Villaescusa Ramírez de Arellano, fray Domingo de (1568-1652) Obispo de Yucatán. Nació en Segovia, Castilla la Vieja, España, y murió en Mérida, Yucatán. Hizo estudios superiores en letras sagradas y llegó a cursarlos en el Instituto El Redal. A los 18 años, tomó el hábito de la Orden de San Jerónimo en el monasterio de La Espeja. Alcanzó el puesto de prior del convento de su orden en Madrid, luego el de visitador de todos los conventos y, en 1638, el de general de toda la Orden. El historiador Carrillo y Ancona comenta que el 16 de mayo de 1640, Felipe IV presentó ante el Sumo Pontífice a Domingo de Villaescusa para ocupar el cargo de obispo de Chiapas y fue consagrado en la Corte de Madrid el 24 de marzo de 1641. Tomó posesión de la mitra al poco tiempo. Sin embargo, en 1649, al fallecer Marcos de Torres y Rueda, obispo de Yucatán y gobernador del virreinato de la Nueva España, el monarca envió una cédula a Villaescusa, informándole de su traspaso a Yucatán y otra más al cabildo eclesiástico de Mérida, donde pedía que delegaran la autoridad al prelado, en tanto llegaban las bulas papales de Roma. Tomó posesión del obispado el 15 de mayo de 1651.
Al llegar a Yucatán, se encontró con una hambruna generalizada entre la población, que salía de una epidemia de vómito negro ocurrida dos años antes, y con el polémico gobierno de García de Valdés Osorio, primer conde de Peñalva. A un día de su llegada a Mérida, participó en una junta con todas las autoridades de la provincia para tratar el asunto de la hambruna, celebrada en el Palacio de Gobierno. Un mes después, el 14 de junio, tuvo su primera desavenencia con el gobernador, pues fue visitado por el cabildo regimiento de la ciudad, que le entregó un pliego enviado por el gobernador donde lo acusaba de que: en la «collecta» de la misa se nombraba al rey después del obispo; que primero salía el ministro que llevaba la paz del altar al obispo y luego el que se dirigía al gobernador, y que aún Villaescusa no había cumplido el juramento al tomar el obispado de guardar el Real Patronazgo, los Reales Novenos, etcétera. Además, le sugirió que no debía tener más de un fiscal de vara; hacer todas las ceremonias en honor del gobernador al igual que del obispo; darle el misal al primero después de cantado el evangelio, para que lo besara; tener cuatro o seis capitulares para recibir al gobernador cada vez que fuera a la Catedral; poner el baldoquín en el altar mayor sólo cuando hubiera misa pontifical; sentar al cabildo eclesiástico en bancas comunes; evitar que el «perrero» (persona encargada de sacar los perros que se metían a la Catedral durante la misa) pasara delante del cabildo regimiento a ejercer su oficio, y hacer la cortesía al gobernador como representante el rey, antes de cantar la epístola y el evangelio.
Villaescusa, contrariado, decidió quejarse ante el rey y comisionó al maestrescuela Juan Muñoz de Molina para que escribiera un tratado contra las exigencias del gobernador, el cual fue Alegación jurídica en defensa de Ilmo. Sr. Obispo de Yucatán Fray Domingo de Villaescusa Ramírez de Arellano sobre que se le debe dar en la iglesia la paz antes que al gobernador. Tiempo después habría de llegar una cédula donde se le indicaba a las autoridades civiles no inmiscuirse en los asuntos rituales de la Iglesia. Un tanto para aminorar sus enfrentamientos con el gobernador, el obispo salió de visita pastoral a la región de Valladolid y a la sierra. Regresó a principios de noviembre, instauró la práctica de tocar la plegaria o doble de ánimas, a partir de las ocho de la noche, para que los feligreses rezaran por lo fieles difuntos. Al inicio de 1652, emprendió otra visita pastoral, esta vez por los pueblos del Sur. A principios de junio, debido a la fatiga y su avanzada edad, regresó a Mérida. Quedó postrado y no pudo celebrar, ni siquiera asistir, a las fiestas de San Pedro y San Pablo, del 29 de junio. Falleció tres días después y sus restos fueron depositados en un nicho de la Catedral.