Humorismo

Humorismo  Durante la época colonial, el humorismo como género literario prácticamente no fue cultivado en Yucatán. José Esquivel Pren en su Historia de la poesía, la novela, el humorismo, el costumbrismo, la oratoria, la crítica y el ensayo, publicada en la Enciclopedia Yucatanense, considera que muy probablemente la carencia de escritores humorísticos en la Colonia se debió a la austeridad de las costumbres españolas, la pobreza económica, las preocupaciones políticas internas a consecuencia de los choques raciales, las frecuentes hambrunas y las rencillas de encomenderos, frailes, ediles y gobernadores. También menciona como probables causas la vigilancia de la Santa Inquisición y la prohibición para importar y leer ciertos libros, entre ellos los clásicos del género. Sin embargo, Roldán Peniche Barrera identifica en el “duende de Valladolid” al antecedente más antiguo del humorismo típicamente yucateco. Tal personaje pernoctó durante muchos años en esa ciudad a mediados del siglo XVI, practicando un humorismo rayano en la majadería y que gustaba de conversar y chancear con quien lo deseara, siempre que fuera en la oscuridad. Su humor se manifestaba en la difamación de las señoras, el lanzamiento de piedras a las casas de los conquistadores o huevos podridos a sus consortes, así como la emisión de ruidos extraños en los techos de los edificios. Otros precursores, de acuerdo con Esquivel Pren, son Lorenzo Mateo Caldera, párroco de Hunucmá, y Juan José Duarte Novelo, ambos en el siglo XVIII. El padre Caldera fue famoso por su curioso testamento en verso, por su ingenio y humorismo y por su costumbre de hablar en verso. A Duarte Novelo, autor de El trampolín de la emboscada, se le recuerda, según la caracterización de Justo Sierra O’Reilly, por su modo de decir gracioso, incisivo en algunas ocasiones, y que más de una vez con un chiste o una ocurrencia cortó el nudo de una dificultad, al parecer insuperable.

Ya en el siglo XIX, con la introducción de la imprenta y la publicación de los primeros periódicos locales, el escritor y poeta Mariano Trujillo irrumpió como el primer humorista yucateco. Fue fundador de la literatura festiva y su sainete Concurso de enamorados o la mujer veleta es una primicia de la literatura teatral cómica en Yucatán. En el periódico El Mosaico publicó su poema festivo y costumbrista Hay marrajos, sátira humorística en la que fustiga a los comerciantes tramposos, a los tenderos, a los hipócritas, petimetres, usureros, médicos, boticarios y letrados. En este mismo siglo también destacó Manuel Barbachano y Terrazo, connotado escritor costumbrista y satírico, educado en España, célebre en las letras nacionales bajo el seudónimo de «Don Gil de las Calzas Verdes» y del anagrama de «Arach Noabb». Reunió sus trabajos en un volumen titulado Artículos de costumbres y satíricos, de los cuales los más conocidos fueron publicados en los periódicos El Registro Yucateco y El Mosaico.

Entre los temas que abordó están las personas fastidiosas de las cuales no se puede uno desembarazar, la esposa virtuosa que se aficiona a la literatura romántica, el individuo cuya instrucción consiste en saber de memoria citas de los clásicos y aquél que toma sobre sus espaldas la tarea de resolver todos los problemas que afligen a la sociedad. Fabián Castillo Suaste, junto con Barbachano, es considerado de los más grandes escritores costumbristas y humoristas del siglo pasado. Se distinguió por dar un mayor colorido local a sus textos literarios, desarrollar temas netamente yucatecos y por una mayor desenvoltura y agilidad de estilo que le permitieron comunicar a su prosa: vida, movimiento, frescura, naturalidad y gracia espontánea. En 1847 se dedicó de lleno a la redacción del periódico satírico Don Bullebulle y usó diversos seudónimos, entre ellos «Fabio» y «Niní Moulín». En su libro Colección literaria se compila toda su obra, la mayoría de tipo costumbrista, publicada en los periódicos Registro Yucateco, Don Bullebulle, El Mosaico, La Patria, El Tribuno, La Linterna, El Pensamiento, El Repertorio Pintoresco, La Revista de Mérida y Álbum Yucateco, así como artículos inéditos. Particularmente pródigo, en Don Bullebulle y La Linterna escribió un gran número de cuadros de costumbres donde manifestó una constante preocupación por los asuntos públicos y la sociedad yucateca.

