Haciendas

Haciendas  Organizaciones agrarias que surgen en Yucatán en el siglo XVIII. En casi toda América, la hacienda apareció poco después de la conquista y colonización de cada lugar o región, pero en Yucatán se desarrolló dos siglos después, debido principalmente a factores geográficos, ecológicos y económicos. Robert Patch en su ensayo La formación de estancias y haciendas en Yucatán durante la Colonia menciona como elementos de la aparición tardía, la pésima calidad del suelo y la escasez de agua, lo cual hacía imposible el regadío y con ello la cosecha de trigo, cebada y centeno, productos predilectos de los españoles, por lo que se mantuvo el cultivo de maíz, frijol, chile y calabaza. También señala la falta de mano de obra, aunque aclara que los españoles no dejaron de emplear a los indígenas, especialmente en el servicio doméstico, pero no pudieron valerse de ellos en producciones a gran escala, por ejemplo para el cultivo de azúcar y añil. Tampoco había mucha gente dispuesta a vender su fuerza de trabajo por un sueldo.

En el siglo XVII surgió en la Península el sistema de mercado de granos; sin embargo, los españoles no produjeron maíz en sus fincas porque era escasa la ganancia que dejaba, debido a que la producción de los indígenas abastecía a la población total y por tanto el precio en el mercado era bajísimo. Pero cuando la producción indígena ya no fue suficiente, como sucedió en la segunda mitad del siglo XVIII, los españoles produjeron maíz en sus fincas y con este cambio surgió la hacienda. En un primer momento, los colonos españoles tuvieron que limitar sus actividades económicas a aquéllas que no exigieran el uso intensivo de mano de obra y fundaron estancias dedicadas a la ganadería, pues una docena de vaqueros podía cuidar un gran número de reses y caballos. Las estancias se fundaron con el propósito de abastecer a las ciudades de carne y exportar productos ganaderos, aunque algunas incluyeron la venta de miel y cera. Por ello, se establecieron cerca de sus mercados; es decir, alrededor de las ciudades y a lo largo de las vías de comunicación. Para 1579, de acuerdo con información del Cabildo de Mérida, la ciudad capital estaba rodeada de fincas ganaderas y a fines del siglo XVI ya se habían establecido casi todas las que perduraron hasta principios del siglo XX, además de la constitución de una estancia cerca de Valladolid y seis o siete cerca de Tizimín. Los españoles también fundaron fincas en donde resultó más fácil conseguir tierras, especialmente en áreas con terrenos baldíos. Una de esas áreas fue la situada al sur de Mérida y circundada por los pueblos de Umán, Chocholá, Abalá, Sacalum, Telchaquillo, Tecoh, Tumucuy, Acanceh y Kanasín. Ahí se localizaron algunos de los latifundios más conocidos de Yucatán como Yaxcopoil, Xtepén, Lepán, Uayalceh, Temozón, Mukuyché, Idzincab, Xcanchacán y San Antonio Sodzil.

Otras regiones con grandes superficies de terrenos baldíos en las que se establecieron estancias fueron la comarca al norte de Mérida y al sur de la ciénaga de Progreso, entre ésta y los pueblos de Ucú, Caucel, Chuburná y Chablekal; la región al oeste de Mérida y circundada por Caucel, Ucú, Hunucmá, Tetiz, Kinchil, Samahil y Umán; y la comarca situada al oeste del arco formado por los pueblos de Kinchil, Samahil, Chocholá, Kopomá y Maxcanú. Las leyes de colonización de terrenos baldíos de 1825 y 1840 tuvieron especial impacto sobre las tierras del sur donde florecieron las haciendas azucareras y los establecimientos de explotación de palo de tinte en Campeche. Con el siglo XVIII se inició un gran cambio agrario en Yucatán y surgió la llamada hacienda clásica, es decir, una finca que fue ganadera y agrícola a la vez, que tenía construcciones permanentes de gran valor y una unidad tanto social como económica debido a la cantidad de trabajadores y sus familias que radicaban en ella. Físicamente, la hacienda evocaba el castillo medieval. El viajero estadounidense John L. Stephens, al describir la hacienda Uxmal, escribe que se trataba de una construcción de maciza piedra gris en un estilo imponente. Esta nueva estructura agraria se mantuvo como la fuente principal de ingresos de la clase dominante hasta la reforma agraria llevada a cabo en 1937 por el presidente Lázaro Cárdenas.

