molina y Cía. emplearían cuantos esfuerzos estuvieren de su parte «para deprimir el precio de la fibra de sisal». El criterio de la Cámara Agrícola de Yucatán, así como el de los hacendados y el de la mayor parte de los hombres de negocios de aquella época, fue seguramente contrario a la baja del henequén y, aun sin conocerse el contrato aludido, la baja hecha siempre por la Casa de Molina le restaba simpatías, no obstante los beneficios que se le debieron. El curso del tiempo ha venido a modificar la idea de que a Yucatán le han convenido siempre los precios elevados. A los períodos de mayor alza han seguido inmediatamente los de angustiosa depresión. Las deslumbrantes ráfagas de bonanza que ha tenido la industria henequenera, han provocado las siembras de nuestro agave en el extranjero. El estado febril de nuestra industria durante la guerra mundial hizo subir los precios de la fibra a una altura jamás soñada, causando la decadencia que, desde entonces hasta hoy, no obstante haber transcurrido una veintena de años, no ha sido posible detener. Es difícil, en consecuencia, juzgar la conducta de Molina. Nadie puede negar que Olegario Molina ha sido una de las personalidades más destacadas de Yucatán. Dio claras muestras en todas las distintas fases de su vida, incluyendo la política, de una perfecta honorabilidad y del más reconocido patriotismo. Cuando algún amigo suyo le consultaba sobre los problemas de su hacienda, le respondía invariablemente: «siembre Ud. más henequén» Y su axioma a este respecto, bien conocido de gran número de personas, fue: «Producir mucho para poder vender barato». Esta tesis la sostuvo, mucho antes de que aceptara la agencia de la International; desde que comenzó a ser hacendado. Es cierto que como comerciante y agente ganó mucho dinero; pero su interés también estaba fuertemente vinculado en el campo. Con estos antecedentes podrá juzgarlo serenamente la Historia. Por hoy no es posible hacerlo en virtud de que los hechos aún están muy recientes.

 

Defensa por parte de la Cámara Agrícola. La nueva firma Avelino Montes, S en C., sustituyó a la casa de O. Molina y Cía., en la agencia de la International Harvester Co., y la que en adelante fijó en Yucatán el precio de la fibra. La Cámara Agrícola de Yucatán, fundada el año de 1906, tomó a su cargo la defensa del precio, dentro de su programa de mejoramiento de la industria henequenera, y como era consiguiente tuvo que enfrentarse varias veces con la Casa de Montes. Las actividades desarrolladas por la Cámara fueron numerosas y variadas, dentro del objeto de su instituto. Ya hemos visto algunas de las más importantes relativas a diversos asuntos. Ahora veremos la que, directa o indirectamente, se refiere al precio. La Cámara pensó primero en que los hacendados retuvieran su producción para retirarla del mercado hasta conseguir una alza. Gran número de productores no podían hacer la retención porque estaban obligados a entregar su henequén a las casas compradoras con quienes estaban endeudadas. De los independientes, la inmensa mayoría no disponía de fondos suficientes para retener su propia producción y los bancos no tenían autorización para hacer pignoraciones de esta naturaleza. La Cámara envió a dos comisionados suyos: Aurelio Portuondo y Enrique Cámara para conseguir de la matriz del Banco Nacional de México y de la Secretaría de Hacienda, que ejercía el control en los bancos de este estado, para que se autorizara a éstos que hicieran las pignoraciones. Los comisionados informaron a su regreso que, con la eficaz ayuda de Olegario Molina y de Joaquín D. Casasús, consiguieron, en condiciones muy ventajosas, que el Banco Nacional de México, por medio de su sucursal en Mérida, hiciera las operaciones de préstamos a los hacendados sobre su propio henequén. José Castellot, alto financiero de la capital, que había venido a Mérida para intervenir el Banco Yucateco, se identificó con la Cámara Agrícola en la campaña de retención, y facilitó todo cuanto estuvo de su parte para el buen éxito de la obra. Los directores de los demás bancos ayudaron también en los préstamos pignoraticios. Así pudo conseguirse sacar del mercado alrededor de 100,000 pacas. Cuando más se confiaba en el buen éxito de la campaña, el Banco Yucateco recibió de México la orden de vender una buena parte de las pacas que tenía pignoradas, con lo que se desbarató todo el plan de la Cámara Agrícola. Se dijo que la Secretaría de Hacienda había ejercido su influencia para que el Banco Yucateco retirara su colaboración a indicaciones del Secretario de Fomento; pero Olegario Molina, que desempeñaba el puesto en aquel momento, negó su intervención en el asunto en una carta que dirigió al Diario Yucateco.

 

Creación de la Cía. de Hacendados Henequeneros de la Negociación Exportadora del Henequén y de la Comisión Reguladora del Mercado de Henequén. El fracaso de la retención indujo a la Cámara Agrícola a convocar a una gran asamblea de henequeneros para detener la baja. Concurrieron a la reunión más de 200 hacendados, acordándose en ella la creación de la Compañía de Hacendados Henequeneros de Yucatán, S.C de R.L., la cual quedó constituida en diciembre de 1910, con el objeto de exportar y vender el henequén aportado por sus socios. La sociedad funcionó sin interrupción, y con los resultados satisfactorios para sus miembros, hasta el año de 1915. Además de esta Compañía, fue fundada el año de 1911 la Negociación Henequenera, S.A., que poco después tomó el nombre de Negociación Exportadora de Henequén, S. A., con un capital de 500 000 pesos, cuyo objeto fue la compra y venta de henequén. Los componentes de esta negociación fueron los Bancos Peninsular Mexicano y Nacional de México, en representación de la Compañía Comercial, filial suya. Las existencias de la Negociación Exportadora de Henequén, S.A., las de la Compañía de Hacendados Henequeneros y aun las de los hacendados independientes, no eran bastantes para influir en el alza de precio, que los cordeleros americanos habían impedido a toda costa. Entonces se pensó en su supremo esfuerzo. A iniciativa de la Negociación Exportadora, de la Compañía de Hacendados, de la Sucursal en Mérida, del Banco Nacional de México y de la Cámara Agrícola, se presentó el proyecto de crear una institución oficial para que pudiera controlar el mercado. El gobernador del estado, Nicolás Cámara Vales, lo acogió con entusiasmo, y se nombró una comisión para exponer al presidente de la República y al Secretario de Hacienda la urgente necesidad de implantar desde luego el proyecto. Aceptado éste fue presentado a la Legislatura local a iniciativa del gobernador. El 10 de enero de 1912, promulgóse el decreto en que se autorizó el establecimiento de la Comisión Reguladora del Mercado de Henequén, para realizar todas las operaciones mercantiles necesarias para conseguir la valorización de la fibra y regularización de su precio en el mercado. En ese mismo decreto fue autorizado el ejecutivo del estado para contratar un empréstito de cinco millones de pesos, que pagarían los productores con una contribución de medio centavo o un centavo por kilo del henequén que se produjera, según el precio de venta. Este decreto es uno de los más trascendentales que se han expedido en Yucatán, porque es el que puso la primera piedra del socialismo de estado en la industria henequenera, sistema de organización que se ha venido ampliando desde entonces. Es cierto que la intención no fue la de socializar nuestra única fuente de riqueza, sino la de defenderla contra una fuerza que parecía incontrastable como la de la International Harvester Co. y otras.

Todas las actividades desarrolladas anteriormente habían resultado inútiles. La iniciativa privada se creyó impotente para dominar aquella situación que se había prolongado muchos años y que no parecía tener fin, no obstante haberse reunido para conjurar el daño todas las fuerzas vivas del estado. Llegó el momento en que se creyó absolutamente indispensable ocurrir a la acción oficial, para defender a la industria henequenera, y así se hizo sin haber previsto las funestas consecuencias que ocasionaría el paso dado. Posiblemente influyó algo en el ánimo de los consumidores de la fibra el establecimiento de una institución del gobierno para regular el precio del henequén. El hecho fue que antes de ser creada había descendido el precio a 3.71 centavos de dólar la libra americana. El año 12 subió el promedio a 4.73; el año 13, a 6.35 y el año 14, a 7.34. La Negociación Exportadora cedió todas sus existencias de 70,000 pacas a la Comisión Reguladora, por el precio de costo, con el fin de hacerla fuerte para la defensa del precio. Con este número de pacas y las que la Comisión compró a los productores, llegó a reunir en poco tiempo 100,000 que se hicieron codiciables, porque una gran cosecha de cereales de los Estados Unidos influyó en el mercado de fibras duras, y escaseando éstas, la International solicitó la compra de su existencia a la Reguladora. El Banco Nacional se creía con derecho a disponer de las 70,000 pacas cedidas por la Exportadora, en virtud de que ésta las había pignorado a favor de aquél, que no le había dado su consentimiento para la cesión hecha a la Reguladora. Por consiguiente, en la propuesta de compra hecha por la International hubo que consultar el caso a la matriz en México del Banco Nacional, y hasta esa ciudad fueron para tratar la operación el agente de la International, Avelino Montes y Tomás Castellanos Acevedo, en representación de la Comisión Reguladora. La operación se llevó a cabo adquiriendo la International la propiedad de las 100 000 pacas. Esta operación fue protestada por la Cámara Agrícola, porque según expresó, vino a frustrar los esfuerzos y sacrificios hechos por los productores de henequén, redundando en perjuicio de la industria, pues la adquisición de tan importante lote, por la International, ponía en sus manos nuevos elementos para contrarrestar la defensa del precio, que ya no podría hacer la Reguladora por encontrarse privada de los medios que le había ofrecido la retención. Desengañada la Cámara Agrícola de la actuación de la Reguladora, en defensa del precio, pidió al Congreso del Estado que se procediera a reorganizar aquella institución, con el fin de que pudiera ser administrada con entera independencia de la acción oficial por personas nombradas por los mismos productores, en asamblea general, y no por el gobernador, como se había estado haciendo desde que fue creada. El descontento no sólo obedecía a esta causa. También provocó otro decreto expedido en julio del propio año de 1912, en el que se impuso otra contribución de un centavo por kilo, para amortizar otro nuevo empréstito de diez millones de pesos, sobre los cinco anteriores.

 

Nuevos Decretos de Contribución al Henequén. Arcadio Escobedo decretó el año de 1913 otra tercera contribución extraordinaria de dos centavos por cada kilo de henequén; y Prisciliano Cortés, gobernador huertista en 1914, también impuso otra contribución de un centavo, cuarta extraordinaria sobre el henequén, que se destinaría, dijo el gobernador, para auxiliar al gobierno federal en su campaña de pacificación de la República. Esta declaración dio pie a la Cámara Agrícola para pedirle al Congreso que, habiendo cesado la causa que motivó el impuesto, debería derogarse éste, razón que no fue tomada en cuenta y se rechazó la solicitud. Eleuterio Ávila, con el carácter de gobernador provisional y comandante militar, se hizo cargo del gobierno después del triunfo de la revolución carrancista. El 26 de septiembre de 1914 formuló un decreto de ocho millones de impuesto, que llamó «empréstito», para ayudar a la causa de la Revolución. Se cree que no pudo llegar a los ocho; pero que sí pasó de los seis.

 

El Ing. Ávila nulifica las deudas de los jornaleros de campo y los contratos entre productores y compradores de henequén. El mismo Ávila, en memorable decreto de fecha 11 de septiembre de 1914, nulificó las deudas contraídas por los jornaleros de campo, provenientes de las cantidades que los hacendados suministraban en préstamos a los peones para sus gastos extraordinarios. Estas deudas, como hemos dicho antes, ni tenían plazo ni se pagaban nunca, porque se extinguían con la muerte del deudor; pero obligaban a éste a permanecer en la finca del acreedor, a menos que fuera pagada la deuda, cosa que raramente se hacía. La ley de Ávila dispuso especialmente que los jornaleros quedaban en absoluta libertad para permanecer en las fincas en que tenían costumbre de prestar sus servicios, o para establecerse en el lugar que mejor les conviniese. Esta disposición cortó de raíz el abuso cometido desde el principio de la formación de las haciendas, no sólo por los hacendados, sino por los jefes políticos con cuya ayuda siempre contaban. Es indudable que Yucatán se libró de esa oprobiosa servidumbre, gracias al gobernador carrancista Eleuterio Ávila. Otra disposición de trascendencia para la industria henequenera fue la dictada por el mismo Ávila, poco después de la anterior. El Art. 1º del decreto respectivo dijo: «Se declaran nulos y de ningún valor ni efecto, los contratos celebrados hasta hoy, y los que en adelante se celebren, que tengan por objeto la obligación, por parte de alguno de los contratantes, de entregar al otro cantidad de henequén. Art. 2º Nadie está obligado a devolver las cantidades que hubiere recibido, a cuenta de henequén, antes del plazo de seis meses, contados desde esta fecha.» Recordemos que las haciendas henequeneras se formaron, en su inmensa mayoría, por el crédito que concedieron las casas de Escalante, Dondé y Molina a los hacendados para refaccionarlos en sus siembras y en sus compras de máquinas, etcétera. El pago de estas obligaciones se hacía con henequén, cuyo precio fue siempre inferior al corriente de plaza. A pesar de esta desventaja para el hacendado, aceptaba gustoso su situación, porque de otro modo no hubiera podido fomentar sus fincas y hacerse rico. Y Ávila al nulificar las deudas de los sirvientes quiso también mejorar la situación del hacendado deudor librándolo de pagar en especie y concediéndole un plazo de seis meses para pagar en efectivo. El último decreto de Ávila tuvo por objeto autorizar a la Comisión Reguladora para emitir cheques pagaderos al portador, hasta por la cantidad de cinco millones de pesos.

 

El gobernador Alvarado y la Cuestión Henequenera. En el breve espacio de tres años aproximadamente que gobernó Salvador Alvarado en Yucatán, cambió a siete gerentes de la Comisión Reguladora. A sus amigos, en quienes depositó toda su confianza, no tuvo ningún reparo en destituirlos sin consideraciones de ninguna clase. El mismo Alvarado en su libro Mi actuación Revolucionaria en Yucatán, explica su actitud en los siguientes términos: «Siempre fue para mí motivo de hondas preocupaciones el buscar consejeros y empleados que, a una sólida reputación, unieran las aptitudes necesarias. A esto se debió que con frecuencia fueran removidos unos y otros, hasta que tuve la fortuna de que aceptaran los señores: Manuel Zapata Casares, el puesto de gerente general; Armando G. Cantón, el jefe del Departamento de Banca, después subgerente general; y Diódoro Domingo, el de tesorero, personas todas cuyas aptitudes son generalmente reconocidas y cuya reputación no tiene mancha alguna…» Alvarado, en su citado libro, dice que al llegar a Yucatán encontró todo en el más completo atraso y abandono: en las haciendas, la más ominosa esclavitud; en la ciudad, los bancos y demás empresas se estaban hundiendo. En fin, juzgó «que era necesaria la renovación de todas las fuerzas y el equilibrio de todos los derechos». Por último, llegó al convencimiento de que «tan necesitados de redención estaban los ricos como los pobres». Convencido de que era el llamado para esta obra regeneradora, el general embrazó la rodela y con la lanza en ristre, emprendió su campaña. Tuvo la suerte de encontrar establecida la Comisión Reguladora, que sería el campo de sus aventuras. Encomendó el estudio de la institución a Juan Zubaran, inteligente y hábil hombre de negocios, que en menos de 15 días se dio perfecta cuenta de lo que podría hacerse en la Reguladora. El momento era oportuno. El papel constitucionalista, única moneda circulante en aquel momento, había venido depreciándose hasta alcanzar el cambio del 800 % contra dólares, y como el henequén se vendía en esta última moneda, iba subiendo el precio naturalmente, debido al cambio tan elevado. De 4 1/2 pesos en que se estaba pagando la arroba, lo subió la Reguladora a 6.00 pesos, luego a 9.00 pesos, y por último, a 12.00 pesos, cuando el cambio alcanzó el tipo de 1 650 %. El otro motivo, que concurrió para elevar el precio de henequén, fue la guerra mundial que hizo subir el valor de todos los artículos de primera necesidad, como lo fue nuestra fibra tan estrechamente ligada a las cosechas de trigo.

El henequén yucateco al principiar la guerra en 1914, se cotizaba a 7.34 centavos oro americano la libra; al terminar el año de 1918, fue vendido nuestro henequén a 19 1/4 centavos americanos. Es natural que las circunstancias producidas por la guerra, hayan sido aprovechadas por la Comisión Reguladora para hacer presión en el alza del precio. Mas después de concluida la contienda no había razón para seguir pretendiendo mantener los precios altos. La Reguladora los había impuesto en ocasiones que le fue posible; pero esto la envaneció, y desconociendo la verdadera causa del fenómeno que la guerra produjo, y que la institución atribuyó a su habilidad y competencia mercantil, resultó que los consumidores cesaron en sus compras de henequén y comenzó a formarse el stock, que pesó muchos años sobre las espaldas del pueblo yucateco y perturbó hondamente el sistema económico del Estado. El monopolio del henequén en manos de la Reguladora y los cuantiosos valores que representaba, tenían que darle a ésta gran importancia en la finanzas del estado, y aun en las de la federación; pero como sucede generalmente a los nuevos ricos, la soberbia de su posición los ciega a tal punto, que no reparan serenamente en sus actos. Y esto le pasó a Alvarado y a las personas que lo rodeaban. El primer jefe del Ejército Constitucionalista, el 12 de diciembre de 1914, expidió en Veracruz un decreto autorizando a la Comisión Reguladora para emitir billetes hasta por valor de diez millones de pesos, de curso legal y forzoso en Yucatán, y en Campeche si extendiera sus operaciones a este estado. El producto de la emisión se emplearía en la compra del henequén.