Otro importante humorista fue José García Montero, cuya producción literaria se divide en versos satíricos y festivos, artículos en prosa, dramas, comedias y fábulas. Se le identifica como el único fabulista de mérito en Yucatán, en el siglo pasado. Sus primeros versos jocosos fueron publicados en 1861 en el Álbum Yucateco y años más tarde colaboró en el Álbum Meridano, La Revista de Mérida y El Repertorio Pintoresco. A fines de siglo escribió para casi todos los periódicos de la Península, habiendo sido fundador y redactor en jefe de El Llanto, «periódico de lágrimas, suspiros y lamentaciones» del que sólo salió una entrega. En cuanto a su obra en prosa, incursionó en el artículo serio y festivo de costumbres y en el artículo humorístico. Muchos de sus trabajos fueron publicados bajo los seudónimos de «Don Antruejo» y «El Tripón». También destacaron como humoristas Apolinar García y García, redactor de la revista El Mus, periódico satírico, de política y costumbres; publicado en 1861; Rafael Carvajal, conocido como «Adolfo Ecarrea de Bollra»; Servelión Domínguez Lara, Albino Franco, Eligio Ancona, quien empleaba el seudónimo de «Lagartija», y José Patricio Nicoli, autor de Los misterios de la calle de Santiago, publicado en El Repertorio Pintoresco.

En el último tercio del siglo figuraron Arturo Cisneros Cámara, que con sorprendente habilidad cultivó tanto la literatura seria como la festiva y multitud de sus chispeantes gacetillas aparecieron en La Igualdad, El Libre Examen y El Pensamiento, entre otros, y Pedro Escalante Palma, conocido como «Pierrot» o «Chistavín», colaborador en Pimienta y Mostaza con las secciones humorísticas «Embocaduras» y «Sinfonías de Violín», además de El Eco del Comercio y El Álbum Literario. Su obra de teatro festiva La Cuarta Plana fue un verdadero acontecimiento en la Ciudad de México. Allí fundó y colaboró en los periódicos El Cómico y El Mundo Cómico. Por su parte, Delio Moreno Cantón cultivó la ironía triste y dio a conocer sus escritos en Pimienta y Mostaza bajo el nombre de «Humilis»; Carlos R. Menéndez firmó con los seudónimos de «Pico de Oro» y «Daniel Morton» artículos de interés general, criticando costumbres indeseables o lacras en los servicios públicos, escritos con gran ironía y excelente prosa; Isidro Mendicuti Ponce manejó el verso con gran soltura, poniendo siempre el dedo en la llaga, usando los seudónimos de «Pagliaccio» y «Casuista». En este período, también destacaron Luis Rosado Vega, Lorenzo López Evia, Serapio Rendón, Castillo Rivas, Marcial Cervera Buenfil, Miguel Nogués, Antonio Cisneros Cámara y Alberto González, entre otros.

Ya en el siglo XX, correspondió al periódico La Campana rescatar el humor regionalista yucateco, que de alguna manera se había diluido en la segunda mitad del siglo XIX, cuando los redactores humoristas fueron destacados intelectuales, con raigambre europea, que imprimieron un mayor casticismo idiomático y amplitud temática a sus escritos. Esquivel Pren señala que los redactores de La Campana «restauraron la psicología popular yucateca, olvidaron lo extranjero, reflejaron el alma y la idiosincrasia del pueblo, hablaron su mismo idioma, rieron e hicieron reír» con el humor que brota más del modo de ser de los «mestizos» que del ingenio de las clases cultas. En esta nueva etapa desempeñaron un papel muy importante los hermanos Julio y Augusto Río Ceballos, fundadores de La Campana. Julio empleó los sobrenombres de «Solís», «Celedonio Meliflor» y «Lucas Gómez» y mantuvo una sección llamada «Caballadas» durante muchos años; en tanto, Augusto escribió en tono serio, pero sabía componer «bombas» que tuvieron gran popularidad en su tiempo. Utilizó el seudónimo de «Juan Uc C.» También cobró fama Joaquín Pasos Capetillo con los seudónimos de «Polidor», «Simón Simple» y «Casitas». Sus cuentos jocosos fueron por regla general cuadros y escenas de costumbres que dejaban para el final el golpe chispeante de mayor calibre. José Hernández Fajardo, junto con los hermanos Río Ceballos, fue autor de anuncios en verso de las casas comerciales que se publicitaban en La Campana. El mérito de este escritor y poeta fue que en sus cuadros de costumbres describió escenarios suburbanos o de barrio, situando sus personajes en los mercados públicos y haciéndoles hablar exactamente como en la vida real. Del equipo de La Campana, también brillaron por su humorismo Joaquín Rejón Tejero, quien firmaba como «Semifusa» y escribía epigramas picantes y subidos de color; Antonio Pereira Vargas, alias «Tontolín», autor de la sección «Chismografía pueblerina» y años más tarde fundador y principal redactor del periódico festivo El Boxtoron; Luis Romero Fuentes, Ángel Just Lloret, Antonio Ancona Albertos y Benigno López Evia.

