Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl o Hermanas de la Caridad Por gestiones de la emperatriz Carlota, el 25 de enero de 1866 arribaron al puerto de Sisal, procedentes de la Ciudad de México, cinco integrantes de las Hermanas de la Caridad: María Orsat, superiora, Vicenta Ribrolles, Jesusa Contreras, Juana Gómez y Juana Chávez. Las dos primeras de nacionalidad francesa y las otras nativas de Guadalajara. Llegaron acompañadas del presbítero Juan Masnou, de la Congregación de San Vicente de Paúl, visitador y director de las Hermanas de la Caridad durante el imperio mexicano. En Mérida, en el camino de Sisal, actual calle 59-A, fueron recibidas por las autoridades y sus esposas; se dio un banquete en su honor en la residencia del comisario imperial, actual edificio de la UADY, y se les alojó en una casa preparada para ello frente a la Plaza Principal, en un edificio de dos pisos ubicado en la esquina nordeste del cruce de las calles 61 y 62. Después, poco a poco, llegaron otras, hasta completar 20. Permanecieron hasta 1875 en que fueron expulsadas por el gobernador Eligio Ancona; se les trasladó en 22 carruajes al puerto de Progreso, donde durmieron y al día siguiente, en las primeras horas de la mañana, abordaron el vapor City of Havana, que las condujo a Nueva Orleáns, Estados Unidos de América. Debido a las gestiones encabezadas por el arzobispo Fernando Ruiz Solórzano, el padre Antonio Tovar y el deán de la Catedral, Manuel Loría Rosado, regresaron a Mérida en 1953. Se encargaron de prestar ayuda a los enfermos del hospital O’Horán. Llegaron en esta ocasión la superiora Florentina García Jerez, Concepción Galindo, Catalina Mendoza y Victoria Boix. Unos años después fundaron un albergue junto al hospital O’Horán. Actualmente tienen tres comunidades: Ciudad Vicentina, donde atienden inválidos; Cottolengo, destinado para personas con problemas de alcoholismo y Casa Albergue Temporal de San Vicente de Paúl. Esta compañía fue fundada por San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac en 1633 y aprobada por el Papa Clemente IX en 1668. Tienen como fin general procurar la gloria de Dios y la santificación de sus miembros mediante la práctica de las virtudes cristianas y la observancia de los votos de pobreza, castidad y obediencia, y como fin particular, servir corporal y espiritualmente a Dios en los pobres, enfermos, niños, ancianos y encarcelados. Tienen un escudo que simboliza un corazón rodeado de llamas, sobre el que destaca un crucifijo que lleva inscrito “La caridad de Jesús crucificado nos apremia”. A México llegaron en 1844, fueron expulsadas en 1874 y regresaron en 1946.