El primer decreto de Alvarado sobre esta fibra lo dictó el 30 de abril de 1915, imponiéndole una contribución adicional de cinco centavos por kilo, cuando el henequén alcanzare el precio de nueve pesos la arroba y dos y medio centavos cuando bajase a cuatro pesos. A los pocos meses, en agosto, aumentó la contribución de cinco centavos en uno más, en consideración a que los hacendados estaban obteniendo una utilidad considerable, y que en este concepto era justo que contribuyeran en proporción al mejoramiento del estado. En septiembre del propio año, Alvarado, con autorización expresa de Venustiano Carranza, hizo que la Comisión Reguladora emitiera más papel, en forma de bonos de caja, hasta por quince millones de pesos, para «la defensa de los productores de henequén», según expresó en uno de sus considerandos. El 6 de noviembre de 1915 se expidió un decreto concretando los impuestos sobre el henequén como sigue: «I. Un centavo por kilo por impuesto ordinario para el estado; II. Dos centavos por kilo, por impuesto extraordinario para la Comisión Reguladora del Mercado de Henequén, para defender el precio de la fibra; III. Cinco centavos por kilo, por impuesto extraordinario, mientras el precio exceda de $6.50 los once y medio kilos; IV. Un centavo por kilo extraordinario para el estado por cada peso que exceda del precio de nueve pesos los once y medio kilos». Los decretos del 1 de marzo y del 3 de abril de 1916, mandaron recoger los Bonos de Caja por valor de quince millones de pesos y los cheques emitidos al portador por la Reguladora a cargo de la Tesorería General del Estado. Apenas había transcurrido un mes, cuando Alvarado dijo que temiendo que la recoja de los Bonos y de los cheques, acabada de ordenar, pudiera producir una crisis económica, que el gobierno quería prever y evitar, desde luego autorizaba a la Comisión Reguladora a emitir bonos de caja por valor de veinte millones de pesos, oro nacional, pagaderos a la vista al portador. A los pocos días (mayo de 1916), fue publicado otro decreto autorizando, esta vez, a la Tesorería General del Estado para emitir y poner en circulación cuarenta millones de pesos, oro nacional. Pero reconsiderando mejor esta última disposición, Alvarado expidió otro decreto, el 2 de enero de 1917, autorizando a la Comisión Reguladora para tomar a su cargo y poner en circulación los cuarenta millones de billetes emitidos por el gobernador del estado, dejando sin efecto las obligaciones de garantía, que había contraído el propio gobierno, y que pasaron a la exclusiva responsabilidad de la Comisión Reguladora, la cual quedó obligada por la suma de sesenta millones de pesos oro nacional. Para Alvarado todo esto era una bicoca. Sus grandes conocimientos económicos y comerciales le permitían manejar los millones con la misma destreza que hacía evolucionar a sus tropas.

No limitó sus actividades a imponer contribuciones y a emitir papel moneda, también las extendió a otros campos: fundó un Banco Refaccionario; estableció en Progreso una Estación Terminal para el servicio del petróleo crudo; obtuvo el control de los Ferrocarriles Unidos, comprando sus acciones al Banco Nacional, a muy bajo precio; compró una flota de siete vapores y un remolcador, en más de ocho millones de pesos; constituyó la Compañía de Fomento del Sureste de México, S.A., con un capital de cien millones de pesos, oro nacional, los cuales bajó después a cinco millones, manifestando que había fijado la centena porque esperaba que el Gobierno de la Federación suscribiera cincuenta y un millones. Tuvo otros varios proyectos que no pudo llevar a cabo, como la perforación de pozos de petróleo y la construcción de un tren modelo de maquinaria para desfibrar el henequén. Este último proyecto lo preocupó mucho. Él mismo trazó un croquis imaginario que hizo acompañar a la convocatoria que fue publicada, y en la que se ofreció un premio de 50,000 pesos al que inventase la máquina raspadora que había concebido. Se trataba de reunir en una sola máquina todos los servicios que hoy se hacen independientemente, es decir, se quería que la máquina recogiera automáticamente de las plataformas las pencas, que las raspara, que separara las fibras largas y las cortas para ser aprovechadas ambas, que el bagazo fuera conducido a depósitos especiales, que lavara la fibra, que la secara y, por último, que la empacara. En resumen: que la máquina recibiera pencas y entregara pacas listas para ser enviadas al mercado consumidor.

Desde los primeros días en que Alvarado se hizo cargo del gobierno, comprendió que para monopolizar la venta del henequén era preciso reunir las voluntades de los productores. Primero convocó a una gran asamblea de éstos y les expuso la conveniencia de organizar una sola institución manejada por los mismos hacendados. Todos aceptaron gustosos y hasta fueron nombradas las personas que deberían formar el Consejo de Administración, pero fue pasando el tiempo, y la escritura, que se encargó el gobierno de formular, nunca fue presentada a los hacendados para su firma. En vez de este proyecto pensó en otro el gobierno: que todos los hacendados formaran una asociación en participación, dentro de la misma Comisión Reguladora, con el fin de que entregaran a ella, para vender en comisión, todos sus productos. No fue aceptado este proyecto unánimemente como el anterior, y aun hubo resistencias que al fin se llegaron a vencer empleando medios más o menos persuasivos. Mediante el contrato de asociación, celebrado entre los productores y la Reguladora, toda la fibra producida en el estado, fue vendida por ésta y, en consecuencia, los dólares de su producto fueron acaparados por esa Institución, pues aunque en las facturas de venta expedidas por los productores se decía que eran pagadas en dólares, lo cierto fue que recibían, en trueque de su henequén, papel de la Reguladora al cambio del dos por uno. En los tres primeros ejercicios sociales de la Asociación en Participación, o sea del 23 de noviembre de 1915 al 22 de noviembre de 1918, fueron vendidas 2,386,025 pacas con un producto líquido de ciento noventa millones seiscientos diez y nueve mil novecientos treinta pesos dieciocho centavos, oro nacional.

El capítulo referente a contribuciones es digno de tomarse en cuenta. En La Voz de la Revolución del 3 de abril de 1918 publicó Modesto Roland, experto en la materia (y traído a Yucatán por Alvarado para hacer la propaganda del Impuesto Único), un estudio, según el cual Yucatán pagaba al año un impuesto de 25,501,070.00 pesos. De éstos correspondían al erario federal 18,000,253.00 pesos, es decir, el 72%. En concepto del impuesto sobre el henequén se pagaba al año muy cerca de 10,000,000 de pesos. Todo esto pudo hacerse con los fenomenales precios que cobró la Reguladora durante la guerra mundial. La creencia general en el Consejo de Administración de la Comisión Reguladora fue que estos precios se alcanzaron, debido a las gestiones de ella. Uno de los Consejeros, Gustavo Arce, en un folleto que publicó bajo el título de La Comisión Reguladora del Mercado de Henequén y la Asociación de Hacendados Henequeneros, sostuvo la tesis de que si bien era cierto, que la guerra mundial pudo haber influido algo en la elevación del precio, la verdadera causa de ésta fue que todo el henequén estaba en una sola mano, bajo el control de la Reguladora, y así pudo imponer el precio. Otro consejero de la misma institución, Zapata Casares, dijo en un informe rendido al Consejo: «No nos engañemos creyendo que el alza del precio del henequén sea debido exclusivamente a la labor o a la actitud de la Comisión Reguladora. El precio del henequén ha subido en exacta relación con el precio de otras fibras que pudieran competir con la nuestra. La Comisión Reguladora no ha impuesto su voluntad merced a su capricho, sino que ha aprovechado circunstancias naturales y fuerzas naturales… Así pues, tal éxito, en lugar de hacernos creer que podemos obtener cuanto queremos, debe convencernos de que nada se está en posibilidad de obtener más que lo que se acomoda a las leyes económicas». Luego decía: «si los consumidores han reducido el consumo de nuestra fibra, si el precio de las similares ha bajado, si ya hay facilidades en los transportes ¿por qué hemos de encasillarnos en sostener un precio arbitrario?». Con este criterio pidió Zapata que el Consejo bajara el precio del anticipo que se daba al hacendado; pero creyendo la Reguladora que podría seguir, sosteniendo un precio elevado no quiso acceder a lo que se solicitaba, y Zapata declinó la responsabilidad que pudiera corresponderle, como miembro del Consejo, y presentó su renuncia.

 

El henequén bajo el gobierno de Castro Morales. Anteriormente a estos sucesos, y poco después de haber entregado Alvarado el poder a Carlos Castro Morales, convocaron éstos a una magna asamblea a la que concurrieron los representantes de todas las clases sociales. Alvarado expuso en esa reunión la verdadera situación de la Reguladora y las grandes dificultades económicas, que de esta institución se habían extendido a todo el estado, y propuso como único remedio para evitar el daño, una economía general en todos los sectores sociales: baja de sueldos a empleados públicos y particulares; baja de fletes de ferrocarriles; baja de jornales, baja de contribuciones; en fin, adaptarse a la situación reinante. Se aceptó el proyecto y, en consecuencia, fue nombrada una comisión para reorganizar la economía del estado. La Comisión quedó formada por representantes del Ejecutivo, del Congreso, de la Reguladora, de los hacendados, de la Cámara de Comercio, de los Ferrocarriles, de los obreros de Mérida y de los de Progreso. Esta comisión tan heterogénea, era imposible que en aquellos momentos pudiera llevar a cabo ningún trabajo. En efecto, su presidente, Felipe Carrillo Puerto, no quiso reconocer la causa del malestar, que Alvarado, fuera ya de la política local, demostró terminantemente: la baja del precio del henequén. Carrillo se ostentó contrario a que fueran bajados los jornales, contribuciones y todo lo que pudiera llevar dificultades al gobierno. Estando en minoría los miembros independientes de la Comisión, ni siquiera pudo conseguirse que hubiera quórum para comenzar los estudios. En definitiva, se quedó en un simple proyecto el reajuste que pudo haber evitado tantos años de miseria. Aunque era el gobernador Castro Morales, el verdadero jefe del gobierno, fue Carrillo Puerto, que tenía prevenciones muy marcadas contra la industria henequenera, de la que se ostentaba públicamente enemigo. No es de extrañarse, pues, su conducta observada en la Comisión Reorganizadora de la Economía del Estado, y su actuación en la Reguladora, cuya jefatura ostensible tomó cuando lo creyó necesario. En ella estaba cuando Zapata renunció (a) su puesto de consejero para librarse de la responsabilidad que la conducta del Consejo estaba acarreando a sus miembros. Y la situación de la Reguladora fue empeorando cada vez más, y arrastrando tras de sí a todos los elementos económicos del estado. La falta de ventas de henequén obligó a la institución a pignorar sus existencias a los bancos de los Estados Unidos de América, hasta que se encontró desprovista de recursos. El comercio comenzó a resentir los perjuicios, cuando la Reguladora dejó de venderle regularmente los giros, a cambio del papel emitido por Alvarado. En enero de 1919 la Reguladora comenzó a dar a los compradores de giros los tickets que daban derecho al turno para recoger la letra de cambio, que ya había sido comprada con el papel de la institución. Naturalmente, el comercio, desconfiando de que los tickets fueran cambiados por los giros, subieron el precio de las mercancías que vendían, en relación con los cambios que se elevaban a medida que bajaba el valor del papel moneda. Los hacendados seguían entregando su henequén a la Reguladora, y aunque según las facturas expedidas, se pagaba en dólares al dos por uno, ya la Reguladora no redimía su papel por dólares, y el productor seguía recibiendo el papel depreciado y pagando, en cambio, por las mercancías, que tenía forzosamente que comprar, el tipo diario del cambio que se elevaba por horas. Respecto de los jornales, el gobierno apoyaba su subida de acuerdo con el precio del dólar, de modo que era imposible al hacendado equilibrar su presupuesto. Ni aun pagando con papel pudo la Reguladora seguir sosteniendo sus obligaciones para con los productores, y el 24 de julio de 1919 la Legislatura expidió un decreto autorizando a la Comisión Reguladora a rescindir los contratos de asociación en participación celebrados con los hacendados. Con este motivo, el Gobernador Castro Morales publicó un manifiesto exponiendo que la Comisión Reguladora había estado luchando para evitar que los especuladores bajaran el precio de la fibra, pues la evolución efectuada en Yucatán, en los terrenos social y económico, ya no permitiría los precios inicuos que algunas veces imponían a la fibra henequenera. El precio que el gobernador creía justo en ese momento era el de quince centavos oro americano la libra, no obstante que la guerra mundial había terminado y que los valores de los artículos de primera necesidad habían bajado a su nivel anterior.

Al dar por terminados los contratos de la asociación, se creyó que la libertad del comercio de la fibra volvería automáticamente a producir el bienestar general, sin tomar en cuenta que en el mercado del henequén estaba pesando un stock de más de ochocientas mil pacas. Para la Reguladora existía el problema irresoluble de no poder redimir su papel moneda, emitido por Alvarado, no digamos al dos por uno como estaba obligada a hacerlo, pero ni siquiera al 500% a que había subido el cambio. El descontento se generalizaba cada vez más entre todas las clases sociales: los hacendados, los comerciantes, los industriales, los profesionales, los empleados, los artesanos, los obreros; todos, en fin, los que sufrían perjuicios. Llegó un momento en que se hizo insostenible la situación. Fue el 6 de octubre de 1919 cuando el comercio declaró un paro, que secundaron inmediatamente todos los elementos sociales. Se pidió la supresión del papel de la Reguladora, a lo que accedió el Congreso del Estado, declarando que el 15 de ese mismo mes dejaría de circular. La excitación del pueblo degeneró en un motín, y numeroso gentío se situó frente al Palacio del Ejecutivo que fue puesto bajo la defensa de las fuerzas federales, las que hicieron fuego sobre los amotinados causando algunas muertes y heridos. Al ser dispersada la gente, varios grupos se dirigieron a las casas de las personas más señaladas como responsables de la situación en las que causaron destrozos de muebles y vidrieras. Así terminó la Comisión Reguladora del Mercado de Henequén, que tantos sueños de grandeza inspiró a Alvarado. Ni éste ni sus colaboradores esperaron que pudiera tener una vida tan efímera la institución que parecía tener gran fuerza. ¡Poco sobrevivió a la guerra que le dio vida! Si sus directores y los gobiernos que tuvieron injerencia directa en su administración hubieran tenido de la Reguladora el verdadero concepto que le correspondía, no hubiera fracasado tan estrepitosamente, dejando Alvarado a Yucatán, como hizo observar en aquellos días La Revista de Yucatán, «la triste herencia de la bancarrota, el desastre, la miseria y el hambre».

 

Actualización de la Historia de la Industria Henequenera desde 1945 hasta nuestros días. (Manuel Pasos Peniche). Capítulo Primero. La Intervención Estatal en el Comercio Henequenero. La fundación de la Comisión Reguladora del Mercado de Henequén señaló el primer intento de intervención gubernamental, franca y con miras al interés público, en el comercio henequenero. Fue instalada y requerida por el elemento capitalista, como una necesidad inaplazable, nacida de la situación creada por el monopolio de la Casa Molina. Los capitalistas de 1912 reconocieron que la intervención estatal constituía el único medio eficaz para salvar a la industria henequenera del yugo impuesto por el monopolio suscitado durante la dictadura porfiriana. El citado Cámara Zavala, escritor de criterio liberal muy moderado y por ello tenaz contradictor de toda intervención gubernamental en la economía pública, dijo: «A iniciativa de la Negociación Exportadora de la Compañía de Hacendados, de la Sucursal en Mérida del Banco Nacional de México y de la Cámara Agrícola, se presentó el proyecto de crear una institución oficial para que pudiera controlar el mercado. El gobernador del estado, Nicolás Cámara Vales, lo acogió con entusiasmo y se nombró una comisión para exponer al presidente de la República y al secretario de Hacienda la urgente necesidad de implantar desde luego el proyecto. Aceptado éste, fue presentado a la Legislatura local a iniciativa del gobernador. El 10 de enero de 1912 promulgóse el decreto en que se autorizó el establecimiento de la Comisión Reguladora del Mercado del Henequén, para realizar todas las operaciones mercantiles necesarias para conseguir la valorización de la fibra y regularización de su precio en el mercado. Todas las actividades desarrolladas anteriormente habían resultado inútiles. La iniciativa privada se creyó impotente para dominar aquella situación, que se había prolongado muchos años y que no parecía tener fin, no obstante haberse reunido para conjurar el daño todas las fuerzas vivas del estado. Llegó el momento en que se creyó absolutamente indispensable ocurrir a la acción oficial para defender a la industria henequenera y así se hizo. Posiblemente influyó algo en el ánimo de los consumidores de la fibra el establecimiento de una institución del gobierno para regular el precio del henequén. El hecho fue que antes de ser creada había descendido el precio a 3.71 centavos de dólar la libra. El año 12 subió el promedio a 4.73». Sin embargo, los buenos resultados a que alude el Cámara fueron efímeros. La débil intervención concedida al gobierno en el comercio de la fibra a través de este instituto, no tuvo la esperada eficacia de acabar con el monopolio molinista que tanto mal hacía a la economía del estado. Y es que, con el exorbitante capital arrebatado al pueblo yucateco en diez años de actuación monopolística a base de apoyo gubernamental, los monopolizadores habían llegado a consolidar un fortísimo poder económico, capaz de enfrentarse victoriosamente con el poder público, si a éste se le obligaba a actuar dentro de las limitadas facultades que el criterio de la época le imponía. En breve lapso, la Comisión Reguladora del Mercado de Henequén quedó reducida a desconsoladora inactividad, archivada como trasto inútil en uno de los departamentos del palacio de gobierno. Sólo el poder omnímodo del general Salvador Alvarado durante el período preconstitucional pudo, en 1915, eliminar, casi en términos absolutos, la influencia del monopolio iniciada en 1902. La indiscutible utilidad que para la economía del estado demostró tener la intervención oficial en el comercio henequenero, indujo a propugnar que esa situación quedara asegurada dentro de nuestro régimen constitucional. Para ello, los diputados por Yucatán al Congreso Constituyente de 1917, tuvieron especial cuidado en que al prohibirse los monopolios en el artículo 28 de nuestra Carta Magna, no se involucraran las actividades de instituciones semejantes a la Comisión Reguladora del Mercado del Henequén. Para ello también se hicieron figurar en nuestra constitución política local los artículos 89 y 91 con la declaración expresa de que «El ejecutivo, en representación del estado podrá legítimamente ser comerciante, industrial o agricultor para defender el bienestar general». Henequeneros de Yucatán, cooperativa limitada que funcionó hasta 1938, representa la evolución en la era revolucionaria, de la primitiva Comisión Reguladora. Con lo expuesto en cuanto a las causas, origen y evolución de la intervención oficial en el comercio henequenero, se patentiza que, aun dentro del régimen capitalista más exigente, el surgimiento de la Comisión Reguladora del Mercado Henequenero, y de las organizaciones que le sucedieron, fue un fenómeno fatal, inevitable. Era el único camino a seguir, para garantizar la subsistencia de la industria henequenera, base de nuestra economía. Hasta aquí he pretendido exponer en forma desapasionada, histórica, cómo y por quiénes acaeció la intervención del estado en el aspecto comercial.

