Indumentaria Prehispánica Los mayas prehispánicos, como se puede apreciar en sus vestigios arqueológicos, utilizaron hermosas prendas de vestir, complementadas con tocados, sumamente elaborados. El vestido dependía del rango social al que pertenecían; los sacerdotes, los grandes señores y los militares usaban trajes más suntuosos que la gente del pueblo. El material de que estaban hechos los trajes de ambas clases sociales era principalmente de algodón. Según las fuentes históricas, los trajes de los sacerdotes eran confeccionados a mano por mujeres que eran adiestradas desde pequeñas. También hay evidencia de la utilización de telares. En el cenote sagrado de Chichén Itzá se han podido encontrar fragmentos de textiles, de complicadas tramas y en el Códice Trocortesiano se pueden observar mujeres cosiendo en malacate. La fabricación de telas entre los mayas se convirtió en un verdadero arte, ya que constituían uno de los principales productos de su comercio. Éstas eran particularmente apreciadas en otras regiones del México antiguo y probablemente llegaban hasta Centroamérica. Un dato histórico que lo comprueba es el encuentro de Colón con una barca tripulada por mercaderes, al parecer mayas, que entre sus mercancías llevaban piezas de ropa. También, por su calidad, las prendas eran exigidas en tributo y según Landa eran además objeto de ofrenda para los dioses, a quienes se les cubría con telas.
Las prendas de vestir eran decoradas con tintes y labradas con figuras multicolores de carácter floral, zoomórfico o geométrico, realzadas a veces con finas plumas de aves y dispuestas regularmente en bandas horizontales y diagonales. Las plumas, sobre todo de guacamaya y quetzal, eran utilizadas fundamentalmente para los trajes de los señores, sacerdotes y guerreros de mayor rango. Waldimiro Rosado Ojeda, afirma en su obra, Tipo físico y psíquico, organización social, religiosa y política, economía, música, literatura y medicina, que el traje masculino, de los cuatro a cinco años de edad, era el puyut o ex, una especie de taparrabo o braga. Consistía en un largo listón o manta que se enrollaba varias veces alrededor de la cintura y pasaba entre las piernas, como una especie de calzón, de manera que un cabo quedaba por delante y el otro por detrás, mismos que se decoraban muchas veces con plumas. La parte de adelante se adornaba más.
Los trajes de los nobles eran del mismo estilo, pero más lujosos, ya que los cabos de sus puyutab llevaban un bordado o labrado con hilos de colores o de plumas, que formaban un fino mosaico. También usaban capas de plumas dispuestas sobre una tela. Otra prenda masculina consistía en una corta faldilla que llegaba hasta la mitad de los muslos y que se sujetaba con un cinturón, ambos se decoraban. Posiblemente la faldilla la elaboraban con piel de jaguar.
El traje de los sacerdotes consistía en mantas de algodón en forma de chaqueta que llegaba hasta los tobillos. Según la Relación de Valladolid, esta prenda también se utilizaba por los señores principales y es llamada en dicho documento «xicole», nombre de origen náhuatl. La misma Relación dice que la prenda la hacían con algodón y plumas de muchos colores, y dos faldillas, y que durante el rito del fuego, el sacerdote vestía una especie de alba con caracolitos en su parte inferior y una especie de casulla, quizá chaqueta. Landa, al hablar sobre el bautizo, enfatiza la gran severidad que daba el traje a los sacerdotes; quienes según Rosado, usaban además una vestimenta hecha con la corteza de un árbol que era suavizada a golpes y después lavada hasta quedar suficientemente flexible. Rosado también afirma, de acuerdo con un escritor inglés del siglo pasado, que el material conseguía la textura de la gamuza. Los lacandones siguen usándolo. Puede decirse que el traje de los sacerdotes variaba, según las diferentes ceremonias o ritos realizados y que iba de acuerdo con su rango o categoría.
Respecto de las niñas, se dice que hasta los cuatro o cinco años llevaban únicamente una concha sobre las partes pudendas. Al pasar esta edad, las vestían de la cintura para abajo. El traje más común de la mujer era una especie de enagua o falda que abarcaba de la cintura a los talones. Este vestido es el que se observó en los ídolos femeninos de Isla Mujeres, vistos primero por Francisco Hernández de Córdoba; además, tenían cubiertos los pechos. Según Landa, las mujeres de Bacalar y Campeche se cubrían los senos con una manta doblada que ataban bajo los sobacos. Cogolludo describe como vestimenta de las indígenas al clásico hipil consistente en dos prendas que abarcaban holgadamente de la garganta a la media pierna. También dice que bajo el hipil venía el pik o fustán, una especie de enagua o falda bellamente decorada regularmente con hilo azul y colorado. (Véase: Fustán). Herrera dice que el traje femenino era largo, ancho y estaba abierto en ambos lados y cosido hasta las caderas (Véase: Hipil). Por otra parte, la manta o capa de algodón constituía el complemento del traje masculino y femenino. J. E. Thompson dice que estas prendas las utilizaban los nobles y que algunas podían envolver por completo el cuerpo de su portador. En la Relación de Mérida, se especifica que se componía de cuatro paños de tres cuartos de vara de ancho cada uno y cuatro varas de largo. Los niños las usaban al dormir, desde los cuatro años de edad. Servía también para cubrir a los ídolos. Su forma era alargada o cuadrada con flecos en las orillas y la llamaban suyen. Los mayas se la ataban a los hombros, uniendo ambas esquinas con un nudo o cinta. Eran prendas que se llevaban en sus andanzas, dobladas o enrolladas, muy apreciadas no sólo por su uso, sino por el rico decorado que las adornaban, por lo que constituían un producto de tributo. Las que tenían decorados de plumas, usaban los señores principales en determinadas circunstancias. Thompson refiere que los nobles también utilizaban largas fajas de algodón de un palmo de ancho, poco más o menos, dándoles varias vueltas alrededor de la cintura. El calzado consistía en sandalias de cuero de venado, cáñamo o henequén, sujetas con dos cuerdas cada una, que pasaban entre el primero, segundo tercero y cuarto dedos, distinguiéndose de la alpargata que actualmente sólo tiene una correa. Thompson dice que los nobles usaban sandalias adornadas con jade y luego con oro.
