Urbanismo Se puede entender el urbanismo como la ciencia, algunos la consideran arte, de las intervenciones sociales y materiales ocurridas en una etapa de tiempo determinada, para regular un espacio y adecuarlo a las necesidades de convivencia de un grupo humano. Esta suma de intervenciones materializa en un espacio el estadio político, social, económico y aun espiritual de una civilización. De este modo podemos encontrar en Mérida, la ciudad más importante de la Península la más poblada y con larga experiencia urbanística, las subsecuentes etapas dominantes de intervenciones urbanas:1542-1549 (etapa fundacional), 1690-1733 (etapa defensiva), 1780-1811 (etapa borbónica), 1878-1928 (etapa liberal), y de 1971 hasta la fecha (etapa posmoderna).
Etapa fundacional: la fundación de Mérida, ocurrida el 6 de enero de 1542 sobre las ruinas de la antigua ciudad maya de T’Hó, fue un acto formal. La ciudad fue concebida prácticamente como parte de un sistema de ciudades establecidas para garantizar la conquista de la Península y su ulterior administración. Así se entiende la fundación de Campeche (1540) en la costa poniente, Mérida y Valladolid (1543)en el interior, y Salamanca de Bacalar (1545) en la costa oriente. Esto ocurrió en la última etapa de la conquista de Yucatán, llevada a cabo por Francisco de Montejo, el Mozo, quien traía la orden de su padre, Francisco de Montejo, el Adelantado, de asentar en T’Hó la que habría de ser la capital de la provincia. Las cuatro ciudades iban a servir de asiento para los conquistadores.
El 29 de diciembre de 1542, en asamblea de cabildo, Montejo, el Mozo, presentó en un pergamino el plano de Mérida, del cual posiblemente fue autor por completo, en el que, según fray Diego López de Cogolludo, señaló los nombres de los vecinos fundadores «en el espacio de blanco, que hacía cada solar, para que por él rigiesen, y que el padrón se fijase en el libro de cabildo para cuenta y razón de lo que a la República conveniese»; también señaló Montejo «quinientos pasos en contorno para ejidos y arrabales, con protesta que si fuese necesario aumentarle, se pudiese» y mandó que «nadie edificase en aquel espacio cosa alguna, (so) pena de perderla». La experiencia de Montejo en la planificación de ciudades venía directamente de la planeación de la Ciudad de México, hecha por Hernán Cortés, de quien fue paje, de las ordenanzas renacentistas del rey Carlos V, dictadas en 1523, para la planeación de ciudades del Nuevo Mundo, y quizá de lo que habría escuchado sobre las experiencias de la fundación de Puebla (1531), considerada una de las ciudades mejor planeadas de la Nueva España. Con base en ello, Montejo propuso una traza reticular al ubicar la plaza central enfrente de uno de los dos cerros o pirámides más grandes de T’Hó (donde está hoy el Palacio Municipal, el otro se ubicaba al sureste de aquél, donde hoy se encuentra el mercado grande Lucas de Gálvez). El número de manzanas propuestas, según cálculos de Aercel Espadas Medina, fueron 31 y medio, es decir: 25 manzanas para los vecinos fundadores (cuatro lotes castellanos por manzana), una para la plaza central, y alrededor de ésta, una para la Catedral, al Oriente, una que ocupaba totalmente el cerro al Poniente, la mitad de la manzana norte para asiento de las autoridades civiles, una al Noroeste adjudicada a Alonso López, y una al Sur para la familia Montejo. Fueron entonces los límites iniciales de Mérida las calles hoy numeradas como 57 al Norte, 56 al Oriente, 67 al Sur y 66 al Poniente; estas calles tenían lotes en ambos lados, salvo que las manzanas fronterizas sólo fueron ocupadas a la mitad. Detrás de estas manzanas fueron ubicados los barrios de indios: al Poniente, Santiago, pueblo que ya existía, al Norte lo que sería Santa Lucía, al Oriente, San Cristóbal, para indios mexicanos, y al Sur, San Juan. Una distancia clave que seguramente intuyó y utilizó Montejo, para establecer el cuadrángulo imaginario donde habría de trazar la ciudad, fue la distancia que había entre los dos cerros principales, distancia que multiplicó por dos, convirtiéndola en la línea diagonal del citado cuadrángulo.