 

La Intervención Estatal en la Fase Agrícola. Paso ahora, con los mismos propósitos expuestos, a referirme a la intervención estatal en la fase agrícola. Antes de 1902 podía considerarse a la industria henequenera patrimonio exclusivo de los hacendados que la explotaban. Ni en las actividades gubernamentales, ni en la vida ciudadana había introducido modificaciones saludables. El presupuesto del estado en 1898, ascendía apenas a la exigua suma de 7,646,736 pesos, a pesar de que en ese año se exportaron alrededor de sesenta y nueve millones de kilogramos de fibra, con un valor de muy cerca de diecinueve millones de pesos. El impuesto a esa industria se causaba con sujeción a la miserable cuota de veinte y siete centésimos de centavo por kilogramo. Era, aumentada en cinco centésimos de centavo, la cuota establecida en decreto de 1 de octubre de 1845. En la vida del pueblo tampoco se notó mejoría alguna, porque la organización esclavista del trabajo se conservó intacta en las fincas henequeneras, evitando con ello que se elevase la capacidad de consumo del importante sector campesino. La explotación henequenera asumió relativa importancia desde 1880; y desde entonces, pudo haber iniciado un proceso de transformación general en la vida del pueblo yucateco; mas las circunstancias anotadas impidieron que así sucediera. Sólo 22 años más tarde —en 1902— llegó a reconocerse esa industria su mayoría de edad, y comenzó a ser tenida como un renglón importante de ingresos en los presupuestos gubernamentales. En el presupuesto para 1905, que ascendió a cerca de dos y medio millones de pesos, el ingreso henequenero significó uno y medio millones.

La actuación revolucionaria iniciada en 1915 con la intervención estatal en el comercio del henequén, dio lugar a que la riqueza de esa industria se emancipara de su condición de privilegio especial de una casta, para comenzar a derramarse y a circular benéfica entre todos los habitantes del estado. Pero esa nueva situación, cuyos resultados saludables e indiscutiblemente justos, hicieron de la explotación henequenera una industria de elevado interés público como eje de la economía yucateca, tuvo la consecuencia lógica e inevitable de reducir hasta un límite racional las, en otro tiempo, fantásticas utilidades de las fincas henequeneras. Dados el control capitalista y el alto rendimiento de la industria hasta 1915, las crisis de precios, frecuentes en el mercado henequenero, afectaban solo levemente el plan de vida de los hacendados, y en ninguna medida el de otros sectores sociales. Mas cuando el rendimiento para los capitalistas quedó reducido a sus justas dimensiones, y la industria pasó al dominio del pueblo yucateco como fuente primordial de subsistencia, los fenómenos suscitados, comenzaron a afectar más que antes a los hacendados, y a repercutir trascendentalmente en la economía general de Yucatán. Y he aquí por qué la crisis 1918-1922, primera que sobrevino en la era revolucionaria, provocó motines populares. El propósito de dar a conocer lealmente los verdaderos motivos o causas del intervencionismo estatal en todos sus aspectos, obliga a decir algo más acerca de la sicología de un sector considerable de hacendados. Los hombres que, maduros ya a mediados del siglo XIX, intervinieron en la organización y desarrollo de la riqueza henequenera, sintieron en su adolescencia la dureza de vivir en un medio ingrato, como el de Yucatán antes de la era del henequén. Fueron, por tanto, parcos y hasta austeros en el gastar y tenaces e incansables en el producir. No pocos hicieron vida anacorética en sus heredades para atender a los nimios detalles de organización. En los primeros tres lustros del siglo XIX, una nueva generación los había sustituido en el escenario de la vida. Hombres crecidos en un ambiente de holgura económica, propensos, muchos, a todas las disipaciones, engreídos con el caudal heredado de sus padres y con la posesión de una industria organizada y de tal modo productiva, que más bien merecería para calificar sus ingresos el chen chábil (chen: sólo; chábil, cogido con la mano) con que los mayas designan la acción de obtener algo, mediante el mínimo esfuerzo de alargar la mano.

En 1915, la fuerza de la revolución transformó las haciendas henequeneras de simples mecanismos que producían dólares (en veces a pesar de la desidia, y en ocasiones venciendo la ineptitud opositora de algunos de sus propietarios) en verdaderas organizaciones industriales que requerían inteligencia directora y acuciosa dedicación. Es curioso hacer notar que el buen hado pareció empeñarse en que la Revolución diera a los hacendados imprevisores una salvadora oportunidad de romper con su pasado, y corregir su vida y sus procedimientos, proveyéndoles en 1915 de todo el papel moneda que hubieron menester para redimir las onerosas deudas hipotecarias adquiridas sobre sus propiedades, la mayor parte para dispendios temerariamente superfluos. Y la Revolución, asimismo, los independizó por un decreto preconstitucional (septiembre de 1914) de la obligación de cumplir contratos celebrados con los representativos del monopolio local, para la entrega del henequén a bajo precio, cuando ya se cotizaba a precios mucho más elevados con motivo de la guerra mundial de 1914. A pesar de todo, los que con criterio primitivista desconocen el proceso evolutivo de las sociedades humanas y piensen ansiosamente en absurdas regresiones, no quisieron o no supieron adaptarse a la nueva organización social. Los fracasos se manifestaron bien pronto. La baja de los precios, consiguiente a la terminación de la guerra en 1918, abatía intensamente a la industria henequenera, como a muchas otras en el mundo. Y en tanto que los más aptos, los más comprensivos y los mejor preparados de nuestros productores henequeneros, a la par con los industriales de otras naciones, adoptaban medidas encaminadas a sortear la situación y a amenguar racionalmente sus efectos, los inadaptados encontraban más cómodo conjurar el fenómeno sin mengua de sus ingresos, readquiriendo las deudas de que los había librado la revolución, omitiendo las indispensables labores de cultivo y reposición y esquilmando los plantíos de sus fincas. La acción gubernamental revolucionaria fundándose en el ya reconocido interés social de la industria henequenera, señaló su primera actitud de obligado intervencionismo en la fase agrícola de la explotación, decretando la ley de 19 de enero de 1918, para fijar a los productores las reglas a que debían ajustar su conducta, en pro del aseguramiento y conservación de la riqueza pública.

 

El Programa Agrario en la Zona Henequenera. El cumplimiento del programa agrario de la Revolución en la zona henequenera, había venido constituyendo un problema de difícil solución desde 1915. Salvador Alvarado —revolucionario de carácter enérgico e inaccesible al cohecho— declara categóricamente en su folleto Mi actuación revolucionaria en Yucatán: «Diré respecto a la cuestión agraria, que deploro con todo mi corazón no haber cumplido con mi deber en ese sentido, repartiendo todas las tierras según me lo ordenaba el decreto de 6 de enero de 1915, expedido por la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista. Causas ajenas a mi voluntad y que no provenían, por cierto, de la oposición de los hacendados, me impidieron cumplir con aquel mandato expreso de la Revolución». Las causas que omite expresar Alvarado, no fueron otras que el reconocimiento, así del alto índice de productividad de la industria henequenera, como de la imposibilidad de sustituirla en el engranaje económico de Yucatán con la desechada pluricultura de hasta mediados del siglo XX. Y a esa sustitución hubiese conducido, sin duda, el repartimiento de tierras prescrito en la Ley Agraria de 1915, ya que el cultivo del henequén no seducía mucho, ni poco, al campesino de esa época, apenas redimido de la esclavitud a que había estado sujeto. Ninguna de las leyes posteriores a 1915, paró mientes, asimismo, en las características especiales del problema agrario henequenero. El Código Agrario vigente hasta agosto de 1937, establecía en sus artículos 74, 80 y 82, que simultáneamente con la posesión definitiva, se procediese al fraccionamiento de los terrenos de cultivo y cultivables; que cuando al darse la posesión definitiva, hubiese dentro de los terrenos concedidos cosechas pendientes de levantar, se fijara a sus propietarios el plazo necesario para recogerlas; y que tales plazos correspondiesen, en todo caso, a la época de las cosechas en la región y nunca alcanzasen el siguiente ciclo agrícola del cultivo de que se tratase. Percíbese fácilmente que estas disposiciones son irrefragablemente inadecuadas para el caso del henequén. Así pues, el aplazamiento indefinido de la reforma agraria en la zona henequenera de Yucatán, se debió —más que a ningún motivo de índole inconfesable de los que a veces se han insinuado— a que las leyes agrarias habían sido redactadas para los casos generales de toda la República, pero no para el caso singular del cultivo del henequén.

Corresponde al Presidente Cárdenas el significado mérito de haber reconocido la existencia de esa situación irregular y de haber puesto los medios para corregirla. Las reformas al Código Agrario promovidas por él en 9 y 17 de agosto de 1937, tuvieron la virtud de eliminar de ese cuerpo de leyes el concepto, hasta entonces absoluto, de que sólo la tierra era el objeto de las afectaciones ejidales; y de suprimir la obligatoriedad del parcelamiento ejidal. Después de esas reformas, el artículo 139 del Código Agrario de la República quedó redactado en los siguientes términos: «En los ejidos que tengan cultivos que requieran un proceso de industrialización para la venta de los productos y que, por tanto, exijan inversiones superiores a la capacidad económica individual de los ejidatarios, la explotación se organizará en forma colectiva…». Admitida la legalidad de entregar a los ejidatarios tierras con cultivos, y la posibilidad de organizar la explotación en forma colectiva, cesaron las dificultades que se oponían a la reforma agraria en la zona henequenera.

 

El gobierno federal se hace cargo de las tareas henequeneras. En virtud de la reforma habíase entregado a los ejidatarios el setenta por ciento de la riqueza pública del estado, y urgía indispensablemente organizar las labores, dentro de los lineamientos del reformado Código Agrario. Así como la intervención estatal en el comercio de la fibra surgió de un requerimiento inexcusable del capitalismo, esa misma intervención, en el aspecto agrícola de la explotación henequenera, fue una consecuencia obligada de la reforma agraria de 1937. Cuando la tierra ha sido sustraída del egoísta cuidado vigilante del propietario privado, para transformarse en la tierra de nadie, porque aspira a ser la tierra de todos, tiene que ser el Poder Público, en representación de la colectividad, quien asuma la responsabilidad de cuidar de ella y de vigilar su utilización. A la Agencia en Yucatán del Banco Nacional de Crédito Ejidal fue encomendada la organización del ejido henequenero para una explotación en forma colectiva. La administración de este instituto de crédito fue indiscutiblemente honesta, y también inobjetable, en su aspecto revolucionario de propender a la elevación rápida del nivel de vida de los campesinos; pero debido a esto último, precisamente, omitíase en términos absolutos la insalvable finalidad económica o productiva de la industria. El sistema de explotación por ejidos de cada pueblo, adoptado por el Banco, tuvo también serios inconvenientes. El diverso índice del rendimiento del henequén en las varias zonas en que está distribuida en el estado la agricultura henequenera, traía como consecuencia diferencias considerables en los ingresos de los ejidatarios, dando lugar a ejidos ricos y ejidos pobres. Los primeros con grandes utilidades para sus cultivadores, y los segundos acusando pérdidas, cuando menos dentro del bajo precio que entonces regía para la fibra. Por esto y por la falta de sentido económico a que hemos aludido, hubo déficit a cargo del gobierno federal. La incapacidad del gobierno de la República para sufragar esas erogaciones por largo tiempo, obligaba al general Cárdenas a resignarse a un proceso de evolución menos precipitado, que había de traducirse forzosamente en la introducción de normas de disciplina —psicológica— puesto que había sido desechada la coercitiva del régimen escuetamente capitalista que llevara al ánimo de los campesinos el concepto de que de la calidad de su trabajo dependía exclusivamente el mayor o menor rendimiento de la industria. Estas consideraciones de orden económico y otras de carácter político que expondremos enseguida, indujeron a adoptar necesarias modificaciones en el régimen administrativo, así como respecto al órgano del gobierno que ejerciese la administración. El sector campesino ocupado en la explotación henequenera, comprendía a no menos de 35,000 trabajadores. Representaba casi el cincuenta por ciento de la población agrícola de Yucatán —en el censo de 1930 ascendía a 80,000 hombres— con la circunstancia especialísima de que sus actividades constituían el talón de Aquiles de la economía general del estado y la fuente más importante de ingresos del erario local. Elementos oficiales y aun gentes desligadas de la política estimaron que el control del Banco Ejidal sobre un fuerte sector campesino iba a interferir al gobierno local en el libre ejercicio del poder público, no faltando quien asegurase, como menciona Aznar Mendoza en su Historia de la Industria Henequenera, que aquello significaba una invasión de la soberanía de Yucatán cometida por el señor presidente de la República. Seguramente al general Cárdenas interesaba suprimir cualesquiera motivos secundarios que, de alguna manera, pudiesen complicar la ejecución de la reforma en su aspecto fundamental. Y accedió a que la organización del ejido henequenero quedara a la responsabilidad del gobierno del estado.

 

El gobierno del estado asume el control ejidal. En virtud del convenio celebrado entre el gobernador de Yucatán y el secretario de Hacienda, aprobado por la Legislatura local y por el Congreso de la Unión, en marzo de 1938, la administración del ejido henequenero quedó encomendada al gobierno del estado. Para cumplir tan delicado cometido, la Legislatura local, en decreto de 10 de febrero del mismo año, había autorizado ya al ejecutivo para organizar una institución que tuviera por objeto vender directamente en los mercados extranjeros el henequén en rama o manufacturado que le aportaran sus componentes y, además, vigilar, gobernar, dirigir y regular la industria henequenera yucateca en sus aspectos técnico, económico y social. La institución creada tuvo, naturalmente, que enfrentarse con múltiples problemas de organización, dentro de un ambiente francamente hostil creado por la explicable antipatía que hacia ella manifestaban los expropiados. El más complicado y grave de esos problemas era, sin duda, el de proveerse de trenes de desfibración para el henequén ejidal, ya que de todos los existentes habían quedado dueños los hacendados. Intensificaba desconsideradamente la dificultad, el hecho de que el inicio de la organización hubiese coincidido con una de las frecuentes crisis de precios. Era en vano pensar en la adquisición e instalación apresurada de esa indispensable maquinaria; era asimismo imposible obtener en arrendamiento las plantas existentes, a base de rentas elevadas, capaces de satisfacer a medias el deseo de lucro capitalista de los propietarios. Como preparación para la Reforma Agraria, la Legislación local había expedido el 25 de marzo de 1935, un decreto declarando ser de utilidad pública el arrendamiento de máquinas desfibradoras. Y con fundamento en esa Ley, el Banco de Crédito Ejidal tomó posesión de las plantas que estimó necesarias para las labores de los ejidatarios. Contra esas ocupaciones, se alzaron los interesados por la vía de amparo. En el Acuerdo Presidencial de 8 de agosto se hizo obligatoria la adquisición de los equipos industriales existentes en las fincas afectadas, con todos sus implementos de trabajo, estableciéndose expresamente que estas adquisiciones serían hechas a través de la Secretaría de Hacienda, que los bienes adquiridos serían propiedad común de todos los ejidatarios, así como que el gobierno del estado podría contribuir a tales adquisiciones, si lo deseaba. Ni el Gobierno Federal ni el del Estado, pudieron en esa ocasión disponer de fondos bastantes para la adquisición de equipos. Posteriormente, el 11 de abril de 1938, el Congreso del Estado decretó una Ley de Ocupación de Maquinaria. Esta fue la que Henequeneros de Yucatán utilizó para el inicio de sus labores, no obstante que también suscitó multitud de amparos. Se sabía que los juicios de amparo contra ambas leyes iban a ser fallados por la Suprema Corte de Justicia, favorablemente a los solicitantes. Los ministros de ese Tribunal habían externado su opinión en el sentido de que los gobiernos de los estados tenían facultad de expropiar por causa de utilidad pública; pero no para decretar la ocupación temporal de la propiedad privada. Fundaban su opinión en que el artículo 27 constitucional sólo a la Nación reconoce el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público. Únicamente el alza de precio de la fibra —como consecuencia de la segunda guerra mundial— vino a ofrecer ocasión favorable para la resolución del problema. Merced a ella, pudo darse a los propietarios de plantas una cuota remuneradora como renta por el uso de la maquinaria. Satisfechas así sus pretensiones, aceptaron realizar voluntariamente el servicio que de ellos se requería. Y esta transacción tuvo la virtud de crear un ambiente propicio para la adecuada sistematización de las labores ejidales a través de Henequeneros de Yucatán. La intervención estatal en la industria henequenera fue reconocida plenamente aun por los más denodados campeones del antintervencionismo. Lorenzo Cámara Zavala, que jefaturó el movimiento en pro del llamado mercado libre en 1924, declara lo que a continuación copiamos, en su Curiosa historia de dos cooperativas henequeneras escrita en 1947: «En la evolución a que nos hemos referido, hay algo en la línea ascendente del zigzag que tiende claramente hacia el progreso. Dada la situación anteriormente creada, en que fue despojado el hacendado de sus tierras y plantaciones no afectables, conforme a la Ley, vino a resolver un problema de muy difícil solución el plan de asociar al jornalero con el hacendado, para el reparto de los productos ejidales. Creemos que si se estudiara un plan, semejante al de Yucatán para aplicarlo a todas las industrias mexicanas, sería la mejor solución que pudiera darse al problema obrero y la manera de acabar con las huelgas». Y Enrique Aznar Mendoza, que siempre fue prominente figura en las diversas campañas contra la intervención estatal, en la Historia de la industria henequenera desde 1919 hasta nuestros días a que antes nos hemos referido, se expresa en los siguientes términos: «Repetimos que el control del Estado sobre la industria henequenera y la exportación y venta del henequén, era y es algo de capital interés y conveniencia pública; un paso arrogante y justo hacia una mejor organización social. Si ha habido caídas y fracasos, culpa ha sido del medio y de los hombres que dirigieron la institución sin la amplitud de criterio necesaria para comprender la función fundamentalmente social que de ese control debe derivarse a través de un organismo comercial».

