Hotelería

Hotelería  Los viajeros que recorrieron Yucatán en los tiempos de la Colonia, se hospedaron en conventos, haciendas o casas de paja que se hallaban a la vera del camino. En la ciudad de Mérida y en algunos pueblos grandes de la entidad, se alojaban en los escasos mesones que existían o en casas particulares, si el viajero era conocido de los propietarios. Detrás de la Ermita de San Juan Bautista, próxima al camino que unía a Mérida con el puerto de Campeche, se erigió un mesón público donde viajeros y transeúntes podían hallar hospedaje. Uno de los testimonios más antiguos sobre el tema se localiza en el libro de viaje del teniente inglés James Cook, Notas sobre una travesía desde el río Balise, en la Bahía de Honduras, hasta Mérida, capital de la provincia de Yucatán, en las Indias Occidentales Españolas, escrito en 1765 y publicado cuatro años después en Londres. Cook refiere que a cada cuatro o cinco leguas de camino se localizaba un cobertizo, parecido al que usaban los herradores en el Viejo Continente, y que los nativos llamaban casa de corrillos. Estos cobertizos habían sido mandados a construir por disposición gubernamental para comodidad de los viajeros, «pues no hay, como en Europa, casas de hospitalidad o alojamiento». A juicio de Cook, tales cobertizos cumplían muy bien con su propósito, pues protegían al viajero contra el sol y la lluvia, se podía descansar y dormir en ellos y continuar el camino al día siguiente. Algunas de las casas de corrillos estaban mejor que otras, ya que tenían las estacas más unidas y revocadas con tierra; además, los viajeros disfrutaban de algunos servicios encomendados a los indígenas, quienes les preparaban la comida, les lavaban los pies con agua caliente y alistaban todo lo necesario para que volvieran a emprender la marcha.

Eduardo Urzaiz Rodríguez, en el Tomo I de su Reconstrucción de hechos, menciona la modesta hacienda que a fines del siglo XVIII poseía en el camino a Sisal el cura Mateo Caldera y en la cual se hospedaron múltiples viajeros. El problema es que llegaron a ser tantos los que dormían y comían gratis, que el religioso, con notable ingenio, escribió una décima en un rótulo donde indicaba que quien deseara hospedarse y comer en su heredad, tenía que pagar por los servicios. En la Crónica sucinta de Yucatán (1831), una de las primeras monografías sobre la entidad, su autor, José Julián Peón, habla sobre el número de plazas, parroquias, colegios, hospitales y otros establecimientos con los que contaba Mérida ya en pleno siglo XIX, pero no hace mención sobre casas de hospedaje o mesones, lo que hace suponer que en esa época todavía se carecía de éstos. Quien menciona por primera vez la existencia de un hotel en Mérida fue el explorador John L. Stephens. En su obra Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yucatan, publicado en 1841, refiere la Casa de las Diligencias, propiedad de Micaela Lavalle: «Al entrar en el espacioso hotel que dirige doña Micaela —dice— nos pareció que, como por encanto, habíamos caído sobre una ciudad europea», y añade que era el punto de reunión de todos los extranjeros en Mérida. La señora Lavalle, pionera de la hotelería en Yucatán, anunciaba la Casa de las Diligencias, situada frente al Convento de Monjas, en la prensa de la época. Stephens se hospedó en numerosos lugares durante su larga estancia en la Península, incluido el Palacio del Gobernador en las ruinas de Uxmal y el Convento de Ticul, donde el padre Estanislao Carrillo fue su anfitrión.

Ya en la década de los 60 del siglo pasado, se abrió en los bajos del Hotel de las Diligencias un establecimiento de peluquería y baños públicos, propiedad de Tiburcio Encalada. También el notable grabador y pintor yucateco, Gabriel Vicente Gahona, «Picheta», construyó en esos años una casa de huéspedes que contaba con una alberca decorada con esculturas de ballenas y otros animales marinos, que fue la atracción de los meridanos y viajeros durante algún tiempo, hasta que la cerró el artista. De acuerdo con la prensa del siglo pasado, en 1871 ya existía otro hotel en Mérida, La Meridana, propiedad de un español llamado Francisco López, quien en La Revista de Mérida del 20 de junio de 1871 anunciaba que su establecimiento ofrecía servicio de baños fríos y tibios como nunca se había hecho en la ciudad, cuartos para pasajeros bien amueblados y a precios ínfimos. Sin embargo, Alice Dixon, esposa de Augustus Le Plongeon, quien se hospedara en ese hotel dos años después, desmintió a López al comentar en uno de sus artículos periodísticos que su habitación consistía «en un par de camas herméticamente cerradas con cortinas, una gran mesa de pino y un par de sillas del mismo material», que había una multitud de mosquitos en el cuarto y que las camas en lugar de colchón sólo contaban con un pedazo de lona extendida sobre el armazón. En 1873 la firma Trejo y Compañía inauguró un hotel al que denominó Colón, que en 1916 se convirtió en teatro y después fue el cine Novedades.