Las haciendas fueron centros de población y verdaderos sistemas sociales, por ejemplo la hacienda de Uayalceh se fundó en el siglo XVII como una estancia a través de compras de tierras bajo el argumento de ser inútiles para la agricultura. Sin embargo, para 1779 tenía una población aproximada de 800 personas, casi todas indígenas. Las causas del surgimiento de las haciendas fueron varias, entre ellas la tendencia demográfica de los siglos XVI y XVII, durante los cuales la población indígena disminuyó constantemente, aunque para 1750 comenzó un rápido aumento que duró hasta 1847, lo que exigió que los campesinos incrementaran la producción a través de la ocupación de nuevas tierras. A falta de ellas convinieron con los dueños de propiedades particulares para rentar tierras. El tamaño de los mercados urbanos creció con rapidez al igual que la demanda de granos, mientras la población indígena que producía el maíz tenía un excedente cada vez menor para vender. El resultado inevitable fue la creciente escasez de maíz. El cambio que ocurrió fue tan notable que los pueblos indígenas se fueron quedando sin gente y las haciendas se convirtieron en poblados. Al mismo tiempo que sucedió el cambio estructural del sistema agrario, se dio un cambio en la nomenclatura usada para nombrar a las fincas. En Yucatán durante los siglos XVI y XVII las fincas rurales se llamaban «estancias», y si todavía no tenían ganado, «sitios».

En la segunda mitad del siglo XVIII, la palabra «hacienda» empezó a adquirir su significado moderno. Las notarías usaron el término por primera vez como sinónimo de finca rural en 1768, pero para 1792 adquirió su sentido actual. La palabra «hacendado» se usó hasta el siglo XIX y el Ayuntamiento la utilizó por vez primera en 1808, aunque en México se empleaba desde el siglo XVI. La economía mixta de las haciendas —agrícola y ganadera— exigió más mano de obra y una manera de conseguirla fue creando una escasez de tierra al agregar ésta a las fincas; así, los indígenas sin tierra tenían que trabajar las de los particulares. En la segunda mitad del siglo XVIII, algunas haciendas se expandieron a través del agregado de tierras. Los documentos existentes sugieren que las épocas de mayor expansión son de 1825 a 1847 y de 1870 a 1910.

Al inicio de la época de las haciendas había dos tipos de trabajadores indígenas radicados en ellas: por un lado los vaqueros y el mayoral, quienes recibían sueldos, trabajaban en la ganadería y estaban generalmente endeudados con el patrón, y por otro los «luneros», quienes trabajaban en la agricultura, pero no recibían sueldo ni estaban endeudados; es decir, eran campesinos libres. Al imponer la clase gobernante leyes para el pago de tributo por parte de los «luneros» se inició su proceso de endeudamiento y así se les retuvo de por vida en las haciendas, mecanismo ya seguido con los campesinos convertidos en peones acasillados. Los pagos en vales para usar en la tienda de raya de la hacienda, fueron implantados en el siglo XIX cuando el sistema de peonaje se hizo más represivo. En la región noroeste de Yucatán las haciendas fueron dominantes y la mayoría de los campesinos eran peones acasillados que vivían bajo el control directo de los patrones, aunque todavía había campesinos libres en la zona, que vivían en los pueblos. Pero durante el siglo XIX y hasta 1915 el porcentaje de tales campesinos libres disminuyó constantemente a medida que la cantidad de tierra disponible para ellos también se redujo, como consecuencia de los intentos de los gobiernos y de los hacendados por acabar con la tierra comunal o ejidal. La otra región agraria, más allá de un radio de 80 km desde Mérida, fue totalmente distinta. El tipo predominante de estructura agrícola fue la comunidad indígena, la cual no fue dominada por las haciendas, ni obedecía a un régimen señorial. La gran mayoría de los indígenas eran campesinos libres, acostumbrados a pagar tributo civil y eclesiástico y a participar en la compra y venta de productos en el mercado, pero no a la dominación y control directo de patrones españoles. Piedad Peniche señala en su ensayo: La hacienda henequenera, que la Guerra de Castas, (1847-1901), vino a demostrar que los campesinos del sur y del oriente de Yucatán no iban a participar en el desarrollo de la hacienda.