 

El Estado en la historia del desarrollo cordelero. En 1952 se constataba ya el notable adelanto registrado por la industria cordelera de Yucatán en los últimos 25 años. Después de infructuosos intentos realizados a fines del siglo pasado y principios del presente para llegar a una completa industrialización del henequén, de manera principal aumentando la fabricación de costales y jarcia, que se manufacturaban ya desde tiempo atrás, y la reciente del binder-twine, baler-twine y play-goods (hilos comerciales), sólo en los últimos años la industria manufacturera llegó a absorber aproximadamente el 50% de la producción total de la fibra. A ese auge contribuyó el hecho de que desde principios de este siglo, los regímenes anteriores y posteriores a la Revolución, se preocuparon por brindarle amplia protección. Y constancia viva de ellos es la factoría La Industrial, veterana de las fábricas cordeleras. Los consumidores estadounidenses se opusieron siempre al desarrollo de la industria cordelera yucateca, quejándose contra el subsidio de que siempre disfrutó para subsistir. Pero esa oposición, amenguada por las medidas conciliatorias impuestas por la intervención oficial, fue desapareciendo en positivo beneficio de los cordeleros yucatecos, que contribuyeron a fomentarla, y de la propia industria henequenera. La actividad cordelera, que había quedado prácticamente controlada desde la creación de Henequeneros de Yucatán, a solicitud de los propios manufactureros fue dejada posteriormente en absoluta libertad de producción y comercio y los desastrosos resultados de esta medida no tardaron en ponerse de manifiesto cuando, a consecuencia de la demanda extraordinaria de sus productos provocada por la última conflagración mundial, la industria cordelera se precipitó anárquicamente a un crecimiento desordenado, improvisándose numerosas fábricas que abastecieron los mercados extranjeros con productos que en gran parte eran de ínfima calidad.

Al concluir la segunda guerra mundial, entró la industria cordelera a un ciclo de dificultades y de crisis, que se fue agravando hasta provocar un colapso casi general en los primeros meses de 1948, trayendo como obligada consecuencia la desocupación de un importante sector de obreros. Se hizo necesario entonces evitar que el problema del desempleo fuera utilizado como pretexto para agitar y crear un ambiente de descontento que amenazara la tranquilidad pública, por lo cual, el gobernador del estado y presidente del Consejo Directivo de Henequeneros de Yucatán, José González Beytia, consideró conveniente convocar a unas conferencias de Mesa Redonda, en las que participaron todos los elementos afectados por la crisis y la representación de las autoridades federales y del estado. La conveniente resolución de los problemas de origen local derivados de aquella situación anormal, logradas de inmediato, vino a demostrar lo acertado de las medidas impuestas por la intervención oficial a consecuencia de dichas conferencias, que coordinaron los puntos de vista del Ejecutivo y de Henequeneros de Yucatán con los de los manufactureros. Si otros aspectos del fenómeno no se resolvieron en la misma forma, fue porque sus causas eran de orden internacional.

Procedimientos desleales desde el punto de vista comercial de una parte de los industriales cordeleros, en relación con la venta del binder-twine y demás manufacturas en el mercado estadounidense, durante los meses siguientes al final de la guerra última, llegaron a constituir un serio motivo de entorpecimiento en las relaciones de exportadores y consumidores del henequén en rama. Favorecía a los propietarios de las factorías locales el hecho de que Henequeneros de Yucatán en su generoso propósito de impulsar la industrialización, había concedido desde tiempo atrás franquicias en cuanto a precios y forma de pago a los cordeleros locales.

Concluida la contienda mundial se hizo más notoria la falta de escrúpulos y de solidaridad de algunos industriales cordeleros, que valiéndose del precio y los plazos de pago con que habían adquirido la materia prima, se colocaron en una absurda situación de competencia con Henequeneros de Yucatán, su hada protectora, ofreciendo sus productos a veces al mismo precio al que la institución cotizaba su henequén en rama en el mercado estadounidense. Todo esto despertó una seria animadversión de sus clientes a Henequeneros de Yucatán, quienes llegaron a atribuirle participación tolerante en la competencia reprobable de los cordeleros yucatecos. Con el objeto de coordinar los intereses de los productores de la fibra y de los cordeleros con los de los consumidores estadounidenses, así como evitar que en lo futuro se plantearan situaciones semejantes a la descrita, el ejecutivo del estado consideró necesario y oportuno promover la formación de un organismo que tuviese esa responsabilidad y a partir del 1 de enero de 1950 comenzó a funcionar la asociación de interés público Productores de Artefactos de Henequén, cuyas principales finalidades se concretaban en controlar los artículos elaborados en las cordelerías locales, garantizar la buena calidad de las materias primas proporcionadas al fabricante y evitar competencias ruinosas nacidas de la concurrencia anárquica de los productores a los mercados de consumo. De esta manera el ejecutivo del estado puso los medios y las bases para resolver un problema planteado en Yucatán desde 1897, fecha inicial del surgimiento de la industria cordelera regional, tan estrechamente vinculada a la riqueza henequenera. La Primera Asamblea General de Productores de Artefactos de Henequén, celebrada el 29 de marzo de 1950, confirmó la bondad de la iniciativa del gobernador González Beytia y marcó los primeros resultados concretos de una intervención oficial firmemente cimentada en la industria manufacturera de la fibra.

En los momentos críticos que pulsó la industria cordelera de Yucatán, llegó a ser tan urgente, tan imperiosa la necesidad de esa intervención, que las principales agrupaciones representativas de las fuerzas vivas del estado pusieron en manos del señor presidente de la República, Miguel Alemán, en junio de 1950, un memorial sobre el problema, exponiéndole en una de sus partes, los siguientes conceptos que confirman la tesis que hemos sostenido en las páginas precedentes:

 

Regularización del Mercado de Artefactos de Henequén. «Dentro del complicado problema del programa de ventas de fibra de henequén en el extranjero, reviste especial importancia la relación entre el precio de la fibra y el de los artefactos de henequén. Si el margen necesario entre ambos precios disminuye demasiado, se presenta, como obligada consecuencia de carácter económico, el fenómeno consiste en que la fibra, o sea la materia prima, quede fuera de mercado. Este fenómeno se ha observado ya en Yucatán, y se aúna al hecho de que determinados productores de artefactos, en su afán de impulsar sus ventas, se han visto, en algunos casos, en la necesidad de sacrificar todo el margen de utilidad sin tomar en cuenta que deprimen el mercado y ponen en situación anárquica toda la estabilidad económica del estado». «Cuando existe tal estado de cosas, los grandes consumidores americanos de fibra tienden a obtenerla a precios inferiores, o bien se abastecen de ella en otros mercados, alegando, para depreciar nuestros productos, la existencia de prácticas reñidas con la ética comercial y las relaciones normales que deben existir entre productores y consumidores. Siendo indispensable para nuestra economía la venta de fibra en rama, nos vemos en la imperiosa necesidad de satisfacer los deseos de nuestros clientes americanos impidiendo que los artefactos de henequén se coticen a precios iguales o casi iguales al de la fibra». «A ello se dirigió fundamentalmente la acción del Poder Ejecutivo del Estado, al ordenar, mediante decreto publicado en el Diario Oficial del Estado de fecha 27 de septiembre de 1949 y previa solicitud por escrito de todos los cordeleros, la creación de una asociación de interés público denominada Asociación de Productores de Artefactos de Henequén, una de cuyas finalidades es la regularización, en el mercado internacional, de los precios de los artefactos del henequén. La Asociación funciona al amparo del gobierno del estado y con la intervención de la Secretaría de la Economía Nacional».

«Estimamos que el medio adecuado para poder permitir a la nueva Asociación llevar a cabo sus fines y evitar que subsista la situación a que nos venimos refiriendo, radica en que el gobierno de la federación grave con un fuerte impuesto directo la exportación de artefactos de henequén y, al mismo tiempo, conceda a la precitada Asociación un subsidio equivalente al monto de todos los impuestos que graven la exportación de dichos artefactos, de tal suerte que, en realidad, la misma Asociación sea la única entidad comercial capacitada para poder llevar a cabo exportaciones en la situación referida». «Se recordará que hace algunos años, para remediar una situación de falta de ventas de hilo de engavillar en el mercado estadounidense, deprimido por la mala calidad del producto, la Secretaría de Hacienda otorgó un subsidio semejante en favor de Henequeneros de Yucatán, Institución que, con satisfacción de todos los interesados, estuvo encargada de la exportación del citado hilo, hasta en tanto se juzgaron convenientemente resueltas las dificultades surgidas, volviendo al mercado libre los productores». El memorial en que se exponen estos importantes puntos de vista fue firmado por Henequeneros de Yucatán, Unión de Productores Henequeneros, Delegación en Yucatán de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación, Cámara Nacional de Comercio de Mérida, y Productores de Artefactos de Henequén, por medio de sus representantes legales, Manuel Pasos Peniche, Manuel J. Peón Bolio, Hernán Rodríguez, Fernando Ponce G. Cantón, Alberto E. Molina, Julio Laviada Cirerol, Arturo Rendón R., Vicente Erosa Cámara y Humberto Ríos Covián, respectivamente.

 

Henequeneros de Yucatán y sus resultados. Mucho se dijo en su oportunidad, razones válidas unas y otras no; mucho se agitó al campo y a la opinión pública, pero la realidad de la sustitución del Banco Nacional de Crédito Ejidal por Henequeneros de Yucatán, la expresamos antes y la sintetizamos ahora, aceptando por ser válida, la opinión de Aznar Mendoza, expuesta en sus tantas veces mencionado trabajo: «El gobierno del estado no podía ver con buenos ojos ni aceptar sumisamente que el ochenta por ciento de la riqueza pública del Estado quedara bajo el control del Banco de Crédito Ejidal y tuviera en sus manos la suerte del gobierno mismo, en cualquier momento. Ni política ni económicamente era conveniente la subsistencia de ese estado de cosas, por lo que tenía forzosamente que venir, como vino, una pugna entre el Estado y el Banco, lo que no hace difícil aceptar que en las manifestaciones de hostilidad, motines y protestas contra éste, había influencia, sugerencia o tolerancia oficial». Aproximadamente 20 años después de la Reforma Agraria, hicimos un balance de la actuación de Henequeneros de Yucatán y en su vista dijimos: «No hay fracaso. Primero el área henequenera en cultivo y posteriormente la superficie en explotación han sido sustituidos y aumentados, a la sombra de la Reforma Agraria».

«En el año de 1938 había 2,081,505 mecates en explotación contra 873 169 en cultivo y al finalizar 1951 la superficie henequenera ejidal contaba ya con 2,395,776 mecates en explotación y con 1,725,726 en cultivo. Ello entrañó la posibilidad de 120,000 jornadas semanales entre los ejidatarios contra 84,000 del año 1938. El ritmo de progreso no ha disminuido, ya que es posible proporcionar tres jornadas semanales a cada uno de los 45,000 ejidatarios, en vez de dos jornadas, como en 1938». «El aumento no es ciertamente el deseado. Pero desde luego, echa por tierra el argumento de ruina de nuestra industria henequenera a causa de la Reforma». «Los resultados favorables de la Reforma Agraria se hubiesen palpado de inmediato, si como en un principio se planeó, las erogaciones necesarias para la reconstrucción de la riqueza henequenera, que padecía grave decaimiento en 1937, y para la elevación del nivel de vida campesina, hubiesen quedado a cargo del poder público federal». «Nadie duda que el incremento de un negocio, dejado a los recursos normales del mismo, entraña sacrificio y esfuerzo de los que en él trabajan». «Causas de índole económicosocial de todos conocidas, impidieron que los trabajadores disfrutaran en toda su amplitud del beneficio de la Reforma Agraria». «La protección del gobierno federal tuvo que verse limitada a exención de algunos impuestos; pero ello sólo fue hasta 1943; y desde entonces, aumentados, hubo que pagarlos, hasta que el actual señor presidente otorgó nuevamente protección fiscal». «Durante 1950 y 1951, sin tener en cuenta el Impuesto Federal sobre la Renta, ni de utilidades excedentes, ni el de ingresos mercantiles, la industria henequenera pagó la suma de 37,719,158.68 pesos e indirectamente satisfizo una cantidad mucho mayor, en concepto de impuestos al henequén elaborado, ya que al fijar el precio de venta para la industria cordelera local, en el estudio de costos tenía que considerar los impuestos de exportación para henequén elaborado». «Y así la industria hubo de soportar sin el auxilio previsto y calificado de vital: al excedente de trabajadores en la zona henequenera y la necesidad de proporcionarles un mínimo de trabajo, que obligó y obliga aún a realizar labores de chapeo, con una frecuencia técnicamente innecesaria».

«La prestación de servicio médico y de hospitalización a todos los ejidatarios y sus familiares». «La construcción de carreteras vecinales, requeridos por necesidades de la industria misma». «La campaña para eliminar la costumbre arraigada en los campesinos de mantener ganado vacuno en la zona henequenera, sin gran beneficio para ellos, debido a la escasez de pastos, y con gran perjuicio, en cambio, para los plantíos de henequén». «La incrementación del área henequenera, soportando en cultivo una superficie superior a la técnicamente aconsejable». «La construcción y reparación de las viviendas de los ejidatarios, ayudas a viudas, enfermos e inválidos, etcétera». «Y la formación de su propio capital que llegó a alcanzar, con las reservas, a más de cuarenta y siete millones de pesos. Es lamentable que un gobernador impuesto, no yucateco, desarraigado e incapaz, hubiera dado al traste en unas cuantas semanas, con esos dineros y con la solidez de la economía henequenera obtenida con sacrificio de años». No obstante que en esa ocasión imploramos: «¡De males semejantes líbrenos el Señor!», el cielo no nos hizo caso; hechos semejantes se han repetido para justificar que a la industria henequenera le llamemos la Industria Mártir.

 

La Industria Mártir. Como hemos apuntado en páginas anteriores, el henequén ha sido, es y parece que seguirá siendo, la «cabeza de turco de la política de Yucatán». Transcurridos los años, ya en 1955, los politiqueros crearon una agitación con tendencia contraria a la que obligó al general Cárdenas a permitir que la acción rectora quedara a cargo del gobierno del estado. Logrado su propósito, el gobierno Federal a cargo entonces de Adolfo Ruiz Cortines, intervino. Envió primeramente al secretario de Agricultura y Ganadería, Gilberto Flores Muñoz, a estudiar la situación y poco después, inesperadamente, al oficial mayor de la Secretaría de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, quien llegó con el texto prefabricado del Decreto que debería aprobar al vapor el Congreso local. Convocados los diputados, sin saber para qué, fueron informados por el gobernador interino, Mena Palomo, y por el mencionado funcionario, y en el acto, fue suscrito el decreto de liquidación de Henequeneros de Yucatán. Seguramente hubo el temor de que se suscitara un movimiento opositor y por ello se procedió con la premura y presión descritas.

 

Quema de documentos, no de Judas. La desaparición de Henequeneros de Yucatán, como dijimos en otro trabajo nuestro (El henequén, hoy y mañana, edición de la Cámara de Diputados, XLV Legislatura Federal, México, D.F., 1963) obedeció a causas «ajenas a la existencia de un quebranto económico, que no se tuvo». En 1955, la institución ya se había rehecho de la desgraciada administración a que nos hemos referido. La comprobación de esta circunstancia está al alcance de cualquier investigador sereno, con sólo practicar un leve examen de la documentación relativa que debe obrar —aunque lamentablemente mermada— en los archivos de la institución liquidada. Por desgracia, importantes testimonios para la historia económica de Yucatán se perdieron a causa de un acontecimiento que con el tiempo posiblemente sea equiparado en trascendencia al tristemente histórico Auto de Fe del obispo de Landa en el remoto siglo XVI: nos referimos a la destrucción injustificable de los archivos de Henequeneros de Yucatán que concluyó la liquidación decretada. En nuestro libro acabado de citar, consignamos y comentamos el hecho con las siguientes palabras: «Aquellos archivos contenían documentos de toda índole para la historia de la industria henequenera a través del tiempo y de las diversas instituciones que la rigieron. Con ellos se perdieron interesantes huellas de la intervención de Salvador Alvarado a través de la Comisión Reguladora del Mercado del Henequén, de Carrillo Puerto a través de la Comisión Exportadora; las constancias de la rectitud y visión que caracterizó el paso de un gran yucateco de grata memoria, Arturo Ponce Cámara, que en los años de su gestión al frente de los destinos henequeneros nos legara muy importantes experiencias. Se han perdido testimonios de costos de operación agrícola, tarifas y otros irreemplazables instrumentos que habrían prestado grandes servicios a los estudiosos del problema». «Toneladas de ‘papeles viejos’ fueron cedidos en venta a una empresa cartonera en cuyas maquinarias los expedientes de la historia henequenera fueron a cumplir su parte de la inexorable Ley de Lamarck. De ellas salieron transformadas en cobijadoras láminas que hoy quizá dan sombra bienhechora a millares de cerdos, gallinas y otros irracionales, entre los que, para su fortuna, no se encuentran quienes dispusieron el torpe auto de fe que ha privado a Yucatán de una de las fuentes más importantes de su historia económica».

«Liquidado Henequeneros de Yucatán, nuevamente, la industria henequenera dependió de una Agencia del Banco Nacional de Crédito Ejidal. Justo es reconocer que al frente de ella se envió a un yucateco, enérgico y conciliador, Agustín Franco Aguilar, quien firmemente apoyado por la Secretaría de Agricultura logró un clima de paz, restaurando la personalidad jurídica y social de los comisariados ejidales».