En cuanto al hospedaje veraniego en las playas, ya desde 1849 se anunciaba en la prensa la casa de huéspedes de la señora Pilar Elizalde y en 1850, La Posada de Castillo y Peniche, ambas en el puerto de Sisal. En 1861, el Boletín Oficial del Estado de Yucatán anunciaba la Hospedería de Agustín Montalvo y Compañía, en Progreso. El primer hotel que hubo en la playa fue el Mendezona, que estuvo primero en Sisal y en 1871 se trasladó a Progreso. Se localizaba a media cuadra al poniente de la Aduana Marítima y en él se hospedaron los esposos Le Plongeon en 1873. Alice lo describe como una casa de paja con dos habitaciones. Los testimonios de los viajeros y los anuncios en la prensa en este período reflejan una paulatina proliferación en Yucatán de hoteles, casas de huéspedes o casas particulares en renta. Para el año de 1894, en pleno florecimiento henequenero, se anunciaba en la revista Pimienta y Mostaza la publicación de una Guía del estado de Yucatán, con valor de 50 centavos y que se vendía en la librería La Universal, «obra arreglada escrupulosamente para mayor comodidad de los viajeros, del comercio y público en general».

Otros hoteles instalados a fines del siglo pasado y comienzos del actual fueron el Gran Hotel Bazar, localizado en la calle Ancha del Bazar; el Hotel Concordia, en el ángulo sureste de la Plaza Principal; el México, en la calle 60; El Moro Muza, en la 56; el Peninsular, en la 61, y el Dos Estados, frente a la estación del Ferrocarril Peninsular. El más renombrado establecimiento de hospedaje al comenzar el siglo XX fue el Gran Hotel, inaugurado el 14 de octubre de 1902 y que existe aún en buen estado en la calle 60, a un costado del parque Hidalgo. Su primer propietario fue José M. Castro Lara y hoy día pertenece a la Inmobiliaria B.D.S. Dos viajeros británicos, los arqueólogos Channing Arnold y J. Tabor Frost, que arribaron a Yucatán a fines de 1906, se hospedaron en ese hotel y lo describen como “un masivo edificio de tres plantas con pisos amosaicados, patio y amplios tramos de escaleras de piedra que conducían a las galerías donde se hallaban las recámaras, cuartos de piso de piedra y altos techos, cuyas puertas se abrían a pequeños balcones”. En su tiempo fue el más importante de la ciudad y en él se hospedaron personalidades como Francisco I. Madero, Serguei Eisenstein y Augusto César Sandino, entre otros. En la primera mitad del presente siglo se abrió un significativo número de hoteles, casi todos desaparecidos en la actualidad, entre ellos el Suizo, propiedad de Miguel Avellanet; el Yucatán, Montejo, Colón, Imperial, Mérida, Nuevo Hotel Bazar, Tres Caras, Alameda, Palacio, Comercio, Frontera, Coliseo, Colonial, Itzá —en su momento el mejor de la ciudad— y Madrid. De los hoteles importantes que operan en nuestros días en Yucatán, destacan el Gran Hotel, el Hotel Colón que se inauguró el 1 de enero de 1920; el Mayaland, (1930), ubicado en el poblado de Chichén Itzá y el primero construido junto a una zona arqueológica; Hacienda Chichén (1951), originalmente una hacienda ganadera del siglo XVII; Hacienda Uxmal (1954), María del Carmen (1965), Casa del Balam (1968), Paseo de Montejo (1969), Hacienda Inn (1971), Montejo Palace (1971), Villa Arqueológica Chichén (1973), El Castellano (1975), Holliday Inn (1980), El Conquistador (1985), Los Aluxes, El Gobernador, Hyatt (1994) y Fiesta Americana (1995). La infraestructura hotelera de Yucatán estaba conformada en 1992 por 3,195 habitaciones, que iban desde una estrella hasta la categoría de Gran Turismo, casi la totalidad concentrada en la ciudad de Mérida.