La guerra barrió con la hacienda azucarera y los tintales de la región de los Chenes, en Campeche, redujo a la mitad la población de Yucatán; los campesinos rebeldes sobrevivientes huyeron rumbo a Belice, Guatemala o se refugiaron en Quintana Roo. Por su parte, los hacendados y la mano de obra que emigró ante el auge azucarero se refugió en Mérida y zonas aledañas, para protegerse de los ataques de los indígenas rebeldes. De esta manera, desde principios del siglo XIX se sentaron las bases para la conformación de la zona henequenera, mucho antes del surgimiento de la industrialización del agave. A partir de los 60 del siglo pasado, las plantaciones de henequén fueron desplazando al cultivo del maíz, caña de azúcar, arroz y algodón, así como a las actividades agrícolas y ganaderas. Los espacios de cultivo aparentemente fueron los mismos que se ocuparon en la explotación ganadero-maicera, desarrollada en la zona noreste del estado, pero a partir de 1860 se abrieron nuevos espacios como los del Poniente —Maxcanú y Halachó—. La producción de la hacienda clásica estuvo orientada al mercado interno, a los centros urbanos, en tanto que la hacienda henequenera nació destinada al mercado exterior. Piedad Peniche señala que con el cultivo del henequén y su industrialización, la fisonomía de la hacienda se transformó, es decir, se urbanizó, convirtiéndose en una fábrica rural, en una agroindustria. Estaba organizada en lo administrativo, por un administrador, un mayordomo y un mayacol o inspector de campo; en lo agrícola, por los campesinos chapeadores y los que cortaban la hoja del henequén, y en lo industrial, por los raspadores, maquinistas, botadores de desperdicio, empacadores, bodegueros y secadores de fibra. También había carpinteros, jardineros, apicultores, artesanos, cordeleros y cuidadores de chimenea. Se implementaron sistemas de vigilancia y castigo, se contrataron trabajadores emigrados no mayas como los yaquis, chinos, coreanos, así como trabajadores estacionales. Pasados los primeros años difíciles de la Guerra de Castas, la vida en las haciendas se reactivó a partir de 1850 y en la década comprendida entre 1848 y 1859 surgieron planteles de henequén en la mayor parte de las haciendas del noreste de la Península, incluido Campeche. La demanda exterior de la fibra del henequén llevó al cultivo creciente de esta planta, de manera que para 1878 ya se producía en todos los partidos del estado, principalmente en Mérida, Acanceh, Izamal, Hunucmá, Maxcanú, Tixkokob, Ticul y Motul y la tierra utilizada para ello rebasaba los 781,000 mecates. Sin embargo, la revolución social de 1910-1917 tuvo importantes efectos sobre las relaciones de producción prevalecientes en las haciendas. Una primera se manifestó en 1914 cuando Eleuterio Ávila, gobernador provisional y comandante militar nombrado por Venustiano Carranza, nulificó las deudas contraídas de por vida por los jornaleros del campo y los dejó en libertad de permanecer en la hacienda o cambiar de sitio de trabajo.

Otras más se agregarían durante la administración de Salvador Alvarado, como la liberación de peones acasillados de varias haciendas, la estipulación del salario mínimo rural, la reglamentación de las condiciones de trabajo en el campo, la distribución de tierras y la reorganización de la Comisión Reguladora del Mercado del Henequén. Durante el gobierno de Felipe Carrillo Puerto se inició la afectación de las tierras de las haciendas henequeneras, comenzando por las abandonadas parcial o totalmente. Finalmente, el 8 de agosto de 1937, el general Lázaro Cárdenas emitió un acuerdo mediante el cual se decretó la expropiación de las propiedades de los hacendados, la entrega de la tierra a los campesinos y la constitución del ejido colectivo. La ejecución del acuerdo fue inmediata, se llevó a cabo el fraccionamiento de las haciendas y su distribución nominal, pasando a poder de los ejidatarios 80% del total de los plantíos henequeneros.