 

El Banco Agrario de Yucatán. Transcurren varios años. Nueva agitación política apoyada en la «cabeza de turco». En esta ocasión, seguramente el gobierno federal quiso acabar con la causa de esas pugnas: que la rectoría de la industria no fuera ni del gobierno federal ni del local. Y creó el Banco Agrario de Yucatán el 18 de enero de 1962, que hasta la fecha es el encargado de la fase agrícola henequenera: siembra, cultivo, explotación y venta de la fibra o de las hojas de procedencia ejidal. Su gestión corresponde al presente. Su enjuiciamiento, a la posteridad. Aunque sí podemos asegurar aquí, en previsión de futuras adversidades que puedan sufrir la industria henequenera y sus legítimos dueños, que con serenidad y estudio puede elaborarse un gran plan que entrañe la defensa y recuperación de los intereses de Yucatán. Pero a sus ejecutores les será indispensable que los gobiernos federal y local les otorguen, sin límites, su apoyo físico, moral, político y económico.

 

Pequeños propietarios y parcelarios. Al desaparecer Henequeneros de Yucatán, los pequeños propietarios (ex hacendados) y los parcelarios, quedaron en una situación de independencia. Pero como dijimos antes, ya nadie pensó en las excelencias del mercado libre y se asociaron en una Unión de Crédito Henequenero encargada de la venta de sus productos y de proporcionarles numerario como créditos refaccionarios, o como anticipo del valor del producto entregado, tal cual lo hacía Henequeneros de Yucatán. Se había superado ya la época de tensión entre expropiados y ejidatarios. Todos los factores que intervienen en el proceso henequenero, armonizados, trabajan ya en paz, sirviéndose de mutuo y recíproco apoyo. Los pequeños propietarios y parcelarios, han incrementado sus plantaciones, han cuidado la calidad y representan un porcentaje apreciable de la producción de fibra.

 

La industria cordelera, Cordemex y sus resultados. En el curso de trabajo hemos expuesto los graves daños que a la economía henequenera causaba la competencia desleal que se hacían los productores cordeleros. Daños que ellos mismos reconocieron en el memorial que suscribieron y presentaron en unión de los representantes de las fuerzas activas del estado, al presidente Alemán en ocasión de su visita a Yucatán. Ello propició, como también ya dijimos, que el gobernador González Beytia creara la Asociación Productores de Artefactos de Henequén para vigilar calidades, estudiar precios y en general para corregir las irregularidades expuestas. Esta institución que venía a ser un apéndice auxiliar de Henequeneros de Yucatán, siguió su mismo destino. Los cordeleros fundaron una sociedad con parecidas finalidades, y la denominaron Cordeleros de México. Ni la una ni la otra lograban con eficacia eliminar la competencia entre los socios, con grave repercusión en los precios, desquiciamiento de los mercados y gravísimos daños a los productores de fibra. Fue necesario asociarlos más estrechamente, para que los industriales tuvieran un solo vendedor y surgió Cordemex.

La realidad de la conducta de los cordeleros, reconocida por ellos mismos como se ha asentado, y los propósitos revolucionarios expuestos desde la Reforma Agraria, explican que el presidente López Mateos, en su visita a Yucatán, anunciara desde los balcones del Palacio Municipal de Mérida, el 18 de enero de 1962: «Dentro del régimen agrícola y agrario de la entidad, habremos de llegar a la integración del ejido industrial; desde el cultivo del henequén y la desfibración por los propios ejidatarios, hasta la cordelería en manos también de los ejidatarios, pues si ellos son los hombres que trabajan la tierra, a ellos corresponde la riqueza total del henequén». Consecuentemente con esta determinación, el gobierno federal inició los tratos y trámites correspondientes y puso los medios necesarios, que culminaron con la adquisición parcial y después total de Cordemex. La escritura constitutiva de Cordemex terminó de firmarse en la ciudad de Mérida, el 29 de diciembre de 1961 ante la fe pública del notario y licenciado Amílcar Cetina Albertos. En nuestro ensayo económico denominado El Henequén Ayer, Hoy y Mañana, publicado en 1963, expusimos en torno a la institución que rige la industria cordelera, los siguientes conceptos, mismos que reafirmamos en 1967 en Reflexiones Sobre el Desarrollo Económico de Yucatán, que a juicio del que esto escribe, aún mantienen su vigencia en el momento actual: «Cordemex debe significar, con el tiempo, la culminación de un esfuerzo realizado en cooperación por cordeleros, productores de henequén y el estado, para contar con un organismo que asegure la venta al mejor precio posible, de la producción de henequén y el ingreso al estado de mayor número de divisas, al convertir al estado en exportador de manufacturas. Pero todavía hay otras razones objetivas que abonan la necesidad de la existencia de este organismo: a) Constituye una garantía de ocupación continua para los obreros cordeleros y para su mejoramiento económico; b) Elimina la posibilidad de stoks y pseudostoks de fibra que tan fácilmente se formaban en el pasado, así como las maniobras de los compradores extranjeros que siempre fueron deprimentes para las ventas y especialmente para los precios; c) Representan intereses públicos vitales para la economía de Yucatán, y por tanto impone al gobierno nacional la obligación de vigilar en todo tiempo que su administración sea eficaz y honesta».

 

Digresión doctrinaria final. Hemos presentado al lector, lo declaramos sin empacho, una síntesis un tanto ahistórica de la historia de la industria henequenera en el lapso previamente señalado. Nada amigos de las fraseologías paradójicas, trataremos de explicar en forma breve, el sentido de nuestra expresión. En efecto: hemos escrito una historia ahistórica desde el punto de vista del ahorro de detalles, datos, elementos en general que nutren rutinariamente a toda historia: hechos minuciosos, fechas precisas, referencias rigurosas, etcétera, para dejar paso a reflexiones expositivas de una convicción, de un criterio firme en materia de enfoque o interpretación de las circunstancias propiamente históricas. No estamos alejados de la verdad al decir que más que una narración de hechos escuetos, relativos al desarrollo y a la evolución de la industria henequenera yucateca, estamos presentando un ensayo de exégesis de esos hechos ahondando en ellos, en sus raíces sociológicas, en sus caracteres específicos, en su dimensión significativa dentro de la ecología yucateca. A veces, nuestra audacia nos ha conducido a ensayar tesis pretendidamente filosóficas en torno de la génesis de las diversas etapas constitutivas del desarrollo y la evolución de la actividad económica representada por los avatares del agave, y en torno también a la repercusión social de éstos en la vida de Yucatán. Juzgamos que esta pretensión no está descaminada —independientemente de nuestra insignificancia para realizarla— pues en la fusión del hecho histórico con el pensamiento filosófico, está el nivel más alto de la historiografía antigua y moderna. Leamos el criterio que un eminente historiador mexicano, el yucateco Silvio Zavala, expone sobre el particular: «La filosofía y la historia no han solido estar separadas la una de la otra en ciertas escuelas o períodos. En el mundo contemporáneo, el filósofo se siente llamado a esclarecer el sentido de la historia. A su vez el historiador impregna la filosofía de su método histórico» (Véase: Zavala, Silvio, Colaboración internacional en la historia de América, en: Hanke, Lewis, ¿Tienen las Américas una historia común?, editorial Diana, 1966, México, D.F.). Es dentro de esta tónica, más ensayística que historicista, que intentamos robustecer en el lector el concepto primordial de que, pese a todos los pesares, el henequén no ha podido ser económicamente sustituido —no lo será en mucho tiempo— como factor pivotal en el movimiento financiero del estado, y que si ha pasado por largos períodos de angustia, ha sido porque no siempre fue comprendido —en su vegetalidad hay una faceta moral que demanda comprensión— por los hombres que han tenido la responsabilidad de su atención a través de la fundamentalidad de sus tres períodos sucesivos e inseparables: el agrícola, el industrial y el mercantil.

Por otra parte, tratamos en este trabajo de aclarar que, si sometido a la prueba de la Reforma Agraria, el henequén, como eje económico, ha sufrido quebrantos, éstos no se han originado en la Reforma misma, como han tratado de sostener con criterio retardatario, ciertos círculos de opinión, sino en errores e insuficiencia del material humano —político y técnico— y en enfoques distorsionados, que desafortunadamente se han dado en todas las esferas del poder público, a través de todas las etapas de la historia revolucionaria. No puede negarse que bajo el régimen de intervención estatal, la política henequenera ha adolecido de graves defectos circunstanciales, corregibles, —aunque no siempre se haya logrado— mediante cambios de hombres y rectificaciones programáticas oportunas. Pero bajo el régimen del sector privado, los desequilibrios son permanentes y connaturales, al extremo de que sería imposible enmendarlos con la simple sustitución de hombres y de planes administrativos. Por querer emplear el método estéril de cambios ocasionales, sin renovar radicalmente los sistemas, como debió hacerse, la obra alvaradista se detuvo en la superficie, y fue necesario que transcurrieran cuatro lustros para que Cárdenas, a la vista de la inconclusión de la Reforma de Alvarado, intentara otra más profunda, más revolucionaria, más eficaz, como es la que con tantos tropiezos se está continuando en nuestros días, casi cuatro décadas después. El sinaloense, revolucionario empírico, con una convicción romántica, ayuna de bases teóricas rigurosas, sólo advirtió el fenómeno de que en Yucatán, en aquellos días turbulentos «tan necesitados estaban de redención los ricos como los pobres», según su conocida frase, y esto se debía a que «el control económico del estado estaba en manos de un pequeño grupo de grandes capitalistas que mantenían opresos a los pequeños y medianos, dentro de un mecanismo sui géneris integrado en franca colusión con los trusts extranjeros que dominaban el mercado de la fibra». («El verdadero crimen contra Yucatán», editorial del Diario del Sureste, 26 de junio de 1974, Mérida, Yucatán). Y se dio a salvar a los hombres, ricos y pobres, a cada sector en su ámbito, manteniendo intacto el sistema, con lo que sólo consiguió, a través de los años, el colapso henequenero que percibió Cárdenas en 1937, y que determinó la Reforma Agraria, esta vez sí a la luz de una recta interpretación revolucionaria.

Como el caso de Alvarado, contamos en el curso de la historia de México otros que nos muestran a figuras destacadas del movimiento revolucionario —de buena fe muchas de ellas— desviadas ideológicamente del camino de las transformaciones sociales abierto por la Revolución y exigido por la Reforma Agraria programada dentro de aquella forma elemental, desde el año de 1910, y hecha más dramática por Emiliano Zapata. Tomamos de un escritor yucateco en nuestros días, los siguientes conceptos: «La verdad revelada por un género de textos… es que la reforma agraria se ha venido desarrollando desde 1910, a través de balbuceos, inseguridades, rectificaciones, personalismos, yerros, pifias, desaciertos, y en general todas las lacras que han acompañado a la Revolución matriz, un movimiento alto y positivo en su origen y en sus finalidades históricas, que hasta ahora no ha podido sustraerse a todos los maleficios y negativismos del elemento humano que se avocó la función directriz del gran suceso. Esas materias inconmutables para la historia de la Reforma Agraria mexicana, nos muestran a un Madero desentendido del problema de la tierra; a un Carranza que, pese a su famosa ley del 6 de enero de 1915, dictada bajo presiones políticas transitorias, se empeña en frenar el avance del agrarismo; a un Obregón que, para ponerse a tono con los intereses imperialistas del gobierno estadounidense, cuyo reconocimiento necesitaba urgentemente, deforma el programa agrario y demora su progreso disimuladamente, a efecto de quedar bien con tirios y troyanos; a un Calles ‘territorializado’ y prudente que expide leyes francamente antiagraristas; a un Portes Gil que impulsa con decisión el movimiento reformador; a un Cárdenas a quien la Reforma debe sus máximas realizaciones, que él mismo se encarga más tarde de reprimir al dejar como sucesor a un Ávila Camacho, bonachón y clerófilo… Y para qué seguir». (Véase: Peniche Vallado, Leopoldo, «La Reforma Agraria no reformada», en: Cuadernos Americanos, noviembre y diciembre de 1964, México, D.F.). ¿Vamos, pues a extrañar, vistos estos antecedentes, que la Reforma Agraria Henequenera de Yucatán se esté desarrollando, a los 37 años de iniciada, en el mismo ambiente de inseguridad, de zozobras, de rectificaciones que ha caracterizado a toda lucha por la tierra, impulsada por ímpetus de justicia social que, como tales, fueron y serán siempre eruptivos, pasionales, y por lo tanto poco estables? Hay una realidad tan patente, que sería infantil tratar de ocultar: la Reforma Agraria Henequenera no está viviendo en el mejor de los mundos posibles. No es oportuno, ni operante, en el plan de historiadores en que nos han puesto las circunstancias, historiar el presente que estamos viviendo, y al decir historiar no nos referimos a la reseña escueta de los hechos, sino al juicio, a la crítica de los mismos hechos, porque es inobjetable que estos juicios, esta crítica, habrían de estar basados en un material transitorio sujeto a los cambios que pueda dictar la experiencia sobre la marcha. Pero no nos consideramos incapacitados para emitir opiniones generales tan perecederas tal vez como los hechos a que se refieren; pero de todos modos orientadoras para los hombres del presente, de este presente que nos abstenemos de historiar. Ahora bien: nada de lo anterior obsta para afirmar que aunque la planta misma del henequén marca paso lento tanto en su crecimiento como en el tiempo de su explotación, de 1937 a 1974 hemos girado muchas veces alrededor del sol y la hora exige imperativamente resultados tangibles compensadores de tantos sacrificios de los trabajadores todos de la fibra: campesinos, obreros y pueblo en general, y de los fiscos federal y estatal. Es innegable que el actual primer magistrado del país ha dispuesto generosamente volcar recursos federales sobre Yucatán. Pero es indispensable la unión patriótica de todos los funcionarios que intervienen en la industria henequenera para adoptar un solo objetivo y seguir un solo camino. Y si éste es largo, el paso no ha de ser corto.

De nuestros días juveniles guardamos, vivamente impresionados, el recuerdo de una frase incisiva, pero impregnada de fuerte realismo, pronunciada por Humberto Canto Echeverría en ocasión de uno de sus informes constitucionales de gobierno. El gobernador se refería irónicamente a las libertades postuladas por la Revolución y distorsionadas por los malos revolucionarios, a través de la historia incipiente de la Reforma Agraria Henequenera: «El campesino yucateco, había recibido como única conquista revolucionaria, la más amplia libertad para perecer de hambre…». Que la frase estrujante y su amargo contenido, válidos en 1938, hayan sido relegados para siempre a las sombras de un pasado irreversible son, para los que creemos en la cacareada repetición de la historia, nuestras más firmes aspiraciones en 1974. Capítulo Segundo.

 

El henequén: su vinculación permanente a la economía de Yucatán. Una investigación ininterrumpida. Después de más de tres cuartos de siglo de conservar la actividad henequenera su jerarquía de eje insustituido de la vida económica de Yucatán, todavía no puede afirmarse que haya desarrollado toda su potencialidad agrícola e industrial, que es verdaderamente insospechable. Siempre las experiencias de laboratorio y de mercadotecnia son susceptibles de revelar nuevos usos y facetas comerciales nuevas, aplicables a la evolución del debatido agave. Esta realidad explica la razón de haberse mantenido ininterrumpida hasta nuestros días, la labor de investigación a cargo de hombres de estudio y de instituciones técnicas especializadas. Infortunadamente, los resultados fructuosos de las investigaciones efectuadas no han trascendido al conocimiento público, en la proporción en que la publicidad morbosa ha difundido las circunstancias negativas que han rodeado a esa importante actividad en algunas etapas de su desarrollo, y operan como factores de desaliento en la conciencia colectiva. Y algo más lamentable hemos podido constatar: mucho de dichos estudios ni siquiera han sido conocidos en círculos especializados en materia de ciencia y tecnología que funcionan en el país, y tienen la obligación moral de seguir atentamente el curso de cuanto crea y concibe la inteligencia humana encauzada al progreso de la comunidad.

Esta circunstancia se puso de manifiesto en ocasión de la formalización del convenio para el aprovechamiento integral del henequén, firmado recientemente en Mérida, con la participación el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), el gobierno del estado e importantes dependencias federales y paraestatales. En dicha ocasión, a requerimiento de los representantes de la prensa, el actual director de Conacyt, Edmundo Flores, declaró textualmente: «Yo no soy ningún charlatán, y la investigación científica es una cosa muy compleja. Por eso no le puedo decir en qué plazo comenzará a verse el resultado de nuestro trabajo con el henequén, y ni siquiera puedo asegurarle si tendrá éxito». No deja de sorprender la pasividad escéptica del hombre de ciencia que confiesa emprender una tarea en condiciones de desorientación, posición inconciliable con la situación de quienes van a cooperar en dicha tarea y a exponer fuertes sumas, confiados en la eficacia de la dirección científica de la misma, encomendada a la solvencia de la máxima institución tecnológica nacional, que supuestamente no asume responsabilidades en causas dudosas o de antemano perdidas. Es obvio que cuando un organismo científico emprende una tarea es porque tiene una base para emprenderla, pequeña si se quiere, pero orientadora; susceptible de fallar desde luego, como toda obra humana, mas con alguna posibilidad de éxito que, de no existir, la empresa debería ser desechada, por ociosa y onerosa. Pero hagamos abstracción de esta posición singular que asume el director del Conacyt, para examinar otra circunstancia quizá más grave que la anterior: el doctor Flores parece ignorar que el trabajo cuenta con valiosos antecedentes; no revela ningún conocimiento acerca de las investigaciones hechas en tiempos pasados no muy remotos, para el aprovechamiento integral del henequén, desde las realizadas por Armour Research Foundation, institución estadounidense de solvencia científica mundial, que actuó por encargo del Banco de México, y ratificado en esta década de los setenta por la propia institución que el distinguido científico representa. Según puede deducirse de las declaraciones de Flores, la importante obra que va a desarrollar cumpliendo el convenio firmado, el organismo que preside partirá de cero, con lo que no sólo se comete impropiedad, sino que se desechan labores básicas que costaron muchas horas de estudio y dedicación, y muchos recursos pecuniarios. En no pocos de nuestros escritos anteriores en torno de la industria henequenera y de la economía de Yucatán, hemos hecho alusión a las investigaciones realizadas con éxito para lo que llamamos la Diversificación Vertical del Henequén.

