Joyería Los antiguos mayas fabricaron joyas utilizando jades, jadeítas, conchas y caracoles. Las joyas de oro y plata no se desarrollaron; pero sí se conocieron y se usaron como objetos sagrados. La tradición yucateca del trabajo de joyas de oro y plata fue introducida por artesanos españoles. Durante la Conquista y la Colonia, la joyería asociada a la antigua sociedad prehispánica fue desplazada y sustituida por la joyería de la cultura dominante española. Los materiales, los símbolos y las formas vinculadas a la vida prehispánica (jade, caracol, conchas; representaciones de dioses, sacerdotes, guerreros; grecas, glifos) fueron sustituidos por el oro, plata, técnicas venidas de España y figuras religiosas cristianas como cruces, veneras, santos, vírgenes y formas como la arracada, la media luna, el ramillete, etcétera. Los primeros plateros y orfebres que comenzaron a enraizar la tradición de trabajar los metales preciosos fueron algunos de los frailes y soldados que vinieron con Montejo. A partir de estos primeros artesanos y sus aprendices comenzó a formarse un grupo de plateros y orfebres que desarrollaron las técnicas traídas por los españoles, como el esmalte, la filigrana, el cincelado, el repujado, el grabado y las montaduras de piedras preciosas. Los frailes se especializaron en la elaboración de objetos de culto religioso, mientras que los indios y los mestizos se dedicaron a hacer alhajas para el adorno personal.
A fines del siglo XIX y principios del XX había plateros en Mérida, Valladolid, Peto, Ticul, Motul e Izamal. Suárez Molina dice que para 1878 existían 87 plateros y en 1900 el censo registró 380, y como centros principales a Mérida con 194 plateros; Temax, 25; Valladolid, 23, e Izamal, 21. Los grabados y fotografías de la época también reflejan el importante consumo de alhajas de oro. En los 40 y 50 floreció la platería, sobre todo filigrana de plata para exportar, pues la filigrana de oro la demandaba el mercado interno y la plata casi no se comerciaba en la entidad.
Los indígenas mayas rebeldes de Quintana Roo, autodenominados cruzo’ob, acostumbraban que los hombres usaran arracadas en una oreja. Después, en la última fase de la existencia de las organizaciones, sólo los jerarcas de la organización militar religiosa conservaron la tradición. Esta costumbre finalmente desapareció. En la zona rural de Yucatán se les llama plateros a los artesanos que producen alhajas de oro y platería. Entre los campesinos, el consumo del oro está asociado a su identidad cultural y como modo de ahorro. Cuando tienen dinero después de la cosecha de maíz o venta de un puerco o una res, compran oro para conservar su dinero y en cualquier emergencia venderlo, empeñarlo o pagar con él. Por esta razón, el mercado campesino ha constituido un factor importante para preservar el trabajo del platero.
Entre los campesinos, sobre todo los indígenas de la región milpera que mejor conservan sus tradiciones, los padrinos regalan a sus ahijadas prendas de oro que pueden ser soguillas con medalla, esclavas o aretes y un mes después, en la ceremonia del jetz mek, lo que les falta de oro. El matrimonio constituye la siguiente y más importante ocasión del ciclo de vida en que la mujer indígena recibe alhajas. La tradición señala que se debe dar una cadena de dos vueltas, con su medalla y seis escudos, una esclava, unos aretes y dos o tres anillos. Para las mujeres, el oro de boda es muy importante porque es prácticamente lo único que solamente le pertenece. Sólo se desprende de él, en caso extremo de necesidad económica. De ser posible se empeña y luego se recupera. Su venta es menos frecuente. El rosario de filigrana de oro, prenda que identifica a Yucatán, se usó mucho durante la época de las haciendas, entre las descendientes de la mezcla de indios y españoles, pero no entre las descendientes de indios. Esta prenda se formaba de bolas tejidas de filigrana y a veces se combinaban con cuentas de coral. Se remataba con una gran cruz, también tejida de filigrana. Para las mestizas era difícil comprar un rosario y el único modo para acceder a tal prenda era a través de sus patrones, quienes acostumbraban regalar a las viejas sirvientas como símbolo de gratitud un rosario de filigrana de oro. Tras la Revolución y el reparto agrario, el consumo de rosarios de filigrana se abrió a más sectores de la sociedad. Entonces se convirtió en uno de los elementos que identificaban a buena parte del pueblo yucateco.
