Nordingh de Witt, Juan Emilio Gustavo (1784-1810) Emisario del ministro Miguel José de Azanza al servicio de José Bonaparte. Llegó a Yucatán en 1810. Nació en Copenhague, Dinamarca, y fue pasado por las armas en Mérida. Descendiente del célebre Gran Pensionista de Holanda, Juan de Witt. Recibió su instrucción en París. Desembarcó en Sisal en agosto de 1810 como sobrecargo, a bordo de la goleta americana «Buena Intención», al mando del capitán Cuningham. El buque venía con cargamento de comestible para socorrer a esta provincia. Nordingh de Witt se trasladó a Mérida, donde se hospedó en casa de doña Manuela Mimenza. Poco después se presentó ante el gobernador Benito Pérez Valdelomar a quien le enseñó sus papeles que estaban en regla y visados por el cónsul español en Nueva York y le vendió buena parte del cargamento de maíz, harina y otros víveres de su buque. Era joven, elegante y de buenas maneras. El gobernador lo inscribió en su lista de amigos y le invitó a comer el 15 de agosto.
Al despedirse del convite, puso en manos del gobernador un papel en el que decía que era una orden para extraer el cargamento de su buque. Al romper la cubierta había dentro de ella una esquela en que pedía una entrevista secreta y hablaba en ella de las virtudes de Miguel José de Azanza, de las buenas intenciones que le animaban respecto a las colonias españolas y de una misión que había confiado al signatario para el gobernador de Yucatán. La lectura de la carta llenó de confusión al capitán general que decidió consultar al obispo Pedro Agustín de Estévez y Ugarte, para adoptar las medidas necesarias. Persuadidos de que la misión de Nordingh tenía por objeto atraer a las Américas a la obediencia del rey intruso, acordaron que se le concediera la audiencia que solicitaba, para conocer sus planes, así como a las personas que pudieran estar implicadas en el complot. El emisario acudió a la cita y entregó una tira de papel que decía «Al que presente este papel, y use de la firma que va a continuación de la mía, podrá dársele crédito en lo que dijese de mi parte. 25 de abril de 1809. —Miguel Joseph de Azanza— E. de Nordingh de Witt. No se explicó con claridad, pues en cuanto a la misión que le había confiado Azanza, dijo que no tenía otro objeto que el de conservar las Américas unidas a su metrópoli. Explicó que muchos jefes de las colonias vecinas estaban comprometidos a participar en los proyectos de Azanza, e invitado por el gobernador a que manifestase por escrito estas especies y otras que había revelado en la conferencia, se negó alegando que esta acción podría comprometer a muchas personas. Pese a la insistencia, el gobernador no logró que el emisario hablara, por lo que llamó a un ayudante, el oficial Francisco del Castillo, para que lo aprehendiera y lo condujese a la Ciudadela de San Benito. El emisario trató de obtener su libertad ofreciendo varias monedas de oro al oficial, pero éste se negó. En seguida se inició un proceso para juzgar al reo.
El juicio al que fue sometido Nordingh de Witt tardó cerca de tres meses contando a partir del día de su aprehensión, de agosto a noviembre de 1810. Se procedió a revisar sus pertenencias y se encontró en sus baúles varios ejemplares impresos de la Constitución de Bayona, la circular de Azanza a la autoridades de América en que las exhortaba al reconocimiento de José Bonaparte, dos oficios dirigidos especialmente al virrey y al arzobispo de México y dos libranzas por valor de dos millones y medio de pesos, giradas contra la caja de aquella capital y endosadas a favor de Nordingh. Al ser interrogado, dijo que de unos documentos ignoraba el contenido y que en cuanto a la Constitución de Bayona y otros se había provisto de ellos al salir de Europa con la deliberada intención de no hacerse sospechoso a los franceses y a los partidarios del rey intruso. Respecto de la misión secreta de Azanza, de que se confesaba invesido, sostuvo que en nada se oponía a los legítimos derechos de Fernando VII al trono español. Añadió que jamás había simpatizado con la causa bonapartista y que, así en Nueva York como en Mérida, siempre había hablado en favor de los patriotas españoles. Terminados los trámites de la declaración de Nordingh, el gobernador nombró el 30 de agosto como promotor fiscal de la causa al auditor de marina, José Martínez de la Pedrera y defensor del reo al procurador de indios, Pablo Moreno primeramente fue nombrado Pedro Souza, quien rechazó hacerse cargo de la defensa. Martínez se hallaba en Campeche, pero al recibir su nombramiento vino a Mérida, revisó el proceso y después de realizar algunas diligencias que consideró necesarias, sentenció al acusado a la pena de la horca, por el delito de alta traición a la Patria. Moreno por su parte, llevó la defensa y alegó en un escrito que presentó ante el tribunal que, aunque fuera cierta su pretendida conspiración contra los Borbones, no podía ser acusado del delito de traición a la Patria, ya que no era español sino danés que no había en el proceso una sola prueba que demostrara que hubiera incurrido en tal infamia y que lo estaban juzgando con indicios tomados de interpretaciones y conjeturas. Dijo que lo que había que hacer era buscar pruebas evidentes y claras y que en el caso de que, por estas razones principales y otras que expuso, el tribunal no tuviese a bien absolver a Nordingh, se consultase al menos a la Real Audiencia de México o a la Corte misma sobre la inteligencia de una ley que se había expedido contra emisarios, para no exponerse a castigar a un inocente.
Martínez de la Pedrera afirmó que tanto Mérida como Campeche veían muy lento el proceso y suplicó que se dictara la sentencia. El 3 de octubre, el diputado a Cortes, Miguel González Lastiri entregó el dictamen al escribano y éste lo pasó a su vez a Justo Serrano, asesor principal del tribunal, quien opinó que debía consultarse a la Real Sala del Crimen. Sin embargo, agregó que la Real Orden del 14 de abril de ese año, disponía que se ejecutase sin necesidad de la determinación del tribunal superior. Cuando la sentencia se dictó, el gobernador impuso la pena de horca y a pesar de que la defensa apeló, nada pudo hacerse. Como no existía un funcionario verdugo, se prometió la vida a cualquier sentenciado a muerte que quisiese desempeñar ese papel. Sólo se hallaba en la cárcel un reo de nombre Pedro May quien se negó a ser el ejecutor de ley. Entonces se conformó el tribunal para que el emisario fuere baleado, ordenando, sin embargo, que se le pasase bajo de la horca, con el fin de que el castigo no perdiese la nota de infamante. Se fijó el día 12 de noviembre de ese año. Nordingh se vistió de negro y sobre su ropa se puso un sayo blanco y al cuello un cordel de esparto, símbolo de la horca y marchó hacia el Campo Marte, no sin antes decir en voz alta «Viva Fernando Séptimo». Fue baleado por los ejecutores de la ley a las 11 de la mañana. La historia de este proceso fue escrita por el promotor fiscal José Martínez de la Pedrera, Historia secreta del melancólico proceso formado en el tribunal del gobierno de Mérida de Yucatán contra Emilio Gustavo Nordingh de Witt, emisario del rey intruso José Napoleón. Justo Sierra O’Reilly lo publicó íntegro en El Museo Yucateco en los tomos primero y segundo.