En El henequén, ayer, hoy y mañana (1963) transcribimos el esquema general a que deberían ajustarse los trabajos de laboratorio para toda investigación en materia henequenera, según la ARF, esquema que, como es de suponer, fue el resultado de acuciosos y prolongados estudios de los técnicos de la institución. Posteriormente, en otro estudio nuestro: «La Industria Henequenera», (1971), asentamos: «El Banco de Crédito Ejidal y el Banco Agrario de Yucatán, elaboraron en 1967 un proyecto para el aprovechamiento integral del contenido de la hoja del henequén: ceras, jugos para la obtención de hormonas y otras sustancias químico-farmacéuticas, jugos cuyos azúcares mejorarían la calidad del alimento para el ganado, obtenidos del parénquima de la hoja, ya que de por sí tiene proteínas y grasas en porcentaje satisfactorio, y sobre todo y especialmente, celulosa para la fabricación de papel, obtención de material para cancelería y láminas, por el aprovechamiento del bagazo proveniente de la desfibración. Esto último, a más de sus resultados en beneficio de la economía ejidal, permitiría al régimen revolucionario, a precios irrisorios, sustituir los antiestéticos, peligrosos y antihigiénicos techos de palma que regularmente usan los campesinos para sus viviendas. Las pruebas para la obtención de la celulosa se hicieron en la fábrica de papel Industrial de Ayatola, de Puebla, y se certificaron notarialmente. Los resultados pasaron a estudio de Lanfi (Laboratorios Nacionales de Fomento Industrial) y posteriormente toda documentación y el material obtenidos se remitireron a IMIT (Instituto Mexicano de Investigaciones Tecnológicas), acompañando también las muestras de conglomerados de bagazo obtenido en la planta El Rosario instalada en Tetecala, Morelos, que los produce de bagazo de caña.

«El proyecto y las investigaciones se hicieron ajustándose a las indicaciones de los técnicos de Armour Research Foundation, institución estadounidense a la que encargó años atrás el Banco de México un estudio para el aprovechamiento de los subproductos del henequén. El Consejo de Administración del Banco Nacional de Crédito Ejidal, designó a una comisión para auxiliar y recibir en su caso, los trabajos del IMIT. En nuestro estudio ‘Reflexiones Sobre la Economía Henequenera, Presente y Perspectivas’, (1973), se consigna lo siguiente: en el mes de agosto de 1972, el suscrito tuvo el honor de ser designado para presentar la ponencia de Yucatán al XII Congreso Nacional Ordinario de la Confederación Nacional Campesina en la capital de la República. La honrosa designación provino de Francisco Luna Kan, entonces secretario general de la Liga de Comunidades Agrarias del Estado. En dicha ponencia aporté todos los datos transcritos antes y al terminar su lectura, Javier Reyes Durán, que encabezaba en aquel evento a una comisión de cinco miembros del Conacyt, expuso en síntesis: que la organización que representaba había recibido, por orden superior, todos los estudios que mencioné, que había comprobado plenamente su seriedad, y que externaba su complacencia por el estímulo que estos estudios significaban para el porvenir de Yucatán mediante un nuevo enfoque y las amplias perspectivas que abrían a la actividad henequenera, tan venida a menos en los últimos tiempos, no obstante su extraordinaria potencialidad; agregó Reyes que estaba en condiciones de asegurar que en los primeros meses del año de 1973, sería factible la instalación de plantas piloto en Yucatán y en México, y que en cuanto a algunos de los productos mencionados, podía anunciar que ya comenzaría desde luego su elaboración en forma masiva. Otro dato edificante: el presidente del Conacyt, Eugenio Méndez Docurro, en su primer informe anual, mencionó los estudios hechos para obtener del henequén los productos mencionados. Como se ve claramente, hubo una participación anterior a la actual del Conacyt en los estudios relativos al aprovechamiento integral del henequén, estudios a los que la propia institución dio patente de seriedad plena, según expresión de Reyes Durán. Por lo tanto, los estudios que ahora va a realizar, en los términos del convenio suscrito con el gobierno del estado de Yucatán el 25 de octubre pasado, tienen muy importantes antecedentes: no parten de cero, como parece ser la visión pesimista de Flores, actual presidente del organismo. De todo esto debe haber constancia en los archivos de éste».

 

Dos criterios contradictorios. De la crónica rutinaria de los sucesos cotidianos, tomamos elementos muy significativos para la exaltación del valor que representarán los trabajos que va a realizar el Conacyt en el cumplimiento del convenio que acaba de firmar con el gobierno del estado de Yucatán. En efecto, hay ciertas interrogantes vitales para el futuro de nuestro estado y carecientes hasta ahora de respuesta categórica en el ánimo del público. Éstas son: ¿Está definitivamente acabado el henequén como producto económico? ¿La fibra que de él se extrae ha sufrido devaluación en los mercados de consumo por deficiencias cualitativas que restringen su aplicación y encarecen su uso? Los cacareados sintéticos ¿cavaron la sepultura de la fibra vegetal? Dejando las respuestas que pueden tener estas interrogantes en las esferas económica y científica, a cargo de los especialistas de ambas materias, vamos a contestar en la forma más sencilla y accesible que pueda darse: con el parangón de dos noticias de prensa cuya veracidad no tenemos ninguna razón para ponerla en duda, dada la seriedad de las respectivas fuentes informativas, y el hecho de no haber sido desmentidas, pese al tiempo transcurrido desde la publicación de ambas. I.-Diario de Yucatán, 23 de octubre de 1977. Título: «Brasil exportó más de 100,000 toneladas de sisal en los primeros 8 meses de 1977». Subtítulo: «Aumentó del 37% en relación al año pasado. Incremento del precio».

Texto: «Río de Janeiro, 22 de octubre. (France Press). Las exportaciones brasileñas de sisal durante los ocho primeros meses de este año se elevaron a 100,975 toneladas por valor de 35,598,000 dólares, según informó hoy en esta capital la Cartera de Comercio Exterior del Banco de Brasil (Cacex). La información indica que en igual período en 1976 fueron exportadas 73,479 toneladas de este producto, por un monto de 24,306,000 dólares. El precio medio por tonelada de sisal exportada durante los nueve primeros meses de este año fue de 362.45 dólares, contra 328.89 en idéntico período en 1976».

Novedades de Yucatán, 27 de octubre de 1977. Título: «No se prevé el cierre de ninguna otra fábrica de Cordemex».- Rioseco. Subtítulo: «El director general explica las causas del cierre de la planta de Culiacán. Quedan dos factorías foráneas». Por Fulgencio Díaz C. Parte conducente al texto: «Como publicó ayer Novedades de Yucatán, la planta industrial de Cordemex establecida desde hace 17 años en Culiacán y que se consideraba como una de las más modernas de América Latina, cerró definitivamente sus puertas y 250 trabajadores fueron indemnizados con 18 millones de pesos. El director del complejo cordelero explicó que la fábrica de Culiacán se instaló cuando Sinaloa era productor de henequén y que el primer síntoma de que no podía perdurar se presentó cuando por incosteabilidad se suspendió la producción henequenera en dicho estado, hace aproximadamente diez años.

«Las autoridades y los trabajadores pidieron a Cordemex que la planta continúe laborando, abasteciéndose con fibra de Tamaulipas fundamentalmente. De aquí se mandó fibra en casos excepcionales, pues no era costeable». Asimismo, añadió el funcionario, la fábrica producía principalmente costales, que es uno de los renglones de mayor competencia, no sólo por los productos sintéticos, sino porque cada vez es mayor el manejo a granel de los granos. «Tanto en Yucatán, como en Tamaulipas, Campeche y San Luis Potosí, a nivel nacional, la producción henequenera se ha reducido, debido en lo general a que el mercado de productos de fibras duras está en contracción, como consecuencia de los adelantos tecnológicos que desplazan los usos tradicionales de hilos, jarcias y tejidos a base de la fibra», expresó Rioseco Gutiérrez. La lectura de estas noticias periodísticas da pábulo a nuevas interrogaciones: ¿Por qué dos versiones contradictorias en torno de un solo y mismo hecho, como en la comercialización de la fibra henequenera? ¿Por qué si hay consumidor del henequén brasileño, falta para el henequén mexicano? ¿Por qué Brasil sigue mejorando en producción y precio, mientras México reduce la primera, frente al desmoronamiento del segundo? ¿Qué hay en el fondo de dos actitudes tan diametralmente opuestas entre sí, ante la realidad comercial del henequén? Como intento de respuesta, van las siguientes consideraciones: hace alrededor de cuarenta años se anunció la fabricación de una máquina portentosa llamada Combine, a la que se atribuía la virtud de cosechar trigo sin usar hilo. La noticia causó el pánico consiguiente en el ámbito de la producción henequenera que es la principal proveedora del Brinder Twine para aquella finalidad. Después se comprobó que se trataba de un fantasma producto de la imaginación de algún catecúmeno de la ciencia ficción. Ahora se usa esgrimir el argumento de los sintéticos, otro enano del tapanco para los espantadizos dados a «comer cuentos» fantásticos. Hasta ahora, los famosos sintéticos mencionados como sustitutivos de las fibras vegetales, no han demostrado plenamente su temida preponderancia por obvias razones. Claro que sería insensato dudar de la existencia de derivados químicos, que se mezclan con las fibras vegetales para la elaboración de ciertos productos muy usados en la industria. Pero de esto a garantizar que los hilos plásticos desplazarán inminentemente a los agrícolas, porque así está escrito en la historia del progreso industrial, hay una gran diferencia. Sería no menos insensato cerrar los ojos a la realidad mundial del gran incremento demográfico que fuerza el consiguiente aumento de las áreas de cultivo de trigo y de heno, fuentes principales del consumo de las fibras vegetales.

Por otra parte, calcúlese el sombrío futuro que aguarda a las fibras sintéticas en cuya confección entran primordialmente derivados del petróleo, en la gran medida en que se van acrecentando los precios de este energético, vital para tanto y tan importantes objetivos de la civilización moderna. No se ve muy lejano el momento en que se abandone por incosteabilidad la producción de hilos sintéticos. Es inadmisible, pues, dentro de un razonamiento claro y preciso, que el fenómeno de la contracción del mercado de fibras duras «como consecuencia de adelantos tecnológicos que desplazan los usos tradicionales de hilos, jarcias y tejidos a base de fibra natural», influya tan contradictoriamente en dos centros productores similares, en forma tal que uno de ellos se descalabre y el otro florezca espléndidamente; sería ilógico e incongruente que tal ocurriera, tan sólo por el cambio de latitud geográfica del área productora. En síntesis: esa oposición de criterios observada en las actitudes diversas asumidas por vendedores de henequén brasileños y mexicanos, no es más que el reflejo de dos condiciones anímicas antagónicas: audaz, razonada, certera, positiva y llena de visión, la de los brasileños; y cauta, medrosa, estrecha, timorata, escéptica y negativa, la de los mexicanos. ¿Sería capaz el espíritu analítico del lector, de encontrar una explicación menos deprimente para esta aparente derrota del engreimiento ancestral que a los yucatecos nos ha conducido a ufanarnos de ser los padres legítimos del llamado «milagro henequenero», tan venido a menos en esta época de la vida del mundo, definitivamente cerrada a las viejas cosas de la milagrería legendaria?

 

Antecedentes de la decadencia. En busca de la explicación que estamos demandando para esa oposición de criterios aplicados al manejo de la actividad henequenera, patente entre vendedores brasileños y vendedores mexicanos, según acabamos de constatar mediante testimonios periodísticos irrefutables, arribamos indispensablemente a la urgencia de explicar también las posibles causas determinantes del estado de cosas favorables a tal oposición. Es decir: ¿por qué al correr de los tiempos, el productor mexicano-yucateco específicamente de henequén, perdió la confianza —obsérvese que eludimos el empleo del término metafísico FE para ser más objetivos— en la extraordinaria potencia industrial del agave, y de pronto comenzó a ver competidores victoriosos surgidos de su imaginación exacerbada por una psicosis derrotista que nunca dominó la mente de los auténticos pioneros, digamos Policarpo Antonio Echánove, o Juan Miguel Castro en el pasado siglo? ¿Y por qué en la medida en que fue perdiendo tal confianza y frenando su combatividad productora y comercializadora del mexicano, comenzó a privar en el ánimo del activista henequenero brasileño —o africano— esa actitud confiada y decidida, que rige sus acciones hacia el mejoramiento y ampliación de sus capacidades productiva y comercial? Los competidores virtuales o posibles de la actividad henequenera mexicana ¿dejan de serlo para la actividad henequenera brasileña o africana? ¿Existe alguna razón científica, económica o política para que esto ocurra? Si hemos de absolver las anteriores posiciones con algún conocimiento de causa, enfocaremos nuestras consideraciones exclusivamente a la primera parte constitutiva del fenómeno planteado: la que atañe al punto de vista mexicano, ya que en cuanto al brasileño y al africano, carecemos de experiencias directas y sólo por deducción o referencias podemos llegar a un pronunciamiento conclusivo en torno de ellos. La corriente del pensamiento conservador, vigente todavía en muchos aspectos de nuestra vida nacional, hace partir los efectos decadentes de la actividad henequenera yucateca, de las modalidades reformistas establecidas por la Revolución. Y no está descaminada, en efecto. Sociológicamente, el paso de la economía esclavista prerrevolucionaria, al estado de libertad preconizado por el movimiento social, tenía que hacerse sentir en las adversidades que conlleva todo cambio que afecta a la estabilidad de una situación comunal, por mayores que sean los alientos de justicia social, que impulsen la transformación operada. Lo malo fue —hay que reconocerlo lealmente— que un desequilibrio que debió ser transitorio, como fase de un proceso, se hizo permanente en los años del caudillismo y se prolongó a las etapas siguientes sin excluir a la actual, representativa de un equilibrio sui géneris, que un paradojista politólogo denominaría equilibrio desequilibrado. No es nuestro propósito profundizar en la búsqueda de los resortes de la situación creada, porque esta es función que el investigador de la historia mexicana ha cumplido acertadamente. Consignaremos únicamente los efectos sociales perceptibles en los altibajos de la actividad henequenera venida a menos como piensan los emisarios del pasado tan llevados y traídos a últimas fechas desde que la Revolución se hizo patente en Yucatán en los primeros disparos de los mausers alvaradistas. Desde entonces, el pánico cundió en la apacibilidad de la existencia de la clase dominante —única tenida en cuenta— sumida en el dolce far niente que la riqueza henequenera le prodigaba a lomo de indio. Sin embargo, la verdad es que el desaliento de aquella clase en aquellas horas, no era el productor incipiente de los sinsabores que estaba viviendo en 1915, cuando Alvarado impuso el orden con mano de hierro y sin contemplaciones: era un recrudecimiento del que había nacido en su gente desde los recientes años del apogeo porfiriano, cuya ideología centralizadora había irradiado a toda la República, y que en Yucatán dio nacimiento a la selecta y vapuleada casta divina. La hegemonía que este grupo políticamente privilegiado ejerció sobre la masa capitalista —llamémosla así— encendió las primeras chispas del descontento en los componentes del gremio de los productores de henequén e infundió en ellos las primeras dudas en la efectividad de la política oficial —visiblemente corrompida desde entonces— para el mantenimiento de la preponderancia que aspiraban a detentar como magnates económicos y directores políticos de la vida del estado. Entonces se registraron los primeros boicoteos a las disposiciones gubernamentales; el desacato de las previsiones técnicas en las labores agrícolas, y a las disposiciones administrativas. Se razonaba comúnmente así: «Si Molina, Montes o sus testaferros se llevan, en una u otra forma, el producto de nuestro trabajo (no decían del trabajo del indio) ¿para qué vamos a empeñarnos en mejorarlo? Vale más que todo se lo lleve la trampa…». Y hubo demoras en las siembras y otros descuidos gravísimos en el desarrollo de la actividad henequenera, provocados por el desaliento que los hacendados sentían, al considerarse explotados por los poderosos mandamases.

Pasado el lapso del florecimiento industrial henequenero acusado por la primera guerra mundial —acabada la tiranía de la «casta»—los hacendados constataron que la férula de Alvarado no había sido tan nefasta para sus intereses; ninguna finca se arruinó y ningún propietario se sintió económicamente defraudado. Aunque la penetración que siempre ha caracterizado su inteligencia crematística, los llevó a prever horas amargas como consecuencia de la liberación de los esclavos decretada por el sinaloense. Y estuvieron siempre en guardia esperando un nuevo y definitivo golpe que no sabían en qué momento habría de venir. Este estado psicológico se reflejó en la cautela que pusieron desde entonces en la atención de sus bienes: las haciendas se convirtieron en centros escuetos de explotación del henequén, las huertas con frutales y legumbres, se vieron abandonadas, las fastuosas casas principales permanecieron cerradas y se llenaron de polvo y de cochambre; los trenes de raspa necesitaban costosas refacciones que nunca se les dotaban, más que en lo estrictamente necesario. En suma, prevaleció en todos, el criterio de que había que exprimir hasta la última gota de la riqueza del henequén, sin preocuparse por renovarla, pues no estaba lejano el día en que fueran despojados de ella. En ese estado lastimoso de la industria del henequén desestimada por sus propietarios, competida desde el extranjero por una producción cada vez más próspera y de mejor calidad; despreciada por el comprador habitual y privada de otros mercados, acumulaba en enormes stocks de pacas que gravitaban más decisivamente aún, sobre la producción normal que en tales condiciones, tenía que sujetarse a frecuentes restricciones decretadas por el propio gobierno; en estas dolorosas condiciones, en fin, advino en 1937 la Reforma Agraria cardenista a la que injustamente se achaca la responsabilidad totalizada del desastre henequenero, más subjetivo que objetivo en realidad, pero tan influyente su entelequia en el ánimo de gobernantes y gobernados, que la presión moral que ejerce tiene expresiones tan deplorables como son las posiciones contradictorias entre productores henequeneros brasileños y mexicanos, reveladas en las noticias de prensa anteriormente transcritas.