El 22 de enero de 1543, se dio parte a los vecinos para que en 20 días tuvieran limpia y desmontada el área donde se habría de medir la ciudad. El encargado de trazarla fue Juan de Sosa y Velázquez. A pesar de las intenciones ortogonales para la traza, Espadas Medina observa que «quizá por la presencia de los montículos y la torpeza del trazador, la ciudad no es de calles rectas, paralelas entre sí, y manzanas regulares como hasta la fecha reiteradamente se ha pretendido y repetido». Al iniciarse las primeras construcciones en la ciudad, se fue utilizando el material de los cerros; de este modo, se buscaba demolerlos poco a poco. Sin embargo, Montejo, el Mozo, respetó el cerro del Sureste con la intención de convertirlo en un fuerte. Pero en 1547, lo cedió a fray Luis de Villalpando, a solicitud de éste, para erigir en aquél la iglesia y convento de los misioneros franciscanos que luego sería conocido como Convento Grande de San Francisco. En 1549, se concluyó la portada de la Casa de Montejo, notable ejemplo de arte plateresco civil. Para esta fecha, Mérida aún estaba lejos de ser la ciudad de paramentos alineados y demás características coloniales, como las fachadas austeras, vanos verticales, techos altos, entre otras. Al finalizar el siglo XVI, la densidad constructiva de la ciudad aún era muy baja.
Etapa defensiva: en 1690, Mérida ya presentaba una densidad constructiva notable. La población, a pesar de las epidemias, había aumentado y la traza de fundación de la ciudad comenzó a expandirse por el Oriente y el Poniente; aunado a ello, ya se habían edificado varias iglesias, como la Catedral, la de Santiago, la de La Mejorada, la de Santa Lucía, la de San Juan, entre otras, además de las que se construyeron dentro del Convento Grande de San Francisco. Alrededor de éste se construyó, en 1669, el fuerte de planta hexagonal y gruesos y altos muros, de San Benito. Era gobernador Juan José de la Bárcena, experimentado militar, quien en 1690 dispuso la erección de arcos en la ciudad; aunque en la actualidad el tema de los famosos arcos de la ciudad se presta a más de una polémica, puesto que se afirma, nadie ha dilucidado la verdadera función que tuvieron (Véase: Arcos de Mérida); es bueno observar que: De la Bárcena había llegado a organizar la defensa militar de la Península contra los ataques de los piratas, y trajo para ello una compañía de caballería, otra de infantería y varios estrategas e ingenieros militares, como Manuel Jorge Zezera. De la Bárcena también apresuró la construcción del amurallamiento de Campeche, por lo tanto, se puede pensar que la erección de arcos en la ciudad tuvo un carácter militar; no eran, eso sí, parte de un proyecto de amurallamiento ni tampoco algo meramente decorativo, constituían, y esto es lo más seguro, parte de la regulación que De la Bárcena impuso a la ciudad con el fin de administrar eficazmente a la población, tanto española como indígena, en las tareas defensivas y militares. Hay que observar también, que los arcos fueron dispuestos en calles que comunicaban a las plazuelas de los barrios, como la 70, 69 y 50, en cruzamiento con las calles que venían de la Plaza Central. Esto refuerza la idea militar y relega la de ser «simplemente símbolos psicológicos» para los indios, como sostienen algunos autores. En resumen, la erección de arcos fue la primera regulación urbanística hecha a Mérida. Estos son los arcos que el ingeniero Zezera proyectó y construyó en 1690: de Dragones, 61 x 50; del Puente, 63 x 50; El Caído, 70 x 61; X’cul, 70 x 63; San Juan, 69 x 64 y el proyecto de la 69 x 62.
En 1733, el gobernador Antonio de Figueroa y Silva construyó el Paseo de Santa Ana, con arco de entrada en la plazuela de Santa Lucía y de salida en la plazuela de Santa Ana, naciente barrio indio en el cual Figueroa erigió una pequeña iglesia; entre los dos arcos antes mencionados, se levantaron seis pequeños arcos más en las bocas de las calles que daban a la calle del Paseo, (hoy calle 60). En esta última intervención, Figueroa tuvo más la intención de promover el crecimiento de la ciudad hacia el Norte; ya se había visto que la ciudad crecía hacia los costados oriente y poniente, y alejaba por tal motivo a los indios que residían de Santa Lucía a Santa Ana. Todos los arcos, salvo el de Dragones, el del Puente y el de San Juan, desaparecieron antes de la segunda mitad del siglo XIX.
