Nucuch Taato’ob Seres fantásticos, considerados en las comunidades campesinas como los guardianes o señores del monte y los animales. Se dice que son espíritus que excepcionalmente se materializan y que por las noches rondan el monte silbando constantemente. Sólo se aparecen a los hombres que han cometido faltas graves para con ellos, como cazar demasiado, castigándolos con la muerte o con enfermedades incurables. Habitan en los montes más crecidos o en los cerros más elevados. Se les ha descrito como gigantes blancos y barbados, vestidos con túnicas negras; cada uno lleva encadenado un raro animal parecido al perro que ruge como un león.
Entre las versiones que existen de la aparición de los Nucuch Taato’ob o Nucuch Tates como también se les llama, se encuentra la de Petronilo Tax Góngora, basada en el relato de un campesino de una población del sur de Yucatán, quien le contó: que en su pueblo existió un joven ciento por ciento cazador, uno de los mejores, que desde muy pequeño se había dedicado exclusivamente a la cacería. Muchos animales habían sido víctimas de su rifle; prefería cazar de noche para vender carne fresca por las mañanas y por las tardes poder enamorar a las muchachas de la comunidad. Una noche, después de un rosario realizado en su casa, preparó su rifle y se dirigió al monte, solo, sin caballo ni perro alguno. Al día siguiente, sus familiares comenzaron a preocuparse porque el joven cazador no había retornado a casa. Transcurrió el día sin noticias de él y entonces una brigada de trabajadores salió en su busca; no tuvieron que andar mucho pues en los límites del poblado lo encontraron en un estado deplorable. Con las ropas rotas, ensangrentado y tambaleándose avanzaba con el rifle y la linterna a cuestas; se quejaba lastimosamente, sin poder articular palabra alguna. Fue llevado a su casa, donde un médico le prodigó las primeras atenciones, después se quedó dormido. Al despertar, con la mirada llena de terror solicitó la presencia de sus familiares y amigos y con voz entrecortada relató lo que le había acontecido. Dijo que esa noche a medio camino había escuchado unos silbidos que poco a poco se fueron multiplicando y haciéndose más cercanos, sin embargo, no tuvo miedo pues no era la primera vez que los oía. Así llegó a la milpa y se puso en acecho de la pieza, no tuvo que aguardar mucho cuando vio una manada de ciervos, con cuidado apuntó y disparó sobre uno de ellos que, quejándose lastimosamente cayó revolcándose en los estertores de la muerte. Entonces, se acercó a la presa y cuando se disponía a cargarla, de los cuatro puntos cardinales salieron los Nucuch Taato’ob. Presa del pánico no podía hablar y uno de ellos lo sujetó de la mano y lo arrastró tras los otros que en fila se dirigieron hacia un gigantesco árbol, a cuyo tronco lo sujetaron propinándole cada uno de ellos lo menos un centenar de azotes con un bejuco. Después le arrojaron a una de las bestias que lo atacó salvajemente. Como pudo luchó locamente hasta que ya maltrecho y casi al desfallecer, se lo quitaron de encima. Los otros tres animales rugían furiosamente queriendo también hacer presa de él. Luego uno de aquellos gigantes dijo «Hermanos, ya hemos dado justo castigo al hijo de la tierra, por abusar de nuestros animales» y dirigiéndose al joven continuó «Y tú, mortal, has recibido el castigo a que se hacen acreedores los que proceden como tú; ve y cuenta esto a tus semejantes para que les sirva de ejemplo y nunca traten de imitar tus obras. Ve y dilo pronto, pues mañana morirás infaliblemente, porque esa es nuestra voluntad.» Dicho lo anterior, desaparecieron misteriosamente como habían venido y casi desmayado el joven cazador, a duras pena logró incorporarse y trabajosamente emprendió la vuelta. Anduvo todo el día hasta que lo encontraron. Después de narrar lo ocurrido, el muchacho cerró los ojos y enmudeció, cuando los volvió a abrir pidió un crucifijo y murió. Como se puede apreciar en este tipo de narraciones, el entorno natural es sumamente apreciado por los campesinos maya-yucatecos, quienes a través de estas creencias buscan no alterar el equilibrio de la naturaleza.