 

Anticardenismo injustificado. Cárdenas puso las bases de la reestructuración que justamente demandaba la Reforma para ser eficaz. Que estas bases hubieran sido festinadas o adulteradas por causas ya suficientemente difundidas, no debe ser motivo para empequeñecer la dimensión de la obra realizada por el ilustre reformador con decisión, energía y buena fe, ni mucho menos para regatear lo que esa obra, pese a todas sus imperfecciones, tuvo de positivo en el México revolucionario que estamos viviendo. ¿Por qué atribuir a Cárdenas culpabilidad en la falta de cumplimiento de un catálogo de condiciones básicas, por parte de las instituciones que a través del tiempo han venido controlando y manteniendo, hasta nuestros días, la actividad henequenera de Yucatán? A esta falta de cumplimiento y a otras omisiones, desgraciadamente irreversibles en que incurrió, se ha debido —no al reformador— el lamentable descrédito en que parece haber caído la Reforma Agraria en el consenso escéptico de las mayorías opinantes, fincado en una falacia de mala observación que atribuye desaciertos de los hombres o del sistema que los aglutina, a fallas institucionales o ideológicas que en verdad no existen. No es verdad, como muy a la ligera se afirma, que los problemas del precio de venta del henequén, de su exportación y de su falta de mercados, afloraron en Yucatán con las primeras leyes de la Reforma cardenista. Ya vimos que la agitación en torno de los valores económicos del agave, y de la distribución de los beneficios de su comercio, comenzó desde los primeros días del porfiriato y de sus adláteres en Yucatán. Y si establecido el nuevo régimen de propiedad de la tierra, se han venido advirtiendo tropiezos y fracasos en la organización ejidal henequenera, no es porque el ejido sea un organismo inadecuado para los fines de la Reforma, sino porque las administraciones oficiales no lo han encauzado debidamente, dejándolo perderse en una selva de demagogia y burocratismo que lo anula como instrumento de liberación social y económica, y hace del ejidatario un sujeto adscrito al proteccionismo oficial y oficioso. Ni siquiera se ha atendido con empeño la sujeción del trabajo oficial a la técnica agrícola ortodoxa, sino que ésta se ha supeditado a la atención de los intereses políticos personales o de facción, de los administradores en turno.

Para respaldar esta tesis, pasemos somera revista de esas que llamamos condiciones básicas no atendidas hasta la fecha: a) Personal técnico adiestrado: la improvisación del personal técnico-agrícola, financiero o industrial, es mortal para la recta funcionalidad que debe presidir todas las labores de la actividad henequenera. Porque a menudo se ha convertido en fuente de chambismo y reducto de politiquería. b) Erradicación de la anarquía: consecuencia inmediata de la falla anterior es la anarquía de un trabajo que, como el henequenero, debe estar ajustado a una tecnología rígida a través de todo el proceso de producción, desde la siembra de los vástagos hasta el comercio con el producto elaborado, y el desconocimiento o la desestimación de ella, acarrea inevitablemente el fracaso de todos los esfuerzos desplegados por quienes intervienen rectamente en la actividad productora, y por ende la ruina de la economía estatal tan estrechamente ligada a ésta. c) Tecnología rígida: he aquí algunos de los requerimientos técnicos esenciales que no deben ser —y lo son actualmente— supeditados a intereses políticos deleznables; contar a su debido tiempo con vástagos para la siembra y reposición de las plantaciones; ejecución constante —sin abuso con fines lucrativos— de trabajos de deshierbe y limpieza (chapeos); confección de rollos sin merma en el número de hojas (50) para ser transportados a las desfibradoras; formulación de programas periódicos de siembras ejidales, ajustados a la más estricta técnica, y algunos requerimientos más. d) Poblacion equilibrada: el problema que significa el exceso de población en la zona henequenera —que ha sido y sigue siendo invocado como justificativo de la situación de miseria y de retraso que padece el ejido— jamás se ha enfrentado debidamente. Es inconcuso, desde luego, que el conflicto creado por la explosión demográfica es universal, por lo que en el pequeño radio de la producción henequenera no es posible poseer fórmulas mágicas para lograr una regularización conveniente de la natalidad, desiderátum sobre el que ni los sabios de más respetable solvencia en el mundo se han atrevido a decir la última palabra. Es evidente que este camino se abrirá para la humanidad en un futuro más o menos remoto, pero mientras esto ocurre, hay que asumir la empresa del desarrollo económico-social del ejido henequenero sobre carriles de realismo y sensatez que han sido ignorados hasta ahora. Tal demuestra la preocupación desplegada por confeccionar programas para una costosísima diversificación agrícola de dudosos resultados en el suelo cárcico de Yucatán, en vez de abordar de lleno la creación de una poderosa ganadería mayor de rendimientos absolutamente seguros y ampliamente demostrados en el territorio yucateco; para ello bastaría utilizar los centenares de miles de hectáreas de tierras, ahora ociosas, que en el pasado servían a los hacendados para obtener la leña cuya combustión movía los motores de vapor de sus desfibradoras, antes de que mueran sustituidos por motores Diessel.

  1. e) Contra la publicidad ampulosa e innecesaria: se invierte demasiado dinero en difundir y perseguir los fraudes que se detectan a través de la nóminas de los trabajos de campo, prefabricadas para el pago de labores que no se hacen y de trabajadores que no existen. No debe descuidarse la campaña contra la corrupción, desde luego, pero tampoco dársele un énfasis amarillista exagerado al extremo de efectuar desembolsos tal vez mayores que el monto de los fraudes detectados, para el pago de una publicidad periodística ampulosa, como ocurrió alguna vez. f) Aumento de la producción: la consecuencia de lo anterior es la falta de una debida atención a la necesidad de cohonestar el aumento continuo de la producción, con el volumen de los ejidatarios que se sustenta trabajando en ella, a través de oportunas y enérgicas medidas de control técnico que eviten el desequilibrio manifiesto ahora entre el volumen del trabajo a desempeñar y el de los brazos que lo desempeñan; el primero permanece prácticamente estatizado, mientras el segundo está en permanente crecimiento. Esta circunstancia contraría funestamente el viejo axioma matemático que postula la disminución fatal del cociente, cuando el divisor aumenta y el dividendo permanece inalterable. g) Rendimiento de pequeña propiedad y parcela: prueba indubitable del descuido de la técnica perceptible en las zonas ejidales, es la circunstancia de que los parcelarios y los pequeños propietarios producen mejor henequén y obtienen magníficas utilidades, siendo los mismos campesinos que trabajan en el ejido con pérdidas, los que sirven como peones a la parcela y a la pequeña propiedad que sí rinden. Véanse las estadísticas al respecto. Hay otras condiciones que deben considerarse indispensables para una reorganización cabal de la actividad henequenera en Yucatán, pero las enumeradas: técnica, ampliación de las áreas productivas, fomento de la ganadería mayor ejidal, son las específicamente básicas, cualquiera que sea la institución que tome a su cargo el trabajo agrícola, industrial y administrativo.

 

La verdadera salvación de Yucatán. En fechas recientes se ha venido percibiendo, en centros de opinión bien informados, una tendencia muy señalada a imprimir actualidad al viejo proyecto de encomendar el tratamiento y la solución de todas las cuestiones de la actividad henequenera —agricultura, economía, industrialización, comercio— a un organismo único con el objeto de acabar con la dualidad de instituciones que prevalece ahora, y a la que atribuye la existencia de frecuentes escollos, que restan eficacia y agilidad a los procesos canalizadores del manejo de la fibra en sus aspectos agrícola y financiero. No encontramos razón bastante para objetar el proyecto simplificador; al contrario, pensamos que es factible que su realización, llevada a puro y debido efecto, contribuya a superar la organización actual, afinándola en lo que tenga de perceptible su función específica, que es la ejecución plena de la Reforma Agraria preconizada por la doctrina de la Revolución que rige la vida de México. Nada de lo que signifique cambio en la evolución de los hechos sociales debe ser visto con reservas; las instituciones son obra humana y, como los hombres mismos, también envejecen y requieren ser sustituidos al servicio del interés comunitario. No es, pues, aconsejable la resistencia obstinada a la renovación periódica de los sistemas organizativos, que configuran la actividad de las sociedades por cuanto toda renovación, por serlo, tiene mucho de saludable. Pero sí es prudente dilucidar, a un cambio posible, lo que es institucionalmente renovable o lo que no lo es, seleccionando previamente aquello que es valor intrínseco permanente, para dar a lo extrínseco la jerarquía secundaria que le corresponde en la operación de cambiar. En el caso concreto de la organización de la actividad henequenera en Yucatán, que ahora está bajo la responsabilidad de dos instituciones públicas: el Banco de Crédito Rural Peninsular, que rige la función crediticia, y Cordemex, empresa descentralizada o paraestatal, encargada de atender los aspectos industrial y comercial, la opinión unificadora parece dividida, y pendula entre un organismo y otro para el otorgamiento de su preferencia. Pero esta circunstancia ha obedecido más a simpatías e intereses personales, que a razones de peso para inclinarse por la supervivencia de una u otras instituciones. Más recientemente aún, ha surgido una tercera opinión, que es la del gobernador del estado de Yucatán, que propone la creación de una sola empresa estatal, con prescindencia de las que funcionan actualmente, y que sea la única responsabilizada legalmente de las tareas de la organización política, económica y social de la actividad henequenera. Insistimos: en las actuales circunstancias, el aspecto puramente institucional, es decir, legalista, externo, es aleatorio: no son las instituciones en su calidad de moldes, de unidades formales, las que cuentan decisivamente para el buen éxito de la actividad que representan. En el caso a que nos referimos pensamos que puede ser muy bien elegida, indistintamente, cualquiera de las dos mencionadas antes, o una tercera creada ex profeso. Son otros factores: la capacidad del elemento humano que las gobierna y las trabaja; con el apoyo físico, irrestricto de las autoridades federales y estatales; el concepto de honestidad con que se manejen; la cabal adecuación de las pragmáticas establecidas a las funciones que deben desarrollarse. Cuando estas condiciones se cumplen satisfactoriamente, pueden considerarse avanzadas las cuatro quintas partes del camino: la quinta parte restante será la denominación X o Z que se dé a la institución rectora.

Hablábamos anteriormente de un catálogo de condiciones básicas que es indispensable cumplir, dentro de un programa estricto de reencauzamiento industrial y económico de la actividad henequenera, de la cual forma parte esencial y principalísima la función diversificadora aplicada verticalmente al henequén, ya que en la explotación exhaustiva de su vegetabilidad —cualquiera que sea la institución encargada legalmente de su manejo— radica sin duda alguna el porvenir de la planta en su calidad de eje económico del estado, situación de la que no ha sido desplazada, ni lo será por mucho tiempo, pese a las borrascas que ha tenido que sortear a través de los tiempos y de las adversidades. Es un lugar común partir en apoyo de todo programa de diversificación vertical, de una realidad incontrovertible: la explotación de la potencialidad henequenera, se reduce en la actualidad en un 6 por ciento, quedando por tanto un 94 por ciento de ella sin la debida atención. Es por eso que quienes hemos consagrado los mejores años de nuestra vida al despejo de las complicadas incógnitas que envuelven a la actividad henequenera, venimos pugnando, desgraciadamente sin ser escuchados muchas veces, porque las instituciones responsabilizadas con la industria y el comercio del agave dediquen todos los esfuerzos posibles para dar vida a este renglón trascendental. Y tenemos que recibir con alborozada simpatía, resarcidos de añejas desilusiones, —y aun poner nuestra experiencia, desinteresadamente, al servicio de esta causa— la noticia de la apertura —más propiamente, la continuidad— de los trabajos del máximo organismo mexicano del ramo, el Conacyt, para el aprovechamiento integral del henequén, con la participación del gobierno del estado de Yucatán. La sola difusión del suceso tiene una significación y un valor moral ingentes, por cuanto revela que ese espíritu derrotista absolutamente injustificado, que ha venido dominando en las esferas oficiales respecto de la vigencia económica del henequén, no es tan exhaustivo, como en ocasiones se deja apreciar en declaraciones de altos funcionarios de los regímenes de la Revolución a cuyas palabras tenemos que dar jerarquía directriz en los ámbitos político y social. Porque —nos atrevemos a decirlo como fruto de una larga experiencia y no por vía de arrebato lírico sentimental— que la economía de Yucatán no se salvará ni por el turismo, la pesca o la ganadería, renglones importantísimos ¡qué duda cabe! en el orden de lo aleatorio, lo subsidiario y complementario, si no se cimienta toda esa actividad fecunda en la explotación sistemática del henequén, como producto industrial que abarca vastísimas perspectivas. Una explotación —no nos atreveríamos a concebirla en otra forma— en la que para nada cuenten los viejos procedimientos esclavistas que caracterizaron los inicios del “milagro”, una explotación racionalmente condicionada a los modelos de desarrollo económico y social de la época revolucionaria que vivimos, modelos imperfectos, desde luego, pero perfectibles al ritmo de superación a que quieran o puedan ajustarse, los regímenes políticos sucesivos, los del presente y los del futuro.

¿Qué estamos navegando en los mares grises de la utopía? No es creíble cuando tenemos a la vista, a nuestro alcance, hechos concretos altamente reveladores de las anchas posibilidades del henequén, para constituir por sí solo una economía suficiente y capaz, bajo la única condición de ser manejado con orden, técnica y sentido humano, sin recurrir a procedimientos impuros, traducibles en rebajamiento de la calidad humana de quienes hacen posible la riqueza extraída heroicamente de la dura laja.

 

¿La Revolución fracasada? La opinión sobre las causas del fracaso —sí, fracaso, abandonemos de una buena vez los eufemismos— de las instituciones oficiales henequeneras, está dividida. Mientras unos aseguran que es por la incompetencia de los administradores, otros afirman que es por deshonestidad de los mismos, y un tercer grupo de opinantes lo atribuye a ambas causas operando al alimón. En tanto, la realidad yucateca desmiente con hechos irrebatibles la pretendida obsolencia de la economía henequenera, que es hasta ahora la que rige en nuestro estado, pese a todos los cantos sirenaicos de la socorrida «diversificación» horizontal, en la que tantos millones se están invirtiendo experimentalmente sin ninguna perspectiva de éxito hasta ahora. He aquí algunos de esos hechos: a) Nunca como ahora, los bancos y demás instituciones locales de crédito, acusan mensualmente, en los balances que por ley publican, las existencias de centenares de millones de depósitos a la vista, etcétera. Y hay que aclarar que no conocen los depósitos hechos en la sucursal Mérida del Banco Nacional de México, porque sólo en la Ciudad de México publica en forma global sus balances dicha institución. La Comisión Nacional Bancaria podría proporcionar informes exactos. b) Se expiden trimestralmente más de 5,000 pasaportes para viajes de recreo a Europa, Estados Unidos de América y otros lugares. Jamás se había alcanzado esta cifra que las autoridades de Migración podrían refrendar. c) El crecimiento actual de la ciudad de Mérida es asombroso. La modernización de predios urbanos, la construcción constante de nuevos edificios para comercio y para habitación, son fiel reflejo de una economía boyante para un sector importante de la población. Las oficinas del Catastro, Registro Público de la Propiedad y Ayuntamiento de Mérida, pueden aportar datos fidedignos. Otro aspecto importantísimo que habla de la falsedad muy favorecida por los economistas «de banqueta y de café» que repiten cotorrísticamente el sobado argumento del acabamiento del henequén como producto económicamente operante, nos lo ofrecen los sectores de pequeños propietarios y parcelarios henequeneros, que logran rendimientos que no alcanza el sector ejidal en la ejecución de los mismos trabajos y con el mismo producto agrícola-industrial. Hasta hace poco tiempo, los pequeños propietarios (ex hacendados) tenían contactos económicos con el ejido debido a los trabajos de maquila que hacían con las hojas ejidales. Esto explica que en ocasiones dieran su colaboración, bien por la prensa, o en diálogos directos con los funcionarios, con el fin de señalar las fallas del trabajo henequenero, ya que para ellos la desfibración ejidal era el mejor negocio en la medida en que maquilaron mayor número de hojas y produjeron más cantidad de fibra y de mejor calidad. Pero una vez que el banco oficial y Cordemex adquirieron e instalaron máquinas desfibradoras, se rompió el cordón umbilical que sujetaba a los productores privados con el gobierno; la situación determinó en aquéllos un cambio radical en el concepto del negocio henequenero, y ahora lo que conviene a pequeños propietarios y parcelarios es el fracaso definitivo de la organización ejidal. La razón es clara: la industria cordelera es ya una realidad nacional; el consumo alcanza una demanda de 80 millones de kilogramos de fibra, con tendencia a aumentar, entre otras causas, por el incremento de la población; es un mercado seguro o cautivo como se dice en la jerga hacendaria.

Naturalmente, los ex hacendados y parcelarios, con una visión especulativa que nadie se ha atrevido a negarles, han venido sembrando sus tierras y aumentando su producción en cantidad y calidad, seguros de que en un futuro que ven próximo, al ocurrir la debacle de la institución ejidal, fácil de asegurar si continúa la actual caótica desorganización, se convertirían en los únicos proveedores nacionales de materia prima para Cordemex, que les tendrá que pagar muy buenos precios, por cuanto funcionará lógicamente en relación con los precios y fletes que se verá obligada a satisfacer por la importación de las cantidades de henequén que necesitara —cada vez menor si sus proveedores nacionales se dan maña para mantenerla abastecida— para la atención de sus compromisos fabriles. Los pequeños propietarios y parcelarios no se han apartado de la técnica en sus labores henequeneras, y esta es la razón de sus magníficas utilidades frente a las pérdidas que experimenta el ejido. ¡Ahora sí puede decirse que están creando a base de inteligencia, previsión y esfuerzo personal, una «casta divina» más importante que la que encontró Alvarado en 1915! Cuando lo juzguen oportuno proclamarán las causas del fracaso agrario en el medio, y se ostentarán los verdaderos salvadores de la economía de Yucatán.