Etapa borbónica: en la segunda mitad del siglo XVIII, se intensificaron en los reinos de España, las reformas borbónicas por los reyes de esta dinastía, cuyo objetivo principal era la reordenación de la economía y del sistema administrativo. El reordenamiento de las ciudades fue una de las acciones principales de estas reformas. En Mérida, la aplicación de la acciones urbanas de esta etapa comenzó con el gobierno de Roberto de Rivas Betancourt (1779-1783), quien tuvo a su cargo la división de la ciudad en cuarteles y la delimitación exacta de los barrios, según datos de Espadas Medina: Cuartel Primero, delimitado por las calles hoy numeradas como 60, 47, 50 y 63 Cuartel Segundo, por la 62, 50, 73 y 62 Cuartel Tercero, por la 70, 61, 62 y 73 Cuartel Cuarto, por la 70, 47, 60 y 61; barrio de Santa Ana, comprendido de la calle 47 al Norte; La Mejorada, delimitada por la 47, 65 y 50 San Cristóbal, por la 65 y 50 San Sebastián, por la 50 y 73, y Santiago, por la 73, 70 y 47, (el sistema de cuarteles de Mérida funcionó para cuestiones administrativas hasta 1981). En esta etapa, el crecimiento de la ciudad, sin incluir barrios, se dio hacia el Norte y el Sur como se puede observar en los respectivos límites impuestos.
La obra pública fue intensa, se mandaron erigir los portales con el objeto no sólo de hermosear las plazas, sino también secularizar los espacios públicos. Se mudaron los vendedores de la plaza a sitios cercanos al fuerte de San Benito. Aparece el mercado de la placita, hoy García Rejón, al cual también se le construyeron su portales. Se promueve la construcción de caminos a otros pueblos. Se introdujo el alumbrado público. El fuerte de San Benito fue escogido por los gobernadores de esta etapa para promover alrededor paseos públicos y descentralizar así la Plaza Principal de la ciudad; el gobierno de José Merino y Zevallos hizo un proyecto en 1788 llamado Paseo de San Antón, alrededor del fuerte. El autor del proyecto fue el ingeniero Rafael Llobet. Sin embargo, aunque este paseo no se construyó, el gobernador Lucas de Gálvez mandó construir dos años después el Paseo de la Alameda en la parte norte del fuerte. Éste fue conocido popularmente como el Paseo de las Bonitas. En 1801 se abre el tramo de la calle 50 comprendida entre la 65 y 67 y que estaba obstruida por los restos de una pirámide maya, dado el esfuerzo realizado fue bautizado como «El imposible y se venció». En 1802 se creó el Cementerio de Santa Lucía por razones de higiene y administración; en 1821, habría de ser trasladado hasta las afueras, al sur de la ciudad. Por la trascendencia e inusitadas transformaciones espaciales y urbanas a que fue sometida la ciudad en esta etapa, Espadas Medina la considera la «Primera Modernización de Mérida».
Etapa liberal: concluidas las luchas intestinas en el país y en Yucatán, el gobierno estatal del licenciado Manuel Romero Ancona planeó una de las primeras obras arquitectónicas de esta etapa: el Palacio de Gobierno; sin embargo, fue hasta el gobierno de Octavio Rosado, de 1888 a 1886, cuando se comenzó a construir el nuevo palacio, y demolido el antiguo. También se comenzó a planear la construcción de una nueva penitenciaría, asilos y hospitales, estos proyectos iban a ser la clave de las intervenciones urbanísticas de esta etapa.