El tocado era la parte más suntuosa del traje de los señores principales, sacerdotes y grandes guerreros. Estaban hechos de plumas finísimas de 13 colores brillantes. También usaban flores, papeles amates multicolores, cintas de cuero y hasta ramas u hojas de árboles. Durante el bautismo, el sacerdote llevaba una especie de mitra, corona o gorro puntiagudo, hecho de plumas. Un tocado similar traían, al parecer, algunas personas para el sacrificio.
En La Relación de Valladolid, se afirma que muchas mujeres cubrían su cabello con un pañuelo de algodón abierto, como una corta capucha que servía también para cubrir sus pechos. Para el bautizo, los niños se ponían un tocado especial, consistente en un paño blanco; podía ser también una máscara zoomórfica. En el año Cauac, un tocado o mitra era objeto de ofrenda. La ornamentación de la indumentaria prehispánica de los mayas, se completaba, además del tocado, con numerosas joyas. Los materiales preciosos que servían para elaborarlas fueron regularmente el jade, turquesa, cobre, oro, plata, perlas y ámbar, todos importados; también se utilizaba el hueso, concha y plumas finas. Se elaboraban collares, pectorales, orejeras, narigueras, pulseras, brazaletes, grebas, bezotes y coronas. Para usar orejeras, se hacían un agujero en el lóbulo de la oreja desde niños, insertándole, según Thompson, «un pequeño adorno de jade redondo que se mantenía en posición por una broqueta de hueso labrado o por pequeños platillos transversales desde la parte posterior del adorno. El orificio se iba agrandando y recibiendo cada vez mayores adornos hasta poder contener grandes orejeras de jade, de cinco o seis pulgadas de ancho. La gente pobre que no podía usarlas de jade o a la que no se le permitía las usaban entonces de barro». Además, afirma que las narigueras y los bezotes, prenda utilizada en el labio, eran privilegio de los nobles. También los hombres usaban espejos de pirita, que adornaban los hombros o las espaldas. El broche constituía más bien un adorno lujoso en la cintura y lo más probable es que haya tenido influencia tolteca. En náhuatl se llama tezcacuitlapilli y se usaba sobre la espalda. Representaba diversos motivos, como el sol o cabeza de aves. Los encontrados en Chichén itzá son finísimos mosaicos de turquesa y se consideran los más hermosos hasta ahora conocidos. Los mayas usaban abanicos de plumas.
La indumentaria guerrera se hacía básicamente de pieles, y para aparentar mayor ferocidad, quienes iban al combate se pintaban el rostro y el cuerpo e incluso se tatuaban, además de usar determinados tocados, adornos en el labio inferior, orejeras, narigueras, etcétera. Existían diferencias jerárquicas entre la vestimenta de los soldados y la de sus jefes. Los holkanes, o soldados rasos, combatían casi desnudos; llevaban como única prenda el taparrabo. Los capitanes y señores principales, y quizá los soldados distinguidos, iban más suntuosamente trajeados con pieles de jaguar o puma, a modo de faldilla y probablemente adornadas con plumas de águila, por la influencia mexicana en los asuntos guerreros. Este vestuario quedaba complementado con los tocados, armas y adornos de guerra.
Mestiza. José Hernández Fajardo en su obra, Historia de las Artes Menores, dice que con la llegada de los españoles y la consecuente conquista de Yucatán, cambiaron las costumbres en la forma de vestir del pueblo indígena.