En torno de la tesis que postula la sustitución de la economía henequenera por una economía diversificada agrícolamente, cabe hacer notar que hasta hace aproximadamente tres décadas, pudo ser factible en Yucatán un ensayo de diversificación agrícola y económica, con desplazamiento gradual de la actividad henequenera. No lo es ahora en un Yucatán excelentemente comunicado con toda la República por vía férrea y carreteras, que permiten el fácil transporte de mercancías foráneas, y el tránsito continuo de camiones frigoríficos, como los que vienen por productos pesqueros, y para no viajar vacíos, conducen al estado frutas, legumbres y otros artículos de entidades hermanas y mejor dotadas y organizadas para este tipo de comercio, y con las cuales no es posible competir en precios y calidades. Concluimos: si no se toman las medidas necesarias y urgentes para acabar de una vez por todas con esa obcecada satanización de la actividad henequenera; si no meditamos hondamente en estas importantes cuestiones, para llegar a la certidumbre de que nuestra economía no está demandando sustitutivos ni cambios problemáticos, ya que únicamente necesita que el henequén, como los ejemplares pecuarios de alto registro que manejan los zootecnistas, sea conveniente y cuidadosamente desparasitado de todo lastre que agobia sus procesos agrícolas y financieros; si no paramos mientes en que su cultivo y su industrialización producen rendimientos en Brasil y en África, y que su producción es costeable para los sectores de pequeños propietarios y parcelarios yucatecos; si, en fin, no nos despojamos de esos absurdos prejuicios que rodean a la opinión de una mayoría profana en cuestiones económicas, sobre la verdadera situación mundial de la competencia de los plásticos a la industria henequenera, no tan sólo acabaremos por malograr definitiva y absolutamente esa obra vital de la Revolución que es la Reforma Agraria, sino que infligiremos una lesión mortal, incurable, a cualesquiera proyectos futuros de reestructuración financiera y económica de nuestra infortunada entidad. Entonces, no será la actividad henequenera la fracasada en Yucatán: será la Revolución misma la que, al sepultar los valores económicos fecundos del henequén, en el caos de la incomprensión y de la incapacidad funcional de sus propios hombres, cavará en Yucatán su propia tumba.

 

Escolio conclusivo. Los dos textos que hemos transcrito como capítulos Primero y Segundo (La intervención estatal en el comercio y El henequén: su vinculación permanente a la economía de Yucatán) de la presente actualización histórica, pretenden mostrar, como hemos dicho antes, una preocupación más inclinada a rastrear la configuración doctrinaria de las motivaciones de la reforma agraria henequenera, período que nos ha tocado reseñar (…) que a practicar búsquedas de materiales cronológicos o anecdóticos, propicios para los fines del investigador rutinario dado a hurgar fechas, detalles, pormenores y apologías y encomendar a todas estas minucias eso que comúnmente llamamos la verdad de la Historia. Nosotros hemos preferido dejar la cargazón informativa —desde luego indispensable— de este estudio, al lenguaje objetivo y frío de las estadísticas, (Véase: Enciclopedia Yucatanense, tomo XI, 1980), que dirán al lector con más precisión y exactitud que cualquier reseñador minucioso, todo lo que él necesite saber acerca de la evolución comercial y de los progresos industriales logrados en el desarrollo de la actividad henequenera, de entonces a nuestros días. Porque vale más, a nuestro modesto entender, una explicación a tiempo, fiel, razonada y contundente, del por qué se hizo o por qué dejó de hacerse, que una larga y farragosa disertación, adobada con fechas y nombres propios, del cómo se hizo o cómo dejó de hacerse. La esencia, desde los tiempos de la más vieja filosofía, ha importado más que el modo. Pero para una orientación más estricta, caben algunas observaciones en torno de lo dicho ya, en términos de teoría general, y las vamos a formular a efecto de cohonestarlas con situaciones y actitudes posteriores que en alguna forma han influido sentimental o ideológicamente en la opinión pública, creando en ella, condiciones anímicas diversas, que van desde la confusión hasta la perplejidad, con el peligro de desembocar más o menos tarde, en la convicción falsa de un negativismo contumaz, aplicado aun a las normas de mayor positividad resultantes de numerosas luchas morales y batallas sangrientas sostenidas a través del tiempo.

Cuando se dice, por ejemplo —y lo escuchamos a cada paso de labios de batalladores de las trincheras más contrapuestas—que la Reforma Agraria ha fracasado, trasluce esta afirmación una errónea evidencia: la de que si las cosas se hubieran dejado como estaban antes de la Reforma, Yucatán viviría hoy, y por muchos años futuros, en el mejor de los mundos posibles. La falacia es patente: basta remontarse al examen de las condiciones prevalecientes antes del suceso de referencia, para captar los aspectos de la realidad yucateca de entonces, proclive al desmoronamiento económico que habría de afectar, no digamos al destino de los millares de campesinos atados al henequén, recién manumitidos por Alvarado, sino a las condiciones de vida de otros millares de clasemedieros, y sobre todo al medio millar de hacendados que aún controlaban las finanzas estatales, porque el sinaloense nunca quiso ensayar reformas sociales estructurales, sino que se detuvo en la superficie de sus sentimientos humanitarios para con la raza esclavizada. Así la libertó físicamente, pero mantuvo la servidumbre económica que determinaba la sujeción a los vaivenes de la organización capitalista, que ha sido la causa de todas las adversidades sufridas por nuestra revolución burguesa. No, a quienes amenazaba inminentemente el desmoronamiento económico, era a los propios hacendados ¡que sí tenían mucho que perder después del débil ensayo revolucionario alvaradista, reforzado azarosamente por las fabulosas ganancias derivadas de la Primera Guerra Europea que repletaran sus arcas! Los campesinos, en cambio, nada ganaban dentro del orden prevaleciente a la sazón, en el que la libertad que habían recibido de Alvarado se revertía en una sola finalidad cierta: la libertad para morirse de hambre bajo las presiones patronales financieras que el sistema nunca erradicó. Y eso ocurriría por siempre, mientras no se rompiera la dependencia económica que los sujetaba, a una industria henequenera manipulada por sus antiguos amos en contubernio con el capitalismo gubernamental. La situación se presentaba tan caótica, que la Reforma se impuso, ya que de subsistir el viejo orden en manos de un gremio de hacendados, que no había podido ni siquiera defender lo suyo ¿cómo era posible concebir en ellos la capacidad suficiente para responsabilizarse y acrecentar la economía estatal, dependiente exclusivamente de la actividad henequenera que empezaba ya a ser competida desde el extranjero? Quede, pues, bien claro que el problema de Yucatán no radicaba, como muchas veces se ha dicho, en mantener el viejo estado de cosas creado por el «milagro henequenero», que en un momento dado cambió la fisonomía del estado y acabó, aparentemente, con el hambre ancestral. Basta repasar las páginas de la historia, para llegar a la conclusión de que aquel estado de cosas estaba ya en crisis, y ni los hacendados ni los gobernantes estaban en condiciones de hacer nada por enderezarlo. Ya había cumplido su ciclo histórico, y debía ceder el paso al nuevo orden que ya se anunciaba con las agitaciones populares, primero del maderismo, después del zapatismo y del constitucionalismo, y por último del cardenismo. Es más lógico suponer que si Cárdenas no hubiera emprendido la Reforma, Yucatán y su henequén estarían viviendo aún los días aciagos de la dependencia financiera asfixiante de los grandes trusts norteamericanos.

Esta es, pues, una realidad clara y evidente: otra es que la Reforma Agraria se malograra, y creara situaciones tan negativas y estériles como las que antes de ella prevalecían; situaciones en las que los beneficios obtenidos por los campesinos, en cuyo nombre se hizo la Reforma, no justifican, ni la intensidad de las luchas consumadas, ni las inversiones económicas dilapidadas por el tesoro público, muchas de las cuales sólo aportaron elementos de riqueza ilegítima a los líderes del momento. Como puede verse, no hemos empleado el vocablo fracaso, conscientes de que, de emplearlo, le haríamos el juego a los enemigos impenitentes de toda aspiración progresista, a los contumaces del estatismo y de la “conserva”. Y no es que semánticamente la palabra sea impropia por cuanto equivale a resultado adverso de una empresa. Es que predomina en nuestro criterio el concepto sociológico de que la derrota de una fuerza como la Revolución es siempre parcial: se pierden batallas sin perjuicio de ganar la guerra al final de las jornadas.

«Al punto a que se ha llegado, creemos que sería aberrante la cesión de un metro siquiera del terreno conquistado, por efecto de un desmayo o de un confusionismo mental causado por apreciaciones equivocadas de los fenómenos sociales. En algunas de sus medulares declaraciones públicas, el presidente de la República José López Portillo, ha calificado de ineficiente la obra de la Revolución en Yucatán. Sin negar fidelidad al generoso eufemismo presidencial, hemos de señalar el hecho de que la ineficiencia, evidente en el caso de la Reforma Agraria yucateca, es característica que ha venido acompañando fatalmente a la evolución y materialización del pensamiento revolucionario surgido en México con los disturbios zapatistas, que sacudieron el país en la segunda década de este siglo, y que culminaron con el Plan de Ayala y la Ley carrancista de 6 de enero de 1915. Es decir, la ineficiencia es un problema connaturalizado con las etapas más caracterizadas del movimiento social transformador que hemos convenido en denominar Revolución Mexicana. Ineficiencia en el terreno político, ineficiencia en el terreno social, ineficiencia en el terreno económico y en el tecnológico. En fin, que no se han llevado a puro, limpio y debido efecto, a su últimas positivas consecuencias, las finalidades doctrinarias proyectadas ideológicamente a la reestructuración de los moldes de pensamiento y de vida, en función con las urgencias y aspiraciones del pueblo necesitado de normas superiores de justicia y de derecho. ¿El punto de partida de esta situación desafortunada? Hay que encontrarlo, desde luego, en las circunstancias que rodearon el advenimiento de la conmoción histórica transformadora: violencia, improvisación, incertidumbre, desconcierto, incomprensión, perplejidad, desesperación, confusión, fanatismo en alguna forma… Todas estas cualidades —más propiamente especies— se fundieron para constituir un todo caótico que hizo de esa efervescencia ideológica y social que hemos venido llamando Revolución Mexicana, una visión amazacotada privada de orden lógico en sus manifestaciones externas, de proporciones criteriológicas, de unidad filosófica, de fidelidad a sus metas originales. Y el proceso revolucionario continúa como había comenzado: confuso, impulsivista, pasional, y sobre todo, privado de una auténtica conciencia masiva, la de las masas humanas que participan en él, en momentos en que esta conciencia necesita ser tan fuerte como para propiciar el ahogo de los desbordamientos de ambición personalista inevitable en los caudillos primero, y posteriormente en los dirigentes que los sucedieron quienes, habiendo perdido aquella categoría militarizante, mantienen aún, sin embargo, la jerarquía inseparable de la erradicada denominación.

«¿Qué son los líderes actuales del charrismo sindical, sino verdaderos caudillos umbilicalmente ligados a las formas del caciquismo oficial todavía subsistente? Si bien, pues, abandonamos con el régimen caudillista de los primeros tiempos de la lucha, la tendencia a la sumisión a maximatos vitalicios, caímos en la adopción de maximatos sexenales y en ellos vivimos, si no plenamente satisfechos —decirlo sería incurrir en descomunal mentira— sí honradamente resignados buscando en la adaptación tranquila a tan estable situación, los mejores moldes de vida digna y decorosamente concebida como paradigmática del desarrollo económico y social que es aspiración común de todos los pueblos del mundo. ¿Cuáles son los resultados palpables de este distorsionado proceso histórico-social perceptible en el México de nuestros días? Tienen sus manifestaciones específicas, primero en la demagogia que ha venido permeando todas las expresiones de la acción pública en la formalización de las estructuras programáticas de línea revolucionaria convencional; después, en la corrupción —la propia demagogia es una forma de corrupción— que ha invadido todas las esferas gubernamentales, las más elevadas y las más modestas, y que ha sido santo y seña del ejercicio del poder político en nuestro medio nacional. Es a la simbiosis demagogia-corrupción, fuertemente enraizada en las modalidades llamadas revolucionarias de la vida mexicana, a la que debemos el desenlace adverso que se percibe en una organización tan promisoria y tan básica como es la organización agraria, en la que están sólidamente ubicadas las más altas y más eficaces finalidades de nuestro desarrollo democrático social.

«La masa campesina de Yucatán, materia de la Reforma Agraria Cardenista, una Reforma que por desgracia no logró en su momento salir de sus encuadramientos teóricos, y se quedó en nobilísima intención; esa masa campesina sufrida y paciente, siguió ocupando el mismo escaño inferior que le adjudicara la dictadura porfiriana en sus mejores momentos de gloria: liberada de cepos, cartascuenta, y calabozos, es verdad, pero sujeta al yugo del capitalismo opresor, que detentaba la tenencia de la tierra y restringía los derechos humanos del peón a la vida del hombre verdaderamente libre, a base de trabajo honrado y salario remunerativo. Bajo el dominio de la burocracia que comenzó a regir desde entonces en la actividad henequenera, la situación de los campesinos paradójicamente se agravó al ser éstos demandados para cooperar, al servicio de sus líderes, en finalidades politiqueras ajenas a sus deberes habituales: campañas electorales, actos de cortesanía para obtener aquéllos prebendas a las altas jerarquías políticas, y otros objetivos bastardos y turbios por los que los campesinos recibían gratificaciones indebidas y concesiones para holgar y dejar de cumplir sus tareas cotidianas, con grave perjuicio de las funciones productivas. Se formó así el ejército vergonzante de los «acarreados», una «institución» que la Revolución calcó del porfiriato. Todavía en Yucatán se habla de los grandes contingentes de jornaleros acarreados por los líderes latifundistas del morenismo, para llevar a los ojos de Madero la impresión de que D. Delio gozaba de una arrolladora popularidad de la que carecía el candidato rival, Pino Suárez. Los hacendados fueron los auténticos precursores del acarreo, tan generalizado hoy. De esta manera, se hizo del campesino henequenero, a través de las generaciones, el ente abúlico y despreocupado de sus deberes que es hoy, según sus detractores, por lo cual se le inculpa de la baja de la productividad que tanto daña a los intereses generales del estado. La verdad es que, el campesino henequenero actual, con todos sus defectos y deformaciones, no es sino hechura que la politiquería de los falsos revolucionarios, corruptos y ambiciosos de poder, ha hecho prevalecer en las etapas sucesivas de la programática reformadora. No creemos —cuando menos en lo que atañe a Yucatán— que la solución del problema de ineficiencia que enfoca el presidente López Portillo radique en buscar acomodamientos jurídicos al régimen constitucional de tenencia de la tierra, acomodamientos que, por otra parte, pueden provocar —está provocando ya su solo posible anuncio— confusiones funestas en la mentalidad popular: ¿Se abrirá la probabilidad de un retroceso al punto de partida de la lucha histórica? ¿Se sacrificarán los avances sociales obtenidos —pequeños, pero innegables— en 60 años de efervescencia revolucionaria, a la idealidad de una entelequia jurídica que devuelva sus ya desplazados fueros absorbentes al régimen de la privatización de la tierra, con vulneración del noble y justiciero espíritu progresista de nuestra Carta Magna? Sería más fácil —así lo entendemos, y con nosotros los revolucionarios convencidos— convertir la cacareada ineficiencia en eficiencia efectiva, mediante mecanismos que el poder público tiene siempre a la mano, que prescindir de una plumada, o de dos, o de muchas, de lo que se ha podido alcanzar en la marcha hacia el progreso humano y a la justicia social, bien entendidos, a través de medio siglo de pugnas sangrientas de las que, si no todo lo deseable, algo positivo ha quedado, irreemplazable, en la vida mexicana de hoy.

«Antes de dejarnos deslumbrar por los ejemplos que nos ofrecen colectividades ajenas a la nuestra, que en menos tiempo han obtenido mayor suma de resultados positivos que nosotros, debemos reflexionar calmadamente acerca de la suma de elementos que rodean cada caso particular, los factores y climas sociales influyentes y, sopesados y analizados unos y otros, establecer conclusiones fundadas en la realidad de México y en la razón de las circunstancias externas. El autor de estas líneas está consciente de que los hechos concretos a que aluden las anteriores reflexiones, habrán perdido posiblemente vigencia cuando se proceda a la inclusión de este trabajo, con propósitos actualizadores, en las páginas de la Historia de la industria henequenera (…) Enciclopedia Yucatanense, (tomo XI, 1980). Sin embargo, considera útil dejar consignados nuestros comentarios en torno de tales hechos, por vía de tesis general aplicable a la evolución de la Reforma Agraria, y a la resolución demandada de los problemas derivados de la actividad henequenera de Yucatán, que son y serán siempre, temas permanentes. (…)». El autor complementa este trabajo con una serie de cuadros estadísticos publicados también en la Enciclopedia Yucatanense (tomo XI, 1980). La industria henequenera yucateca terminó con la desaparición de Cordemex, empresa fundada el 29 de diciembre de 1961 (Véase: Cordemex). A pesar de los esfuerzos realizados para convertir esta paraestatal en un organismo que hiciera rentable la producción de este agave, no pudo, al paso del tiempo, evitar su ruina.

En 1989, el gobierno del estado empezó a plantearse la privatización de Cordemex debido a su improductividad y según declaraciones del gobernador de ese entonces, Víctor Manzanilla Schaffer, era un aparato que tenía como única función sostener una planta con 5,000 trabajadores. Así pues, en marzo de 1990 se puso en marcha el programa de reestructuración de la actividad henequenera. En 1991, durante el gobierno interino de Dulce María Sauri se informa la desintegración de Cordemex y en octubre, las fábricas que le pertenecieron pasaron a manos de empresarios privados yucatecos. Tal hecho dio, de alguna manera, fin a los intentos de hacer renacer, bajo otros esquemas de trabajo, la en otros tiempos, floreciente industria henequenera.