A fines de la primera década del siglo XX, Mérida, gracias a la bonanza henequenera, se había transformado por completo: la calle 59, una de la primeras calles en ser adoquinadas, se estableció como uno de los ejes principales de la ciudad, acaso el más importante; tuvo como remates el complejo de servicios aglutinados alrededor del parque y la avenida de la Paz: el parque del El Centenario, la penitenciaría estatal Benito Juárez, construida a fines del siglo XIX y remodelada cuando la visita de Porfirio Díaz, el Hospital O´Horán y el Hospital Psiquiátrico Leandro Ayala; el otro remate de la 59 era el parque de La Mejorada, donde se encontraban cerca estaciones de ferrocarril. La calle 65, entre 54 y 60, se convirtió en la zona comercial, merced a la demolición del fuerte de San Benito y en el Paseo de las Bonitas, con el fin de ganar espacio, se construyeron edificios netamente comerciales hasta de tres o más pisos. Se erigió el edificio de Correos, el parque Eulogio Rosado, los primeros edificios del mercado Lucas de Gálvez, y la fachada del mercado de La Placita. El Paseo de Montejo, concluido en 1906, fue el paseo más importante; su carácter introvertido inicial, distaba del que hoy tiene, era más o menos como un fraccionamiento privado, en el cual se asentaron las mansiones de la clase acomodada. Fue prolongado, en 1925, del monumento a Justo Sierra O’Really hasta donde hoy se encuentra el Monumento a la Patria. La avenida Reforma fue abierta en 1908; se pedía a quien construyera su residencia en ella, lo hiciera a la moderna, es decir, con el jardín al frente y la casa remetida. Los remates de esta avenida fueron y son la plaza de Santiago, al Sur, y el Asilo Celaráin, al Norte.
La obra pública se intensificó notablemente: en la primera década, durante la administración estatal de Olegario Molina Solís se adoquinaron casi todas las calles del primer cuadro, se electrificó el alumbrado, se construyeron o remodelaron los parques en las plazuelas de los barrios, el de la plaza central, construido desde 1860, se modernizó por completo. Aparecieron las primeras colonias: Chuminópolis, (1898); San Cosme, (1904), hoy García Ginerés; el pueblo de Itzimná se consolidó como sitio de descanso de las clases altas, levantándose gran cantidad de casas-quintas.
En esta etapa, Mérida dejó atrás sus características coloniales, se rompió la centralidad de la traza y la densificación constructiva alcanzó niveles inimaginables en épocas anteriores. Esta segunda y profunda modernización de la ciudad tuvo como modelo la urbanización de París hecha por el barón de Haussman a inicios de la segunda mitad del siglo XIX. Produjo en Mérida la idea de la avenida Reforma y el Paseo de Montejo. La arquitectura comercial estadounidense inspiró lo realizado en la calle 65, sobre todo edificios como El Siglo XIX.
Después de 1910, la intensidad de las reformas disminuyó. Todavía el gobernador Salvador Alvarado (1915-1917) dispuso se realizaran chaflanes en los edificios de las esquinas, para ofrecer visibilidad y maniobrabilidad al transporte, y encargó al arquitecto Manuel Amábilis el proyecto de El Ateneo Peninsular, que se construyó en el lugar del antiguo palacio del obispado, junto a la Catedral. Se tiraron dos capillas anexas a ésta para abrir El Pasaje de la Revolución, con techado de cristal. Los edificio del Ateneo y del Pasaje terminaron de modernizar el contorno de la Plaza Central. Durante el gobierno de Felipe Carrillo Puerto se construyó la primera carretera que unió a Mérida con Kanasín, y se decretó la Ley de Catastro que hasta ahora rige, en sustitución de las leyes de ese ramo, las cuales procedían desde inicios de la segunda mitad del siglo XIX. A principios de los 20, se trasladó a la calle 55 entre 48 y 46, la estación central de los Ferrocarriles Unidos de Yucatán, se saturó el área de talleres, bodegas y terrenos propios del sindicato ferrocarrilero. En 1928 se concluyó la Casa del Pueblo, y esta fue la última obra arquitectónica, pues tiene las mismas características de los edificios de su época, además de que modificó la traza y la espacialidad del primer cuadro de la ciudad con su amplia explanada al frente.
