Gutiérrez de Estrada, José María (1800-1867) Diplomático. Nació en Campeche y murió en París, Francia. Hijo de una acaudalada familia yucateca, desde muy joven se trasladó a la Ciudad de México donde realizó sus estudios superiores. El 19 de febrero de 1828 fue enviado en misión diplomática a Europa por el presidente de México, Guadalupe Victoria. Había ingresado a mediados de 1823 a la Primera Secretaría de Estado, cuyo ministerio ocupaba Lucas Alamán, buscando desarrollar una carrera en la naciente diplomacia mexicana. Fue comisionado, a petición del encargado del Despacho de los Negocios Extranjeros, Juan José Espinosa de los Monteros, para viajar a Londres y entregar al encargado de negocios de México los pliegos para la ratificación del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre la República Mexicana y el rey de los Países Bajos, uno de los primeros que se firmaría con un país europeo. Desde su primera estancia en el viejo continente, Gutiérrez de Estrada enfrentó serios problemas de salud que a su regreso a México, vía Nueva York-Campeche, se agudizaron, diagnosticándosele una abstenia universal. La gravedad del padecimiento le impidió entregar personalmente el Tratado, ya firmado por el rey de los Países Bajos, al ministro de Relaciones, por lo que éste dio instrucciones para que el gobernador de Yucatán lo enviase «bajo su responsabilidad» a la Ciudad de México.
Casi un año después, ya recuperado, se trasladó a la Ciudad de México y presentó el informe correspondiente ante el nuevo ministro del Exterior, José María Bocanegra, el 19 de junio de 1829. Los cinco años siguientes se ocupó de la atención de sus asuntos privados, entre ellos contrajo matrimonio con Loreto Gómez de la Cortina, hermana del conde de la Cortina, uniendo su fortuna a la de una de las familias más ricas de México. En 1831 fue designado senador por Yucatán y como la elección provenía del Partido Centralista Yucateco, fue duramente combatida en el Congreso Nacional por los representantes federalistas de la entidad, entre ellos Rejón. En el ambiente literario de México logró formarse una interesante personalidad. Su facilidad para escribir, su amistad con las grandes figuras mexicanas del primer tercio del siglo XIX y su parentesco con el conde de la Cortina le hicieron aparecer como uno de los jóvenes de gran porvenir nacional, y en enero de 1835, siendo presidente de la República el general Antonio López de Santa Anna, fue designado ministro de Relaciones Interiores y Exteriores en sustitución de Francisco María Lombardo. De inmediato les hizo saber a los diplomáticos mexicanos en el extranjero que una de sus primeras tareas estaría dedicada a consolidar las relaciones existentes entre México y algunos países, así como fomentar y promover otras más. En Europa sólo se mantenían relaciones con Inglaterra, Francia, Prusia y el Vaticano, y en América sólo con Estados Unidos de América y Perú. Se estableció como metas negociar con España el reconocimiento de la independencia de México, la firma de tratados que sirvieran para fomentar el intercambio comercial entre ambos países y buscar un acercamiento con las repúblicas de América Central, ya que estaban interrumpidas las relaciones con motivo del envío de fuerzas militares mexicanas a Chiapas. Sin embargo, ante el cambio de régimen constitucional, de federativo a centralista, aunado al deterioro de su salud, renunció a su cargo en julio de 1835 y emprendió un segundo viaje a Europa a fines de ese año. Se encontraba en Madrid, cuando le llegó la noticia de que José María Ortiz Monasterio, oficial mayor encargado del Despacho de Relaciones, por acuerdo del presidente de la República, lo había designado jefe de la misión diplomática mexicana ante su Majestad Británica, para que promoviera en el gabinete inglés un pronunciamiento sobre la independencia de Texas contrario al gobierno de Estados Unidos de América y aplacara los ánimos respecto del pago de la deuda externa mexicana. Nunca asumió oficialmente el cargo, aunque luego de innumerables nombramientos y renuncias al mismo, lo aceptó cuando su amigo Luis G. Cuevas fue nombrado ministro de Relaciones, para declinarlo definitivamente en diciembre de 1837, debido a que los principales motivos de su misión ya habían sido resueltos favorablemente por el encargado de negocios, Agustín de Iturbide. Regresó a México en 1840 y se enfrentó a un país convulso en el que se suscitaban permanentemente pronunciamientos, conspiraciones y sublevaciones.
A la luz de esta realidad, Gutiérrez de Estrada escribió una importante carta al presidente de la República, Anastasio Bustamante, luego de que éste le ofreció el Ministerio de Relaciones Exteriores, nombramiento que también declinó. En ella, dejó entrever que ya no creía en la República ni en las instituciones republicanas y que se inclinaba por el régimen monárquico. El texto comenzó a circular en la Ciudad de México en octubre de 1840 y de inmediato generó una serie de reacciones extremas en su contra, provenientes principalmente de los defensores del liberalismo y de la República, situación que lo llevó a abandonar el país para siempre. Años después, radicando en París, fue comisionado por el gobierno del general Antonio López de Santa Anna para iniciar negociaciones con las casas reinantes europeas, con el fin de que un príncipe aceptara la corona mexicana. Para tal objetivo trasladó su residencia a Madrid y encontró en la corte española un ambiente favorable a sus proyectos, de tal manera que se le concedió la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. Pero la guerra civil en España y la caída del gobierno santaanista en México rompieron el hilo de las negociaciones. Gutiérrez de Estrada se negó a continuarlas, a pesar de los ruegos de los más prominentes miembros del partido conservador de México, entre ellos Miguel Miramón y Juan Nepomuceno Almonte. En 1860, establecido en el palacio Marescotti, en Roma, llegaron a Francia nuevos representantes del partido conservador, tratando de conseguir el apoyo del emperador de los franceses, Napoleón III, para que interviniera militarmente en los asuntos políticos de México y buscara un noble para la Corona mexicana. Los enviados solicitaron la ayuda de Gutiérrez de Estrada e iniciaron las gestiones ante las Tullerías.
Al fracasar los intentos para que un príncipe español o francés aceptara el trono de México, Gutiérrez de Estrada se dirigió a la corte de Viena donde surgió el nombre del archiduque Maximiliano de Habsburgo y tras diversas gestiones logró conquistar el beneplácito del propio príncipe, de la Casa de Austria y de Napoleón III. En algún momento de las negociaciones tuvo diferencias con los enviados Juan N. Almonte y José María Hidalgo, pues estimaba que ambos pretendían que Francia dirigiera totalmente la política de México, mientras que él consideraba que después de la intervención armada, el gobierno francés debía retirarse para dejar en pleno goce de sus derechos al emperador Maximiliano. Asimismo, pensaba que éste debía gobernar únicamente con los monarquistas, haciendo a un lado a los moderados y liberales. Los problemas se disiparon cuando el archiduque le confirió el nombramiento de representante personal en las principales naciones europeas. El 3 de octubre de 1863, encabezando la delegación mexicana, leyó ante Maximiliano el documento en el que se le ofeció oficialmente el trono de México. Aun cuando desempeñó un papel fundamental para el establecimiento de una monarquía en México, hasta ahora se desconoce el porqué, a pesar de la insistencia de Maximiliano, se negó a colaborar directamente con el gobierno imperial. El 28 de mayo de 1864, Maximiliano y Carlota desembarcaron en Veracruz y casi al mismo tiempo Gutiérrez de Estrada llegó a París para cumplir la encomienda de los monarcas, consistente en seguir paso a paso el curso de los acontecimientos. En los primeros días de 1867 se sintió enfermo y falleció el 7 de mayo, poco antes de que se desplomara el Segundo Imperio Mexicano.