En la primera mitad de la centuria, surgieron una gran cantidad de escritores festivos, decenas de revistas y periódicos burlescos vieron la luz y notables caricaturistas aportaron su arte. Además de La Campana, se editaron Chispas, El Padre Clarencio, La Semana Cómica, La Tijera, y en algunos de ellos se practicó el humor picaresco o de referencia sexual. Entre los humoristas contemporáneos tenemos Óscar Díaz, Santiago Cantón Aguayo, Horacio Barrera Narváez, autor de una sección regular en La Caricatura denominada «El cuento semanal», Arturo Durán Roca, Manuel Díaz Massa, Conrado Menéndez Díaz, Antonio Trujillo Domínguez, muchos años director de La Caricatura y conocido con el seudónimo del «doctor Ríe Ríe», José Esquivel Pren, Luis Vidal, los epigramistas Luis Hoyos Villanueva y Luis Pérez Sabido, Alejandro Cervera Andrade, Carlos Duarte Moreno, Rubén Darío Herrera, Carlos Escoffié Cetina, Francisco Peniche y Peniche, quien durante largo tiempo publicó el periódico festivo carnavalesco La Matraca, Víctor M. Martínez, Ernesto Río Amora y Felipe Ortegón Barrera, entre muchos otros. De hecho, casi todos los escritores yucatecos han venido incursionando alguna vez en el género humorístico y de los que han publicado libros y folletos festivos destacan Max Salazar, el célebre «Poeta del Crucero»; Eduardo Urzaiz Rodríguez, que bajo el seudónimo de «Claudio Meex» publicó dos tomos de su Reconstrucción de hechos, textos publicados en el Diario del Sureste a fines de la década de los 40; Conrado Roche Canto, Sebastián Peniche López, Manuel Pasos Peniche, autor de dos tomos de la Historia regional en anécdotas picantes, publicados con el sobrenombre del «doctor Jesús Bolio López»; Jorge Peniche y Peniche, ingenioso autor de epigramas, «bombas» y «cantos» festivos, Belito Sosa, José «El Chato» Duarte y Felipe Salazar «Pichorra». También ha contribuido al conocimiento y difusión del humor yucateco la Antología de poesía picaresca, de Amilcar Piña, publicada bajo su anagrama «Carlos I. Peña Arizmendi».

La principal forma de humorismo que se practica en la actualidad en Yucatán se expresa en las tertulias de café y cantina o en corrillos que se forman en el parque Cepeda Peraza o en la plaza principal. No todos los ironistas de cantina o café han tenido la oportunidad de publicar el producto de su ingenio; sin embargo, en el ambiente bohemio se reconoce que de estas reuniones casuales y desprovistas de formalidad surgió hace muchos años la fama colosal de los dos «repentistas» más brillantes que ha producido Yucatán: José «El Vate» Correa y Felipe Salazar «Pichorra». Los duelos verbales han desafiado el tiempo y han pasado a formar parte del acervo humorístico y folclórico de Yucatán. En el campo del teatro, escritores como Ermilo Abreu Gómez, Fernando Mediz Bolio, Tomás Rosado, Víctor Martínez Herrera, José Martínez Novelo, Luis D. Romero, Esteban Rejón Tejero, Alejandro Cervera Andrade, Leopoldo Peniche Vallado y Carlos Arena Méndez, entre otros, han creado algunas piezas humorísticas. De los actores humorísticos, destaca en primer lugar la familia Herrera: el padre Héctor Herrera, los hijos Daniel, Mario y Fernando —todos fallecidos—, el nieto Héctor conocido como «Cholo» y primer actor cómico en la actualidad. Otros actores y actrices que han brillado con luz propia son Andrés Urcelay, Adolfo González «Pancho Pech», Lucrecia Borge, Adela Medina, el popular Gregorio «Don Chinto» Méndez, Mario III, Ofelia Zapata, y otros. En la radio se han distinguido algunos de los ya mencionados y el popular locutor Belito Sosa con sus «belitadas», y en la televisión básicamente los mismos actores teatrales. Junto con ellos resalta el trabajo del actor Wilbert Herrera que a través del teatro de títeres ha expresado un humorismo estrictamente regional y de gran popularidad en Yucatán.