Las diferencias socioeconómicas regionales y de clases, se reflejan, entre otras cosas, en las alhajas. Las mestizas de la zona milpera se identifican por el uso de alhajas esmaltadas y nunca han usado la filigrana. La técnica para elaborar esta joya consiste en aplicar esmalte a placas de oro o de plata grabadas. Se recorta la plata o el oro laminado, según la forma que quiera dársele. Luego se graba la placa para fijar el esmalte, que es un polvo de vidrio con los moldes que se van a usar. Las hay romboidales, de cuatro arcos y con figura de corazón. Los motivos y adornos usados en su decoración pueden ser geométricos o bien consistir de pájaros y flores. También se le ponen palabras, como: cariño, amor y recuerdo. La zona agrícola comercial, en el sur del estado, ha propiciado el uso de filigrana de oro. La zona henequenera favoreció el uso de aretes de oro, trabajados mediante una técnica llamada «de cartón», que lleva menos oro que los esmaltados, pero son resistentes y no requieren muchos gastos de mantenimiento, como reparación y limpieza. Se llama de cartón a la técnica aplicada en la fabricación de aretes o adornos que se aplican a los escudos. Consiste en elaborar un arete o remate de moneda con un alambre de oro, al que se le da forma torciéndolo. Las formas que se obtienen son semejantes a las que encontramos en los trabajos de herrería. Le llaman de cartón porque la pieza se arma sobre un cartón de asbesto y allí se suelda.
El occidente del estado y la zona henequenera que colinda con Campeche, conocida como Camino Real, se caracteriza por el uso preferente de las alhajas de «escarche». El escarche consiste en la fabricación de alhajas con piececitas redondas de oro o plata llamados precisamente escarches. Para hacer la base de cada ruedita, se utiliza un alambre tan fino como el de la filigrana, pero no se tuerce ni se apla na, se enreda en un volteador y queda como resorte y con éste se forman rueditas; le ponen encima una bolita de oro. Las clases medias y altas de cualquier región han sustituido el uso de alhajas tradicionales por el de pulsería moderna, igual a la que encontramos en cualquier lugar del mundo, como las cadenas florentinas de tres oros o las soguillas cartier.
Las técnicas tradicionales, además de las ya mencionadas, son las medallas y monedas vaciadas, la elaboración de soguillas o cadenas y el trabajo laminado, cincelado y grabado. Los instrumentos utilizados son muy sencillos, pero su manejo requiere de cierta especialización que obliga a un período de aprendizaje. La técnica del oro vaciado consiste en elaborar medallas o escudos vaciando oro en unos moldes con ceniza. Se llenan una cajas metálicas con la ceniza utilizada para lavar la ropa previamente secada al sol y colada en una tela de malla muy fina. Sobre la ceniza se imprime la medalla o la moneda que se quiere reproducir. Se marca un canal que da entrada y otro que da salida al oro líquido. Luego se echa el oro líquido y una vez solidificado se saca del molde para darle el acabado necesario, consistente en limar, pulir y dorar la pieza.
Las cadenas o soguillas, como les llaman en Yucatán, son muy tradicionales entre las campesinas yucatecas y, según como estén elaboradas, reciben distintos nombres, como: cadena corchada, cadena salomónica, cadena de seis por seis, cadena aplanada o tejida, cadena de media caña, soguilla planchada, cadena petatillo, cadena de tres por tres o de tres argollas, cadena torzal. Esta prenda se hace con eslabones que se sueldan uno por uno con soplete de boca y la trabajan las mujeres porque es considerado un trabajo delicado y de mucha paciencia. Las técnicas del laminado, cincelado, grabado y troquelado son auxiliares o bases de otras técnicas como el esmalte y el escarche, aunque también constituyen la técnica principal en la confección de otras joyas. Actualmente, los talleres de los poblados rurales han disminuido y se están formando talleres de reparación de alhajas; en Valladolid y Mérida se sostienen aún talleres artesanales que generalmente reciben el material de fabricantes ricos o de comerciantes, para maquilar. En Mérida, hay un promedio de 300 joyerías que funcionan en el mercado Lucas de Gálvez, Plaza San Juan, Centro Comercial Cuevas y en el centro de la ciudad, además de las joyerías de línea que se encuentran en las plazas. En Valladolid, el mercado más importante lo constituyen los campesinos y los comerciantes que venden en otros lugares, como Quintana Roo, Campeche, Tabasco, incluso Belice. En los demás municipios sólo lo demandan los campesinos cuando hay venta de cosecha o en la época de fiestas.