Luneros Se les llamaba así a los trabajadores que tenían la obligación de entregar a los hacendados 15 mecates, generalmente los lunes. En el informe dado por el cura de Yaxcabá, Bartolomé Granado Baeza en el siglo XIX y publicado en 1845 en el Registro Yucateco, Tomo I, dice que: «…si viven de asiento en alguna hacienda de campo, se llaman luneros: por el terreno que cultivan para sí, y por las aguas que les franquea el dueño de la hacienda, le dan el servicio del día lunes, o un real de plata; pero lo más usado es hacerle cada año veinte mecates de milpa roza y veinte de caña.» Desiré Charnay en 1886 dijo que «los indios son de dos clases: vaqueros que reciben 12 pesos al año y cinco almudes de maíz cada semana, y labradores que se llaman luneros, por la obligación que tienen de trabajar los lunes cuando se casan y tienen familia, y si necesitan de más agua están obligados a trabajar, sembrar y cosechar 20 mecates de maíz para el amo teniendo cada mecate 24 varas en cuadro.» Al frente de los luneros y para vigilar sus trabajos estaba el mayocol, especie de capataz que tenía a su cargo la vigilancia de la medición y tumba de los terrenos destinados a las milpas, tanto las que por obligación tenían que hacer los luneros, como las pagadas que el amo quería hacer, así como el cuidado de que fueran bien tumbadas y con prontitud, para que los luneros tuvieran tiempo de hacer las propias. También daban sin paga alguna la fajina que consistía en trabajos de limpieza de calles, desyerba y otras labores que desempeñaban un medio día. También se llamó así al fiscal que era un lunero encargado por el cura, con la anuencia del amo, de la enseñanza de la doctrina cristiana a todos los niños y niñas de la hacienda desde los 4 hasta los 16 años. En recompensa de este tequio el amo le dispensaba sólo las fajinas; pero no los trabajos del lunes y el cura lo exoneraba del pago de las contribuciones religiosas. Entre las esposas, se acostumbraba distribuir en turnos la elaboración de las tortillas y el pozole, para el consumo de los artesanos que tenían algún trabajo en la hacienda o bien para los sirvientes mismos de la finca, cuando se reunían para desempeñar algún trabajo. Desde la dominación española, tanto a los luneros como a los asalariados se les llevaba una carta cuenta en la que se les apuntaban todos los préstamos de dinero o en especie que se les hacía. Posteriormente, con el régimen henequenero, desapareció la distinción entre luneros y asalariados y a todos los sirvientes se les llevaba la cuenta indistintamente. Este sistema estaba reglamentado por disposiciones fiscales. Los antiguos luneros, cuyo número aumentó con gran parte de los trabajadores que se dedicaron al cuidado del ganado, posteriormente ocuparon su tiempo íntegro en labores relacionadas con el henequén. Ante la necesidad de mayor número de brazos en las fincas que se dedicaban al henequén, la prestación de servicio gratis de los luneros pasó a la historia hacia 1870.