Noh-ha (Aguada grande) Pueblo indígena ubicado en lo que se llamó en el siglo XVII, como el Reino del Próspero, territorio de indios infieles entre Yucatán y Guatemala, al oeste del Petén y sur de Acalán, hacia el Lacandón. En 1645, siendo gobernador de la provincia de Yucatán, Esteban de Azcárraga, se presentó Diego Ordóñez de Vera y Villaquirán, caballero de la orden de Calatrava, originario de Toledo, quien había obtenido licencia de la Corona para conquistar el Reino del Próspero. Investido con el título de Adelantado, solicitó ayuda militar y religiosa para su empresa. Al parecer, como alcalde mayor de Chiapas había iniciado sus operaciones, no habiendo logrado más que la voluntaria sumisión del pequeño pueblo de Noh-ha y falto de elementos para proseguir su empresa, se había dirigido a Mérida. Esteban de Azcárraga prometió ayudarle lo mismo que el provincial franciscano, Gerónimo de Prat. Con este apoyo dio oficios militares y comenzó a alistar gente, así como también pidió se designasen religiosos, con el objetivo de que se adelantaran a dicha región y convencieran pacíficamente a los indígenas, a través de la evangelización, de la necesidad de someterse a los españoles. Se escogieron para esta misión a dos frailes, Hermenegildo Infante, designado comisario, y Simón de Villasís, que dominaba a la perfección la lengua maya. Éstos se embarcaron en Campeche en el mes de febrero de 1646, para internarse por el hoy llamado río Palizada, que desemboca en la Laguna de Términos, y que es una de las bocas de la red de ríos del Usumasinta, cuyo amplio curso subieron hasta Tenosique, para de ahí dirigirse al pueblo de Noh-ha. Residía allí un capitán mestizo, Juan de Vilvao, a quien Diego Ordóñez había concedido facultades omnímodas y para el cual había dado éste una carta a los misioneros. Pero a dicho capitán, que lucraba con el trabajo de los indígenas, no le pareció la idea de que en Noh-ha estuviesen los religiosos, por lo que comenzó a oponerles toda clase de dificultades con el fin de obligarlos a volver a la Península. Entonces los frailes enviaron a un español que residía en el pueblo para, mediante una carta, informarle a Ordóñez lo que acontecía. Mientras tanto continuaron su labor y lograron convencer a los indígenas de la necesidad de librarse de Vilvao, al que aprehendieron y remitieron a Yucatán. Más adelante, Diego de Ordóñez de Vera envió a otro religioso llamado Bartolomé de Gabaldá al pueblo de Noh-ha, y al español que había sido el encargado de llevar la carta escrita por los franciscanos, dirigida a Ordóñez, en la que se acusaba a Vilvao, quien pidió a éste que le permitiera regresar al Reino del Próspero al mando de 12 soldados que supuestamente había reclutado. Sin embargo, el español llegó solo y comenzó a exigirles a los indígenas una serie de tributos para, según él, poder trasladar a la gente que había prometido llevar consigo. Esto complicó la situación de los primeros frailes puesto que los indígenas, ante el temor de la llegada de más españoles y la exigencia pronta de tributo, comenzaron a desconfiar de ellos y amenazaron con el abandono de su pueblo. Los religiosos, perturbados, aprobaron la idea de que uno de ellos fuera enviado a informar personalmente a Ordóñez de la peligrosa situación en la que se encontraban. Se decidió que fuera fray Simón de Villasís. Éste durante el trayecto enfermó, suceso que retrasó su viaje. Llegó a Mérida en diciembre de 1646 y se quedó en la enfermería del convento de dicha ciudad desde donde envió a Ordóñez las cartas del comisario de Noh-ha. Villasís ya no pudo regresar al Reino del Próspero.
Mientras tanto, Diego Ordóñez dos veces había salido de Yucatán con la gente y armas que parecían necesarias para la expedición de conquista, y otras tantas se había detenido en el «beneficio de Uzumasintla», sin atreverse a pasar adelante. Corría ya el año de 1647 cuando se dispuso a hacerlo, al mando de unos cuantos soldados. Llegó a Noh-ha cuando ya los franciscanos habían sido expulsados del pueblo. Los indios se negaron a proveerle de los bastimentos que les exigía, y cuando amenazó a algunos principales con la pena de horca, le incendiaron su campamento y huyeron a los bosques. A este frustrado conquistador no le quedó más que huir en dirección a Usumasinta, pero en el trayecto enfermó y en el pueblo de Petenecté murió, en abril de 1648. Tras su muerte el Reino del Próspero quedó relegado al olvido y Noh-ha, quemada y abandonada, pasó a ser uno de los muchos testimonios de intentos de conquista fracasada.