Hospicio de San Carlos Institución de beneficencia fundada el 4 de mayo de 1792. Pedro Brunet y su hijo, Pedro Faustino Brunet y Camacho, solicitaron desde 1786 al rey Carlos III de España, autorización, apoyo y protección para fundar un hospicio en Mérida, en cooperación con otras personas piadosas. Exponían al soberano que el objetivo era «recoger a los muchísimos pobres mendigos, que a todas horas del día y de la noche andan vagando en solicitud de un socorro para subvenir a las necesidades casi extremas que los afligen por la suma escasez y pobreza a que han quedado reducidos después del hambre padecida el año pasado de setenta». También deseaban que en el hospicio hubiese talleres de artes y oficios, para que los indígenas y huérfanos recibieran una educación razonable y fueran hombres de provecho. Los señores Brunet ofrecieron contribuir con 1,000 pesos anuales para los gastos del hospicio durante su vida, y después de su muerte mediante los réditos del 5% de un capital de 20,000 pesos. Pidieron al rey que dotara de algunos fondos y cediera al hospicio el antiguo Colegio de San Javier, expropiado a los jesuitas. El 25 de enero de 1787, por Real Orden, Carlos III concedió la autorización para fundar el Hospicio de San Carlos y cedió el antiguo edificio del Colegio de San Javier, no así los fondos solicitados de alguno de los ramos de la real hacienda. No pudo ser utilizado el edificio del Colegio por el mal estado en que se encontraba y se usó, con el beneplácito y apoyo del obispo Luis Peña y Mazo, la casa del difunto deán José María Martínez, quien había dejado la mitad de la propiedad para la fábrica de la iglesia mayor y la otra para los pobres de Mérida. Las mejoras a la casa, ubicada en el cruzamiento de las calles 59 y 64, denominada antiguamente la «esquina del Tigre», se realizaron bajo la dirección del comandante de ingenieros Rafael Llobet, comisionado en la Península. El Hospicio se instaló el 4 de mayo de 1792 con el nombre de San Carlos, en memoria del monarca que lo había autorizado.
Los gobernadores José Merino y Zeballos y Lucas de Gálvez, en sus respectivas administraciones, apoyaron al Hospicio a través de la gestión y búsqueda de recursos económicos, en tanto el gobernador interino José Sabido de Vargas, logró la instalación de cuatro telares para el tejido de mantas de algodón que se producían y consumían en Yucatán y contrató a dos maestros, un zapatero y un sastre, para enseñar esos oficios a los huérfanos del asilo. Esta institución de beneficencia pasó por muchos altibajos por la escasez de fondos para su sostenimiento. A partir de 1821, el Hospicio se transformó en Casa de Amparo, ante la Real Orden de 31 de diciembre de 1820 dirigida por Fernando VII a las provincias americanas y a los gobernadores de éstas, para que se organizaran casas de amparo en las capitales con población numerosa.
La junta directiva del Hospicio hizo saber, mediante un informe, el estado ruinoso en que se encontraba la sede y lo costoso de su reparación, por lo que se resolvió trasladarlo a la Casa de Recogidas, situada en la calle 63. La declaratoria de la fundación de la Casa de Amparo la hizo la junta directiva, presidida por el gobernador Echéverri, el 12 de septiembre de 1821, ofreciéndose tratar a los desvalidos con la piedad que merecían. En esa sesión también se acordó que en adelante no se admitirían delincuentes, ya que la Casa de Recogidas había servido como cárcel de mujeres; que a los desvalidos se les proporcionaría la educación necesaria y que el establecimiento estaría bajo la inspección de la Diputación Provincial y el Ayuntamiento. El 16 de septiembre de 1821 se inauguró la Casa de Amparo. De 1826 a 1829 la Casa vivió momentos muy difíciles, hasta el grado de que los albaceas de Pedro Brunet llegaron a demandar un mejor funcionamiento del local o de lo contrario se aplicaría la cláusula 16 del testamento, donde se estipulaba que si en algún momento no tenía efecto «el recogimiento y clausura de todos los verdaderos pobres en dicha casa y ésta permanezca sin la debida escrupulosa organización y arreglo, de ninguna manera quisieran que los réditos de sus capitales se invirtiesen en aquel destino». Como alternativa, establecían la entrega de los capitales al cabildo eclesiástico para que ellos los administraran y atendieran a los menesterosos. La junta directiva contestó a los albaceas que no tenía lugar su petición, ya que la casa había albergado siempre a los pobres y mendigos que había podido. Finalmente, quedó en manos de la junta y de la protección del gobierno independiente la administración de los fondos del legado de los Brunet. El 18 de marzo de 1833, la Casa de Amparo se transformó en Casa de Beneficencia. Para 1861, nuevas penurias económicas y necesidades materiales obligaron al Congreso del Estado, alentado por las Leyes de Reforma a ordenar la refundición del Hospital General de Mérida con la Casa de Beneficencia Brunet, como se le empezó a llamar oficialmente por decreto de 25 de junio de ese año.
Durante el Imperio, la emperatriz Carlota Amelia visitó la Casa de Beneficencia Brunet el 24 de noviembre de 1865, acompañada del comisario imperial José Salazar Ilarregui y de su esposa Julia Campillo de Salazar. Ya restaurada la República, no se vio con buenos ojos la Casa de Beneficencia y poco faltó para su extinción por la falta de fondos, que por decretos oficiales se destinaron a otros rubros. La fundación Brunet fue muriendo poco a poco, hasta que durante el gobierno de Olegario Molina Solís, (1902-1906), fue despojada de su edificio y se le refundió con el Asilo de Mendigos Celarain, constituido por el presbítero José María Celarain, bajo el nombre de Asilo Brunet-Celarain.