Etapa posmoderna: de acuerdo con el panorama internacional del urbanismo, Mérida debió haber sufrido una intervención urbanística de corte funcionalista o internacional entre l930 y 1960; pero esto no ocurrió, lo único parecido fue un proyecto publicado en el núm. 41 de la revista Arquitectura, en 1953, donde se presentaba un plan regulador de Mérida hecho por el arquitecto Mario Pani, por encargo del gobernador del estado Tomás Marentes. Colaboraron en aquel proyecto los arquitectos José L. Cuevas, Domingo García Ramos y Enrique Manero Peón y el ingeniero Víctor Vila. En esos años, el crecimiento de la ciudad se limitó y basó en la urbanización que había dejado la anterior etapa. Se saturó el área de hospitales, que iba del Hospital O´Horán hasta el Hospital 20 de Noviembre (hoy Juárez); se alargó el Paseo de Montejo en los 50 hasta la Glorieta de la Fuente; se abrieron fábricas cerca de la estación de ferrocarriles; se construyó el nuevo edificio del mercado Lucas de Gálvez, y se abrieron numerosas escuelas en los terrenos conocidos como El Fénix. En 1939, en el extremo suroeste de la ciudad, se abrió el aeropuerto que hasta la fecha existe. Las colonias de esta época aparecieron como resultado de la especulación con el suelo, el crecimiento de la ciudad y la incipiente inmigración.
En 1971, durante el gobierno de Carlos Loret de Mola y la gestión municipal de Víctor Cervera Pacheco, fue presentado un plano regulador para Mérida, de corte funcionalista, hecho por el ingeniero Valadez Berber, el arquitecto Muñoz Heredia y el doctor Von Szalay, los tres provenientes del Instituto Politécnico Nacional, el plano regulador proponía dividir a la ciudad en 16 subcentros y dos circuitos, uno interior llamado anillo o circuito de circunvalación interior y otro exterior llamado anillo periférico. Aunque los 16 subcentros urbanos nunca se concretizaron, en cambio la idea del circuito interior y exterior fue un hecho al finalizar la década de los 70. Así, en 1971 comenzó esta última etapa urbanística de Mérida, con planes funcionalistas desfasados temporalmente con respecto del plano internacional, ubicándose en tiempos denominados por los actuales urbanistas como posmodernos, que pone énfasis, se supone, en los aspectos ecológicos y la protección del patrimonio arquitectónico antiguo. Estas últimas características se comenzaron a aplicar en la ciudad a fines de los 70 superficialmente.
Coincidentemente, es a partir de 1971, más o menos, cuando el crecimiento de la ciudad se acentúa, aumenta el tráfico y la contaminación visual en el centro, aparecen más colonias y sobre todo nuevos fraccionamientos, se abre la Ciudad Industrial cerca del aeropuerto, a sugerencia del plano regulador, y se moderniza el aeropuerto.
En la administración municipal de 1976-1978 aparece la primera oficina de Desarrollo Urbano Municipal. Es a partir de entonces, cuando la intervención urbanística toma impulso en la ciudad, pero a la vez tiene que sortear el crecimiento desmedido que muestra Mérida. En la subsecuente administración, se realizaron los primeros rescates de fachadas de edificios históricos del centro. En 1981, el Instituto Nacional de Antropología e Historia decretó una amplia zona del centro de Mérida como Patrimonio Histórico. Tras cuatro años de gestiones se hizo ley el Plan Director de Desarrollo Urbano de la Ciudad de Mérida, que trató de regular en los 80. El gobierno estatal, por su parte, creó la Corett, luego COUSEY, organismo encargado de regular la reserva territorial para la ciudad de Mérida y el resto del estado, y en 1987, propuso un cinturón verde interior al anillo periférico, que fue rápidamente rebasado. A fines de los 80, se dio la conurbación con otros municipios como Umán y Kanasín.
En los 90, las autoridades municipales se dedicaron a buscar soluciones al problema del tráfico vehicular: construyeron avenidas, reordenaron la circulación y crearon nuevos anillos interiores al periférico; aparecieron dos pasos a desnivel, uno al final del Paseo de Montejo, y el otro en la salida a Progreso. Los programas de conservación del Centro Histórico se intensificaron por parte del municipio y del gobierno estatal. También se crearon cerca de Mérida, áreas verdes protegidas, y dentro de la ciudad, el municipio abrió una serie de parques recreativos y ecológicos de considerable tamaño, en múltiples terrenos baldíos o ex sascaberas.
En 1999, Mérida tiene 750,000 habitantes, sin contar los municipios conurbados, distribuidos en más de 250 colonias y fraccionamientos. La mancha urbana ha rebasado el anillo periférico, propuesto inicialmente como límite de la ciudad; crece de manera horizontal, pues no existe la costumbre de vivir en departamentos.