El traje que fue impuesto a los indígenas por los españoles, consistió, para el varón, de una camisa larga y volante de tela de algodón blanco o de color crudo, sin adornos; unas zaragüelles o bragas, no muy largas y anchas, que les llegaban hasta le media pierna, sin abertura por delante y sin botones, pero con dos aberturas laterales, ciñéndose el calzón con cintas del mismo material. Generalmente se enrollaban esta prenda hasta medio muslo. Completaban esta vestimenta, unas sandalias de cuero de res o de venado, sujetas a los tobillos con cordeles de fibra de henequén, de tal forma que una cuerda pasara entre el dedo mayor del pie y el siguiente. En la cabeza llevaban un sombrero de paja. Las mujeres empezaron a vestir lo que ahora se conoce como hipil, prenda que casi no ha sufrido cambios a lo largo de su existencia. Así, el antiguo faldellín se alargó hasta los pies, convirtiéndose en el fustán o larga enagua blanca de algodón, ajustada a la cintura. Para cubrirse el busto utilizaron una especie de camisa o jubón blanco, sin forma ni pliegues. Un amplio escote cuadrado descubría parte del pecho y a los lados se dejaban dos pequeñas aberturas, para sacar los brazos que quedaban desnudos. Quizá desde entonces iban adornados el escote y boca-mangas del hipil. El llamado mestizo trataba de vestirse en semejanza con la indumentaria del español, pero no fue posible, pues los conquistadores prohibieron que se vistieran como ellos. El traje mestizo de los varones consistía en una camisa larga de tela blanca, de mejor calidad que la de los indígenas, un pantalón de dril o lienzo fuerte de color blanco y alpargatas. La mujer mestiza vestía, igual que la mujer india, el tradicional hipil, que podía ser elaborado con tela de algodón, lino o seda. Consiste de un jubón cuadrilongo que cae volante, con dos aberturas laterales que por el ancho de la prenda simulan mangas cortas y un amplio escote cuadrado. Este escote, al igual que los bordes del jubón, en sus orillas va orlado de cenefas bordadas de vivos colores, en variadísimas labores, del bordado de punto de cruz o xokbil-chuy, y el xmanicté, al de pinturas y miniaturas en óleo. En otros el cuello es postizo, con flores estampadas y encajes de Holanda y Chantilly. Llega a la media pierna y su borde inferior cae con gracia. El fustán, que se ciñe al talle y que sobresale bajo el hipil, tiene los mismos adornos y cenefas que éste y con él hacen juego, contemplándose ambos adornos uno debajo del otro.
Antiguamente, las mestizas cubrían sus cabezas con una blanca toca bordada en punto, evolución perfeccionada de la manta blanca usada por las indígenas durante la época colonial. En el último tercio del siglo XIX, se sustituyó por el rebozo de color que varía de calidad. Los rebozos de bolita y el llamado de Santa María fueron los más preciados por las mestizas; prendas confeccionadas en fábricas de la ciudad de Puebla. Antes era muy común ver a las mujeres mestizas, lujosamente adornadas en su cuello con largos y regios rosarios de filigrana de oro y gruesas cuentas de coral, a los que se les colgaban moneditas y doblones de oro de gran valor, denominados escudos y unas pesadas cruces de filigrana, bellamente labradas, en el extremo de los largos rosarios. Además, se ponían collares y cadenas de oro de dos vueltas y usaban largos y grandes aretes, también de filigrana de oro, con piedras de colores que hacían juego con los rosarios. Acostumbraban usar sortijas de oro y vistosas piedras en todos los dedos de las manos. La forma de peinarse el cabello es la misma que se acostumbra ahora; lo amarran formando lo que se conoce en Yucatán como t’uch o zorongo, la parte delantera es alisada y sin vereda. El hipil ha ido adaptándose a las diversas modas surgidas a través de los tiempos; cuando las damas de la sociedad usaban faldas largas, el traje era largo; cuando el traje del Imperio francés estrechó las faldas que se llamaban de medio paso, el terno siguió la moda; cuando en 1860 las damas usaron en la falda el amplio tornillo o guardainfante, el terno de la mestiza se ensanchó como un globo, y cuando en tiempos modernos, la moda revolucionó con la Primera Guerra Mundial en 1914, se acortó la falda hasta la rodilla.
En la actualidad, los varones ya no usan el traje tradicional de pantalón y camisa blanca, pues la moda occidental se impuso, y al existir tiendas donde se vendía ropa con modelos extranjeros, los varones preferían comprar dichas prendas que variaban de calidad, según se requerían, ya sea para el trabajo o para el paseo. En algunas ocasiones, sobre todo en las zonas rurales, es común ver a los campesinos con pantalones y camisa de cortes importados, calzando las tradicionales alpargatas y en la cabeza el sombrero. Igual ha ocurrido con las mujeres campesinas que día con día van sustituyen do el tradicional hipil por vestidos y accesorios con diseños totalmente ajenos. Solamente las mujeres mayores y alguna que otra joven de extracción campesina portan en la actualidad esta prenda de vestir. Este fenómeno transculturizador se debe en cierta medida a la pérdida de valores culturales e históricos que dan identidad a un pueblo, pero sobre todo, a la pérdida del valor adquisitivo de los habitantes del campo, pues les sale más barato comprar prendas de vestir de mala calidad, con modelos a la moda, que confeccionarse un hipil o traje mestizo. En Yucatán, otra prenda de vestir típica es la guayabera que todavía se acostumbra usar, principalmente por los adultos. La industria de la guayabera permanece con cierto auge, debido a que es artículo de exportación.